sábado, 15 de junio de 2013

El dia que lo conoci capitulo 13


Capítulo 13
Rochi lucía como si hubiera permanecido frente a un enorme ventilador, durante dos horas…
bajo la lluvia. Se miró en el espejo del tocador de Sandy’s, sacó un cepillo de su bolso y trató de
desenredarse un poco el cabello. Nicolas la había llevado a Sandy’s en su nuevo convertible
blanco, precioso… Pero estaba muy ventoso y caía una llovizna que la mojó bastante. Su pelo se
había convertido en una masa amorfa y pastosa.
“No puedo creer que me haya visto con esta apariencia durante toda la cena. Tengo el mismo
aspecto que la tarde del accidente –pensó-. El día que conocí a Gaston.”
Era el primer sábado en tres semanas que no lo veía. Primero, el del accidente; luego el del
casamiento y, por último, el del asado. Apenas había cruzado dos palabras con él el viernes, y
fue más que suficiente. Todavía no podía perdonarle lo grosero que había estado el jueves por la
noche.
Y ahora por fin había salido con Nicolas, a quien tuvo en la mira durante más de un
mes. Sin embargo, hasta el momento el misterio no resultaba demasiado intrigante.
“Tal vez todavía no lo conozco bien”, pensó. Se miró por última vez en el espejo y decidió
volver a la mesa.
—¿Lista para irnos? —preguntó Nicolas cuando ella volvió. Se limpió las manos en la
servilleta.
—Claro —respondió Rochi—. Pero todavía falta media hora para que empiece la película.
—Ya lo sé. Prefiero llegar más temprano para conseguir una buena ubicación.
—Como gustes —respondió Rochi encogiéndose de hombres. Dejó una propina sobre la mesa.
Durante el trayecto hasta la puerta, saludó a Kika, a Benja y a otros conocidos que se hallaban
sentados a distintas mesas. Casi deseó poder quedarse allí, con todos los demás, en lugar de tener
que ir al cine con Nicolas.
—Conoces a muchas personas —comentó Nicolas cuando subían al convertible—. Qué bueno.
—Sí —asintió Rochi. Trató de agregar algo más, pero no se le ocurrió nada.
Nicolas encendió el motor y salió del estacionamiento. Rochi estaba contenta de que hubiera
corrido la capota al llegar a Sandy’s; al menos, ya no se mojaría. Con el pie seguía el ritmo de
una canción que le gustaba, que en ese momento pasaban por la radio.
—Este tema es genial para bailar —comentó cuando Nicolas se detuvo en un semáforo.
—Yo no bailo —dijo él, muy serio.
—Ah. —La imagen de Gaston moviéndose por la pista de baile acudió a su mente. —¿Por
qué no?
—Porque no me gusta —respondió Nicolas.
Rochi asintió con la cabeza. Supuso que era una razón válida. Se puso a mirar por la ventanilla
mientras Nicolas tomaba una curva a la derecha, a unos ocho kilómetros por hora. Iban tan
despacio que podrían considerarse dichosos si llegaban al cine en treinta minutos. El muchacho
conducía igual que su abuela.
“Tal vez va tan despacio porque el auto es muy nuevo y no quiere arriesgarse.”
Rochi pensó en Gaston, que tomaba cada curva como venía, en su camioneta de remolque.
¿Sería igualmente negligente en un auto nuevo? ¿Acaso un auto deportivo no era para divertido?
De lo contrario, ¿para que servía?
—¿Qué música te gusta? —le preguntó a Nicolas, para sacar un tema de conversación—. Como
no te gusta bailar, supongo que no será ese género, ¿verdad?
—Me gusta todo tipo de música. No me importa demasiado.
Rochi se volvió hacia él.
—¿No? ¿No hay conjuntos que adoras y otros que odias?
Nicolas se encogió de hombros y encendió la luz de giro.
—La verdad, no.
“¿De modo que no tienes opiniones? —quiso preguntar Rochi—. ¿Sobre nada? Hasta el
momento, lo único que lo apasionaba era que la cocción de su hamburguesa estuviera entre
jugosa y punto medio; ni jugosa ni punto medio, le insistió varias veces a la camarera
—Querido, trabajo aquí desde hace diez años. Ya sé qué significa entre jugosa y punto medio.
