jueves, 16 de mayo de 2013

El dia que lo conoci capitulo 3


Capítulo 3
—Debe estar reparado para mañana a la noche —repitió Gaston entre dientes—. Justamente.
Y yo seré electo rey de la fiesta de egresados el año próximo —masculló con una carcajada. Que
Rochi encontrara un taller mecánico dispuesto a arreglarle el auto para el día siguiente era tan
poco probable como que Gaston ganara las elecciones de presidente de ese estúpido consejo
escolar. Todavía recordaba cómo lo habían tratado todos cuando sugirió que el desfile era un
derroche de energía como si hubiera sido un extraterrestre recién llegado de Marte.
Tenía cosas mucho mejores en las que invertir su tiempo en lugar de perder horas discutiendo
cómo decorar el gimnasio para el baile, o si el anuario de ese año debía ser con tapas rojas y
letras negra o tapas negras y letras rojas. Esas reuniones eran una rotunda perdida de tiempo. Qué
cuidad superficial. Gaston detestaba esa clase de gente.
Pero eso no importaba. Una vez que diera arranque al próximo auto, habría terminado su
turno. Libertad de acción. Nada de escarabajo VW ni de Rochi Igarzabal. Nada de problemas. Su
primo mayor, Peter, estudiante de primer año de la escuela técnica de la ciudad, tomaría el
turno siguiente. Si bien Gaston lo estimaba mucho, aquel día no quería encontrarse con él pues
estaba convencido de que le preguntaría si ya había conseguido una chica que lo acompañara al
casamiento de Vico, otro primo en común, que tendría lugar el próximo fin de semana. Entonces
se vería obligado a mentir otra vez, diciendo que todavía estaba “evaluando sus opciones”. Sin
embargo, la verdad era muy diferente: no tenía ninguna chica y no imaginaba ni remotamente
cómo haría para encontrar una.
Algo era cierto: no podría ir solo. Todo formaba parte de una apuesta que había hecho, a
menos que… quisiera pasar los primeros días de sus vacaciones en Alaska, con su extraña tía.
Tía Justina tenía la descabellada convicción de que tanto Peter como Gaston, sus “dos
sobrinos predilectos”, morían por viajar a Alaska para compartir las vacaciones con ella. Sin
embargo, la invitación era sólo para uno. Ambos quedaron tan horrorizados que perdieron el
habla. Pero ella interpretó justamente lo contrario: que el silencio era un indicio de lo mucho que
los extasiaba la perspectiva de pasar seis noches y siete días a bordo de un crucero, a miles de
kilómetros de su casa, y con ella.
Pasar una tarde —hasta un almuerzo de una hora— con tía Justina resultaba tan agradable
como una extracción de muela sin anestesia. De ninguna manera Gaston estaba dispuesto a
soportar una semana en cautiverio con tía Justina. Sabía que ella tenía buenas intenciones, y le
habría encantado conocer Alaska, pero podía prescindir del viaje si para ello tenía que jugar
damas o tejo de cubierta todo el tiempo.
Dos semanas atrás, cuando hicieron la apuesta, Gaston pensó que ganaría con facilidad y que
sería Peter el beneficiario del viaje a bordo del Aloha Deck, en compañía de tía Justina.
Gaston sabía que, si bien no poseía el atractivo de Ethan Hawke, era más apuesto que su primo.
Además, Peter solía ser bastante aburrido: su idea de divertirse consistía en ir a una pista de
carting y pretender que su chica lo alentara en cada vuelta.
Sin embargo, sólo quedaba una semana para la boda de Vico, y Gaston todavía no había
conseguido ninguna chica. Por supuesto que tampoco se había esforzado mucho. Las dos chicas
a las que había invitado el día anterior rechazaron el ofrecimiento, diciendo que ya tenían planes.
Talvez había esperado demasiado, paro jamás hacía planes con más de una semana de
anticipación. ¿Por qué todos los demás sí?
De repente se le ocurrió una idea: Rochi Igarzabal necesitaba que le arreglaran el auto. Él
necesitaba una chica. Ambos se encontraban en situaciones desesperadas. De acuerdo, la de ella
era peor; pero la de él dejaba bastante que desear. Podría arreglarle el auto a cambio de que ella
lo acompañara al casamiento. Los dos quedarían felices… —o, por lo menos, menos tristes.
