miércoles, 31 de julio de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 35




Capitulo 35

Soy María Vasquez.
... de la academia de cosmética.
Sí, sí, lo siento, yo... ¿Cómo está usted, señora Vasquez?
Muy bien, Valeria, gracias. Tengo buenas noticias para ti..., si es que todavía estás interesada en acudir a la academia este año.
Sí —conseguí susurrar mientras la emoción atenazaba mi garganta.
Tenemos una plaza disponible en el programa de financiación para este curso y puedo ofrecerte una financiación completa. Puedo enviarte por correo los documentos de la matrícula o, si lo prefieres, puedes pasar por la oficina a recogerlos.

Yo cerré los párpados y apreté el auricular con tanta fuerza que me sorprendió no romperlo.

Los dedos de Aleli exploraban mi cara y jugaban con mis pestañas.

Gracias. Gracias. Pasaré a recogerlos mañana. Gracias.

La directora rió entre dientes.

De nada, Valeria, estaremos encantados de tenerte con nosotros.

Después de colgar el auricular, me puse a gritar y a abrazar a Aleli.

¡Me han admitido! ¡Me han admitido! —Ella se agitó entre mis brazos y soltó unos grititos de alegría compartiendo mi entusiasmo, aunque no comprendía la razón de mi felicidad—. ¡Voy a ir a la academia! ¡Seré una esteticista, no una Happy Helper! No me lo puedo creer. ¡Oh, cariño, nos merecíamos tener un poco de suerte!






Yo no esperaba que fuera fácil, aunque trabajar duro es mucho más llevadero cuando se trata de algo que quieres, en lugar de algo que estás obligado a hacer.

Estoy convencida de que muchas personas creen que estudiar estética resulta fácil, que no hay mucho que hacer, pero tienes que aprender muchas cosas antes de que te dejen coger unas tijeras.

El programa incluía asignaturas como: Esterilización bacteriológica, que constaba de una parte teórica y otra de prácticas en el laboratorio procedimientos, efectos especiales y resolución de problemas. Y esto era sólo el principio. Di una hojeada al programa y comprendí por qué se necesitaban nueve meses para conseguir el título.

Al final, acepté el empleo a tiempo parcial en la tienda de los padres de Mery, con un horario de tardes y fines de semana. Durante el día, dejaba a Aleli en una guardería. Vivíamos con lo mínimo. Nos alimentábamos de pan de molde, mantequilla de cacahuete, burritos precocinados, sopa de fideos y fruta y verdura enlatadas de bajo precio, pues las latas estaban abolladas. Y la ropa y los zapatos los comprábamos en tiendas de segunda mano. Como Aleli tenía menos de cinco años, todavía podíamos acogernos al programa de asistencia estatal que nos proporcionaba vacunas gratuitas. Sin embargo, no disponíamos de ningún seguro médico, de modo que no podíamos permitirnos ponernos enfermas. Yo añadía agua a los zumos de fruta envasados de Aleli y le cepillaba los dientes como una maníaca para que no tuviera caries. Cualquier nuevo traqueteo del coche nos advertía de un posible y caro problema que acechaba bajo el abollado capó. Yo examinaba con minuciosidad todas las facturas de los consumos de la casa y reclamaba todos los extras que nos cargaba la compañía de teléfonos.

No existe paz en la pobreza.

La familia Del Cerro nos ayudó mucho. Me dejaban llevar a Aleli a la tienda, con frecuencia, nos invitaban a cenar y la madre de Mery insistía en que me llevara las sobras.

A Mery no la veía mucho, pues ella estudiaba en la universidad y salía con Matt, a quien había conocido en las clases de botánica. De vez en cuando, ella y Matt venían a verme a la tienda y hablábamos unos minutos antes de que se fueran a tomar algo. Debo reconocer que sentía algo de envidia. Mery tenía una familia amorosa, novio, dinero y una vida normal con un buen futuro, mientras que yo no tenía familia, estaba siempre cansada, tenía que contar hasta el último centavo y, aunque hubiera querido tener novio, me habría resultado imposible encontrar uno, pues siempre estaba empujando el carrito de mi hermana. Los chicos de veintitantos años no se sienten atraídos por las bolsas de pañales.

Sin embargo, nada de esto me importaba cuando estaba con Aleli. Cuando iba a recogerla a la guardería o a casa de Tina y ella corría hacia mí con los brazos extendidos, la vida me parecía realmente hermosa. Aleli aprendía palabras nuevas a más velocidad de la que emplea un predicador de la televisión en repartir bendiciones, de modo que hablábamos continuamente. Todavía dormíamos juntas y con las piernas entrelazadas y, hasta que cogíamos el sueño, Aleli parloteaba sin cesar. Me contaba cosas de sus amigas de la guardería, se quejaba de una cuyos dibujos no eran más que garabatos y me informaba de quién tenía que hacer de mamá cuando jugaban a mamás y a papás a la hora del patio.

Tus piernas rascan —se quejó Aleli una noche—. A mí me gustan suaves.

Su comentario me hizo reír. Yo estaba agotada, me preocupaba un examen que tenía al día siguiente, contaba sólo con diez dólares en la cuenta del banco y, para colmo, tenía que aguantar que una cría criticara mis hábitos depilatorios.

Aleli, una de las ventajas de no tener novio es que puedes estar unos cuantos días sin depilarte.
¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir que te aguantes —respondí yo.
Está bien. —Aleli se acurrucó más en la almohada—. ¿Valeria?
¿Sí?
¿Cuándo tendrás novio?
No lo sé, cariño. Quizá tarde un tiempo.
Si te depilas las piernas, a lo mejor consigues uno.

Yo no pude evitar echarme a reír.

Buen punto de vista. Ahora duérmete.

Continuara...

 *Mafe*

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