Capítulo 7
“¿Qué estoy haciendo? —se preguntaba Rochi—.
Debería estar en el partido de béisbol, como
todo el mundo.”
Hacía quince minutos
que estaba parada en la puerta de su casa, con un vestido largo
estampado con diseños
florales en rosa y azul; sandalias de tacones altos; el cabello
perfectamente
cepillado y un maquillaje muy prolijo, como siempre.
Arreglada para salir,
en vano.
“Ojalá.”
Gaston estaba
demorando, y a cada minuto que pasaba, Rochi debía contener sus ganas de
correr al interior de
su casa y esconderse en el guardarropa antes de que el galán se presentara.
No tenía ganas de
mostrarse amable ni simpática… en especial con Gaston. A veces actuaba
como un reverendo
idiota. Rochi prefería mucho más pasar la tarde con sus amigos, con la gente a
la que apreciaba de
verdad. El equipo de béisbol tendría que jugar dos partidos seguidos, para
compensar los que se
habían suspendidos por mal tiempo, y ella, como subcapitana de porristas,
tenía la obligación
de estar presente, ayudando con la venta de tortas.
No había cruzado ni
media palabra con Gaston en toda la semana, mejor dicho, desde el
lunes, cuando
intercambiaron la nota. La estúpida nota. ¿Por qué se le habría ocurrido
escribirla?
¿Y por qué él se la
habría contestado de esa manera tan grosera?
Por supuesto que se
habían visto en varias oportunidades en la escuela, pero se ignoraron.
Rochi decidió que era
mejor así. De todas maneras, habrían terminado riñendo.
¿Pero cómo harían
para llevarse bien durante toda una tarde? Mientras reflexionaba sobre el
asunto, Rochi se
apartó un mechón de cabello que la brisa de abril le había alborotado.
“Tal vez el primo
decidió raptar a su prometida —pensó—. Podría suceder.”
Pero la suerte no
estaba de su lado últimamente.
Oyó la aceleración de
un motor y luego vio una camioneta que doblaba por la esquina para
tomar la calle donde
ella vivía.
“Oh, no”, pensó.
La destartalada
camioneta de remolque roja, con la inscripción “Centro de Automotor Dalmau”
en letras blancas a
un costado, estacionó frente a la casa de Rochi. La puerta del copiloto se
abrió
de inmediato.
—¿Estás lista?
Gaston lucía bastante
elegante. Llevaba una chaqueta informal en blanco y negro, camisa
blanca, pantalones
negros, una corbata colorinche y, por supuesto, las inefables zapatillas. Por
suerte no eran
violetas, sino negras. ¿Sería ése su calzado formal, para las grandes
ocasiones?
Vestido de “gala” se
lo veía apuesto. Era la primera vez que lo veía sin la cola de caballo; la
sucia cabellera rubia
estaba prolijamente cepillada y caía sobre las solapas de la chaqueta. Se
parecía a un modelo
que había visto en una revista, en un aviso que promocionaba un negocio de
última moda para
hombres.
Cuando subió a la
camioneta, se le quedó enganchado el vestido y por poco se le rasgó, a
causa de la
superficie tosca del tapizado del asiento.
—Oye, qué lindo auto
—le dijo con sarcasmo mientras cerraba la puerta. Quitó una miga
gigantesca que había
quedado en el asiento.
—Hoy estoy de
guardia. Ése es el problema de atender los negocios de los parientes. Cuando
hay una fiesta
familiar, todos se perjudican. Hoy no es mi día de suerte —protestó Gaston
mientras acomodaba el
espejo lateral.
—Mm —murmuró Rochi.
Comprendía sus sentimientos. Decididamente tampoco era un día de
suerte para ella. —De
guardia… ¿Cómo los médicos?