Valía la pena intentarlo.
Claro que, por el modo en que le había vuelto la espalda, en medio del camino y bajo la
lluvia, lo más factible era que Rochi ni siquiera aceptara escuchar la propuesta. Gaston rogó que
aún no hubiera llamado a otro servicio de auxilio. La persona que estaba esperando para que le
diera arranque al auto tendría que buscar otro puente y darle arranque al motor por sus propios
medios. ¡Él debía salvarse de ese crucero!
—¿Qué se supone que haces?
Rochi se secó el sudor de la frente con la manga de su camisa azul. Estaba tan ocupada
tratando de enderezar el paragolpes que ni siquiera oyó el motor de la camioneta que se detenía a
su lado. Levantó la vista y vio a Gaston Dalmau parado allí, mirándola con expresión divertida.
—Estoy tratando de arreglar esto, ya que tú te has negado a ayudarme —respondió—. Pero…
¿qué te importa, de todos modos?
—Hazte a un lado. Así jamás lo arreglarás. —Gaston se agachó junto a ella y sus botas de
trabajo se enterraron en el barro.
Cuando tomó el paragolpes, rozó apenas el brazo de Rochi con el suyo y ella experimentó un
extraño cosquilleo. Si bien era delgado, se lo veía fuerte y en buena forma.
“¿Pero qué te pasa? —se preguntó la muchacha—. Deja ya de estudiarlo y comienza a
implorarle que te arregle el auto. No lo olvides: ¡Gaston Dalmau es un perdedor!”
Luego notó que en su manga, en el sitio donde ambos brazos se habían tocado, había quedado
una mancha de grasa. En circunstancias normales se habría puesto furiosa, pero en ese momento
le importaba un rábano que su guardarropa estero chorreara grasa. Lo único fundamental era
arreglar a Poroto.
Gaston tironeó del paragolpes unas cuantas veces, pero sin suerte.
—Si los dos tiramos al mismo tiempo, tal vez logremos aflojar el poste—propuso—. ¿De
acuerdo?
—Claro. —Rochi abrazó con ambas manos el poste del cartel, que aún seguía firmemente
incrustado en el paragolpes. Gaston hizo lo mismo.
El muchacho apoyó los pies contra una de las ruedas de adelante.
—¿Lista? Uno, dos, tres… ¡ya!
Rochi, que tiraba con todas sus fuerzas, sintió que una gota de sudor —¿o sería lluvia?— le
rodaba por el cuello y la espalda. Gaston gruñó mientras clavaba las botas en el fango para tirar
una última vez y…
—¡Aaaah!
El cartel cedió y Gaston cayó despedido hacia atrás, sobre el barro, con los brazos extendidos
y separados, como si estuviera nadando estilo espalda en una piscina.
Rochi cayó al suelo junto a él.
—¡Lo logramos! —gritó feliz—. Podremos estar llenos de barro, pero lo logramos.
—Ese cartel estaba terriblemente incrustado. Chocaste con fuerza, ¿verdad? —preguntó
Gaston.
—Honestamente, sí. ¿Estás contento? —Rochi se sentía molesta, pero decidió cambiar el
humor. Necesitaba imperiosamente la ayuda de Gaston, de modo que debía esforzarse por
mostrarse atenta. —De modo que… decidiste volver. ¿Eso significa que me arreglarás a Poroto
este fin de semana? —preguntó esperanzada.
—¿Poroto? —preguntó.
—Sí. Así lo ha bautizado mi padre. Raro, ¿no?
—Ajá.
—¿Entonces? ¿Lo arreglarás o no? —insistió Rochi.
Gaston meneó la cabeza y volvió a ponerse la gorra. Señaló el paragolpes torcido.
—No necesariamente. Ahora que lo he separado del cartel, puedo remolcarlo. Sin embargo,
todavía tenemos que revisar el chasis, alinear el paragolpes…
—Mira, yo sé que es mucho trabajo y no te lo pediría si no lo necesitara con desesperación.
—Rochi se mordió el labio. —¿No puedes infringir las reglas, al menos por hacerme este favor?
