viernes, 21 de junio de 2013

El dia que lo conoci capitulo quince


Capítulo 15
—De modo que Gaston es un idiota, tal como habíamos pensado en un principio. Hizo un mal
arreglo en el auto, salió algunas veces contigo y ahora resulta que ni siquiera la reparación sirvió
para nada —comentó Lali el lunes, durante el almuerzo en la cafetería—. Y tuvo el coraje de
hacerlo todo en nombre de una apuesta. Increíble. —Partió una galleta y ofreció la mitad a Rochi.
—No, gracias, no tengo hambre. —Estaba muy ocupada rompiendo su servilleta en finas
tiritas. —Estoy tan rabiosa que ni siquiera puedo comer.
—No lo pienses más —le aconsejo Lali—. Mejor dicho, no pienses en él.
La mirada de Rochi se perdió en la cafetería. No veía a Gaston por ninguna parte. Por suerte.
Aunque no servía de mucho para dejar de pensar en él. Durante toda la clase de castellano había
tenido que fijar la vista en su anotador para evitar mirarlo, y además le habían reprobado un
trabajo de Francés por estar pensando en él.
“Seguro que Gaston habrá obtenido una calificación excelente en ese trabajo —pensó—. No
tiene motivos para distraerse.”
Y eso era porque no tenía sentimientos. De lo contrario, las salidas y los besos compartidos
habrían tenido otro significado para él; un significado más auténtico. No habrían formado parte
de una estúpida apuesta que ya llevaba más de un mes de vigencia. Sin embargo, no se había
detenido a considerar que ella no formaba parte de esa apuesta. Rochi era real, una chica de carne
y hueso. En consecuencia, un ser humano con sentimientos. Sentimientos que no merecían ser
pisoteados. Sentimientos que no comprendía, ni le gustaba tener.
“Me gustaba besar a Gaston —pensó—. Mucho.”
No habían nacido el uno para el otro. Pertenecían a mundo diferentes. Tampoco podían
mantener la armonía por más de dos minutos… como máximo. No obstante, algo había sucedido
entre ellos… ¿amor, tal vez? Al menos eso pensaba ella.
Lali terminó de comer la galleta y bebió un sorbo de jugo.
—Tal vez no sea necesario que te lo recuerde, Rochi, pero sin pensar demasiado se me ocurren
al menos diez o doce chicos dispuestos a tratarte mucho mejor. Te mereces algo más importante
que ese idiota de Gaston.
Rochi se encogió de hombros y apiló las tiritas que había hecho con la servilleta.
—Debimos haber confiado en nuestros instintos desde un principio —continuó Lali—.
Gaston nunca nos había caído bien… hasta que empezó a gustarte.
—Sí, parecía un tipo honesto, decente. La verdad es que, nos divertíamos mucho juntos.
—Pero resultó ser un estafador que te metió en problemas con tus padres. Y como si eso no le
hubiera bastado… —Lali se estremeció. —Cada vez que lo pienso me pongo tan furiosa que
quisiera tenerlo frente a frente para pegarle.
Rochi suspiró.
—Habría valido la pena ver semejante espectáculo.
—Claro. Hasta podríamos convertirlo en un gran suceso, para recaudar fondos para el baile.
la última pelea. —Lali hablaba con despreocupación.
Rochi sonrió. Se alegraba de que Lali tratara de animarla. Por un par de minutos olvidó a
Gaston, lo mal que se sentía y lo furiosa que estaba.
—Anda. Vamos a la oficina antes de que termine la hora del almuerzo para ver qué
está pasando —sugirió Lali—. Eso te hará olvidar a Gaston.
“Lo dudo —pensó Rochi mientras llevaba su bandeja hacia el mostrador—. Tal vez, si me
mantengo ocupada y sigo adelante con mi vida, tal como era antes de conocer a Gaston, logre
hacer de cuenta que toda esta situación humillante nunca sucedió.”
Pero no conseguía quitarse de la cabeza una pregunta: ¿Cómo había podido besarla tan
intensamente si eso no significaba nada para él?