Gaston abandonó el
costado del camino, pisó el acelerador a fondo y de repente dio una
vuelta en U. una
botella de jugo de vegetales que estaba sobre el tablero, frente a Gaston, fue
deslizándose hasta
caer directamente en la falda de Rochi. La joven la tomó justo en el momento
en que s volcó,
derramando varias gotas sobre su vestido.
—Excelente maniobra
—refunfuñó al tiempo que le dirigía una mirada asesina—. Tengo jugo
de tomates hasta en
los dientes.
—Disculpa. —Pero no
pareció una disculpa muy sincera. —Creo que hay un trapo detrás del
asiento.
Rochi empezó a
revolver detrás de sí y por fin encontró el trapo grande y blanco. Blanco era
una manera de decir,
porque estaba embebido en grasa y aceite.
—Esto solucionará
todos mis problemas.
—Disculpa —repitió Gaston,
y siguió conduciendo.
“¿Será lo único que
dirá en toda la tarde?”
Rochi siempre había
pensado que era la clase de chico que no paraba de hablar. Nunca antes se
había quedado sin
palabras; era casi lo único que tenían en común. En realidad, era lo único que
tenían en común.
Rochi llevaba un
paquete de papel tisú en su bolso. Tomó uno y comenzó a limpiar las
manchas del vestido.
Por suerte el género todavía no las había absorbido. Si bien era cierto que
no conocería a
ninguno de los invitados, tampoco quería que la consideraran una mugrienta.
Gaston tomó la curva
siguiente con la misma brusquedad con que había hecho el giro en U;
luego circuló por la
calle al doble de velocidad que Rochi hubiera alcanzado si se hubiera hallado
en su lugar. Cuando
llegaron a un semáforo, esperó hasta último momento para clavar los frenos.
Cuando se puso en
verde, pisó a fondo el acelerador.
“Y él me criticaba por
lo mal que conduzco”, pensó Rochi, haciendo una mueca.
Sostuvo la botella de
jugo frente a sí, aunque bien retirada.
—¿Es necesario que
conduzcas como un loco? ¿No estás derrochando energía al ir a tanta
velocidad?
—No creo que seas la
persona indicada para dar consejos respecto de cómo se debe conducir
—respondió Gaston con
frialdad—. De todas maneras, voy tan rápido porque de lo contrario
llegaremos tarde.
—Bueno, no es culpa
mía —recordó ella—. Estaba lista y esperándote desde hace quince
minutos.
—Surgió un imprevisto
en casa. ¿Está bien? —De pronto, Gaston pareció irritado, de modo
que Rochi optó por no
seguir presionándolo. Resultaba obvio que se encontraba de un humor tan
horrible como el de
ella. Tal vez peor. Pero al menos no le echaba la culpa a ella.
Se inclinó hacia
adelante y encendió la radio. Era difícil escuchar por el ruido del motor, pero
Rochi estaba segura
de que a ella no le agradaría ninguna música que él pusiera. Se recostó contra
el respaldo y miró
por la ventanilla. Hasta el momento las cosas iban resultando tal como las
había imaginado; ya
no podrían empeorar mucho más.
Unos quince minutos
después estacionaron frente a la iglesia. Gaston ya había llegado a la
mitad de las
escaleras cuando recordó que había dejado atrás a Rochi. Se volvió y la esperó.
“Esta salida va de
mal en peor”, pensó ella cuando entraron en la iglesia.
—¿La novia o el
novio? —les preguntó un ujier muy bien parecido.
Gaston lo miró fijo.
—¡Ninguna de las dos
cosas!
—No. El caballero te
pregunta de qué lado prefieres sentarte —explicó ella, ofuscada—. Del
lado del novio,
¿correcto?
Gaston se encogió de
hombros.
—Supongo que sí.
El ujier los condujo
por el pasillo. Rochi le sonrió cuando se detuvieron.
—¿Aquí está bien?
—preguntó.
Ella asintió.
—Gracias. —Rochi se sentó
junto a Gaston y se volvió para mirar al ujier que regresaba por el
pasillo para recibir
a los demás invitados.
