domingo, 14 de julio de 2013

Lazos capitulo 3

Capitulo 3
GASTON
Si me hubiera tomado el tiempo alguna vez de preguntarme acerca de mi alma
siendo tan negra como parecía este pueblo, sabría en el preciso momento en que
Rocio salió de su pequeño Jetta blanco, viéndose como un ángel del Paraíso que
mi alma estaba condenada al infierno. Cuando envié el mensaje diciéndole que nos
viéramos era para recordarme cuan intocable era ella. Pensé que viendo su “no
por respuesta habría sido el “despierta” que necesitaba para dejar de obsesionarme
con ella. En vez de eso ella aceptó y el pulso de mi estúpido y negro corazón se
disparó al verla. Vi el titubeo de sus pies cuando sus bonitos ojos se
encontraron con los míos. Lo que más quería era caminar hacia ella y asegurarle
que iba a ser bueno. Sólo hablar con ella y ver la forma en la que sus ojos lucen
cuando se ríe o la manera en que se muerde el labio cuando está nerviosa. Pero no
podía hacer lo que deseaba. Ella no era mía. No ha sido mía por un largo tiempo.
Ella no debería estar aquí y yo no debería habérselo pedido. Así que en vez de
aclararle las cosas como quería, seguí apoyado contra el árbol viéndome como el
demonio y esperando que ella se volviera y echara a correr.
Ella comenzó a caminar hacia mí y sus perfectos y blancos dientes atraparon su
labio inferior entre ellos. Varias veces he tenido fantasías sobre esos labios. Ella
apenas había cubierto sus bronceadas piernas con unos shorts que me
hicieron querer ir a la iglesia este sábado sólo para agradecerle a Dios por haberla
creado.
—¡Oye! —dijo ella, ruborizándose.
Demonios, ella era fantástica. Nunca he envidiado nada que tuviera Pablo. Lo
quería como a un hermano, era la única familia que verdaderamente amaba.
Cuando él destacó yo silenciosamente le eché porras. Él estuvo ahí a mi lado a
través de una dura niñez, rogándole a sus padres que me dejaran dormir en su
casa las noches en las que estaba demasiado asustado para volver al oscuro y vacío
tráiler. Él siempre ha tenido lo que yo no: los padres perfectos, hogar, una vida,
pero nada de eso importaba porque yo tenía a Rocio. Seguro, los tres éramos
amigos, pero Rocio siempre fue mía. Ella siempre fue mi aliada, la persona a la
que le he contado todos mis sueños y miedos, mi alma gemela. Después, como
todo en la perfecta vida de Pablo, obtuvo a mi chica. La única cosa que podía
llamar “mía” se convirtió en “de él”.
—Viniste —dije, finalmente. Su rubor se profundizó.
—Sí, aunque no estoy segura por qué.
—Yo tampoco —respondí, ya que estábamos siendo honestos.
Ella dio un gran respiro, y puso sus manos en sus Caderas. Una pose innecesaria
para ella cuando un bikini era la única cosa que cubría su delantera. La
vista era demasiado estimulante para lo que necesitaba así que aparté la mirada de
su escote.
—Mira Gaston, estoy aburrida y sola sin Pablo. Candela está trabajando de mesara
con Vicco. Pienso que me gustaría que fuéramos… amigos. Fuiste mi mejor
amigo durante ocho años de mi vida. Me gustaría volver a eso.
—Ok —dije, agarrando mi camiseta y pasándomela sobre la cabeza para
quitármela—. Nademos.
No volteé para ver si ella salía de esos diminutos shorts. Parte de mí quería
observarla quitárselos pero la otra parte sabía que mi corazón no se las arreglaría al
verla salir de aquella cosa. Mi corazón podrá ser negro pero aún podía sufrir un
ataque.
Corrí y alcancé la cuerda colgante y por un momento fui un niño de nuevo
volando sobre el lago. Cuando mi cabeza emergió, volteé hacia la orilla con la
esperanza de echar un vistazo. Los shorts se habían ido y Rocio estaba
caminando hacia la cuerda. Esta no era la primera vez que la veía en un bikini pero
era la primera vez que me había permitido a mi mismo disfrutar de la vista.
Mi corazón empezó a golpear contra mi pecho pero no pude quitarle la mirada de
encima mientras agarraba la cuerda y se balanceaba sobre el agua y después daba
una voltereta perfecta. Me tomó tres largas tardes enseñarle como tirarse de la
cuerda y aterrizar suavemente en el agua. Ella tenía ocho años y estaba empeñada
en hacer todo lo que Pablo y yo hacíamos.
La cabeza de Rocio salió del agua y se inclinó hacia atrás mientras sus manos
acomodaban sus rizos húmedos fuera de su rostro.
—No está tan fría como esperaba —dijo, con una sonrisa de triunfo.
—Hoy estamos a 96°5 y subiendo, antes de que acabe el mes esto se sentirá como el
agua de una bañera. —Hice el esfuerzo de no parecer hipnotizado por la forma en
la que sus largas pestañas se acomodaban en picos por el agua.