Y también el cocinero —le contestó la mujer, y Rochi se echó a reír.
Pero Nicolas permaneció inmutable. No tenía mucho sentido del humor, en especial cuando de
él mismo se trataba.
“¿Cómo pude haber hablado tantas veces con él sin darme cuenta jamás de este detalle?”, se
preguntaba Rochi mientras entraban al estacionamiento del cine. Nicolas dio vuelta durante diez
minutos hasta que por fin encontró el lugar perfecto, cerca de la puerta. Cuando bajaron, sólo
faltaban cinco minutos para que la película empezara. Se dirigieron rápidamente a la boletería a
comprar las entradas.
—Dos para La ley de Murphy —dijo Nicolas.
—Espere. Espere un segundo —indicó Rochi a la empleada—. Pensé que vendríamos a ver
Lunes Azul —le dijo a Nicolas.
—Ése era el plan original. Pero esta mañana leí una crítica sobre La ley de Murphy, y la
recomendaban como excelente. Parece que hay muchas escenas de persecuciones y efectos
especiales fantásticos.
“¡Y ya sabemos cuánto me gustan esas cosas!”, pensó ella. ¿Cómo se atrevía a elegir la
película sin consultarle?
—Pero se supone que Lunes Azul también es muy buena —arguyó—. Original, divertida…
—Para hoy, por favor. Hay mucha gente esperando detrás de ustedes —rezongó la mujer que
estaba detrás de la ventanilla.
—Insisto en La ley de Murphy—dijo Nicolas.
La ley de Murphy —pensó ella—. ¿El principio de esta ley no se basa en que las cosas, en lo
posible, siempre salen mal?”
La empleada dirigió a Rochi una mirada comprensiva. Arrancó las dos entradas del talonario y
se las entregó.
Cuando entraron, el cine se hallaba repleto. Rochi comenzó a mirar a su alrededor, para ver si
había alguien conocido. Y de repente vio a la única persona a la que quería evitar: Gaston Dalmau.
Estaba formando fila en el bar, con unos amigos, esperando que lo atendieran.
—Creo que iré a comprar unos caramelos duros —dijo Nicolas—. ¿Tú quieres algo?
—No, gracias. —Rochi se puso en la fila, esperando que Gaston se volviera y la viera. Pensó
en ser la primera en saludarlo, pero se arrepintió de inmediato. Gaston le haría pasar un muy mal
momento si la veía con Nicolas. Por lo tanto, decidió quedarse tranquila y esperar a que él se diera
cuenta de que estaba allí. Si la veía, entonces fingiría sorpresa y lo saludaría con simpatía.
Pero Gaston no se volvió. Sus amigos compraron palomitas de maíz y él, por supuesto, un
vaso de agua. Luego se acercaron al acomodador, que estaba cortando las entradas por la mitad.
—Cuatro para Lunes Azul —anunció—. Segunda puerta a la derecha.
“Me lo imaginaba —pensó ella—. Gaston va a la sala donde pasan la película que yo quería
ver. Si hubiera salido con él…”
Nicolas se volvió hacia ella, con una caja gigante de caramelos en la mano.
—Vamos, o nos perderemos las escenas de los próximos estrenos —dijo, nervioso.
—¡No es mi culpa que nos hayamos retrasado! —le contestó ella, disgustada.
Nicolas la miró.
—No te he acusado de nada.
Rochi señaló la caja de caramelos que él llevaba en la mano, mientras pasaban por debajo del
cartel luminoso que anunciaba La ley de Murphy.
—¿Sabías que estas cosas te arruinan el estómago? No sé cómo puedes comerlas.
—Me gustan —respondió él con expresión de asombro.
Rochi se dejó caer pesadamente en una de las butacas, junto a Nicolas; las luces comenzaron a
bajar.
“¡Ni siquiera sabe cómo discutir debidamente!”
Lo único misterioso de salir con Nicolas residía en averiguar por qué le había parecido
interesante. Nunca había salido con un chico tan aburrido en toda su vida.
“Ojalá estuviera con Gaston —pensó—. Veríamos una película excelente, nos reiríamos de
algunas cosas… Me estaría divirtiendo en grande en estos momentos.”
