lunes, 29 de julio de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 34






Capitulo 34

La directora de la academia, la señora María Vasquez, estaba sentada tras un escritorio de roble en una habitación pintada de azul cielo. La academia olía a centro de estética, y a mí me encantaba aquel olor.

Me explicó que la academia había aceptado mi solicitud, pero que sólo podían ofrecer financiación a un número limitado de alumnos cada semestre. Si no podía costearme los estudios, podía apuntarme a la lista de espera y volver a solicitar la financiación el año siguiente.

De acuerdo —respondí con el rostro tenso por la decepción y una sonrisa forzada.

No me fijé en la dirección que tomaba con el coche, y de repente me encontré en la carretera que pasaba junto al cementerio de Welcome. 

La tumba de mi madre era la más reciente. Me detuve a los pies de la tumba.Rodeé la tumba y me acerqué a la placa para averiguar de qué se trataba. Era un ramo de rosas amarillas en un vaso de bronce que estaba enterrado en el suelo hasta el borde. Yo había visto vasos como aquél en la funeraria del señor Ferguson, pero costaban trescientos cincuenta dólares cada uno. Ni siquiera consideré la posibilidad de comprar uno y, aunque el señor Ferguson había sido muy amable, no creía que me hubiera regalado aquel complemento tan caro, sobre todo sin comentármelo.

Mientras me dirigía a las oficinas del cementerio, quité las espinas del tallo con la uña del pulgar. Una mujer de mediana edad  estaba sentada detrás del mostrador. Le pregunté quién había puesto el vaso de bronce en la tumba de mi madre y ella me respondió que no podía revelarme aquella información, que era confidencial.
Pero ¡es la tumba de mi madre! —exclamé yo más desconcertada que enfadada—. ¿Puede alguien hacer algo así?, ¿poner algo en la tumba de otra persona?
¿Me está pidiendo que quite el vaso?
Bueno, no... —Yo quería que el vaso siguiera allí, pues si hubiera podido costearlo, lo habría comprado yo misma—, pero quiero saber quién lo ha comprado.
No puedo proporcionarle esa información.

Después de uno o dos minutos más de argumentación, la recepcionista accedió a darme el nombre de la floristería que había enviado las rosas. Se trataba de una floristería de Houston llamada Flower Power.


Los dos días siguientes los dediqué a hacer recados y a presentarme a la entrevista para el empleo en Happy Helpers, y no pude telefonear a la floristería hasta finales de la semana. La joven que contestó a mi llamada declaró:

Espere, por favor.

Y antes de que yo pudiera decir nada, me encontré escuchando a Hank Williams, quien interpretaba la canción I Just Don't Like This Kind of Living.

Me senté sobre la tapa del retrete mientras sostenía el auricular junto a mi oreja y observé a Aleli, quien jugaba en la bañera. Ella estaba concentraba vertiendo agua de un vaso de plástico a otro. Después añadió un chorro de jabón líquido y lo removió con el dedo.

¿Qué estás haciendo, Aleli? —le pregunté.
Estoy haciendo una cosa.
¿Qué cosa?
Ella vertió la mezcla sobre su barriga y la frotó.
Abrillantador para personas.
Aclárate la barriga... —empecé yo.
Entonces oí la voz de la joven en el auricular.
Flower Power, ¿en qué puedo ayudarle?

Le expliqué la situación y le pregunté si podía indicarme quién había enviado las rosas a la tumba de mi madre. Como esperaba, ella me contestó que no estaba autorizada a revelar el nombre del remitente.
En el ordenador pone que tenemos el encargo de enviar el mismo tipo de ramo una vez a la semana.
¿Cómo...? —pregunté con voz débil—. ¿Una docena de rosas amarillas cada semana...?
Así es, esto es lo que pone en el ordenador.
¿Durante cuánto tiempo?
No hay fecha límite. El envío se efectuará durante algún tiempo.
Yo me quedé boquiabierta.
¿Y no hay forma de que me diga...?
No —contestó la muchacha con firmeza—. ¿Puedo ayudarla en alguna otra cosa?
Supongo que no. Yo...

Antes de que pudiera darle las gracias o despedirme, se oyó un timbre lejano y la muchacha cortó la comunicación.

Yo repasé en mi mente la lista de personas que podían haber realizado aquel encargo, pero ninguna de las que yo conocía tenía el dinero suficiente para ello.

Las rosas procedían de la vida secreta de mi madre, del pasado del que nunca me había hablado.

Yo fruncí el ceño, cogí una toalla doblada y la desdoblé de una sacudida.

Vamos, Aleli, el baño se ha acabado.

Ella refunfuñó y me obedeció a regañadientes. Yo la saqué de la bañera y la sequé mientras admiraba las rechonchas rodillas y la abultada barriga de una niña saludable. Mi hermanita era perfecta en todos los sentidos, pensé.
Después del baño, Aleli y yo solíamos jugar a formar una cabaña con la toalla, de modo que, después de secarla, nos cubrí con la toalla y las dos reímos mientras nos dábamos besos en la nariz.

El timbre del teléfono interrumpió nuestro juego y yo tapé a Aleli con la toalla y pulsé la tecla de establecimiento de llamada.
—¿Diga?
—¿Valeria Gutierrez?
—¿Sí?
—Soy María Vasquez.


Continuara...

 *Mafe*

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