lunes, 5 de agosto de 2013

Mi Nombre es Valery Cap 37




Capitulo 37

La señora Vasquez me contó que no le sorprendía que hubiera aprobado los exámenes teóricos y prácticos con unas notas excelentes. Con expresión radiante, cogió mi rostro entre sus delgadas y firmes manos como si yo fuera su hija favorita.
Felicidades, Valeria. Has trabajado muy duro. Debes estar orgullosa de ti misma.
Gracias.
Me faltaba el aliento debido a la emoción que experimentaba. Aprobar los exámenes constituía un impulso enorme para mi autoconfianza; me hacía sentir que podía hacer cualquier cosa. Como decía la madre de Mery, si puedes hacer un cesto, puedes hacer cientos.
La directora de la academia me indicó que me sentara.
¿Ahora quieres trabajar como aprendiz o prefieres alquilar una cabina en un centro de belleza?
Alquilar una cabina era como trabajar de autónoma, tenías que pagar un alquiler mensual por utilizar un pequeño espacio del centro y a mí no me atraía la idea de no disponer de unos ingresos seguros.
Prefiero trabajar de aprendiz —respondí yo—. Necesito un sueldo fijo. Mi hermana pequeña y yo...
Claro —me interrumpió ella antes de que tuviera que darle ninguna explicación—. Creo que una joven con tus habilidades y tu belleza puede encontrar un buen puesto en una peluquería de prestigio.
Yo no estaba acostumbrada a los halagos y sonreí y me encogí de hombros.
¿El aspecto influye a la hora de encontrar trabajo?
Los salones de belleza más afamados tienen preferencia por determinada imagen, y si encajas con esa imagen, es más probable que te acepten.

La señora Vasquez me miró de una forma escrutadora y yo me enderecé, avergonzada, en el asiento. Gracias a las continuas prácticas que las estudiantes habíamos realizado entre nosotras, yo había recibido tratamientos para el cutis y el cabello, y manicuras y pedicuras para toda la vida. Nunca había tenido un aspecto tan cuidado como el que tenía entonces. Tenía elegantes reflejos de color miel y caramelo en el pelo y, después de miles de limpiezas de cutis, mi piel estaba tan aterciopelada que ni siquiera necesitaba utilizar base de maquillaje. Parecía una de las amigas de raza exótica de Barbie, lozanas y resplandecientes en su caja de plástico transparente y con una etiqueta de color rosa.
Hay una peluquería muy exclusiva en la zona comercial la Galería —continuó la señora Vasquez—. Salón One, ¿has oído hablar de ella? ¿Sí? Yo conozco a la gerente. Si te interesa, te recomendaré a ella.
¿De verdad? —Yo no podía creer la suerte que tenía—. ¡Oh, señora Vasquez, no sé cómo agradecérselo!
En Salón One son bastante exigentes —me advirtió ella—. Una vez realizada la entrevista, es posible que no te acepten, pero... —La señora Vasquez se interrumpió y me lanzó una extraña mirada—. Algo me dice que encajarás bien allí, Valeria.





Houston es una ciudad de grandes problemas y grandes placeres. Encontré un apartamento para Aleli y para mí en el distrito 610, no lejos de Salón One, donde yo trabajaba. 
El apartamento se encontraba en un viejo complejo residencial con una piscina y un circuito para correr comunitarios. «¿Ahora somos ricas?», me preguntó Aleli sorprendida por el tamaño del edificio principal y por el hecho de que subíamos al apartamento en ascensor.
Como aprendiz de Salón One, yo ganaría unos dieciocho mil dólares al año. Una vez descontados los impuestos y el alquiler mensual del apartamento, que ascendía a quinientos dólares, no nos quedaba mucho, sobre todo porque el coste de la vida era mucho más elevado en Houston que en Welcome. Sin embargo, después del primer año, me ascenderían a peluquera de segunda, con lo que mi sueldo subiría a unos veinte mil dólares anuales.

Por primera vez en mi vida, veía ante mí un futuro lleno de posibilidades. Tenía un título y un empleo con los que podía forjarme un futuro profesional; tenía un apartamento enmoquetado de ciento cincuenta metros cuadrados y un Honda de segunda mano que todavía funcionaba. Y, sobre todo, tenía un papel que decía que Aleli era mía, de modo que nadie podía quitármela.

Inscribí a Aleli en un curso de preescolar. El primer día de colegio la acompañé hasta su clase y me esforcé en contener mis lágrimas mientras ella lloriqueaba, se agarraba a mí y me suplicaba que no la dejara allí. Yo la desplacé a un lado de la puerta, lejos de la mirada de la comprensiva profesora, me agaché frente a ella y le sequé las lágrimas con un pañuelo.

Cariño, sólo estarás aquí un rato, sólo unas horas. Jugarás y harás nuevas amigas...
¡Yo no quiero hacer nuevas amigas!
Tendrás clase de plástica, pintarás y dibujarás...
¡Yo no quiero pintar! —Aleli hundió el rostro en mi pecho y añadió con la voz amortiguada por mi camisa—: Quiero ir a casa contigo.

Yo le cogí la cabecita con firmeza y la apreté contra mi pecho de una forma tranquilizadora.

Yo no voy a casa, cariño. Las dos tenemos trabajo, ¿recuerdas? El mío consiste en peinar a las personas y el tuyo en ir al colegio.
¡A mí no me gusta mi trabajo!
Yo la aparté de mí y le limpié la nariz.

Tengo una idea, Aleli, mira... —Cogí su brazo y lo giré con delicadeza hacia arriba—. Te daré un beso para que te acompañe durante todo el día. Mira. —Incliné la cabeza y presioné los labios en la suave piel del interior de su codo—. Ya está. Si me echas de menos, este beso te recordará que te quiero y que pronto volveré a recogerte.

Aleli contempló la marca rosada con recelo, aunque, afortunadamente, había dejado de llorar.

Preferiría que fuera un beso rojo —declaró después de un buen rato.
Mañana me pondré el pintalabios rojo —le prometí. Me levanté y la cogí de la mano—. Vamos, cariño, haz nuevas amigas y un dibujo para mí. El día habrá terminado antes de que te des cuenta.

Aleli se enfrentó al curso de preescolar con una actitud soldadesca, como si se tratara de una misión que tenía que cumplir. El ritual del beso se estableció como una rutina. El primer día que me olvidé de dárselo, su profesora me telefoneó a la peluquería y con voz compungida me explicó que Aleli estaba tan disgustada que estaba perturbando el desarrollo de la clase. Durante mi descanso, yo corrí hasta el colegio y me encontré con mi llorosa hermana en la puerta de la clase.

Yo estaba agitada, sin aliento y fuera de mis casillas.

¿Tenías que armar tanto jaleo, Aleli? ¿No puedes pasar ni siquiera un día sin un beso en el brazo?
No.
Ella extendió el brazo con determinación, con las mejillas bañadas en lágrimas y una expresión de tozudez en el rostro. Yo suspiré y estampé un beso en su piel.
¿Ahora te portarás bien?
¡Sí!

Ella volvió a entrar en la clase dando saltos de alegría, y yo regresé a toda prisa a la peluquería.


Continuara...

 *Mafe*

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