“¡Vuelve! —quiso
gritarle—. ¡Prefiero estar aquí contigo!”
—¿Por qué demoran
tanto? —preguntó Gaston.
—Tal vez están
tomándoles las fotografías —conjeturó Rochi, como si se tratara de lo más
elemental del mundo.
—¿Y nosotros qué?
Estoy muerto de hambre —dijo Gaston, con la vista fija en la mesa vacía.
La recepción tendría
lugar en el jardín de la casa de tía Justina, bajo una capa a rayas
amarillas y blancas
especialmente montadas para la ocasión. Había una pista de baile, un
discjockey,
una mesa para que
colocaran sus equipos y muchas otras mesas para los invitados. Hacía
rato que la ceremonia
había terminado, de modo que todo el mundo ya había vuelto de la iglesia.
Pero Vico y Eugenia
—los novios— y el resto del cortejo no se veían por ninguna parte.
A Gaston le hacía
ruido el estómago. No había tenido tiempo de almorzar y eran las cinco de
la tarde.
—¿No tienes hambre?
—le preguntó a Rochi.
—Un poco —respondió
ella—. Al menos tendrían que haber servido unos bocadillos…
—Ése sería el
razonamiento más normal, pero tía Justina jamás hace lo que haría el común
de la gente —explicó Gaston—.
Es un poco… extraña, en el sentido más delicado de la palabra.
Pero extraña al fin.
Y hablando de tía Justina,
Gaston comenzó a buscar a Peter con la mirada. En la iglesia
no había podido
advertir si su primo se hallaba acompañado.
“Imposible”, pensó
mientras miraba a todos los invitados. el viernes por la noche, la última
vez que había hablado
con él, Peter todavía no había podido conseguir ninguna chica. Y Gaston
estaba ansioso por
verlo, para restregarle la suya por las narices. Peter sería el pobre
desgraciado que
debería soportar una semana de tortura en Alaska.
Rochi suspiró y miró
su reloj por quincuagésima vez en la tarde. Gaston sabía que se aburría.
No podía creer lo
linda que estaba. Se había arreglado con demasiado esmera para una cita
forzada con alguien
que no era de su agrado. En realidad, lucía fantástica. Quizás un tanto
conservadora, pero
eso era inevitable en ella. Decididamente, Rochi era una de las muchachas
más bonitas que jamás
había conocido. Nunca había salido con alguien así.
“¿Pero a quién
pretendes engañar? — se regañó a sí mismo—. Si casi no has salido con
ninguna.”
Pocos minutos después
llegaron Vico y Eugenia. Todo el mundo se puso de pie y estallaron
los aplausos,
mientras el disc-jockey los anunciaba. Luego procedieron a bailar su primera
pieza
como marido y mujer.
A Gaston todo el escenario le parecía una cursilería. No podía creer que
Vico, su primo mayor,
el que le había enseñado a usar la patineta y a escalar montañas, fuera el
mismo que ahora iba
vestido con esmoquin y bailaba al ritmo de una vieja melodía de Sinatra.
Algo no encajaba en
aquella escena.
Rochi se volvió hacia
Gaston y suspiró.
—Las bodas son tan
románticas… aun cuando ni siquiera conoces a los novios —señaló.
—No lo sé —dijo él,
mientras se sentaba a su lado—. A veces me resulta como un plan
demasiado ficticio y
elaborado. Todos se disfrazan con estos trajes: las damas de honor, los
ujieres, y en
especial los novios.
Rochi parecía
reflexionar. Después de un momento contestó.
—Nunca lo vi desde
esa óptica. Pero sigo pensando que son divertidas. Supongo que no me
molesta mucho la
ostentación; quizá no sea tu estilo. Siempre puedes planear una boda a tu
gusto; no hay reglas
estrictas al respecto.
