domingo, 7 de julio de 2013

Lazos capitulo 1

Capitulo 1
—¿Has notado algo diferente en Rochi? —preguntó mi primo Pablo mientras se
trepaba al árbol para sentarse junto a mí en nuestra rama favorita con vista al lago.
Me encogí de hombros no muy seguro de cómo responderle. Obviamente,
últimamente he notado cosas sobre Rochi. Como la forma en la que sus ojos tienden
a brillar cuando ríe y que bonitas lucen sus piernas cuando usa shorts. Pero de
ninguna manera voy a confesarle esas cosas a Pablo. Le diría a Rochi y ambos se
morirían de la risa.
—No —respondí, sin mirar a Pablo por miedo a que pudiera ver la mentira en mi
cara.
—Escuché a mamá hablando con papá el otro día, hablando de cómo tú y yo
empezaremos a ver a Rochi diferente muy pronto. Ella dijo que Rochi se estaba
convirtiendo en una belleza y que las cosas entre nosotros tres empezarían a
cambiar.
—No quiero que eso suceda —dijo Pablo con voz preocupada. No podía mirarlo,
en lugar de eso, mantuve mis ojos en el lago.
—Yo no me preocuparía por eso, Rochi es Rochi. Claro que ella siempre ha sido
bonita, creo, pero eso no es importante. Ella puede trepar un árbol más rápido que
cualquiera de nosotros, se prepara su carnada al pescar y sabe llenar globos con
agua como una profesional. Eso no cambiará. —Miré furtivamente a Pablo, mi
discurso sonó muy convincente, incluso a mis oídos.
Pablo sonrío y asintió.
—Tienes razón, ¿A quién le importa que tenga el cabello como algún tipo de
princesa de las hadas? Es Rochi. Hablando de globos de agua, podrían dejar de
escabullirse por la noche y lanzarlos a los coches justo fuera de mi casa, mis padres
los van a descubrir algún día y yo no podré ayudarlos.
Sonreí al pensar en Rochi, cubriéndose la boca para silenciar sus risitas furtivas ayer
por la noche, cuando nos colamos aquí para llenar los globos. A esa chica le
encantaba romper las reglas tanto como a mí.
—Escuché mi nombre. Será mejor que ustedes dos no se estén burlando de mí
debido a este estúpido sostén que mi mamá me hizo usar. Estoy harta de las
bromas. Les romperé la nariz a los dos si no paran.
La voz de Rochi me sobresaltó. Estaba de pie en la parte inferior del árbol, con un
cubo de grillos en una mano y una caña de pescar en la otra.
—¿Vamos a pescar o se van a quedar ahí mirándome como si me hubiera crecido
otra cabeza?
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ROCIO
¿Por qué no podía haber llegado a casa sin verlos? No estaba de humor para jugar
a la maldita buena samaritana para Gaston y su novia barata. A pesar de que no
estaba aquí, Pablo habría esperado que me detuviera. Con un gemido de
frustración, desaceleré y me detuve junto a Gaston, quien había puesto cierta
distancia entre él y su vomitiva novia. Al parecer vomitar no era una llamada de
apareamiento para él.
—¿Dónde está estacionada tu camioneta, Gaston? —le pregunté en el tono más
molesto que pude reunir.
Él me lanzó esa estúpida sonrisa sexy que sabía hacía a todas las mujeres de la
ciudad derretirse a sus pies. Me gustaría creer que era inmune, después de todos
esos años, pero no era así. Ser inmune al chico malo de la ciudad era imposible.
—No me digas que la perfecta pequeña Rocio Igarzabal se va a ofrecer a ayudarme —dijo, arrastrando las palabras e inclinándose para mirar a través de mi ventana
abierta.
—Pablo está fuera de la ciudad así que el privilegio recae en mí. Él no te
permitiría conducir a casa borracho y tampoco lo hare yo.
Se rió entre dientes, enviando un escalofrío de placer por mi espina dorsal. Dios.
Incluso su risa era sexy.
—Gracias hermosa, pero puedo manejar esto. Una vez que Eugenia deje de vomitar voy
a ponerla en mi camioneta. Puedo conducir las tres millas1 a su casa. Puedes irte
ahora. ¿No tienes un estudio de la Biblia en algún lugar en el que debas estar?
Discutir con él era inútil. Sólo empezaría a tirar más comentarios sarcásticos hasta
que me hubiera vuelto tan loca que no pudiera ver bien. Apreté el acelerador y
doblé en el estacionamiento. Como si fuera capaz de dejarlo y permitirle conducir a
casa bebido. Me podría enfurecer con un guiño de sus ojos y yo trabajé realmente
duro en ser amable con todos. Examiné los coches estacionados buscando su vieja
camioneta Chevrolet negra. Una vez que la vi, caminé hacia él y le tendí la mano.