No podía olvidar sus ojos, su risa, el modo en que bailaba, la sensación que le producía su
proximidad… ¿Gaston no sentía nada por ella?
—¿Qué está haciendo él aquí? —Lali señaló uno de los reservados de Sandy’s.
Rochi estiró el cuello como una jirafa para poder ver mejor a Gaston.
—Nunca viene aquí —agregó Lali—. Bueno, salvo la otra noche, cuando estuvo aquí con
Rochi.
—Bueno, tal vez esté tratando de dar vuelta una página en su vida —comentó Kika.
—Y también de adoptar una nueva personalidad —añadió Lali.
Rochi miró a Kika y se encogió de hombros, aparentando total desinterés en Gaston o en los
motivos que lo habían llevado a presentarse allí. A excepción de Lali, nadie sabía lo que había
sucedido entre ellos. Además no tenía ningún sentido divulgar la noticia en especial porque ya
todo había terminado.
Habían pasado dos días desde la discusión. Rochi no pudo evitar pensar que a lo mejor Gaston
había ido a Sandy’s con la esperanza de verla. Pero, de ser así, jamás se acercaría a la mesa que
compartía con cinco de sus mejores amigas. Tal vez quería disculparse.
Decidió darle una oportunidad. Claro que no podía ir a su mesa; eso sería demasiado. No. Él
tendría que venir a ella, y así sabría definitivamente si había ido a ese lugar para verla.
—¿Alguien desea algo? —preguntó Rochi al grupo—. Voy a buscar más Ketchup.
—Aquí tengo algunos paquetes —ofreció Kika.
—Seguro que los vas a usar —respondió Rochi—. Ya vuelvo. —Fue hacia el mostrador donde
estaban las servilletas, los condimentos y los cubiertos. Con lentitud, retiró un paquete de
ketchup de un recipiente, y luego otro.
—Eh —dijo Gaston, que de repente apareció detrás de ella. Se había acercado en el momento
en que Rochi evitaba mirarlo. —¿Cómo van las cosas?
Rochi se volvió y lo miró, esperando.
Gaston se mordió el labio.
—¿Cómo van las cosas en el mundo de los rubios y famosos?
—No lo sé —contestó ella—, porque, como verás, no soy rubia.
—Cierto. —Gaston se rió, muy nervioso. —Iré a almorzar con tía Justina el domingo.
Deséame buena suerte. Me aseguraré de decirle que has iniciado tu propia colección de muebles
para casas de muñecas de la Primera Guerra Mundial. Se pondrá loca de contenta.
Rochi suspiró.
—Gaston, ¿tienes algo que decirme? Porque me gustaría volver a la mesa con mis amigas.
—En realidad… sí, hay algo que quiero decirte. —Su expresión cambió un poco.
“Bien. Por fin nos ponemos serios —pensó ella—. Ya era hora.”
—Pienso pedir una hamburguesa con queso y necesito que me convenzas de lo contrario —
dijo Gaston.
Rochi meneó la cabeza y miró hacia la puerta, hecha una furia.
—Gaston, para empezar, me importa un rábano lo que comas. Jamás me ha interesado. Y para
terminar, cuando estés dispuesto a hablar en serio conmigo, llámame o hazme saber de algún
modo. Pero no te quedes allí haciendo bromas tontas y esperando que me ría, después de lo que
me has hecho.
—¿Qué te he hecho? —preguntó Gaston. Parecía profundo. —Rochi, sólo quería…
—Me has pisoteado. Eso es lo que me has hecho. Para ti y para Peter todo fue un juego; en
cambio yo puse mi vida en esto. Ahora, gracias a ti, sólo han quedado los despojos de una vida,
pero por lo menos tú estás fuera de ella. Y ahora, si me disculpas, debo apurarme para regresar a
casa pues, para tu información, me han castigado con un mes de encierro. Hasta luego.