Gaston no pudo evitar
sonreír cuando la oyó mencionar la palabra “reglas”. Le recordó la
clase de Castellano
del lunes y la expresión de bochorno de Rochi al leer la nota.
—¿Crees que te
permitirían casarte de pantalones cortos? —preguntó, al tiempo que apoyaba
la mano en el
respaldo de la silla de Rochi.
—Siempre y cuando te
combinen las zapatillas que elijas —respondió ella con una sonrisa—.
Violetas, ¿no?
—Definitivamente. No
hay otro color. —Gaston la miró y le devolvió la sonrisa. Por lo
menos debía reconocer
que la muchacha tenía gran sentido del humor.
—Bueno, no olvidemos
el negro para las fiestas formales. —Señaló las zapatillas de Gaston.
—Te imagino casándote
en la cima de alguna montaña, obligando a todo el mundo a escalar
hasta allí. O en un
bote, en medio del océano. Algo bien excéntrico —agregó.
—Me parecen ideas
fantásticas, pero dudo que alguna vez me case —respondió él, meneando
la cabeza.
Esperaba que Rochi
hiciera algún comentario respecto de que le resultaría casi imposible
conseguir una esposa,
considerando que había tenido que esforzarse tanto sólo para lograr que
una chica saliera un
día con él, pero se calló la boca. En cambio, sólo le preguntó:
—¿De verdad? ¿Por qué
no?
—No lo sé. Es muy
difícil imaginármelo.
Rochi suspiro.
—Sí, te comprendo.
Cuando miro a mis padres me parecen viejos. Claro que me llevan unos
cuantos años, pero me
refiero a que no me imagino tomando la vida tan en serio… para siempre.
Pero son felices. —Se
encogió de hombros. —¿Quién sabe? Tal vez dentro de diez años yo
también tenga ganas
de sentar cabeza.
—Sí, quizás. Es un
tanto difícil imaginarse casado, yendo al trabajo…
—Con auto propio
—agregó Rochi.
Gaston se echó a
reír.
—Sí, para algunos eso
sí que es difícil de creer.
—Bueno, no hace falta
que lo recuerdes a cada momento, ¿no?
—Disculpa, no pude
resistirlo. Y lamento haber sido tan grosero cuando pasé a buscarte.
Sucedió algo muy
importante en casa. —Gaston no quería explicarle los detalles; pensaba que
no la conocía lo
suficiente como para confiarle sus problemas personales.
—No es nada. Ya lo he
olvidado —contestó Rochi, sonriente.
Estaba tan hermosa
que Gaston sentía deseos de acercársele y besarla. ¡Al diablo con las
reglas! Tendría que
hacerlo… para que aprendiera a no imponer reglas ridículas. No podía creer
que de veras
estuviera luchando por contener su impulso de besarla.
—Oye, Rochi —le
dijo—. ¿Recuerdas la hoja que…?
—¡Gaston! Mi hombre
—interrumpió una voz masculina.
Gaston se volvió y
vio a Peter que se acercaba hacia ellos, con una enorme sonrisa a flor de
labios. Llevaba un
traje azul marino, con rayas muy finas; al parecer, se había hecho ese corte
tan
peculiar de cabello
especialmente para la fiesta
pit… Peter, ¿qué
sucede? —Gaston se puso de pie y su primo le palmeó la espalda. Como
ex luchador y
atajador del equipo de fútbol americano, Peter todavía conservaba sus fuerzas.
Gaston sonrió
mostrando todos los dientes. —¿Dónde habías estado ocultándote todo este
tiempo?
“Como si no fuera a
enterarme de que se esconde porque vino sin compañía”, agregó para sí.
—Ah, tuve que hacer
unas cuantas escalas antes de llegar a este destino final —respondió
Peter—. Hola. —Tendió
la mano a Rochi. —No hemos tenido la oportunidad de saludarnos
debidamente el otro
día.
