viernes, 17 de mayo de 2013

Mi Nombre Es Valery Cap 16



Capitulo 16


Hacía una semana que mi madre había salido de cuentas y, a finales de mayo, por fin se puso de parto.

La primavera es una estación preciosa en el sureste de Tejas. Algunos de sus paisajes primaverales son muy bonitos: los deslumbrantes campos cubiertos de lupinos, los castaños florecientes, los reverdecientes prados secos... Sin embargo, la primavera es también la época en la que las hormigas rojas inician su frenética actividad después de la tranquilidad del invierno, y el golfo genera tormentas que escupen granizo, relámpagos y tornados. Estos últimos azotaban nuestra región y cuando retrocedían sobre sus pasos constituían verdaderos ataques sorpresa. También se desplazaban con su movimiento de vaivén a través de los ríos, a lo largo de las calles principales de las ciudades y por otros lugares a los que se suponía que no debían ir. Y también estaban los tornados blancos, unos remolinos terribles que aparecían a la luz del día, bastante después de que la gente creyera que la tormenta había terminado.

Los tornados siempre han constituido una amenaza para el campamento Bluebonnet Ranch debido a una ley de la naturaleza según la cual los tornados se sienten irresistiblemente atraídos por los campamentos de casas prefabricadas. Los científicos afirman que se trata de una leyenda y que los tornados se sienten tan atraídos por los campamentos de casas prefabricadas como por cualquier otro lugar. Sin embargo, no se puede engañar a los habitantes de Welcome, pues cada vez que aparece un tornado cerca de la ciudad, se dirige hacia Bluebonnet Ranch o a otro barrio de Welcome llamado Colinas Felices. El origen del nombre Colinas Felices constituye un misterio, porque esa zona es tan plana como una tortilla mexicana y está situada a unos escasos sesenta centímetros por encima del nivel del mar.

Colinas Felices es un barrio nuevo de casas de dos plantas a las que el resto de los habitantes de Welcome, quienes tienen viviendas de una sola planta, llaman las «casas de pelo encrespado». Este barrio ha sido blanco de tantos tornados como Bluebonnet Ranch, hecho que algunas personas esgrimían como argumento de que los tornados arrasaban tanto los campamentos de casas prefabricadas como los barrios acomodados.

Sin embargo, al señor Clem Cottle, un residente de Colinas Felices, le asustó tanto un tornado blanco que pasó por el jardín de su casa que llevó a cabo ciertas investigaciones acerca de su propiedad y descubrió un secreto espeluznante: Colinas Felices había sido construido sobre los restos de un antiguo campamento de casas prefabricadas. Según Clem, se trataba de un acto de mala fe, porque él nunca habría comprado una casa construida sobre los terrenos de un antiguo campamento de casas prefabricadas. Aquello constituía una invitación al desastre, era tan malo como construir sobre un cementerio indio.

Atrapados en unas casas que eran auténticos imanes para los tornados, los habitantes de Colinas Felices unieron sus recursos y construyeron un refugio comunitario contra los tornados, una edificación de hormigón medio enterrada en el suelo y apuntalada con montones de tierra por todos los lados, de modo que por fin hubo una colina en Colinas Felices.

Sin embargo, en Bluebonnet Ranch nunca se construyó nada ni remotamente parecido a un refugio contra tormentas y, si un tornado atravesaba el campamento, eras hombre muerto. Este hecho hacía que tuviéramos una actitud fatalista respecto a los desastres naturales. Como en tantos otros aspectos de la vida, no estábamos preparados para el desastre y, cuando llegaba, simplemente intentábamos esquivarlo como podíamos.
Los dolores de parto de mi madre empezaron en mitad de la noche. Alrededor de las tres de la madrugada, oí que paseaba de un lado a otro de la casa, así que yo también me levanté. De todos modos, tampoco podía dormir, pues estaba lloviendo. Hasta que nos trasladamos a Bluebonnet Ranch, el sonido de la lluvia me parecía relajante, pero cuando llueve sobre el tejado de zinc de una casa prefabricada, el ruido compite con el volumen de los decibelios de un aeropuerto.