Rochi volvió a la mesa como una tromba, con la frente bien alta, aunque por dentro sentía que
se derrumbaba. Tomó su bolso con los libros.
—¿Te vas tan pronto? —preguntó Lali—. Espera un segundo… No te irás con él, ¿verdad?
—murmuró.
Rochi se limitó a negar con la cabeza, porque no confiaba en su voz.
—Bien… el viejo toque de queda de las cuatro y media —recordó Lali—. Te llamaré esta
noche, ¿de acuerdo?
—¡Adiós, Rochi!
La chica logró contestarles un “adiós” apretando los dientes y salió a toda prisa. Se alegró de
ver que la destartalada camioneta de Gaston salía del estacionamiento. Se escondió durante un
segundo junto a la puerta, porque no quería que la viera.
Después, cuando él desapareció, Rochi se volvió y fue caminando a su casa, aunque no llegó a
hacer ni una cuadra cuando se puso a llorar desconsoladamente.
Nunca se había sentido tan mal ni tan confundida en su vida. Y todo por Gaston Dalmau,
alguien a quien había conocido apenas unas semanas atrás. Y ahora, a un mes del encuentro, su
vida se había convertido en un caos total.
—Tengo un par de ases —dijo Gaston—. ¿Y tú?
—Una pierna. —Peter sonrió. —Míralas y llora. —Abrió sus naipes como un abanico sobre
la mesa y luego atrajo la pila de fichas rojas y negras hacia sí.
—Como quieras —repuso Gaston.
—Estás perdiendo como en la guerra. —Peter señaló el pequeño montículo de fichas que
Gaston tenía frente a sí.
—¿Qué pasa? Siempre me ganas.
Gaston deslizaba una ficha dorada, hacia atrás y hacia adelante, sobre la mesa que Peter
tenía en el living. Su primo tenía razón: Gaston siempre había ganado todos los partidos de
póquer que jugaron juntos. Por otro lado, Peter no tenía cara para jugar póquer: si le venía mal,
fruncía el entrecejo. Gaston hasta había llegado a sentir pena por despojarlo de su dinero con
tanta facilidad, pero como las apuestas que hacían eran muy bajas, casi no importaba.
Sin embargo, la apuesta de esa noche era muy fuerte. Jugaban para decidir, de una vez por
todas, quién iría de viaje a Alaska con la tía Justina. Pero a Gaston ya no le importaba si debía
ir o quedarse: ni tampoco que estuviera desperdiciando la noche de un sábado jugando póquer
con su primo, en lugar de haber ido al café con sus amigos.
En lo único que podía pensar era en Rochi.
“¿Qué pasa? —pensó mientras miraba las cartas que tenía en la mano—. Nunca me he sentido
tan…” No podía describir como se sentía; ni siquiera para sí. Lo único que sabía era que le
producía la misma sensación que patinar sobre hielo. El descontrol total.
Le vino otra mano funesta, pero logró igualar la apuesta de Peter. Cuanto antes terminara la
pila de fichas, antes pondría punto final a la situación.
—Dos, por favor. —Peter le dio dos cartas: un tres y un cinco. Gaston sentía deseos de
reírse. Jamás había tenido cartas peores en su vida.
Peter bajó sus cartas.
—Full. ¿Puedes creerlo?
—No, no puedo. —Gaston arrojó las cartas sobre la mesa y apoyó la cabeza sobre las manos.
—¿Qué tal si revoloteamos una moneda al aire y terminamos con esta angustia?
—Anda, ya casi terminamos —dijo Peter—. Estimado primo, lamento darte esta mala
noticia, pero me temo que estás por partir rumbo a Alaska.
—Ya veo —contestó Gaston—. Demos por terminada la noche, ¿de acuerdo? Has ganado. Te
lo cedo.
—¿Cuál es la prisa? —preguntó Peter—. ¿Tienes una cita y no me has dicho nada? A
propósito, ¿Qué pasó con Rochi? Me pareció que se llevaban muy bien.
—Yo también lo creí —repuso Gaston, con un suspiro.