Gaston se quedó
mirándolo perplejo. ¿Desde cuándo su primo era tan cortés?
—Hola. Me llamo Rochi.
—Eso me han dicho.
¿Estás divirtiéndote? —le preguntó—. ¿Puedo traerte algo?
—Sí, puedes traernos
comida a ambos, ahora que por fin están empezando a servirla —
respondió Gaston por
ella.
—La pregunta fue para
Rochi, no para ti —aclaró Peter—. Sería muy difícil venir hasta aquí
haciendo equilibrio
con tres platos llenos de comida.
—Entonces no comas
tanto —aconsejó Gaston—. Consíguete un solo plato, como todos los
demás.
—Sólo un plato es
para mí. El otro es para Luna. Aquí llega. —Saludó con la mano a una
chica que salía de la
casa y se dirigía al porche. Ella le correspondió el saludo y comenzó a
avanzar hacia el
trío.
—¿Luna? ¿Quién es Luna?
—preguntó Gaston.
—Mi chica, por
supuesto. —Peter se volvió hacia Gaston y, frotándose las manos con
entusiasmo, sonrió de
oreja a oreja. —De modo que tendremos que declarar empate, ¿no?
—¿Empate? —preguntó Rochi—.
¿De qué hablan?
—Mira, allí está mi
padre —anunció Gaston. Se puso de pie y tomó a Rochi de la mano justo
en el momento en que Luna
se acercaba al grupo. —Di a Luna que nos presentaremos después.
—Si Peter se enteraba
de que Rochi estaba al tanto de la apuesta que habían jugado y que su
presencia en el
casamiento era forzada, sin duda habría declarado perdedor a Gaston. —Ven,
quiero presentarte.
—Bueno, está bien
—aceptó Rochi, con la vista fija en la mano de Gaston que se entrelazaba
con la de ella.
—“¿Qué estoy
haciendo?”, se preguntó Gaston. Tomó conciencia de la situación, soltó la
mano de la muchacha y
juntos atravesaron el jardín.
Rochi caminaba junto
a Gaston, mientras examinaba las mesas de los invitados y trataba de
adivinar quién era el
padre de su acompañante antes de que se lo presentara.
“Qué divertido
—pensó—. Conocer a la familia de Gaston aunque no vuelva a verla en mi
vida.”
Una mujer se
interpuso en su camino y casi se la llevó por adelante.
—¡Gaston! —Le plantó un
pegajoso beso en la mejilla.
—Tía Justina. —Gaston
se echó hacia atrás pero la mujer le rodeó la cintura con los brazos.
Llevaba puesto un
brillante vestido lila y una chalina multicolor alrededor del cuello. Rochi le
calculó unos
cincuenta años. Tenía el cabello teñido, de un estridente y antinatural rojizo
anaranjado.
¿Y quién es tu
encantadora invitada? —Justina examinó a Rochi con explicó radiante.
—Rochi Igarzabal
—respondió Gaston—. Rochi, te presento a tía Justina, la mamá de Vico.
—Es un placer conocerla
—dijo Rochi.
—Oh, el placer es
todo mío. —Justina seguía observándola con expresión melosa. —Qué
vestido precioso…
divino.
—Gracias —dijo Rochi.
—No sabía que en la
vida de Gaston hubiera alguien tan especial.
“¡Y no lo hay! No
después de las siete de la tarde”, pensó Rochi, pero se esforzó por sonreír.
—Gaston, me has
desairado —reprochó tía Justina, señalándolo con el índice como si lo
estuviera
reprendiendo—. Que salgas con alguien a mis espaldas es inconcebible.
—Bueno… yo… —Gaston
se puso colorado como un tomate.
—Estoy segura de que
no fue su intensión ocultarle lo nuestro —interrumpió Rochi—. Pero las
cosas han sucedido
tan inesperadamente… —Oyó el suspiro de alivio de su compañero.