Estoy en serios problemas, Gaston. Mi padre se va a enojar muchísimo. Ninguno de los dos
volverá a confiar en mí. —Su voz sonó quebrada, como si se hallara a punto de echar a llorar.
—En realidad, creo que sí podría arreglártelo este fin de semana —respondió Gaston de
inmediato.
—¿De verdad? —Rochi sabía que su desesperación era evidente, pero así se sentía. Tal vez el
corazón de Gaston no era de piedra como ella creía.
—Bueno, eso depende de ti. Hace un rato, cuando me fui, se me ocurrió una idea. Una mano
lava la otra; yo te ayudo a ti… y tú me ayudas a mí. Un trueque, para ser más claros —respondió
el muchacho.
Rochi desenterró del fango una de sus zapatillas y se acercó a Gaston.
—¿Un trueque? No te referirás a cambiar de auto, ¿verdad? Porque eso no daría ni el más
mínimo resultado. Mi padre conoce este VW como la palma de su mano. En realidad, es un
fanático.
—No, no se trata de cambiar el auto. —De pronto Gaston pareció muy nervioso. —Yo
necesito algo y tú también. Entonces pensé que… bueno… que podríamos ayudarnos
mutuamente. Si estás dispuesta.
—Por supuesto que estoy dispuesta. Haré cualquier cosa. Es decir, mírame: estoy
desesperada. Por favor, Gaston, sólo dime qué es —imploró.
Gaston carraspeó.
—Mi propuesta no es tan terrible. Quiero decir… supongo que no será lo mejor que te han
ofrecido en tu vida, pero puede resultar divertido.
—¡Gaston, dímelo todo de una vez! —exigió Rochi—. ¿De qué demonios hablas?
—Bien, el trato es éste: yo te arreglaré el auto para mañana a la noche si…
—¿Si te pago el triple de lo que se paga comúnmente por las horas extras, que es el doble de
una hora de trabajo normal? —lo interrumpió Rochi.
—Si aceptas salir conmigo —dijo Gaston.
Al principio, Rochi se quedó tan sorprendida que no pudo decir ni una sola palabra, aunque
estaba segura de haber emitido un ruido, parecido a una carcajada. ¿Salir con Gaston Dalmau? ¿El
Señor Ecológico Antidesfiles? ¿El sujeto que apenas trabó su primera conversación con ella la
insultó de arriba abajo?
—¿A qué te refieres? —exclamó.
—A una salida. A una fiesta de casamiento, el próximo fin de semana. Tú y yo iríamos
juntos… como novios.
—No hace falta que me expliques qué significa salir —refunfuñó la muchacha—. Aunque
pensé que eras tú el que no sabía qué quiere decir salir con una chica.
—Oye, el hecho de que no salga con miles de chicas no quiere decir que sea… que sea un…
un bicho —contestó Gaston—. Soy demasiado pretencioso, nada más. De todos maneras, en
cuanto a este casamiento en particular… bueno, jugué una apuesta con mi primo a que iría
acompañado por una chica. Si no lo logro, pierdo.
—¿Cuál fue la apuesta? —preguntó Rochi. No le agradaba formar parte de una apuesta—.
¿Qué tiene que ver tu primo?
—Es demasiado complicado como para entrar en detalles ahora —respondió Gaston—. Y
tengo que devolver la camioneta de remolque o mi padre pensará que me ha sucedido algo. Pero
el trato es así: yo te arreglo el auto y tú me acompañas al casamiento. Así de sencillo. ¿Lo tomas
o lo dejas?
—Yo…—Rochi miró el auto, luego a Gaston y de nuevo a Poroto. Ese muchacho no
encuadraba dentro del tipo ideal de candidato; era buen mozo, de un modo extraño, pero
resultaba indudable que jamás había salido con ninguna de las chicas que ella conocía. Parecía
un solitario y no tenían nada en común. Con seguridad que no podrían sostener una charla por
más de cinco minutos. Por otra parte, si no lo acompañaba y su padre se enteraba de lo del
auto… —¿Sólo una salida? —preguntó a Gaston.
Él asintió con la cabeza.
—El próximo sábado a la tarde. Desde las tres hasta las siete.
—¿Cuatro horas? —exclamó Rochi.
