Capitulo 27
Mi madre había
dejado encendida una de las luces del salón, pero, afortunadamente,
ella y Aleli estaban dormidas. Yo cogí mi pijama, lo llevé al
lavabo y me tome la ducha más caliente que pude
soportar. Mientras permanecía debajo del chorro de agua hirviendo,
frote con fuerza las manchas rojas de mis piernas. El calor calmó
los dolores debidos a la tensión y dejé que el agua cayera sobre mí
hasta que ya no quedó ningún rastro de Gabo sobre mi piel. Cuando
salí de la ducha, parecía que me hubieran dado un hervor.
Me puse el pijama
y me fui a la habitación, donde Aleli empezaba a
agitarse en la cuna. Yo, con una sensación de ardor entre las
piernas, corrí a preparar un biberón. Cuando regresé al
dormitorio, Aleli ya estaba despierta, aunque en esta ocasión no
lloraba, sino que me esperaba con paciencia, como si supiera que yo
necesitaba algo de tolerancia. Camino de la mecedora, ella alargó
sus rechonchos bracitos y me rodeó el cuello con ellos.
Aleli olía a champú
y a crema para bebés. Olía a inocencia. Su cuerpecito se acomodó
al mío con exactitud y sus dedos tamborilearon sobre la mano con la
que yo sujetaba el biberón. Sus ojos verdeazulados se fijaron en los
míos y yo balanceé la mecedora con lentitud, como a ella le
gustaba. Con cada balanceo, la tensión que experimentaba en el
pecho, en la garganta y en la cabeza se fue desvaneciendo y las
lágrimas brotaron por los bordes de mis párpados. Nadie más en la
Tierra, ni mi madre, ni siquiera Gastón, podría haberme consolado
como lo hizo Aleli. Agradecida por el alivio que me proporcionaban
las lágrimas, seguí llorando mientras alimentaba a mi hermana.
En lugar de volver a dejar
a Aleli en la cuna, la metí en la cama conmigo, en el lado de la
pared. Tina me había advertido que no hiciera esto nunca, pues,
según ella, Aleli nunca más querría dormir sola en la cuna.
Como de costumbre, Tina
tenía razón. Desde aquella noche, Aleli insistió en dormir conmigo
y estallaba en berridos cada vez que yo intentaba ignorar su
petición. La verdad es que a mí me encantaba dormir con ella; las
dos abrazadas debajo de la colcha estampada con rosas. Yo pensé que,
si yo la necesitaba a ella y ella me necesitaba a mí, como hermanas
teníamos derecho a consolarnos la una a la otra.
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Gabo y yo no dormíamos
juntos con frecuencia, tanto por la falta de oportunidades, pues
ninguno de los dos disponía de casa propia, como por el hecho de que
resultaba obvio que, por mucho que disimulara, yo no disfrutaba. Gabo se marchaba a Baylor dentro de quince
días y habíamos
decidido que resultaría poco práctico continuar saliendo de una
forma exclusiva mientras él estudiaba en la universidad. En realidad
no se trataba de una separación total, pues habíamos acordado que
podía venir a verme cuando volviera a casa, durante las vacaciones.
Yo experimentaba
sentimientos encontrados respecto a la marcha de Gabo. Una parte de
mí deseaba la libertad que recuperaría. Los fines de semana
volverían a pertenecerme y no tendría que acostarme con él. Por
otro lado, me sentiría sola sin él.
Decidí que volcaría toda
mi atención y energías en Aleli y en los deberes escolares. Sería
la mejor hermana, hija, amiga, estudiante..., el ejemplo perfecto de
una joven responsable.
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El Día del Trabajo fue un
día húmedo. Mi madre, Aleli y yo
llegamos a las siete. Habíamos planeado cenar allí e ir a ver a
Tina, Yo empujaba el carrito de Aleli por el polvoriento
terreno y me reía al ver cómo ella movía la cabeza de un lado a
otro mientras seguía con la mirada las ristras de luces de colores
que se extendían por el interior de la carpa central de la comida.
Una mezcla de olores
flotaba en el aire: colonia, olores corporales, tabaco, cerveza,
fritos, animales, heno húmedo, polvo y maquinaria.
