Capitulo 31
Mi madre no tenía seguro
de vida y apenas contaba con unos pocos ahorros, lo cual me dejaba a
mí con una casa prefabricada, unos cuantos muebles, un coche y una
hermana de dos años de edad. Tendría que mantener todo aquello con
un título de graduado escolar y ninguna experiencia laboral. Había
dedicado las tardes y las vacaciones escolares a cuidar de Aleli, de
modo que las únicas referencias laborales que tenía eran de alguien
que, hasta hacía muy poco, iba en carrito.
Aunque le dije que
no necesitaba ayuda, Tina me acompañó. Según me contó, en el
pasado ella había salido con el señor Ferguson, el director de la
funeraria, que ahora era viudo, y quería ver cuánto pelo le quedaba
después de todos aquellos años.
La verdad es que no
le quedaba mucho. Sin embargo, el señor Ferguson era uno de los
hombres más agradables que he conocido nunca, Me entregó un folleto
titulado: «Las diez reglas del dolor» y con mucho tacto me preguntó
si mi madre había mencionado alguna vez que hubiera planificado su
funeral.
—No, señor
—contesté con toda seriedad—. Mi madre no era del tipo de
personas que planifican el futuro. Incluso tardaba una eternidad en
decidir la comida que quería en la cafetería.
Las arrugas de las
comisuras de los ojos del señor Ferguson se acentuaron.
—Mi mujer también
era así —declaró—. A algunas personas les gusta planificar las
cosas, y otras viven el día a día. Ninguna de las dos formas es
peor que la otra. Yo, personalmente, soy de los que planifican el
futuro.
—Yo también
—declaré, aunque no era cierto en absoluto.
Yo siempre había seguido
el ejemplo de mi madre y vivía el momento, pero quería cambiar.
Tenía que cambiar.
El señor Ferguson abrió
una libreta de precios de hojas plastificadas y me introdujo en la
cuestión del presupuesto del funeral.
Había una larga lista de
gastos que tenían que afrontarse: impuestos, costes del cementerio,
notas necrológicas, embalsamamiento, peinado y cosméticos,
encementado interior de la tumba, alquiler del coche funerario,
música y una lápida.
¡Dios mío, aquello
costaba una barbaridad!
Para pagarlo,
emplearía casi todo el dinero que había dejado mi madre. Entonces me di cuenta de que el lunera! de mi madre tendría
que realizarse con poquísimo dinero, y esta idea hizo que sintiera
un nudo en la garganta y ardor en los ojos.
Después de comentar
algunas sugerencias para el funeral de mi madre, entramos
en la sala de los ataúdes, en la que había al menos treinta modelos
colocados en varias filas. Yo nunca pensé que hubiera tantas
opciones. El del extremo más lejano de la habitación era el ataúd más
llamativo que yo podría haber imaginado nunca. Estaba pintado a mano
y reproducía un paisaje de Monet con su río, sus flores y un
puente, todo realizado en tonos amarillos, azules, verdes y rosas. El
interior estaba acolchado y forrado de satén azul y contaba con una
almohada y un edredón a juego.
—Digno de admirar,
¿no es cierto? —comentó el señor Ferguson con una sonrisa y algo
avergonzado—. Uno de nuestros proveedores intentó promocionar este
tipo de ataúdes artísticos este año, pero me temo que son
demasiado atrevidos para los gustos de una ciudad pequeña como
Welcome.
Yo lo quería para mi
madre. No me importaba que fuera tremendamente hortera y ostentoso y
que, cuando estuviera bajo tierra, nadie volviera a verlo nunca más.
Si vas a dormir para siempre en algún lugar, deberías poder hacerlo
sobre almohadas de satén azul y en un jardín secreto escondido bajo
tierra.
—¿Cuánto cuesta?
—pregunté.
El señor Ferguson tardó
mucho tiempo en contestar y cuando habló lo hizo en voz baja.
—Seis mil
quinientos dólares, señorita Gutierrez.
Yo sólo podía pagar
cerca de una décima parte de aquella cifra.
A veces,
cuando deseas algo con toda tu alma y sabes que no puedes conseguirlo
de ningún modo, la renuncia duele. Yo me sentí así respecto
al ataúd de mi madre, y me di cuenta de que aquello era un augurio
de lo que me esperaba en el futuro.
Una casa, aparatos dentales y
ropa para Aleli, colegios y otras cosas que nos ayudarían a Cruzar
la frontera entre ser pobres o pertenecer a la clase media..., todas
estas cosas requerían más dinero del que yo era capaz de ganar. No
sabía cómo no me había dado cuenta antes de lo apremiante que era
nuestra situación, incluso cuando mi madre estaba viva. ¿Por qué
había sido tan despreocupada e irreflexiva hasta entonces? Y al ser
consciente de mi realidad me sentí realmente enferma.
En cuanto la noticia
del accidente se extendió, un montón de personas encendieron el
horno. Incluso personas a las que no conocíamos, o sólo de una
forma superficial, nos trajeron tartas, guisos y pasteles. se amontonaron en todas
las superficies disponibles de la casa: las
encimeras, las mesas, el horno, la nevera...
A mí me supo muy mal que
nos regalaran tanta comida al mismo tiempo, sobre todo cuando, en
aquellos momentos, comer era lo último que me apetecía. Guardé las
recetas en un sobre y llevé la mayor parte de la comida a la casa de
los Dalmau. Por primera vez me sentí agradecida de que la señora
Silvia fuera tan reservada, pues sabía que, por mucha compasión que
sintiera hacia mí, no me hablaría de la cuestión emocional.
Me resultó difícil ver a
la familia de Gastón, pues yo lo quería con toda mi alma.
Necesitaba que volviera y me rescatara, que cuidara de mí. Quería
que me abrazara con fuerza y llorar en sus brazos. Le pregunté a la
señora Silvia si tenía noticias de él, pero ella me respondió que
todavía no, que estaba muy ocupado y que, seguramente, tardaría en
escribir o telefonear.
El consuelo de las
lágrimas llegó la segunda noche después de que mi madre muriera,
cuando me tumbé en la cama junto al rollizo cuerpecito de Aleli.
Ella se arrimó en sueños a mí y exhaló un diminuto suspiro y
aquel sonido rompió la coraza que rodeaba mi corazón.
Como sólo tenía dos años
de edad, Aleli no entendía qué era la muerte. Aquello escapaba a su
conocimiento y me preguntaba una y otra vez cuándo volvería mamá
y, cuando intenté explicarle que ella estaba en el cielo, Aleli me
escuchó sin comprender y me interrumpió para pedirme un helado.
Aquella noche yo la
abracé mientras me preguntaba qué sería de nosotras, si algún
asistente social se presentaría para llevársela, qué haría si
ella caía enferma de gravedad o cómo la prepararía para la vida
cuando yo sabía tan poco sobre ésta. Hasta entonces, yo nunca había
pagado una cuenta. No sabía dónde estaban nuestras tarjetas de la
seguridad social y me preocupaba que Aleli se olvidara para
siempre de nuestra madre. Entonces me di cuenta de
que no podía compartir los recuerdos que
tenía acerca de mi madre con nadie y las lágrimas brotaron de mis
ojos como ríos. Y seguí llorando durante un rato, hasta que empecé
a hacerlo con tanta intensidad que tuve que irme al lavabo. Llené la
bañera, me senté dentro y lloré hasta que la calma y el
embotamiento se apoderaron de mí.
Continuara...
*Mafe*
Pobre rochi! Le toca un momento muy duro! Espero mass
ResponderEliminarPobre rochi !! :( Ojala Gaston volviese y la acompañara en este momento!
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