Se dio cuenta de que lo echaba de menos. Mucho.
“Tal vez Lali tenía razón. Quizá me estoy enamorando de Gaston Dalmau —pensó—.
¿Entonces por qué salgo con otro?
El lunes a la tarde, Gaston acababa de abrir su armario cuando vio que Rochi corría a toda
prisa por el pasillo, directamente hacia él. Por un instante se sintió profundamente emocionado,
pues se ilusionó con la idea de que tal vez se apuraba para conversar con él antes de que se fuera.
Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que tenía práctica de porristas y que el gimnasio se
hallaba al final del pasillo. Por lo tanto, obligatoriamente tenía que pasar junto a su armario.
Se preguntaba si lo habría visto el sábado por noche en el cine. Rochi no había perdido el
tiempo en volver a su vida social; seguía fiel a su política de salir tres veces por semana.
Mientras tanto, él mataba el tiempo con sus amigos, como siempre. No había nada de malo en
ello. Pero se había acostumbrado a salir con Rochi.
“Será mejor que vayas desacostumbrándote”, se dijo en silencio. ¡Ni que hubieran salido
durante años!
—¡Hola, Gaston! —lo saludó.
—Hola, Rochi. —Se apoyó de espaldas contra el armario. —¿Qué tal estuvo la película el
sábado por la noche?
—Ah, me viste —dijo ella, cambiándose la mochila azul al otro hombro—. ¿Por qué no me
dijiste nada?
—¿Y tú? —contestó él, mientras enganchaba una de sus zapatillas en el borde del armario y
apoyaba los libros sobre la rodilla.
—Bueno, cuando terminamos de hacer la fila del bar, ustedes ya habían entrado a ver la
película —contestó Rochi—. ¿Cuál es tu excusa?
—Noté que había ciertas diferencias entre tú y Nicolas frente a la boletería. Y no quise
interferir. Claro que tú tenías razón; debieron ir a ver Lunes Azul. Estuvo espectacular.
La ley de Murphy fue horrenda. Parecía uno de esos malos dramas policiales que pasan por
televisión, pero con el agravante de que dura dos horas en lugar de una. Todo tan predecible. O
se lo pasaban persiguiéndose en auto o disparaban cada diez minutos como mínimo —dijo Rochi,
meneando la cabeza.
Gaston se echó a reír.
—Parece que fue una de tus películas favoritas, ¿eh?
—Sí, claro. De todos modos, me alegro de haberme encontrado contigo, porque quería pedirte
algo.
Gaston arqueó las cejas.
—¿De verdad? —La última vez que había hablado con Rochi, ella no quería saber nada con él.
—Te va a parecer una verdadera estupidez —comenzó ella, frotando el piso con su
zapatilla—. Pero lo cierto es que te echo de menos, Gaston.
—¿En serio? ¿No es broma?
Rochi meneó la cabeza.
—Cuesta creerlo, pero es la verdad.
—¡No! Quiero decir… yo estaba aquí, pensando lo mismo —admitió—. Pero supuse que
estabas muy ocupada saliendo con otros chicos y que no querrías tener nada que ver conmigo.
—Lo mismo pensé yo —repuso ella—. Estaba ansiosa por seguir con mi vida normal, pero…
¿sabes qué? Si tú no estás a mi lado, nadie sabe cómo hacerme reír ni discutir como se debe.
Gaston sonrió de oreja a oreja.
—¿De verdad?
¿No sabes decir otra cosa que no sea “de verdad”?
—¿Cómo qué, por ejemplo?
—Como invitarme a salir esta noche —respondió ella—. No imagino un plan divertido para
un lunes a la noche, en especial si tengo que volver a casa a las ocho, para estudiar, pero…
—Tengo una idea —la interrumpió él—. ¿Qué tal si paso a buscarte a las seis?
—¿Qué vamos a hacer? ¿Adónde iremos? ¿Qué me pongo? —preguntó Rochi.
—Sólo confía en mí —respondió Gaston—. Y ponte algo informal.
Rochi miró el reloj de pared.
—Debo darme prisa o llegaré tarde a la práctica. ¡Hasta esta noche! —Salió trotando por el
gimnasio, con el cabello recogido y su mochila azul colgada al
hombro.