Mi madre y yo
decidimos comer maíz frito, pincho de cerdo y patatas fritas. Yo le di a Aleli compota
de manzana que llevaba en un frasco.
Cuando terminamos de
comer, nos limpiamos las manos con toallitas de bebé y nos dirigimos
a la caseta de Tina. Esperamos con calma a que terminara de darle el cambio a
un cliente.
Oímos una voz a nuestras
espaldas.
—¡Eh, hola!
Mi madre y yo nos
dimos la vuelta y la expresión se me heló en el rostro cuando vi a
Juan Cruz,
—¡Hola, Juan !
—respondió mi madre, quien había cogido a Aleli en brazos e
intentaba soltar sus deditos de un mechón largo de su cabello.
Mi madre estaba tan guapa,
con sus brillantes ojos verdes y su amplia sonrisa... que sentí un
estremecimiento de malestar al ver la reacción de Cruz.
—¿Quién es esta
gordita? —preguntó él con un acento tan exagerado que casi no
pronunció las consonantes le hizo cosquillas a Aleli en la
barbilla y ella sonrió abiertamente. Al ver el dedo de Cruz junto a
la piel inmaculada de mi hermana, sentí deseos de cogerla y salir
corriendo como una exhalación—. ¿Ya habéis comido? —preguntó
Cruz a mi madre.
—Sí, ¿y tú? —contestó
ella sin dejar de sonreír.
—Estoy lleno como una
garrapata —contestó él mientras daba unas palmaditas en su
abultado estómago.
Aunque no había nada ni
remotamente gracioso en su comentario, para mi sorpresa mi madre se
echó a reír y lo miró de una forma que envió un escalofrío por
mi espalda. Su mirada, su postura, la forma en que colocó un mechón
de su cabello detrás de su oreja..., todo constituía una
invitación.
—Pronto empezará
la monta de toros —explicó Cruz . Yo he reservado un palco en
primera fila, ¿por qué no venís a verlo conmigo?
—No, gracias —respondí
yo de inmediato.
Mi madre me lanzó una
mirada reprobatoria. Yo sabía que mi respuesta había sido ruda,
pero no me importaba.
—Nos encantará
—respondió mi madre—, si el bebé no te molesta.
—Demonios, no, ¿cómo
podría molestarme un bomboncito como éste?
—Yo no quiero ver la
monta de toros —solté.
Mi madre exhaló un
soplido exasperado.
—Valeria, si estás de
mal humor, no la tomes con los demás. ¿Por qué no vas a ver si
encuentras a alguna de tus amigas?
—Estupendo, me llevaré
a Aleli.
Enseguida me di cuenta de
que no tenía que haberlo dicho de aquella manera, con un deje
posesivo en la voz. Si se lo hubiera pedido, mi madre me lo habría
permitido. Sin embargo, ella entornó los ojos y declaró:
—Aleli estará bien
conmigo. Ve tú. Nos encontraremos aquí dentro de una hora.
Yo me alejé de allí
echando humo.
Deambulé por los
tenderetes contemplando el despliegue de frascos de confituras,
salsas, camisetas decoradas con bordados y lentejuelas y demás
artículos y me detuve frente a un puesto de joyería.
Las únicas joyas que yo
poseía eran unos pendientes de perlas de mi madre y una pulsera fina
de oro que Gabo me había regalado por Navidad. Y un armadillo de plata llamó mi atención.
Los armadillos han sido
siempre mis animales favoritos, cogí el armadillo de
plata y le pregunté a la vendedora cuánto costaba junto con una
cadena para el cuello. Ella me contestó que costaba veinte dólares.
Antes de que pudiera sacar el monedero, alguien, detrás de mí, le
tendió a la vendedora un billete de veinte dólares.
—Yo lo pagaré —oí
que decía una voz que me resultaba familiar.
Yo me di la vuelta tan
deprisa que él tuvo que sujetarme por los codos para que no perdiera
el equilibrio
.
—¡Gastón!
Continuara...
*Mafe*

Y me lo dejas ahí! Que mala!!!! Espero el próximo cap con muchas ansias!! Se pone interesante. Jajaja..
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