jueves, 4 de julio de 2013

Nueva novela: Una noche con el Jeque. Prólogo.



Hola a todas! Así es! una nueva novela para el deleite de ustedes! Esta novela consta de 21 capítulos contando prólogo y epílogo, por ende la voy a subir solo una vez por semana. Al igual que con Vecinos. Mi idea es de apoco ir cubriendo los días de la semana para que todos los dias tengan una novela de mi parte. Ya está cubierto el lunes, ahora con esta voy a cubrir el Jueves. luego seguiré con los otros días.

Ahora sin más preambulos las dejo con la nueva novela. A mi me encantó! una de las más lindas que leí.


Prólogo


—No te vas a olvidar de mamá mientras está trabajando, ¿verdad, preciosa?
Rocío observó a Marianela, su hermanas­tra, mientras le daba con lágrimas en los ojos a su hija de cuatro meses.
—Sé que no hay nadie mejor para cuidar a Kiara que tú, Ro. Al fin y al cabo, te convertiste en mi madre cuando papá y mamá murieron —dijo Marianela con tristeza—. Ojala tuviera un traba­jo que no me obligara a estar tanto tiempo fuera, pero estas seis semanas en el crucero suponen mucho dinero y no he podido decir que no. Sí, ya sé que estás dispuesta a mantenernos a las dos, pero no quiero que lo hagas —añadió antes de que a Rocío le diera tiempo de decir nada—. ¡Ade­más, el que tendría que pagar los gastos de Kiara es su padre y no tú! ¿Qué vería yo en ese cana­lla? Mi maravillosa fantasía de un jeque árabe se convirtió en una terrible pesadilla.
Rocío dejó que su hermanastra aireara sus sentimientos sin comentar nada porque sabía lo destrozada y dolida que se sentía Marianela desde que su pareja la había abandonado.
—No hace falta que trabajes, Marianela —le dijo con cariño—. Yo gano suficiente dinero para las tres y la casa es muy grande.
—Oh, Rocío, ya lo sé. Sé que te quitarías la comida de la boca para darnos de comer a la niña y a mí, pero esa no es la cuestión. Ya has hecho suficiente por mí. Llevas ocupándote de mí des­de que murieron papá y mamá. Tú solo tenías dieciocho años, tres años menos de los que tengo yo ahora. Pobre papá, quiso dárnoslo todo en vida y no se dio cuenta de que, si alguna vez le pasaba algo, como ocurrió, nos íbamos a quedar en una situación apurada.
Las hermanas se miraron en silencio. Ambas habían heredado la delicada estructura ósea de su madre y su óvalo de cara, además de su pelo rubio rojizo.
Lo que las diferenciaba era que Marianela era baja y de ojos castaños, como su padre, y Rocío te­nía los ojos miel, como el hombre que la había abandonado al año de nacer porque las res­ponsabilidades del matrimonio y la paternidad eran demasiado para él.
—No es justo —había protestado Marianela en tono de broma al anunciarle a Rocío que no iba a ir a la universidad, sino que se iba a dedicar a cantar y a bailar—. Si yo tuviera tus ojos, me aprovecharía de ellos para conseguir los papeles que quisiera.
Rocío admiraba a su hermanastra por lo que iba a hacer, aunque se preguntaba cómo iba a lle­var estar separada de su hija durante seis semanas.
Aunque fueran diferentes en muchas cosas, en lo que sí se parecían era en el profundo amor que sentían por la pequeña Kiara.     
—Llamaré todos los días —prometió Marianela—. Quiero saber todo lo que haga, Rochi. Todo, hasta el detalle más insignificante. Oh, Rochi… me sien­to tan culpable… Sé lo que tú sufriste de peque­ña porque tu padre no estaba, porque te había abandonado… También sé la suerte que yo tuve de tener a papá y a mamá y, por supuesto a ti. Y ahora mi pobre Kiara.
—Ya ha llegado el taxi —dijo Rocío abrazan­do a su hermana y secándole las lágrimas.

