lunes, 22 de julio de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 31




Capitulo 31

Mi madre no tenía seguro de vida y apenas contaba con unos pocos ahorros, lo cual me dejaba a mí con una casa prefabricada, unos cuantos muebles, un coche y una hermana de dos años de edad. Tendría que mantener todo aquello con un título de graduado escolar y ninguna experiencia laboral. Había dedicado las tardes y las vacaciones escolares a cuidar de Aleli, de modo que las únicas referencias laborales que tenía eran de alguien que, hasta hacía muy poco, iba en carrito.

Aunque le dije que no necesitaba ayuda, Tina me acompañó. Según me contó, en el pasado ella había salido con el señor Ferguson, el director de la funeraria, que ahora era viudo, y quería ver cuánto pelo le quedaba después de todos aquellos años.

La verdad es que no le quedaba mucho. Sin embargo, el señor Ferguson era uno de los hombres más agradables que he conocido nunca, Me entregó un folleto titulado: «Las diez reglas del dolor» y con mucho tacto me preguntó si mi madre había mencionado alguna vez que hubiera planificado su funeral.

No, señor —contesté con toda seriedad—. Mi madre no era del tipo de personas que planifican el futuro. Incluso tardaba una eternidad en decidir la comida que quería en la cafetería.

Las arrugas de las comisuras de los ojos del señor Ferguson se acentuaron.

Mi mujer también era así —declaró—. A algunas personas les gusta planificar las cosas, y otras viven el día a día. Ninguna de las dos formas es peor que la otra. Yo, personalmente, soy de los que planifican el futuro.

Yo también —declaré, aunque no era cierto en absoluto.

Yo siempre había seguido el ejemplo de mi madre y vivía el momento, pero quería cambiar. Tenía que cambiar.

El señor Ferguson abrió una libreta de precios de hojas plastificadas y me introdujo en la cuestión del presupuesto del funeral.

Había una larga lista de gastos que tenían que afrontarse: impuestos, costes del cementerio, notas necrológicas, embalsamamiento, peinado y cosméticos, encementado interior de la tumba, alquiler del coche funerario, música y una lápida.

¡Dios mío, aquello costaba una barbaridad!

Para pagarlo, emplearía casi todo el dinero que había dejado mi madre. Entonces me di cuenta de que el lunera! de mi madre tendría que realizarse con poquísimo dinero, y esta idea hizo que sintiera un nudo en la garganta y ardor en los ojos.


Después de comentar algunas sugerencias para el funeral de mi madre, entramos en la sala de los ataúdes, en la que había al menos treinta modelos colocados en varias filas. Yo nunca pensé que hubiera tantas opciones. El del extremo más lejano de la habitación era el ataúd más llamativo que yo podría haber imaginado nunca. Estaba pintado a mano y reproducía un paisaje de Monet con su río, sus flores y un puente, todo realizado en tonos amarillos, azules, verdes y rosas. El interior estaba acolchado y forrado de satén azul y contaba con una almohada y un edredón a juego.

Digno de admirar, ¿no es cierto? —comentó el señor Ferguson con una sonrisa y algo avergonzado—. Uno de nuestros proveedores intentó promocionar este tipo de ataúdes artísticos este año, pero me temo que son demasiado atrevidos para los gustos de una ciudad pequeña como Welcome.

Yo lo quería para mi madre. No me importaba que fuera tremendamente hortera y ostentoso y que, cuando estuviera bajo tierra, nadie volviera a verlo nunca más. Si vas a dormir para siempre en algún lugar, deberías poder hacerlo sobre almohadas de satén azul y en un jardín secreto escondido bajo tierra.

¿Cuánto cuesta? —pregunté.
El señor Ferguson tardó mucho tiempo en contestar y cuando habló lo hizo en voz baja.
Seis mil quinientos dólares, señorita Gutierrez.

Yo sólo podía pagar cerca de una décima parte de aquella cifra.

A veces, cuando deseas algo con toda tu alma y sabes que no puedes conseguirlo de ningún modo, la renuncia duele. Yo me sentí así respecto al ataúd de mi madre, y me di cuenta de que aquello era un augurio de lo que me esperaba en el futuro. 
Una casa, aparatos dentales y ropa para Aleli, colegios y otras cosas que nos ayudarían a Cruzar la frontera entre ser pobres o pertenecer a la clase media..., todas estas cosas requerían más dinero del que yo era capaz de ganar. No sabía cómo no me había dado cuenta antes de lo apremiante que era nuestra situación, incluso cuando mi madre estaba viva. ¿Por qué había sido tan despreocupada e irreflexiva hasta entonces? Y al ser consciente de mi realidad me sentí realmente enferma.

En cuanto la noticia del accidente se extendió, un montón de personas encendieron el horno. Incluso personas a las que no conocíamos, o sólo de una forma superficial, nos trajeron tartas, guisos y pasteles.  se amontonaron en todas las superficies disponibles de la casa: las encimeras, las mesas, el horno, la nevera... 
A mí me supo muy mal que nos regalaran tanta comida al mismo tiempo, sobre todo cuando, en aquellos momentos, comer era lo último que me apetecía. Guardé las recetas en un sobre y llevé la mayor parte de la comida a la casa de los Dalmau. Por primera vez me sentí agradecida de que la señora Silvia fuera tan reservada, pues sabía que, por mucha compasión que sintiera hacia mí, no me hablaría de la cuestión emocional.

Me resultó difícil ver a la familia de Gastón, pues yo lo quería con toda mi alma. Necesitaba que volviera y me rescatara, que cuidara de mí. Quería que me abrazara con fuerza y llorar en sus brazos. Le pregunté a la señora Silvia si tenía noticias de él, pero ella me respondió que todavía no, que estaba muy ocupado y que, seguramente, tardaría en escribir o telefonear.

El consuelo de las lágrimas llegó la segunda noche después de que mi madre muriera, cuando me tumbé en la cama junto al rollizo cuerpecito de Aleli. Ella se arrimó en sueños a mí y exhaló un diminuto suspiro y aquel sonido rompió la coraza que rodeaba mi corazón.
Como sólo tenía dos años de edad, Aleli no entendía qué era la muerte. Aquello escapaba a su conocimiento y me preguntaba una y otra vez cuándo volvería mamá y, cuando intenté explicarle que ella estaba en el cielo, Aleli me escuchó sin comprender y me interrumpió para pedirme un helado.

Aquella noche yo la abracé mientras me preguntaba qué sería de nosotras, si algún asistente social se presentaría para llevársela, qué haría si ella caía enferma de gravedad o cómo la prepararía para la vida cuando yo sabía tan poco sobre ésta. Hasta entonces, yo nunca había pagado una cuenta. No sabía dónde estaban nuestras tarjetas de la seguridad social y me preocupaba que Aleli se olvidara para siempre de nuestra madre. Entonces me di cuenta de que no podía compartir los recuerdos que tenía acerca de mi madre con nadie y las lágrimas brotaron de mis ojos como ríos. Y seguí llorando durante un rato, hasta que empecé a hacerlo con tanta intensidad que tuve que irme al lavabo. Llené la bañera, me senté dentro y lloré hasta que la calma y el embotamiento se apoderaron de mí.



Continuara...

 *Mafe*

2 comentarios:

  1. Pobre rochi! Le toca un momento muy duro! Espero mass

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  2. Pobre rochi !! :( Ojala Gaston volviese y la acompañara en este momento!

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