—Sí, lo recuerdo. He pasado tantos veranos como tú en este lago —dijo, como
tratando de recordarnos a ambos en el lago de quien estábamos nadando en este
momento. Quería que se sintiera cómoda conmigo. Si hablar de Pablo ayudaba,
hablaría sobre él. Además, no estaría de más que recordara a quién pertenecía ella.
—Punto para ti. Lo lamento, esta nueva Rocio no encaja con la Rochi que conocí
una vez. Generalmente olvido que la novia perfecta de Pablo es la misma chica
que empezaba peleas conmigo en el lodo de la orilla.
—Me gustaría que dejaras de actuar como si yo fuera una persona diferente, Gaston.
Crecí pero aún soy la misma chica. Además tú también has cambiado. El antiguo
Gaston no me hubiera ignorado completamente porque estaba muy ocupado
besuqueándose con su noviecita como para notar mi existencia.
—No, pero el antiguo Gaston no era sexy —repliqué con un guiño y le lancé agua a
la cara. Su risa familiar hizo que mi pecho doliera un poco.
—Punto para ti. Supongo que tener a alguien como Eugenia encima de ti distrae un
poco. Puedo ver el rango dónde se ubica una vieja amiga debajo de echar un
polvo.
Si hubiera sabido que Rocio quería mi atención en algún momento, hubiera
hecho a Eugeniaole a un lado y le hubiera dedicado mi completa atención. Pero la
mayoría del tiempo ella estaba enredada en los brazos de Pablo y yo necesitaba la
distracción que Eugenia me proporcionaba.
—Eugenia no es tan modesta —respondí, dejándola sentir culpable.
El hoyuelo con el que siempre he estado fascinado desde el día en el que conocí a
Rocio apareció mientras ella me dedicaba una gran sonrisa.
—Eugenia no conoce la definición de la palabra modestia. Ahora que, la palabra
vulgar, estoy muy segura de que tiene su definición en la punta de la legua.
¿Eran mis deseos hablando o sonaba algo celosa de Eugenia?
—Eugenia no es tan mala, sólo persigue lo que quiere —dije, esperando probar la
reacción de Rocio. Una expresión de molestia apareció en su rostro y se puso
rígida. No pude contener la sonrisa que se formó en mis labios. Me gustaba el
hecho de que le molestara que yo defendiera a Eugenia.
—Tienes mal gusto en mujeres Gaston Dalmau —dijo.
La miré nadar hacia el muelle y salir para sentarse en la orilla, dándome la
extremadamente placentera vista de su poco cubierto trasero. Me tomó algunos
minutos recordar de qué habíamos estado hablando. El cuerpo mojado de Rocio
era lo único en lo que mi mente parecía enfocada. Sacudí mi cabeza para aclarar
mis pensamientos y recordé su comentario sobre mi mal gusto en mujeres.
—Supongo que Pablo tiene mejor gusto, ¿no? —le pregunté y nadé hacia ella.
Ella frunció el ceño y mordió su labio inferior. Esa no era la reacción que estaba
esperando. Quería hacerla reír.
—Tal vez porque yo no lo enredo en público pero los dos sabemos que él lo puede
hacer mejor.
¿Qué demonios significaba eso?
—Eso crees tú. —Me las arreglé para sonar casual.
Ella miró hacia mí con una pequeña sonrisa triste. El sol de la tarde estada justo al
lado de ella, ocasionando que los largos rizos rubios que rodeaban su cabeza
empezaran a brillar levemente. El efecto la hizo parecer el ángel que aparentaba
ser. Intocable a menos de que fueras el perfecto Pablo.
—No soy ciega, Gaston. No digo que yo piense que soy fea. Sé que soy pasablemente
linda. Tengo un buen cabello y mi complexión no es mala. No tengo grandes ojos
azules o largas pestañas pero mis ojos no están mal. No soy emocionante o
llamativa. Pablo es perfecto. Algunas veces es difícil creer que me quiera.
Me alejé de ella temeroso de que la expresión incrédula de mi rostro dijera más de
lo que ella necesitaba saber. Quería decirle como sus ojos hacían que los
chicos la quisieran defender o la manera en la que sus dulces labios rosas eran
hipnotizantes; o cómo ese simple hoyuelo causaba que mi pulso se disparara.
