viernes, 12 de julio de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 27




Capitulo 27

Mi madre había dejado encendida una de las luces del salón, pero, afortunadamente, ella y Aleli estaban dormidas. Yo cogí mi pijama, lo llevé al lavabo y me tome la ducha más caliente que pude soportar. Mientras permanecía debajo del chorro de agua hirviendo, frote con fuerza las manchas rojas de mis piernas. El calor calmó los dolores debidos a la tensión y dejé que el agua cayera sobre mí hasta que ya no quedó ningún rastro de Gabo sobre mi piel. Cuando salí de la ducha, parecía que me hubieran dado un hervor.
Me puse el pijama y me fui a la habitación, donde Aleli empezaba a agitarse en la cuna. Yo, con una sensación de ardor entre las piernas, corrí a preparar un biberón. Cuando regresé al dormitorio, Aleli ya estaba despierta, aunque en esta ocasión no lloraba, sino que me esperaba con paciencia, como si supiera que yo necesitaba algo de tolerancia. Camino de la mecedora, ella alargó sus rechonchos bracitos y me rodeó el cuello con ellos.

Aleli olía a champú y a crema para bebés. Olía a inocencia. Su cuerpecito se acomodó al mío con exactitud y sus dedos tamborilearon sobre la mano con la que yo sujetaba el biberón. Sus ojos verdeazulados se fijaron en los míos y yo balanceé la mecedora con lentitud, como a ella le gustaba. Con cada balanceo, la tensión que experimentaba en el pecho, en la garganta y en la cabeza se fue desvaneciendo y las lágrimas brotaron por los bordes de mis párpados. Nadie más en la Tierra, ni mi madre, ni siquiera Gastón, podría haberme consolado como lo hizo Aleli. Agradecida por el alivio que me proporcionaban las lágrimas, seguí llorando mientras alimentaba a mi hermana.

En lugar de volver a dejar a Aleli en la cuna, la metí en la cama conmigo, en el lado de la pared. Tina me había advertido que no hiciera esto nunca, pues, según ella, Aleli nunca más querría dormir sola en la cuna.

Como de costumbre, Tina tenía razón. Desde aquella noche, Aleli insistió en dormir conmigo y estallaba en berridos cada vez que yo intentaba ignorar su petición. La verdad es que a mí me encantaba dormir con ella; las dos abrazadas debajo de la colcha estampada con rosas. Yo pensé que, si yo la necesitaba a ella y ella me necesitaba a mí, como hermanas teníamos derecho a consolarnos la una a la otra.

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Gabo y yo no dormíamos juntos con frecuencia, tanto por la falta de oportunidades, pues ninguno de los dos disponía de casa propia, como por el hecho de que resultaba obvio que, por mucho que disimulara, yo no disfrutaba. Gabo se marchaba a Baylor dentro de quince días y  habíamos decidido que resultaría poco práctico continuar saliendo de una forma exclusiva mientras él estudiaba en la universidad. En realidad no se trataba de una separación total, pues habíamos acordado que podía venir a verme cuando volviera a casa, durante las vacaciones.

Yo experimentaba sentimientos encontrados respecto a la marcha de Gabo. Una parte de mí deseaba la libertad que recuperaría. Los fines de semana volverían a pertenecerme y no tendría que acostarme con él. Por otro lado, me sentiría sola sin él.

Decidí que volcaría toda mi atención y energías en Aleli y en los deberes escolares. Sería la mejor hermana, hija, amiga, estudiante..., el ejemplo perfecto de una joven responsable.

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El Día del Trabajo fue un día húmedo. Mi madre, Aleli y yo llegamos a las siete. Habíamos planeado cenar allí e ir a ver a Tina,  Yo empujaba el carrito de Aleli por el polvoriento terreno y me reía al ver cómo ella movía la cabeza de un lado a otro mientras seguía con la mirada las ristras de luces de colores que se extendían por el interior de la carpa central de la comida.

