jueves, 25 de julio de 2013

Una noche con el Jeque Capítulo 3



Capítulo 3

—No sé qué suele comer, pero hay fruta y le¬che en el frigorífico y una batidora —apuntó el je¬que.
Rocío lo miró con los ojos muy abiertos. 
—¿Tienen electricidad aquí?
—Tengo un pequeño generador, suficiente para mis necesidades. Al fin y al cabo, cuando vengo aquí lo hago para trabajar tranquilo —le explicó encogiéndose de hombros—. Hay agua caliente suficiente para que bañe a la niña pero me temo que usted va a tener que compartir su agua ca¬liente conmigo —añadió malévolo.
Rocío se dio cuenta de que estaba disfru¬tando de lo lindo atormentándola.
—Como solo me voy a quedar una noche, creo que voy a prescindir de semejante placer —le con¬testó con ironía.
—Voy al coche por las cosas del bebé —anunció el jeque—. La cocina está saliendo por ahí y a la derecha —le indicó.
Rocío había llevado comida para Kiara, pero se dijo que no perdía nada por ir a echar un vistazo a la cocina.
La encontró pronto. Era una estancia pequeña, pero muy bien equipada. Al lado, había un baño con ducha.
—¿Qué es todo esto? —oyó quejarse a Gastón mientras entraba con toda la parafernalia del bebé.
En otras circunstancias, la situación le habría hecho gracia, pero teniendo en cuenta el hambre que tenía Kiara, Rocío solo pensaba en darle la cena cuanto antes.
—Hum, qué rico, mira cariño, plátano —le dijo con afecto—. Tu fruta preferida.
—No me sorprende que su madre no le dé de mamar, que todo el mundo sabe que es lo mejor para los pequeños —comentó Gastón.
—¡No le da el pecho porque tuvo que volver a trabajar a los pocos días de que naciera! —le es¬petó Rocío.
—¿A eso lo llama trabajo? Claro, sí, para usted lo será. Lo dice con la misma seguridad con la que parece saber quién es el padre de la criatura.
—¡Es usted asqueroso! —explotó Rocío—. Kiara no se merece esto. Es solo un bebé…
—¡Menos mal que estamos de acuerdo en algo! Qué pena que no se parara a pensar en ello antes de venir hasta aquí para echarme en cara cosas que no son verdad.
¿Cómo podía aquel hombre ser tan frío? Se¬gún lo poco que le había contado Marianela, era un hombre considerado y apasionado.
«Debe de ser en la cama», pensó Rocío. ¡Al instante, se sonrojó pues sus pensamien¬tos habían tomado derroteros eróticos y se estaba imaginando al jeque en la cama, pero no con su hermana sino con Rochi!
¿Qué le estaba ocurriendo? Era una mujer fría que solía analizar, racionalizar y resistirse a todo lo que pudiera hacerle daño y sin embargo…
—¿Cuánto va a durar la tormenta? —preguntó con sequedad.
—Un día… dos… tres… —contestó el jeque con las cejas enarcadas.
—¿Tres días? —dijo Rocío horrorizada.
Aparte de que Marianela se iba a preocupar seria¬mente al no poder dar con Rochi, ¿qué iba a pensar príncipe cuando volviera y viera que no esta¬ba?
—Tengo que ocuparme de Kiara —insistió feli¬citándose por haberse llevado la bañera, el cam¬biador y hasta el cochecito de la pequeña.
—Como es obvio que van a tener que pasar la noche aquí, será mejor que se instalen en mi… en el dormitorio —se corrigió Gastón dejándola con la boca abierta.
—¿Y usted dónde va a dormir?
—En el salón, por supuesto. Le sugiero que, cuando haya terminado de darle la cena y de ba¬ñarla, cenemos nosotros y…
—Gracias, pero soy perfectamente capaz de decidir cuándo quiero cenar —le espetó Rocío.
Cuando Rocío y la niña se hubieron ido al baño, Gastón pensó que era mucho más indepen¬diente de lo que había imaginado. Y, desde lue¬go, no era el tipo de mujer que le solía gustar a su primo pequeño.
Al pensar en Peter, apretó los dientes y re¬cordó cómo había llamado para anunciar que se había enamorado y se quería casar con una chica a la que había conocido en una discoteca.
Peter se había enamorado en otras ocasio¬nes, pero aquella era la primera en la que había hablado de matrimonio. Obviamente, aunque te¬nía veinticuatro años ya, seguía siendo muy in¬maduro.
Gastón tenía muy claro que, cuando se casara, lo haría con una mujer de carácter fuerte que lo man¬tuviera anclado al suelo y lo suficientemente rica como para no creer que se casaba con él por dinero.
Su abuela francesa le había advertido siendo muy joven que, tras haber heredado una inmensa fortuna de su padre, se había convertido en un buen blanco para mujeres avariciosas.
De adolescente, lo había llevado a Francia para que conociera a jóvenes de su edad, hijas y nietas de personas que Rochi conocía y que consi¬deraba aptas para ocupar el trono al que Rochi ten¬dría que renunciar cuando Gastón se casara.
Aunque la mayoría eran guapas y divertidas, no le había gustado ninguna y, además, Gastón no era partidario de los matrimonios de conve¬niencia.