—¿Entonces? ¿Cuál es el problema?
—Tú —contestó Gaston—. Y yo. Por esa estúpida apuesta que hicimos, Rochi cree que me
interesa sólo para ganar.
—Que estupidez —comentó Peter—. ¿No le contaste que esta noche nos reuniríamos a jugar
al póquer para decidir quién iba de viaje con tía Justina?
Gaston asintió con la cabeza.
—Sí, pero no quiso escuchar.
—Caramba. Está furiosa contigo, ¿verdad?
Gaston recordó la expresión de Rochi el día que habían reñido y lo irritada que parecía cuando
él se le acercó en Sandy’s. Entonces quiso decirle lo que sentía por ella; que la apuesta no tenía
nada que ver con ambos, con los sentimientos que habían despertado en él, sobre todo cuando se
besaron. Pero en cambio se le había ocurrido ese comentario idiota sobre la comida. Estaba tan
nervioso que no pudo hacer otra cosa que bromear. Y había echado todo a perder; el mejor
momento.
—Sí, claro que está furiosa —le confesó a Peter, que le contaba metódicamente las fichas—.
No quiso creerme cuando le dije que jugaríamos un partido de póquer para decidir lo del viaje.
—Tal vez me crea a mí —sugirió Peter—. La llamaré en tu lugar. Tendrá que escucharme.
—¿De verdad? —preguntó Gaston—. ¿Por qué?
—Mira, Rochi y yo nos hemos hecho bastante amigos. Creerá en mi palabra.
Gaston se encogió de hombros.
—Vale la pena el intento. —No podía imaginarse que Rochi escuchara a Peter, y mucho
menos que creyera en sus palabras, pero estaba desesperado. Tal vez si su primo reforzaba sus
aseveraciones, ella las creyera.
—De acuerdo, llamémosla. Pero tú hablarás primero. Si oye mi voz, podría cortar.
—No hay problema. Yo la convenceré. Luego tú hablarás con ella y todo volverá a estar bien.
—Peter tomó el teléfono que estaba en la mesa ratona. —¿Cuál es el número?
Gaston le dio el número y empezó a caminar de aquí para allá, mientras Peter esperaba que
alguien lo atendiera.
—Hola. ¿Podría hablar con Rochi, por favor? —preguntó Peter con amabilidad—. Ah… ¿No
está en casa? De acuerdo. No… ningún mensaje. Gracias. —Cortó y se encogió de hombros. —
Ha salido —comunicó a Gaston.
—Pero… está castigada. Tiene que estar en su casa.
Gaston golpeó el mazo de cartas sobre la mesa. ¿Ya estaría saliendo con otro? ¿Estaría
divirtiéndose con sus amigas en Sandy’s, mientras él se sentía tan deprimido?
—¿Por qué me habrá dicho que está castigada y luego no la encuentro en su casa? —se
preguntó en voz alta.
—Tal vez fue a algún sitio con su padre —dijo Peter—. O se estaba duchando, o algo. No te
deprimas. Podemos intentar mañana otra vez. Mientras tanto, debes preocuparte por una cosa y
sólo una: empacar. —Peter echó a reír y Gaston se arrojó sobre el sofá, boca abajo.
—Iré de vacaciones en un crucero por Alaska con la tía Justina —masculló—. Qué plomo.
—Luego se le ocurrió una idea; un camino para quedar en paz con su conciencia. Si no podía
arreglar las cosas con Rochi, al menos podría intentar solucionarlas con sus padres.
—¿Qué? —preguntó ella, jadeando. Se secó la frente con la manga de la camiseta. Venía de
correr una vuelta de ocho kilómetros, circundando el vecindario.
—Vino para hablar con nosotros —dijo el señor Igarzabal.
—Ah. —Trató de disimular su desilusión, pero no pudo. ¿Por qué no habría ido a hablar con
ella?
—Oye, ¿y esa camiseta? Nunca antes te la había visto puesta —preguntó el padre.