Una mezcla de olores flotaba en el aire: colonia, olores corporales, tabaco, cerveza, fritos, animales, heno húmedo, polvo y maquinaria.
Mi madre y yo decidimos comer maíz frito, pincho de cerdo y patatas fritas. Yo le di a Aleli compota de manzana que llevaba en un frasco. 

Cuando terminamos de comer, nos limpiamos las manos con toallitas de bebé y nos dirigimos a la caseta de Tina. Esperamos con calma a que terminara de darle el cambio a un cliente.
Oímos una voz a nuestras espaldas.

—¡Eh, hola!

Mi madre y yo nos dimos la vuelta y la expresión se me heló en el rostro cuando vi a Juan Cruz, 
—¡Hola, Juan ! —respondió mi madre, quien había cogido a Aleli en brazos e intentaba soltar sus deditos de un mechón largo de su cabello.

Mi madre estaba tan guapa, con sus brillantes ojos verdes y su amplia sonrisa... que sentí un estremecimiento de malestar al ver la reacción de Cruz.

¿Quién es esta gordita? —preguntó él con un acento tan exagerado que casi no pronunció las consonantes le hizo cosquillas a Aleli en la barbilla y ella sonrió abiertamente. Al ver el dedo de Cruz junto a la piel inmaculada de mi hermana, sentí deseos de cogerla y salir corriendo como una exhalación—. ¿Ya habéis comido? —preguntó Cruz a mi madre.
—Sí, ¿y tú? —contestó ella sin dejar de sonreír.
—Estoy lleno como una garrapata —contestó él mientras daba unas palmaditas en su abultado estómago.

Aunque no había nada ni remotamente gracioso en su comentario, para mi sorpresa mi madre se echó a reír y lo miró de una forma que envió un escalofrío por mi espalda. Su mirada, su postura, la forma en que colocó un mechón de su cabello detrás de su oreja..., todo constituía una invitación.

Pronto empezará la monta de toros —explicó Cruz . Yo he reservado un palco en primera fila, ¿por qué no venís a verlo conmigo?
—No, gracias —respondí yo de inmediato.

Mi madre me lanzó una mirada reprobatoria. Yo sabía que mi respuesta había sido ruda, pero no me importaba.

—Nos encantará —respondió mi madre—, si el bebé no te molesta.
—Demonios, no, ¿cómo podría molestarme un bomboncito como éste?
—Yo no quiero ver la monta de toros —solté.

Mi madre exhaló un soplido exasperado.

—Valeria, si estás de mal humor, no la tomes con los demás. ¿Por qué no vas a ver si encuentras a alguna de tus amigas?
—Estupendo, me llevaré a Aleli.

Enseguida me di cuenta de que no tenía que haberlo dicho de aquella manera, con un deje posesivo en la voz. Si se lo hubiera pedido, mi madre me lo habría permitido. Sin embargo, ella entornó los ojos y declaró:

—Aleli estará bien conmigo. Ve tú. Nos encontraremos aquí dentro de una hora.

Yo me alejé de allí echando humo.


Deambulé por los tenderetes contemplando el despliegue de frascos de confituras, salsas, camisetas decoradas con bordados y lentejuelas y demás artículos y me detuve frente a un puesto de joyería.

Las únicas joyas que yo poseía eran unos pendientes de perlas de mi madre y una pulsera fina de oro que Gabo me había regalado por Navidad. Y un armadillo de plata llamó mi atención.
Los armadillos han sido siempre mis animales favoritos, cogí el armadillo de plata y le pregunté a la vendedora cuánto costaba junto con una cadena para el cuello. Ella me contestó que costaba veinte dólares. Antes de que pudiera sacar el monedero, alguien, detrás de mí, le tendió a la vendedora un billete de veinte dólares.

—Yo lo pagaré —oí que decía una voz que me resultaba familiar.
Yo me di la vuelta tan deprisa que él tuvo que sujetarme por los codos para que no perdiera el equilibrio
.
—¡Gastón!


Continuara...

 *Mafe*

1 comentario:

  1. Y me lo dejas ahí! Que mala!!!! Espero el próximo cap con muchas ansias!! Se pone interesante. Jajaja..

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