—¡Rochi! Te he conseguido el mejor trabajo que te puedas imaginar.
Al reconocer la voz de su agente, Rocío se cambió a Kiara de brazo.
—Caballos de carreras —añadió mientras la niña le sonreía al biberón—. El dueño tiene muchos y hasta un hipódromo en su país. Es un miembro de la familia real de Zuran y parece ser que ha oído hablar de ti por el trabajo aquel de Kentucky. Quiere que vayas para allá, con todos los gastos pagados por supuesto, para hablar del proyecto. ¿Qué es ese ruido, Rochi?
—Es Kiara, que se está tomando el biberón —contestó Rocío riendo—. Suena muy bien, pero estoy hasta arriba de trabajo y la verdad no me parece buena idea. Para empezar, porque ten­go que cuidar a la hija de mi hermana durante un mes y medio.
—Ningún problema. Seguro que al príncipe Sayid no le importará que te la lleves. Febrero es el mes perfecto para ir allí porque es cuando me­jor tiempo hace. Rochi, no puedes decir que no.
—Confieso que la comisión que yo me llevaría es para que se me haga la boca agua —admitió Kate.
—Ah, así que es por eso, ¿eh? —rió Rochi. Había empezado a pintar retratos de animales casi por casualidad. Pintaba por afición y hacía retratos de las mascotas de sus amigos, pero poco a poco, se había dado a conocer y, enton­ces, había decidido ganarse así la vida, y lo había conseguido. De hecho, ganaba mu­cho dinero y vivía muy bien.
—Me encantaría ir, Kate —contestó sincera­mente—, pero ahora mismo mi prioridad es Kiara.
—No me des un no rotundo —suplicó Kate—. Ya te he dicho que la niña podría ir contigo. No es un viaje de trabajo, es solo para que os conoz­cáis. Solo sería una semana… Y no me vengas con que la niña podría ponerse enferma. ¡Zuran es conocido por tener a los mejores médicos del mundo!
Tras terminar de hablar con Kate, Rochi miró por el ventanal de su casa y observó el maravi­lloso paisaje.
Llevaba lloviendo toda la semana, pero había parado un poco, así que decidió salir a dar un pa­seo con Kiara.
Tumbó a su sobrina en el cochecito clásico que le había comprado cuando había nacido.
—¡Cualquiera diría que tienes veintiocho años! —se había burlado Marianela al ver el cochecito.
Sí, era cierto que era muy conservadora en sus gustos. Tal vez, por influencia de haberse vis­to abandonada por su padre y sobreprotegida por su madre, que había quedado destrozada.
Aquello la había hecho una mujer muy fuerte e independiente que no estaba dispuesta a ena­morarse locamente jamás. En eso, no quería pa­recerse a su madre.
¡Tal y como había quedado patente con Marianela, la historia podía repetirse!
Al tapar a Kiara con las sabanitas, rozó un pa­pel. Lo sacó del cochecito y vio que se trataba de una carta.
Leyó la dirección.
Jeque Gastón Dalmau
24 Quaffire Beach Road
Zuran City
Con cierto sentimiento de culpabilidad, leyó la primera línea.        
Nos has destrozado la vida a mí y a Kiara y te odiaré siempre por ello.
Obviamente, era una carta que Marianela había es­crito al padre de su hija y que no había enviado.
Su hermanastra no hablaba mucho de él. De hecho, lo único que sabía Rochi era que se trataba de un hombre muy rico de origen árabe.
¡Y ahora descubría que vivía en Zuran! Frun­ció el ceño y se quedó pensativa. Sabía que no tenía ningún derecho a entrometerse, pero…
¿Se estaría entrometiendo o solo arreglando las cosas? ¿Cuántas veces a lo largo de su vida había querido tener la oportunidad de ver a su padre biológico para echarle en cara cómo se ha­bía portado con ella?
Ahora, había muerto y ya no podía hacerlo, ­pero sí le podía pedir cuentas al padre de la hija de Marianela. ¡Qué gran satisfacción poder decirle a la cara la opinión que le merecía!
Le dio un beso a Kiara y se apresuró a llamar a su agente.

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