—¿Sabes? Pasar un rato en mi compañía no es una sentencia de muerte —contestó Gaston,
obviamente molesto—. Hasta podrías llegar a divertirte.
—Ah, claro. Es el plan ideal para la tarde de un sábado —replicó ella con sarcasmo—. Ir a
una boda, donde no conozco a nadie… porque no conoceré a nadie, ¿verdad? —preguntó
preocupada.
—No, probablemente no.
—Una a favor, pero…
—espera un segundo. ¿Quieres decir que soy poca cosa para ti? —preguntó él.
—Yo… no quiero ser descortés —balbuceó Rochi.
—Mira, no dispongo de todo el día. ¿Qué me contestas? ¿Quieres hacer el trato o no? —le
preguntó con evidente frustración.
Rochi imaginó el rostro de su padre cuando viera los daños de Poroto, y la perorata que tendría
que soportar sobre la comunicación y la responsabilidad.
—Sí, creo que sí. Pero debes prometerme que tendrás el auto listo y de vuelta en mi casa para
mañana a la noche.
Gaston asintió con la cabeza.
—Y tú debes jurarme que no faltarás a tu palabra el próximo sábado. —Le tendió la mano
sucia de barro y ella la estrechó, sorprendida por la firmeza del gesto. Gaston comenzó a acercar
a Poroto a la camioneta de remolque; Rochi lo observó trabajar. Al parecer, conocía muy bien su
oficio. No podía imaginárselo haciendo tareas tan pesadas, sobre todo considerando que aún
asistía a la escuela.
Gaston se limpió las manos en los jeans y se encaminó hacia la puerta del conductor.
—¿Quieres que te lleve hasta tu casa?
—Bueno —aceptó la muchacha, encogiéndose de hombros.
—No muestre tanto entusiasmo. Sólo trato de cumplir. Pero si prefieres volver a tu casa
caminando por el barro, allá tú —contestó Gaston—. No me gustaría imponerte la tortura de
tener que ir sentada junto a mí. —Abrió la puerta de la camioneta y subió.
—El próximo sábado tendré que sentarme a tu lado durante cuatro horas —replicó ella—.
Será mejor que vaya acostumbrándome.
Gaston puso en marcha el motor.
—¿Sabes? Comienzo a arrepentirme de haber cerrado este trato contigo.
—Somos dos —dijo ella.
—Quieres decir que no pasaría conmigo más tiempo del que sea estrictamente necesario,
¿correcto? —gritó Gaston por encima de la cabina del vehículo, mientras ella daba toda la vuelta
para subir por el otro lado.
—Por supuesto —contestó Rochi mientras él aceleraba.
—Entonces me limitaré a dejarte el auto mañana y te ahorraré el sufrimiento. ¡Hasta Luego!—Con lentitud, Gaston condujo la camioneta hacia la intersección del camino y tomó hacia la
izquierda.
—¡Espera! ¡Espera! —gritó Rochi. Comenzó a correr detrás de la camioneta, pero se detuvo al
darse cuenta de que no le serviría para nada.
Por un instante se quedó contemplando la trompa abollada de Poroto, que se perdía en la
distancia. Luego emprendió la caminata de regreso a su casa, en dirección opuesta. Fue entonces
cuando recordó que había olvidado en el asiento de atrás su chaqueta y el pulóver nuevo que
acababa de comprar. Tanto desastre por una prenda nueva, y ahora ni siquiera de eso podía
disfrutar.
Pero por el momento, lo único que pensaba era que debía sentirse muy agradecía hacia
Gaston. Si arreglaba a Poroto en los términos acordados, su padre jamás descubriría el accidente.
Y si no le arreglaba el auto, nunca se lo perdonaría.
Durante el largo trayecto de vuelta se puso a pensar por qué jamás le había prestado atención
a Gaston. Ni siquiera se había dado cuenta de que existía. Claro que él no aparecía en los
escenarios sociales, o al menos en los mismos círculos en los que se movía ella. Pero era
agradable, aunque actuara como un refugiado de otra época. En él había algo especial, algo que
lo diferenciaba del común de los chicos con los que ella solía salir. No había intentado
impresionarla. Rochi tenía fe en que cumpliría con su palabra.
A pesar de que se comportara como un reverendo idiota la mayor parte del tiempo.

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