—¿No es maravilloso
el amor? —Tía Justina meneó la cabeza. —Cuando menos te das
cuenta, te atropella
como un tren de carga.
“O como una señal de
pare”, agregó Rochi para sí, tratando de no reírse.
—Dime, Rochi, ¿Gaston
no es el sobrino más estupendo que una puede soñar? —Tía Justina
pellizcó la mejilla
de Gaston. —Soy tan afortunada. Él y Peter son muchachos maravillosos.
Por supuesto que me
encantaría tener sobrinas también. Dime, Rochi, ¿te gustan las muñecas?
—¿Las muñecas?
—preguntó Rochi.
Gaston se paró detrás
de tía Justina y meneó con vigor la cabeza.
—No —dijo moviendo
los labios—. Di que no. —Su boca dibujó una “O” perfecta.
—Bueno… ya no me
interesan más —explicó Rochi—. Quiero decir, me encantaban cuando
era niña, pero…
—Me refiero a una
colección de muñecas por supuesto. De hecho, tengo una colección
notable. Asisto a
muchas convenciones de coleccionistas y soy muy activa dentro de la
comunidad de
aficionados a las muñecas. —Sonrió. —Algunos dicen que soy una experta.
—Vaya —comentó Rochi,
tratando de mostrarse impresionada.
—¿Sabes, tía? Rochi y
yo íbamos a bailar en el momento en que nos encontramos contigo —
dio Gaston, y de
repente tomó el brazo de Rochi—. Lamentaría mucho no poder bailar una de las
canciones favoritas
de Rochi.
—Oh, Dios. ¡No lo
sabía! Por supuesto, atiendan lo suyo y no permitan que les arruine esta
tarde tan especial.
Adiós. —Tía Justina hizo un gesto en dirección a la pista de baile. —
Podremos seguir
hablando después, querida, ¿verdad?
—Por supuesto
—respondió Rochi, retrocediendo—. Excelente vía de escape —elogió a
Gaston cuando caminaban
hacia la pista de baile, que estaba atestada de parejas jóvenes. Por los
parlantes sonaba una
canción muy de moda.
Gaston se echó a
reír.
—Decididamente, no
debes permitir que empiece con el tema de las famosas muñecas. Te
morirías de
aburrimiento agudo en menos de tres minutos. Claro que en ese tiempo ella no
alcanzaría a terminar
ni siquiera el preámbulo. Te tendría clavada aquí durante horas. Incluso
días. Quedarías
parada en el mismo sitio, sin agua ni comida…
—Ah, seguramente
encontraría la manera de salvarme de semejante situación —dijo Rochi—.
Confía en mí.
—Llegaron a la pista, se hicieron un pequeño lugar y comenzaron a bailar. —Oye,
¿cómo sabías que ésta
era una de mis canciones favoritas? —preguntó en voz muy alta, para
hacerse oír por encima
del estridente sonido de la música.
—¿Te gusta esto?
—refunfuñó Gaston—. ¡Tienes que estar bromeando!
—¿Y por qué tendría
que estar bromeando? Es un tema maravilloso —contestó Rochi—.
Mucho mejor que ese
ruido gangoso y lento que escuchabas en la camioneta.
—No estoy de acuerdo
—replicó él, acercándosele—. ¿Cómo puedes comparar esta clase de
música preprogramada,
preempacada, con algo completamente original como Crosby, Stills y
Nash?
—Eso es lo que
siempre dice mi padre —se lamentó la muchacha—. Me gusta la música de
esta década.
Rochi tenía la
sensación de que Gaston se llevaría de maravillas con sus padres, para quienes
la década de los 60
nunca terminaría. El único problema era que ellos tenían ya cuarenta y seis años,
y ella, apenas dieciséis. Gaston bailaba bastante bien, en su opinión, aunque
no le gustara
esa clase de música
ni conociera los últimos pasos de moda. Contrariamente a lo que había
imaginado, no parecía
un estúpido. No podía creer que estuviera divirtiéndose de verdad con él.