Yo utilicé el reloj del horno para cronometrar el tiempo que transcurría entre contracción y contracción y, cuando se produjeron cada ocho minutos, telefoneé al ginecólogo. A continuación telefoneé a Tina para que nos llevara en coche al ambulatorio de Welcome, que era una delegación de un hospital de Houston.
Yo ya tenía el carnet de conducir, pero aunque, en mi opinión, era una conductora bastante buena, mi madre me dijo que se sentiría más tranquila si nos llevaba Tina. Personalmente, yo creía que estaríamos más seguras conmigo al volante, pues la forma de conducir de Tina era, en el mejor de los casos, creativa y, en el peor, un accidente al acecho. Tina conducía de una forma sinuosa, cambiaba de dirección desde el carril erróneo, aceleraba o reducía la velocidad al ritmo de la conversación y apretaba a fondo el pedal del acelerador cuando el semáforo se ponía en ámbar. Yo habría preferido que nos llevara Bobby Ray, pero Tina había roto con él un mes antes bajo sospecha de infidelidad. Ella le dijo que podía volver cuando decidiera bajo qué techo quería resguardarse. Desde la separación, Tina y yo íbamos a la iglesia solas. Ella conducía, y yo rezaba todo el camino de ida y vuelta.

Mi madre estaba tranquila, pero no dejaba de hablar acerca del día en que yo nací.

— Tu padre estaba tan nervioso que tropezó con la maleta y casi se rompió una pierna. Y, camino del hospital, conducía tan deprisa que yo le grité que, si no aminoraba la marcha, conduciría yo misma... Él no entró en la sala de partos, creo que no quería molestar, y, cuando te vio, se echó a llorar y dijo que eras el amor de su vida. Yo nunca lo había visto llorar antes...
— Es una historia preciosa, mamá — declaré mientras cogía la lista de las cosas que teníamos que llevarnos 
para asegurarme de que había puesto en la bolsa todo lo que necesitaríamos.

Había preparado la maleta un mes antes y la había comprobado cientos de veces, pero todavía me preocupaba que me hubiera olvidado de algo.

La tormenta había empeorado y los truenos hacían temblar toda la casa. Aunque eran las siete de la mañana, estaba oscuro como si fuera medianoche.

— ¡Mierda! — exclamé mientras pensaba que ir en el coche de Tina con aquel tiempo era arriesgar nuestras vidas.

Con toda seguridad, habría inundaciones, y su Pinto de chasis bajo no conseguiría llegar al ambulatorio.

— Valeria — declaró mi madre sorprendida y en tono recriminatorio—, no te había oído maldecir nunca, espero que tus amigas del colegio no sean una mala influencia para ti.
— Lo siento — me disculpé yo mientras miraba al exterior a través de la cortina de agua que cubría el cristal de la ventana.

Las dos dimos un brinco cuando oímos el repentino estruendo del granizo que caía en el tejado, un auténtico chaparrón de piedras de hielo blanco. Parecía que alguien estuviera volcando un camión de monedas sobre nuestra casa. Yo corrí hacia la puerta, la abrí y examiné las piedras de granizo que rebotaban en el suelo.

— Son grandes como canicas — expliqué—. Y algunas como pelotas de golf.
— ¡Mierda! — exclamó mi madre mientras rodeaba su tensa barriga con los brazos.

El teléfono sonó, y mi madre descolgó el auricular.

— ¿Sí? Hola, Tina, yo... ¿Que tú qué? ¿Justo ahora? — Mi madre escuchó durante unos instantes—. De acuerdo. Sí, es probable que tengas razón. Muy bien, te veremos allí.
— ¿Qué ocurre? — pregunté con exasperación cuando colgó—. ¿Qué ha dicho?
— Dice que es probable que la carretera principal esté inundada y que su Pinto no pueda pasar, de modo que ha telefoneado a Gaston, y él nos recogerá con su camioneta. Como sólo hay espacio para tres personas, Gaston nos dejará en el ambulatorio y regresará para recoger a Tina.
— ¡Gracias a Dios! — declaré yo totalmente aliviada.

La camioneta de Gaston sortearía cualquier obstáculo.

Continuara...


 *Mafe*

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