—Me puedes dar las llaves de tu camioneta o puedo excavar por ellas. ¿Qué va a
ser Gaston? ¿Quieres que busque en tus bolsillos?
Una sonrisa torcida tocó su cara.
—Para ser realista, creo que sólo puedo disfrutar si buscas en mis bolsillos Rochi.
¿Por qué no vamos con la opción número dos?
El calor subió por mi cuello y manchas de color en mis mejillas. No necesitaba un
espejo para saber que estaba sonrojada como una idiota. Gaston nunca hizo
comentarios sugestivos o incluso flirteó conmigo. Resulté ser la única chica
razonablemente atractiva en la escuela que ignoró por completo.
—No te atrevas a tocarlo, perra estúpida. Las llaves están en el encendido de la
camioneta.
Eugenia la amiga con derechos de Gaston, levantó la cabeza arrojando su cabello
por encima del hombro y gruñendo hacia mí. Sus ojos
inyectados en sangre y llenos de odio me miraban como si me atreviera a tocar lo
que era suyo.
Yo no le respondí ni miré hacia Gaston. En su lugar, di la vuelta y me dirigí a su
camioneta recordándome que estaba haciendo esto por Pablo.
—Entonces vamos y entren en la camioneta —les grité a los dos antes de
deslizarme en el asiento del conductor.
Fue muy difícil no enfocarse en el hecho de que esta era la primera vez que estaba
en la camioneta de Gaston. Después de las incontables noches que pasé tirada en mi
techo con él, hablando sobre el día que nos dieran nuestras licencias de conducir y
todos los sitios a los que íbamos a ir, aquí estaba, justo ahora a los diecisiete años,
sentada en su camioneta.
Gaston levantó a Eugenia y la depositó en la parte de atrás.
—Acuéstate a menos que te sientas enferma de nuevo, entonces asegúrate de
vomitar por el lado —le espetó al abrir la puerta del conductor.
—Salta fuera princesa. Ella está a punto de desmayarse, no le importará si estoy
conduciendo.
Me aferré al volante, tensa.
—No te voy a permitir conducir. Estás arrastrando las palabras. No es necesario
que conduzcas.
Abrió su boca para discutir, luego murmuró algo que sonaba como una maldición
antes de golpear la puerta y caminar alrededor de la parte delantera de la
camioneta para entrar en el lado del pasajero. Él no dijo nada y yo no lo miré. Sin
Pablo alrededor, Gaston me ponía nerviosa.
—Estoy cansado de discutir con mujeres esta noche. Esa es la razón por la que te
dejo conducir —murmuró sin articular mal esta vez.
No era de extrañar que pudiera controlar la torpeza. El chico había estado
emborrachándose antes de que la mayoría de los chicos de nuestra edad hubiesen
probado su primera cerveza. Cuando un chico tenía una cara como la de Gaston, las
chicas mayores lo notaban. Él había sido invitado a fiestas en el campo mucho
antes que el resto de nosotros.
Me las arreglé para encogerme de hombros.
—No tendrías que discutir conmigo si no bebieras tanto.
Él dejó escapar una risa dura.
—De verdad eres la perfecta hija pequeña del predicador ¿no Rochi? Erase una
vez… tú eras la más divertida, antes de que empezaras a besuquearte con Pablo,
nosotros solíamos pasar buenos momentos juntos.
Él me miraba por una reacción. Sabiendo que sus ojos estaban en mí, hacía difícil
concentrarse en la conducción.
—Tú fuiste mi pareja en el crimen Rochi. Pablo era el chico bueno. Pero nosotros
dos, nosotros éramos los alborotadores, ¿Qué pasó?
¿Cómo responder a eso? Nadie conoce a la niña que solía robar goma de mascar
Stop o secuestrar al chico de los periódicos para atarlo así podría tener
todos sus periódicos y sumergirlos en pintura azul, antes de dejarlos en los
escalones de las casas. Nadie conocía a la chica que escapó de su casa a las dos de
la mañana para ir a lanzar metros de papel higiénico y globos de agua a los coches
desde detrás de los arbustos. Nadie se creería que había hecho esas cosas si les
dijera… nadie excepto Gaston.
—Crecí —respondí finalmente.
—Tú cambiaste completamente Rochi.
—Éramos niños, Gaston. Sí, tú y yo nos metíamos en problemas y Pablo nos sacaba
del apuro, pero éramos sólo niños. Soy diferente ahora.
Por un momento, él no respondió. Se removió en su asiento y sabía que su mirada
ya no estaba enfocada en mí.