Precisamente por eso había decidido que sería el hijo de Peter quien heredara su fortuna y el trono de su tribu.
¡No había tenido prisa en que su primo se ca¬sara con la mujer correcta hasta que aquella occi¬dental se había presentado en su jaima en mitad de una tormenta de arena!
No sabía con quién estaba más enfadado, si con Peter por irse sin decir dónde ni dar deta¬lles o con aquella mujer que había osado escri¬birle una carta de chantaje y presentarse allí con la intención de hacerle creer que el bebé era hijo de su primo.
Físicamente, no se parecía en nada a Peter la niña era tan rubia y guapa como su madre. La única diferencia era que la madre llevaba unas obvias lentillas azul turquesa y la niña tenía los ojos castaños.
¿Como Peter? «No hay ninguna prueba de que sea su hija», se recordó.
No iba a permitir que su primo se casara con la madre de la niña, sobre todo después de haber¬la conocido, sin saber a ciencia cierta si era el padre.
¿Qué le habría llevado a enamorarse de Rochi? «Tiene la gracia de una gacela», le había es¬crito. «La voz de un ángel… Es la mujer más dulce del mundo…»
«¡De eso nada!», pensó Gastón.
Por lo menos, las dos veces que la había visto, a él no se lo había parecido. Si en el aeropuerto hubiera sabido quién era, la habría deportado in¬mediatamente.
Mientras recordaba aquel encuentro, se acercó a la puerta de la jaima y observó que, tal y como habían anunciado, la tormenta estaba soplando con fuerza. Era una pena, pues le habría gustado ir a bañarse en el oasis, como hacía todas las no¬ches, y no en la pequeña ducha.
Lo enfurecía que pudiera desear a una mujer así porque representaba todo lo que detestaba en el sexo contrario: avaricia, egoísmo e inmorali¬dad. Para él, aquellos defectos pesaban mucho más que tener una cara bonita y un buen cuerpo.
¡En ese aspecto, tenía que reconocer que su primo había elegido bien!
Gastón cerró la jaima mientras pensaba lo mucho que le había molestado que Rocío lo hu¬biera ido a buscar precisamente allí, donde se re¬tiraba para descansar cuando el peso de sus responsabilidades era demasiado.
Sonrió con maldad al pensar en que no debía de estar gustándole mucho el sitio. Sin embargo, debía tener cuidado porque había una niña pe¬queña de por medio.
¡La niña! Desde luego, la pequeña era una complicación con la que no había contado.
Tras haber bañado, cambiado y dado de cenar a Kiara, Rocío se dio cuenta de que estaba muy cansada.
No había esperado que Gastón se mostrara particularmente contento ante sus críticas por cómo había tratado a Marianela y a Kiara, pero, des¬de luego, no se esperaba que hablara con tanta crueldad y desprecio de su hermana.
¿Cómo se atrevía a juzgar la moral de Marianela cuando se había metido en su cama y le había prometido que la quería y que iban a compartir el futuro?
En su opinión, su hermana y la niña estaban me¬jor sin él. Exactamente igual que Rochi había estado muy bien sin el padre que la había abandonado.
Ya había visto cómo era, un ser incapaz de sentir el más mínimo remordimiento, y lo único que quería era irse de allí, alejarse de él, no tener que pasar la noche en una tienda con él.
Mientras la observaba pasearse por el salón con la niña en brazos para que se durmiera, Gastón pensó que, a la pálida luz de las velas, las lentillas de Rocío eran todavía más patéticas.
Seguro que su primo había visto el verdadero color de sus ojos mil veces. Seguramente, al des¬pertarla acariciándola.
¿Qué demonios le pasaba? Aquella mujer no era para tanto. Era menuda, rubia, seguramente teñida, llevaba lentillas y tenía un cuerpo que, sin duda, habrían visto demasiados hombres como para poder gustarle a él.
Sin embargo, le estaría bien empleado a Peter si se acostara con Rochi. Así, cuando su primo regresara de aquel repentino viaje, se daría cuen¬ta de cómo era realmente la mujer de la que ha¬bía creído enamorarse.
La niña, sin embargo, era diferente. Si se de¬mostrara que era de Peter, se quedaría en Zuran para ser criada y educada como le correspondía a una mujer y para despreciar a la mujer que le ha¬bía dado a luz.


2 comentarios:

  1. Me parece o ambos están pensando que son la persona equivocada? Entendí mal? Rochi cree que Gastón es el padre de la niña cuando en realidad es su primo y Gastón cree que rochi es la mama de la niña cuando en realidad es marianella? Es así verdad?

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    1. Si es asi. Gaston piensa que Rochi es la madre y Ro piensa que Gas es el padre. Todo un entrevero se va a generar en esta nove por eso

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