“Tengo una cita con Rochi… ¡Una cita de verdad!” Tuvo que sofocar el impulso de ponerse a
saltar como un loco de alegría. “¡Me dijo que me echaba de menos!” Estaba tan emocionado que
tenía ganas de seguirla hasta el gimnasio.
“Declaración oficial: me he vuelo completamente loco.”
—De modo que éste es uno de tus lugares favoritos de la ciudad, ¿eh? —le dijo Rochi mientras
observaba Maine Lanes, una galería para jugar bowling, por la que había pasado cientos de veces
y jamás se había pasado cientos de veces y jamás se le había ocurrido entrar. Cada uno recogió
un par de zapatillas especiales en el mostrador y se encaminaron hacia la pista que les habían
asignado.
—¿Quieres algo del bar? —le ofreció Gaston mientras se ataba los cordones de sus zapatillas
azules y rojas.
—No, gracias. Qué lindo es todo esto, Gaston. Creo que la última vez que jugué al bowling
tenía ocho años. —Cuando terminó de atarse los cordones de sus zapatillas, tomó una bola verde.
—El verde siempre ha sido mi color de la suerte. Aguarda, no me lo digas… Me has traído aquí
porque juegas como los dioses y quieres humillarme, ¿verdad?
—No, por supuesto que no. Me gusta venir aquí porque puedo estar solo. A nadie se la
escuela se le ocurriría jamás venir a un sitio como éste.
Rochi sonrió. Si Gaston pensaba que estar solos en un sitio como aquél era una cita privada y
romántica, entonces estaba más fuera de órbita de lo que ella había imaginado. Pero transcurrida
media hora, después de haber jugado un partido, de felicitarse mutuamente y de haberse
divertido mucho, comenzó a pensar que Gaston tenía razón: era el sitio ideal para una cita.
“Otros chicos, con mucho menos imaginación, me habrían llevado a un lugar más común”,
pensó mientras observaba a Gaston, que en ese momento torcía el cuerpo hacia la derecha.
Lanzó la bola pero se desvió por la canaleta izquierda.
—Mi tercera canaleta seguida —se quejó Gaston al tiempo que tomaba asiento junto a
Rochi—. ¿Qué me está pasando hoy?
Rochi lo miró y se encogió de hombros.
—Estás en plena decadencia, Gaston. Otra canaleta más y tendrás que retirarte del mundo del
bowling para siempre.
—Pero soy bueno en esto. No entiendo por qué esta noche estoy jugando como si fuera
novato.
—No lo entiendo. ¿Será porque te intimida mi inmenso poder? —Flexionó el brazo
destacando el bíceps.
Gaston entrelazó el suyo en el de ella.
—No. Supongo que es porque no puedo dejar de mirarte. Estás tan bonita con esas
zapatillas… Incluso bajo estas horrendas luces fluorescentes, te ves hermosa.
Rochi sonrió y Gaston le rozó la mejilla con la mano.
—¿Por qué antes no hacíamos más que discutir? —preguntó ella con suavidad.
Gaston se le acercó y la besó una vez; luego, dos veces y por fin terminó con un beso tan
dulce y maravilloso que pareció durar horas.
—Gaston —comenzó ella, cuando se separaron—. Tengo que hacerte una pregunta.
—Hazla —dijo, mientras jugaba con un mechón de su cabello.
—Ya sé que lo encuentros de la escuela te parecen tontos, ¿pero considerarías la posibilidad
de acompañarme al baile de fin de año?
—¿Te refiere al baile formal? ¿No vas a ir con ese estúpido que juega fútbol?
—¡No! ¡Rotundamente, no! Prefiero mucho más ir contigo.
—Odio los bailes de la escuela. Son aburridos —dijo Gaston—. Pero por el modo en que me
siento ahora, podrías pedirme que me deslice de panza por esa cancha y que derribe los palos con
el cuerpo, y yo lo haría con gusto. Podrías pedirme cualquier cosa y la respuesta siempre sería sí.
Rochi sonrió.
“¡Iré al baile con Gaston!
—Bien, cambiando de tema, ¿te crees capaz de derribar alguno de eso palos?
—¡Rochi, acabo de derribar los diez!

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