Nunca habíamos tenido esta conversación antes. Incluso si se sentía incómodo, yo
sabía que era necesario. Pablo siempre se interponía en el camino de Gaston y yo
reparando nuestros muros. Muros que se derrumbaron y nunca supe por qué. Un
día él era Gaston, mi mejor amigo. El día siguiente, él sólo era el primo de mi novio.
—Echo de menos a esa chica, ya sabes. Ella era emocionante. Sabía cómo divertirse.
La pequeña hija perfecta del predicador que tomó su lugar apesta.
Sus palabras me hieren. Tal vez porque venían de él o tal vez porque entendía lo
que estaba diciendo. No fue como si nunca hubiera pensado en esa chica. Lo
odiaba por hacerme extrañarla también. He trabajado muy duro para mantenerla
encerrada, lejos. Tener a alguien que realmente la quiere suelta hace mucho más
difícil mantenerla bajo control.
—Prefiero ser hija de un predicador a una prostituta borracha que vomita en sí
misma —solté antes de poder detenerme.
Una risa baja me sorprendió y miré como Gaston se hundió lo suficientemente bajo
en su asiento para que su cabeza descansara en el cuero gastado en lugar de la
dura ventana detrás de él.
—Supongo que no eres completamente perfecta. Pablo nunca llama a alguien un
nombre. ¿Sabe él que usas la palabra puta?
Esta vez agarré el volante con tanta fuerza que mis nudillos se volvieron blancos.
Él estaba tratando de hacerme enfadar y estaba haciendo un trabajo fabuloso. No
tenía respuesta a su pregunta. La verdad es que Pablo se sorprendería de que
hubiera llamado a alguien puta. Especialmente a la novia de su primo.
—Relájate Rochi, no es como si yo fuera a decirle. He estado guardando tus secretos
por años. Me gusta saber que mi Rochi todavía está ahí en alguna parte, debajo de
esa fachada perfecta.
Yo me negué a verlo. Esta conversación fue a parar a un lugar al que no quería que
fuera.
—Nadie es perfecto. Yo no pretendo serlo.
Lo que era mentira y ambos lo sabíamos. Pablo era perfecto y he trabajado duro
para ser digna de él. Todo el pueblo sabía que me quedaba corta con la brillante
reputación de Pablo.
Gaston soltó una corta y dura carcajada.
—Sí, Rochi, tú pretendes serlo.
Entré en el camino de Eugenia. Gaston no se movió.
—Ella se desmayó. Vas a tener que ayudarla. —Le susurré asustada de que él
oyera el dolor en mi voz.
—¿Quieres que ayude a una prostituta vomitona? —preguntó con tono divertido.
Suspiré y finalmente miré hacia él. Me recordaba a un ángel caído con la luz de la
luna arrojando un resplandor en su pelo rubio besado por el sol. Sus párpados eran
más pesados que de costumbre y sus espesas pestañas casi ocultaban el color
debajo.
—Ella es tu novia, ayúdala. —Logré sonar enfadada.
Cuando me permitía estudiar a Gaston así de cerca, era duro tener una discusión con
él. Todavía podía ver al niño que una vez había pensado en colgarse de la luna,
mirándome. Nuestro pasado siempre estaría allí impidiéndonos estar realmente
cerca de nuevo.
—Gracias por recordármelo —dijo alcanzando la manilla de la puerta sin romper
el contacto visual conmigo.
Dejé caer la mirada para estudiar mis manos dobladas en mi regazo. Eugeniaandaba
a tientas en la parte trasera de la camioneta haciendo que se agitara suavemente,
recordándonos que estaba allí. Después de unos momentos más en silencio, él por
fin abrió la puerta. Gaston llevó el cuerpo inerte de Eugenia a la puerta y llamó. Se
abrió y entró.
Me preguntaba quién abrió la puerta. ¿Fue la madre de Eugenia? ¿Le preocupaba
que su hija estuviera desmayada borracha? ¿Estaba dejando a Gaston llevarla a su
habitación? ¿Gaston se quedaría con ella? ¿Gatearía en su cama con ella y caería
dormido? Reapareció en la puerta antes de que mi imaginación se dejara llevar
demasiado lejos. Una vez que estaba de vuelta en el interior de la camioneta la
manipulé y la dirigí hacia el parque de remolques donde vivía.
—Así que dime Rochi, ¿es tu insistencia de llevar a casa al borracho y a su novia
prostituta, porque eres la perpetua chica buena que ayuda a todo el mundo?
Porque yo sé que no te gusto mucho, así que tengo curiosidad de por qué quieres
asegurarte de que llegue a casa a salvo.
—Gaston, eres mi amigo. Por supuesto que me gustas. Hemos sido amigos desde que
teníamos cinco años. Claro, ya no pasamos más el rato o vamos a aterrorizar a los
vecinos juntos, pero todavía me preocupo por ti.
