Capitulo 16
Hacía una semana que mi madre había salido de cuentas
y, a finales de mayo, por fin se puso de parto.
La primavera es una estación preciosa en el sureste
de Tejas. Algunos de sus paisajes primaverales son muy bonitos: los
deslumbrantes campos cubiertos de lupinos, los castaños florecientes, los
reverdecientes prados secos... Sin embargo, la primavera es también la época en
la que las hormigas rojas inician su frenética actividad después de la
tranquilidad del invierno, y el golfo genera tormentas que escupen granizo,
relámpagos y tornados. Estos últimos azotaban nuestra región y cuando
retrocedían sobre sus pasos constituían verdaderos ataques sorpresa. También se
desplazaban con su movimiento de vaivén a través de los ríos, a lo largo de las
calles principales de las ciudades y por otros lugares a los que se suponía que
no debían ir. Y también estaban los tornados blancos, unos remolinos terribles
que aparecían a la luz del día, bastante después de que la gente creyera que la
tormenta había terminado.
Los tornados siempre han constituido una amenaza
para el campamento Bluebonnet Ranch debido a una ley de la naturaleza según la
cual los tornados se sienten irresistiblemente atraídos por los campamentos de
casas prefabricadas. Los científicos
afirman que se trata de una leyenda y que los tornados se sienten
tan atraídos por los campamentos de casas prefabricadas como por cualquier otro
lugar. Sin embargo, no se puede engañar a los habitantes de Welcome, pues cada
vez que aparece un tornado cerca de la ciudad, se dirige hacia Bluebonnet Ranch
o a otro barrio de Welcome llamado Colinas Felices. El origen del nombre
Colinas Felices constituye un misterio, porque esa zona es tan plana como una
tortilla mexicana y está situada a unos escasos sesenta centímetros por encima
del nivel del mar.
Colinas Felices es un barrio nuevo de casas de dos
plantas a las que el resto de los habitantes de Welcome, quienes tienen
viviendas de una sola planta, llaman las «casas de pelo encrespado». Este
barrio ha sido blanco de tantos tornados como Bluebonnet Ranch, hecho que
algunas personas esgrimían como argumento de que los tornados arrasaban tanto
los campamentos de casas prefabricadas como los barrios acomodados.
Sin embargo, al señor Clem Cottle, un residente de
Colinas Felices, le asustó tanto un tornado blanco que pasó por el jardín de su
casa que llevó a cabo ciertas investigaciones acerca de su propiedad y
descubrió un secreto espeluznante: Colinas Felices había sido construido sobre
los restos de un antiguo campamento de casas prefabricadas. Según Clem, se
trataba de un acto de mala fe, porque él nunca habría comprado una casa
construida sobre los terrenos de un antiguo campamento de casas prefabricadas.
Aquello constituía una invitación al desastre, era tan malo como construir
sobre un cementerio indio.
Atrapados en unas casas que eran auténticos imanes
para los tornados, los habitantes de Colinas Felices unieron sus recursos y
construyeron un refugio comunitario contra los tornados, una edificación de
hormigón medio enterrada en el suelo y apuntalada con montones de tierra por todos
los lados, de modo que por fin hubo una colina en Colinas Felices.
Sin embargo, en Bluebonnet Ranch nunca se construyó
nada ni remotamente parecido a un refugio contra tormentas y, si un tornado
atravesaba el campamento, eras hombre muerto. Este hecho hacía que tuviéramos
una actitud fatalista respecto a los desastres naturales. Como en tantos otros
aspectos de la vida, no estábamos preparados para el desastre y, cuando
llegaba, simplemente intentábamos esquivarlo como podíamos.
Los dolores de parto de mi madre empezaron en mitad
de la noche. Alrededor de las tres de la madrugada, oí que paseaba de un lado a
otro de la casa, así que yo también me levanté. De todos modos, tampoco podía
dormir, pues estaba lloviendo. Hasta que nos trasladamos a Bluebonnet Ranch, el
sonido de la lluvia me parecía relajante, pero cuando llueve sobre el tejado de
zinc de una casa prefabricada, el ruido compite con el volumen de los
decibelios de un aeropuerto.