—Algunos temas de
ahora son buenos, lo admito —dijo Gaston—. No sé. Creo que es una
cuestión de gustos
personales.
El tema terminó y
ambos se quedaron de pie en la pista, como esperando a ver cuál sería el
siguiente. De pronto,
el ritmo lento y melódico de una balada de amor, muy moderna, llegó a sus
oídos. Con cierto
nerviosismo, cada uno retrocedió un paso.
—Bueno, fue muy
divertido —dijo ella—. Pero…
—Espera un segundo
—le cortó Gaston—. Aquí llega Peter.
—¿Y? —preguntó Rochi.
—Nuestra apuesta,
¿recuerdas? La condición era traer una chica. Una chica que saliera de
verdad conmigo
—aclaró, inquieto.
—Ah, ya entiendo. Se
supone que tiene que haber un tono romántico, ¿cierto? Tal vez estoa
ayude. —Colocó ambas
manos sobre los hombros de él y lo miró a los ojos. Era lo menos que
podía hacer, después
de lo bien que Gaston le había arreglado a Poroto.
Gaston parecía
realmente impactado. Le rodeó la cintura con las manos. Se desplazaban con
lentitud por la
pista, meneándose al ritmo de aquella melodía tan romántica. Ella no intentó
apartarlo. Lo miró y
él le sonrió. Se dejó llevar por la música y experimentó un impulso casi
incontenible por
besarlo. ¿Qué estaba pasándole?
La canción terminó
pero ella permaneció allí, abrazando a Gaston.
“Aguarda un momento
—pensó—. ¿Qué estás haciendo?”
Dio un paso atrás.
—Ah… creo que
necesito ir a sentarme —dijo al mismo tiempo que Gaston anunciaba:
—Todavía no he
probado bocado. —Ambos rieron nerviosos.
Cuando salían de la
pista, Gaston hizo un ademán a una muchacha que estaba sentada a una
mesa.
—Tengo que ir a
saludar a mi prima Rachel —explicó a Rochi—. Me reuniré contigo junto a la
mesa de comidas, ¿de
acuerdo? —Se fue muy deprisa y Rochi se quedó inmóvil por unos
segundos, observando
a su compañero que abrazaba a la prima. Ojala le hubiera propuesto
presentársela.
“¿Por qué me la
habría presentado? —reflexionó—. Después de todo, solo fingimos ser
pareja.”
Claro que, mientras
bailaban, la fantasía pareció muy real.
“Vaya que esto de la
boda me está afectando.”
Meneó la cabeza y se
dirigió a la mesa de comidas. Allí estaban Peter y Luna, haciendo
cola.
—La novia de Gaston,
¿eh? Te deja sola mientras conversa con Rachel —dijo Peter cuando
Rochi se les acercó—.
Pero no te preocupes, nosotros no te abandonaremos. Ah, a propósito, te
presento a Luna.
—Hola —la saludó Rochi—,
mucho gusto. —Le sonrió, al tiempo que se preguntaba si esa
chica no se
encontraría en la misma situación que ella. ¿También Peter habría reparado su
auto?
¿Sería así como los
primos Dalmau conseguían chicas para salir?
La idea la hizo
sonreír. Tomó un plato y se puso en la fila con Peter y Luna. Seleccionó
unos pancitos,
algunas tajadas de pechuga de pavo y, como guarnición, una ensalada de pastas
frías. Casi había
llegado al final de la fila cuando uno de los camareros colocó una bandeja con
empanaditas de carne
y verdura en un horno situado frente a ella.
—¿Desea una,
señorita… Rochi? —preguntó el camarero.
Rochi por poco dejó
caer el plato al piso.
—¿Nicolas? ¿Qué estás
haciendo aquí?

No hay comentarios:
Publicar un comentario