—¿Desde cuándo?
—¿Desde cuándo qué?
—¿Desde cuándo te preocupas por mi?
—Esa es una pregunta estúpida Gaston. Tú sabes que yo siempre he cuidado de ti. —Le contesté. A pesar de que sabía que él no dejaría una respuesta tan vaga pasar.
La verdad es que ya nunca hablaba con él, Eugenia estaba normalmente envuelta
alrededor de alguna parte de su cuerpo y cuando me hablaba era siempre para
hacer algún comentario sarcástico.
—Casi no reconoces mi existencia —respondió.
—Eso no es cierto.
Se rió entre dientes.
—Nos sentamos uno al lado del otro en historia todo el año y tú casi nunca
volteabas a verme. En el almuerzo no me miras y me siento en la misma mesa que
tú. Estamos en el campo después de los partidos cada fin de semana y si alguna
vez diriges tu superior mirada en mi dirección es normalmente con una expresión
de asco. Por lo tanto, estoy un poco sorprendido de que todavía me consideres un
amigo.
Los grandes árboles de roble señalaban la vuelta en el parque de caravanas en el
que Gaston había vivido toda la vida. La rica belleza de los paisajes del sur por el
camino de grava era engañosa. Una vez que pasé los grandes árboles, el paisaje
cambió drásticamente: resistentes caravanas con coches viejos en bloques y
juguetes maltratados dispersos por el patio, más de una ventana estaba cubierta
por madera o plástico. No me asombré de lo que me rodeaba. Incluso el hombre
sentado en su porche a unos pasos, en nada más que su ropa interior y un cigarrillo
colgando de su boca no me sorprendió. Conocía este parque de caravanas bien, era
una parte de mi infancia. Llegué a una parada enfrente del remolque de Gaston.
Sería más fácil creer que era el alcohol hablando, pero yo sabía que no lo era. No
habíamos estado a solas en más de cuatro años. Desde el momento en el que me
convertí en la novia de Pablo, nuestra relación había cambiado. Tomé una
respiración profunda, después volví a mirar a Gaston.
—Nunca hablo en clases, a nadie más que al profesor. Tú nunca me hablas en el
almuerzo así que no hay razón para mirar en tu dirección, atraer tu atención lleva a
que te burles de mí. Y en el campo, no te estoy mirando con desprecio. Estoy
mirando a Eugenia con disgusto. En verdad podrías hacerlo mucho mejor que ella.
—Me paré antes de decir algo estúpido.
Él inclinó la cabeza hacia un lado como si me estudiara.
—No te gusta mucho Eugenia ¿no? No tienes que preocuparte sobre su ligue con
Pablo. Él sabe lo que tiene y no va a estropearlo. Eugeniaole no puede competir
contigo.
¿Eugenia sentía algo por Pablo? Ella era normalmente apabullante con Gaston.
Nunca me había dado cuenta de que le gustara Pablo. Sabía que tuvieron algo en
séptimo grado de un par de semanas pero eso fue en la escuela secundaria. En
realidad no cuenta. Además estaba con Gaston. ¿Por qué iba a estar interesada en
alguien más?
—Yo no sabía que le gustaba Pablo —respondí, todavía no segura de si lo creía.
Pablo no era su tipo.
—Pareces sorprendida —dijo Gaston.
—Bueno, lo estoy en realidad. Quiero decir, ella te tiene. ¿Por qué quiere a Pablo?
Una sonrisa de satisfacción apareció en sus labios haciendo que sus ojos
se encendieran. No había querido decir algo que él pudiera malinterpretar
de la forma en la que, obviamente, lo estaba haciendo. Alargó la mano hacia la
manija de la puerta antes de detenerse y mirar hacia mí.
—No sabía que mis bromas te molestaban Rochi. Pararé.
Eso no había sido lo que esperaba que dijera. Incapaz de pensar en una respuesta
me senté allí sosteniendo su mirada.
—Voy a cambiar tu coche de nuevo antes de que tus padres vean mi camioneta en
tu casa por la mañana.
Salió de la camioneta y lo vi caminar hacia la puerta de su remolque con uno de los
más sexys pavoneos conocidos por el hombre.
Gaston y yo necesitábamos tener esta charla, incluso si mi imaginación se va a
enloquecer con él por un tiempo. Mi atracción secreta por el chico malo de la
ciudad tenía que permanecer oculta.
A la mañana siguiente encontré mi coche estacionado en el camino de entrada
como había prometido, con una nota entre los limpia parabrisas. Llegué a ella y
una pequeña sonrisa tocó mis labios.
“Gracias por lo de anoche, te he echado de menos”, él había firmado simplemente

con “G”.

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