Yo utilicé el reloj del horno para cronometrar el
tiempo que transcurría entre contracción y contracción y, cuando se produjeron
cada ocho minutos, telefoneé al ginecólogo. A continuación telefoneé a Tina
para que nos llevara en coche al ambulatorio de Welcome, que era una delegación
de un hospital de Houston.
Yo ya tenía el carnet de conducir, pero aunque, en
mi opinión, era una conductora bastante buena, mi madre me dijo que se sentiría
más tranquila si nos llevaba Tina. Personalmente, yo creía que estaríamos más
seguras conmigo al volante, pues la forma de conducir de Tina era, en el mejor
de los casos, creativa y, en el peor, un accidente al acecho. Tina conducía de
una forma sinuosa, cambiaba de dirección desde el carril erróneo, aceleraba o
reducía la velocidad al ritmo de la conversación y apretaba a fondo el pedal
del acelerador cuando el semáforo se ponía en ámbar. Yo habría preferido que
nos llevara Bobby Ray, pero Tina había roto con él un mes antes bajo sospecha
de infidelidad. Ella le dijo que podía volver cuando decidiera bajo qué techo
quería resguardarse. Desde la separación, Tina y yo íbamos a la iglesia solas.
Ella conducía, y yo rezaba todo el camino de ida y vuelta.
Mi madre estaba tranquila, pero no dejaba de hablar
acerca del día en que yo nací.
— Tu padre estaba tan nervioso que tropezó con la
maleta y casi se rompió una pierna. Y, camino del hospital, conducía tan
deprisa que yo le grité que, si no aminoraba la marcha, conduciría yo misma...
Él no entró en la sala de partos, creo que no quería molestar, y, cuando te
vio, se echó a llorar y dijo que eras el amor de su vida. Yo nunca lo había
visto llorar antes...
— Es una historia preciosa, mamá — declaré mientras
cogía la lista de las cosas que teníamos que llevarnos
para asegurarme de que
había puesto en la bolsa todo lo que necesitaríamos.
Había preparado la maleta un mes antes y la había
comprobado cientos de veces, pero todavía me preocupaba
que me hubiera olvidado de algo.
La tormenta había empeorado y los truenos hacían
temblar toda la casa. Aunque eran las siete de la mañana, estaba oscuro como si
fuera medianoche.
— ¡Mierda! — exclamé mientras pensaba que ir en el
coche de Tina con aquel tiempo era arriesgar nuestras vidas.
Con toda seguridad, habría inundaciones, y su Pinto
de chasis bajo no conseguiría llegar al ambulatorio.
— Valeria — declaró mi madre sorprendida y en tono
recriminatorio—, no te había oído maldecir nunca, espero que tus amigas del
colegio no sean una mala influencia para ti.
— Lo siento — me disculpé yo mientras miraba al
exterior a través de la cortina de agua que cubría el cristal de la ventana.
Las dos dimos un brinco cuando oímos el repentino
estruendo del granizo que caía en el tejado, un auténtico chaparrón de piedras
de hielo blanco. Parecía que alguien estuviera volcando un camión de monedas
sobre nuestra casa. Yo corrí hacia la puerta, la abrí y examiné las piedras de
granizo que rebotaban en el suelo.
— Son grandes como canicas — expliqué—. Y algunas
como pelotas de golf.
— ¡Mierda! — exclamó mi madre mientras rodeaba su
tensa barriga con los brazos.
El teléfono sonó, y mi madre descolgó el auricular.
— ¿Sí? Hola, Tina, yo... ¿Que tú qué? ¿Justo ahora?
— Mi madre escuchó durante unos instantes—. De acuerdo. Sí, es probable que
tengas razón. Muy bien, te veremos allí.
— ¿Qué ocurre? — pregunté con exasperación cuando
colgó—. ¿Qué ha dicho?
— Dice que es probable que la carretera principal
esté inundada y que su Pinto no pueda pasar, de modo que ha telefoneado a Gaston,
y él nos recogerá con su camioneta. Como sólo hay espacio para tres personas, Gaston
nos dejará en el ambulatorio y regresará para recoger a Tina.
— ¡Gracias a Dios! — declaré yo totalmente
aliviada.
La camioneta de Gaston sortearía cualquier
obstáculo.
Continuara...
*Mafe*

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