Rochi miró la camiseta que su padre le había regalado luego de ir a ver el último recital de los
Grateful Dead, unos pocos años atrás.
—No querrás comprarme con eso, ¿verdad?
—No.
—Bueno, de todos modos está dando sus frutos. —Le sonrió. —Unas pocas semanas más y
estaremos bien.
Rochi le devolvió la sonrisa y se sentó en una silla, frente al sofá. Por lo menos, su padre le
había vuelto a hablar. Casi no había intercambiado palabra con ella en toda la semana.
—Pensé en hacer algo que te hiciera pasar un poco la rabieta que llevaste por mi culpa.
—Tengo la extraña sensación de que Gaston te ha ayudado a cambiar tu ideología. Tal vez no
sea muy bueno reparando autos, pero sabe apreciar la buena música. En realidad, es bastante
responsable. Se disculpó por el trabajo que hizo en el auto y se ofreció a pagar la nueva
reparación. Tiene mucho a su favor ese jovencito.
Rochi titubeó por un instante. Nunca antes había hablado con sus padres sobre algún chico.
Pero lo cierto era que tampoco había existido nadie importante sobre quien hablar.
—En realidad, Gaston y yo… bueno, terminamos —confesó Rochi—. Quiero decir… apenas
habíamos empezado, pero terminamos de inmediato.
Su madre advirtió la expresión de su rostro y se conmovió.
—Es una pena. ¿A qué te refieres con eso que apenas habían empezado?
—Es que… no lo sé —empezó Rochi—. Pensé que lo odiaba y luego empezó a gustarme. Es
muy diferente de todos los chicos con los que he salido antes. Pensé que las cosas iban bien entre
nosotros, y que quizás era la persona ideal para mí, pero luego… bueno, se comportó como un
estúpido, mamá. Me refiero a que hizo algo muy grande. Grande y feo.
—Ah. —El padre parecía incómodo. —No estarás enojada por él por lo que pasó con el auto,
¿verdad? No puedes responsabilizarlo del error que cometiste tú.
—No —respondió Rochi—. Tal vez, en un principio, pero ahora no. No es eso.
—¿Entonces por qué? —preguntó el padre.
Rochi meneó la cabeza.
—Es demasiado complicado.
“Y doloroso”, agregó para sí.
—Iré arriba a tomar una ducha. —Se puso de pie.
—Rochi. ¿Has pensado en tratar de conversarlo con él? —preguntó la señora Igarzabal—. Tal
vez eso ayude.
—Lo intenté —admitió ella—. Pero él lo tomó a broma.
—Dale otra oportunidad —sugirió la madre—. Quizás él no estaba preparado la última vez.
—Quizás —Rochi se volvió y subió. Encendió la radio y fue cambiando de emisora hasta que
por fin encontró una de rock clásico.
—El siguiente tema, un clásico de uno de nuestros favoritos
—anunció el disc-jockey.
“Es un síntoma” —prensó Rochi—. Apuesto que Gaston debe estar escuchándolo en este
preciso momento. Tal vez él mismo lo pidió.”
Miró la lista de números telefónicos que había adjuntado a su boletín. Había garabateado el de
Gaston cuando él le estaba arreglando el auto y le había pedido que lo llamara si necesitaba
saber algo.
—Hola, ¿se encuentra Gaston? —preguntó. La atendió una mujer.
—No, lo siento. Ha salido —respondió la mujer con amabilidad. Debía de ser la madre de
Gaston. —Está en casa de su primo. ¿Quieres dejarle un mensaje?
—Sí. Dígale…
“Dígale que nos desencontramos”, pensó.
—Ah, no importa. Olvídelo. Gracias. —Cortó y tomó su bata de la puerta del guardarropa.
No quería escuchar música por la radio. No quería escuchar nada que le recordara a Gaston.
Tenía el corazón partido en dos, y todo por culpa de él.

1 comentario:

  1. ¿Como veras no soy rubia ? fallo tecnico de todas formas buenisimo

    ResponderEliminar