viernes, 2 de agosto de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 36




Capitulo 34

Durante el invierno, Aleli cogió un resfriado que no conseguía superar y al final se convirtió en una tos áspera que parecía hacer temblar todos sus huesos. Le di un frasco entero de un medicamento que me vendieron en la farmacia, pero no le produjo mucho efecto. Una noche, me desperté al oír una tos de perro y me di cuenta de que a Aleli se le había hinchado la garganta y que sólo podía respirar de una forma superficial. Un terror más intenso del que había experimentado nunca se apoderó de mí y la llevé al hospital, donde nos aceptaron incluso sin seguro.

Le diagnosticaron difteria y trajeron una mascarilla de plástico unida a un nebulizador que bombeaba una neblina gris que contenía un medicamento. Aleli, asustada por el ruido que producía la máquina y lloró de una forma lastimosa. Por mucho que le explicara que no le dolería y que gracias a aquella máquina su estado mejoraría, ella se negó a ponerse la mascarilla, hasta que, al final, sufrió un ataque de tos convulsiva.

¿Puedo ponérmela yo? —le pregunté, desesperada, al enfermero—. Sólo para demostrarle que no pasa nada. ¡Por favor!

Él negó con un movimiento de la cabeza y me miró como si estuviera loca.
Yo volví a mi llorosa hermana hacia mí.

Aleli, escúchame. Es como un juego. Simularemos que eres una astronauta. Deja que te ponga la mascarilla sólo un minuto. Eres una astronauta. ¿A qué planeta quieres ir?
Al planeta c-casa —lloriqueó ella.

Después de unos minutos más de lloros e insistencia por mi parte, jugamos a que ella era una exploradora espacial. Al cabo de un rato el enfermero declaró que ya había inhalado suficiente Vaponefrina.
Yo llevé a Aleli al coche en aquella fría y negra noche. Ella estaba agotada y se había dormido. Su cabeza reposaba en mi hombro y me rodeaba la cadera con las piernas, y yo disfruté de la sensación que me producía su peso sólido y vulnerable.
Mientras ella seguía durmiendo en el coche y durante todo el camino de vuelta a casa, yo lloré. Me sentía incompetente, angustiada, llena de amor, alivio y preocupación.
Me sentía como una madre.


Con el tiempo, la relación entre Tina y el señor Ferguson adquirió la entrañable ternura que producen dos personas independientes que no tienen ninguna necesidad de enamorarse pero que, de todas formas, lo hacen. De modo que, después de salir durante unos ocho meses, Tina le preparó a Arthur Ferguson su comida preferida: carne asada con cerveza y verduras, pan de maíz y, de postre, pastel de terciopelo rojo, tras lo cual, como es lógico, él le propuso matrimonio.
Según me contó Tina, se casarían en Las Vegas, en una ceremonia al estilo Elvis; después, asistirían al espectáculo de Wayne Newton y, seguramente, también acudirían a presenciar el número de los tigres. Cuando regresaran, Tina dejaría Bluebonnet Ranch y se trasladaría a la casa que el señor Ferguson tenía en la ciudad; además él le había concedido plena libertad para decorarla.

Si Tina se iba, nada nos retenía a Aleli y a mí en Bluebonnet Ranch. Vivíamos en una vieja casa prefabricada que no valía nada. Además, como mi hermana tenía que empezar la educación escolar al año siguiente, lo mejor sería buscar un apartamento en una zona en la que hubiera buenos colegios. Decidí que, si lograba aprobar los exámenes de la Academia de Cosmetología, buscaría un empleo en Houston.Yo quería irme del campamento de casas prefabricadas más por mi hermana que por mí misma, aunque alejarme de allí sería romper el último vínculo que me unía a mi madre. Y a Gastón.

La pérdida de Gastón me resultaba dolorosa. Si un chico me miraba con interés, me hablaba o me sonreía, yo, sin remedio, buscaba en él algo que me recordara a Gastón. No sabía cómo dejar de quererlo. Y no es que abrigara ningún tipo de esperanza, pues sabía que no volvería a verlo jamás, pero este convencimiento no me impedía comparar a todos los hombres que conocía con él. Y todos salían perdiendo. Me sentía exhausta de tanto quererlo, como un mirlo que peleara contra su reflejo en el cristal de una ventana.
¿Por que el amor era tan fácil para unas personas y tan difícil para otras? 

La mayoría de mis amigas del instituto ya estaban casadas. Mery también se había prometido a Matt, su novio, y, según me contó, no albergaba ninguna duda respecto a su relación. Yo pensaba en lo maravilloso que resultaría tener a alguien con quien contar y me avergonzaba reconocer que fantaseaba con la posibilidad de que Gastón regresara a buscarme, reconociera que se había equivocado y me dijera que encontraríamos la manera de salir adelante juntos porque nada compensaba el dolor que le producía estar lejos de mí.
Si la soledad constituía una de las alternativas, ¿cuál era la otra? ¿Decidirme por una segunda opción e intentar ser feliz? ¿Y esta alternativa sería justa para la persona que yo eligiera? Tenía que haber alguien, un hombre que me ayudara a olvidar a Gastón. Tenía que encontrarlo, no sólo por mí, sino también por mi hermana. Aleli no tenía ninguna influencia masculina en su vida. Yo no tenía conocimientos de psicología, pero estaba convencida de que los padres, o la figura del padre, tenía un fuerte impacto en el desarrollo de los hijos y me preguntaba sí mi vida habría sido muy distinta si hubiera podido vivir más tiempo con mi padre.

La verdad es que no me sentía cómoda con los hombres. Para mí eran unas criaturas extrañas, con sus fuertes apretones de mano, su entusiasmo por los deportivos rojos y las herramientas eléctricas y su aparente incapacidad para reemplazar los rollos vacíos de papel higiénico por uno nuevo. Envidiaba a las chicas que comprendían a los hombres y se sentían cómodas con ellos.
Me di cuenta de que no encontraría a un hombre hasta que estuviera dispuesta a exponerme a un posible daño, a asumir el riesgo al rechazo, a la traición y a que se me rompiera el corazón, los cuales iban unidos a la experiencia de querer a alguien. Algún día, me prometí a mí misma, estaría preparada para asumir aquel tipo de riesgo.

Continuara...

 *Mafe*




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