Quería puntualizar como esas largas y bronceadas piernas causaban que los chicos
enloquecieran y que cuando usaba esas ajustadas blusas combatía contra la
urgencia de taparla para que ningún tipo que la viera quisiera ir a casa para
hacerse una paja con su imagen en la cabeza. Pero no podía decir ninguna de esas
cosas. Forzando mi expresión para verse casual, la miré.
—No creo que te des el crédito que mereces. Pablo no te eligió por la manera en
la que te ves. —Eso era todo lo que necesitaba decir.
Ella suspiró y miró sus manos. Tuve que volver mi cabeza antes de que mis ojos
empezaran a avanzar más allá de su escote.
—No soy siempre buena. De verdad me esfuerzo en serlo. Quiero ser digna de
Pablo, de verdad, pero es como si esta otra yo dentro de mí tratara de salir. La
combato pero no soy buena en ello todo el tiempo. Pablo tiene que mantenerme a
raya.
¿Mantenerla a raya? Me obligué a mi mismo a relajar mis manos que se habían
convertido en puños. ¿Pablo la había hecho pensar que había algo mal en ella?
Seguro que él no sabía que ella se sentía de esta manera.
—Rochi, no has sido más que perfecta desde que decidiste madurar. Seguro, tú
acostumbrabas ayudarme a poner ranas en los buzones de la gente, pero esa niña
se ha ido. Querías ser perfecta y lo has logrado.
Ella rió amargamente. Me permití verla. El hoyuelo estaba ahí mientras ella veía
hacia el agua.
—Si tú supieras. —Fue todo lo que dijo.
—Dime. —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—¿Por qué?
—Porque me gustaría saber que no eres tan perfecta. Me gustaría saber que la chica
que alguna vez conocí sigue aún ahí por alguna parte.
Ella volvió a reír y apoyó su cabeza sobre sus rodillas.
—De ninguna manera voy a admitir mis errores contigo. Considerando que la
mayoría de ellos están en mi cabeza y nunca los he resuelto.
—No te pido que me reveles todos tus oscuros secretos, Rochi. Sólo quiero saber qué
es lo que pudiste haber hecho tan mal para que creas que Pablo tiene que ser
estricto contigo.
Sus mejillas se volvieron rosas pero ella mantuvo la mirada donde estaba. Después
de unos minutos de silencio me paré y me estiré.
—Está bien. En realidad no necesito que me digas que a veces olvidas ir al asilo
cada semana. —Empecé a caminar enojado conmigo mismo por sonar como idiota.
—Esas son cosas que Pablo tiene que ayudarme a recordar… pero en realidad no
me refería a eso.
Ella lo dijo tan bajo que casi no la escucho. Me detuve y volteé hacia ella. Ella me
miraba fijamente a través de sus pestañas mojadas.
—Soy como cualquier chica adolescente. Envidio a Eugenia porque ella puede ser
quien quiere ser. Yo no. Pero no es culpa de Pablo. Nunca he sido capaz de
oponerme a esos impulsos. Mis padres esperan que sea buena.
—¿Quieres ser como Eugenia? —dije, con horror.
Ella se rió y sacudió la cabeza.
—No exactamente. No deseo vomitar en mi misma, y ser cargada dentro de mi
casa, ebria… o ser conocida como una zorra. Pero por una vez me gustaría saber
qué se siente dar más que un beso. Ser tocada. —Ella paró y volvió su mirada hacia
el agua—. Tal vez sólo para saber cómo se siente la excitación de salir a escondidas
de mi casa o saber que se siente ser querida por alguien tan desesperadamente que
no se pueda controlar al besarme. Tal vez, sólo sentirse deseada. —Ella paró de
nuevo y puso sus manos sobre su cara—. Por favor olvida todo lo que dije.
Dejó que sus manos cayeran de su rostro y volvió su mirada culpable hacia mí. La
expresión vacía en sus ojos estaba matándome. Quería asegurarle que nada estaba
mal con ella. Quería prometerle que le demostraría exactamente cuan loco me
traía. Ella se quedó parada.
—Así que ya conoces mis secretos, Gaston. Así como en los viejos tiempos. Creo que
eso nos hace amigos de nuevo ¿eh? —La sonrisa en sus labios tembló.

—Sí, lo hace.

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