lunes, 23 de septiembre de 2013

Mi Nombre Es Liberty Cap 44




Capitulo 44


Reuní el valor suficiente para romper con Juan en su piso. Le dije que había disfrutado mucho del tiempo que habíamos pasado juntos, pero que nuestra relación no funcionaba, aunque la culpa no era de él, sino mía. Juan me escuchó con atención y se mostró impasible, salvo por un leve movimiento que percibí en los músculos que su barba ocultaba. No me preguntó nada. Ni siquiera protestó. Yo pensé que a lo mejor nuestra ruptura también constituía un alivio para él. Quizá también sentía que algo faltaba en nuestra relación.

Juan me acompañó a la puerta mientras yo apretaba mi bolso contra mi pecho. Agradecí que no intentara darme un beso de despedida.

—Espero que te vaya bien —declaré.
Aquella frase podía parecer rara y anticuada, pero reflejaba con exactitud lo que yo sentía en aquel momento.
—Gracias —respondió él—. Yo también deseo que te vaya bien, Valeria. Espero que consigas solucionar tu problema.
—¿Mi problema?
—Tu fobia al compromiso —respondió él con amabilidad—. Tu miedo a la intimidad. Tienes que solucionarlo. Buena suerte.

Y, con toda delicadeza, me cerró la puerta en las narices.


Al día siguiente, llegué tarde al trabajo, de modo que tendría que esperar al descanso para contarles a mis compañeros lo que había sucedido.

Yo me sentía contenta por haber roto con Juan, salvo por el consejo que me había dado al despedirnos. Yo no lo culpaba por decirme lo que me había dicho, pues acababa de dejarlo, pero en el fondo me preocupaba que tuviera razón. Quizá me daba miedo la intimidad. Hasta entonces, yo sólo había amado a Gastón, quien estaba anclado en mi corazón. Todavía soñaba con él y, cuando lo hacía, me despertaba con la sangre ardiendo y toda la piel húmeda y viva.
Quizá debería haberme quedado con Juan. Aleli pronto cumpliría diez años y había carecido de influencia paterna durante demasiado tiempo. Necesitábamos a un hombre en nuestra vida.

Nada más entrar en la peluquería, que acababa de abrir al público, Alan se acercó a mí y me informó de que Poli quería hablar conmigo enseguida.

—Sólo he llegado unos minutos tarde... —empecé a disculparme yo.

Yo me dirigí a la parte trasera de la peluquería, donde Poli bebía una taza de té caliente. Cuando entré, levantó la vista de la agenda de citas de los clientes.
—Valeria, he revisado tu horario de trabajo para esta tarde. —Pronunció la palabra «horario», que era una de sus favoritas, con acento británico—. Por lo visto estás libre después de las tres y media.
—Sí, señor —respondí con cautela.
—El señor Ordoñez quiere que vayas a su casa a cortarle el pelo. ¿Conoces la dirección?

Yo sacudí la cabeza con desconcierto.

—¿Quiere que vaya yo? ¿Cómo es que no va usted, como siempre?

Poli me explicó que una actriz famosa venía expresamente a la peluquería desde Nueva York y que no podía cancelar su cita.

—Además —continuó con un deliberado tono monocorde—, el señor Ordoñez ha pedido expresamente que vayas tú. Lo ha pasado bastante mal desde el accidente y ha dicho que le iría bien que...
—¿Qué accidente?

Yo sentí una desagradable descarga de adrenalina, como cuando te salvas por los pelos de caer por unas escaleras y, a pesar de haberte librado del batacazo, tu cuerpo sigue preparado para la catástrofe.

—Creí que ya lo sabías —declaró Poli—. El señor Ordoñez se cayó de un caballo hace dos semanas.

Para un hombre de la edad de Pedro, caerse del caballo nunca constituía algo sin importancia. Los huesos podían romperse, resultar aplastados, se producían dislocaciones, y la espina dorsal y las cervicales sufrían sacudidas. Una exclamación luchó por brotar, sin éxito, de mi garganta y mis manos se desplazaron, primero hasta mis labios y después se Cruzaron sobre mi pecho.

—¿Ha sido grave? —conseguí preguntar por fin.
—No conozco los detalles, pero creo que se ha roto una pierna y ha tenido que pasar por el quirófano. —Poli se interrumpió y me observó con fijeza—. Estás pálida. ¿Quieres sentarte?
—No, estoy bien, sólo que...

No podía creer lo asustada que me sentía y lo mucho que me preocupaba el estado de Pedro. Quería ir a verlo enseguida. El corazón me latía de una forma dolorosa y mis manos se entrelazaron como las de un niño cuando reza.

Yo intenté apartar de mi mente las imágenes que la Cruzaron, las cuales no tenían nada que ver con Pedro Ordoñez. En ellas aparecía mi madre, quien llevaba puesto un vestido blanco estampado con margaritas; mi padre, que sólo me resultaba accesible en una fotografía en blanco y negro; y el rostro decidido de Gastón iluminado por la potente luz de unos focos de feria... Sombras entre sombras. Me costaba respirar. Pero entonces pensé en Aleli y me aferré a su imagen. Mi hermana, mi pequeña... y el pánico se convirtió en un remolino y desapareció.

Oí que Poli me preguntaba si deseaba ir a River Oaks para cortarle el pelo a Pedro.

—Sí, claro —respondí intentando que mi voz sonara normal, como si nada hubiera pasado—. Claro que iré.

Cuando finalicé mi último compromiso, Poli me dio la dirección de Pedro y los números de dos códigos de seguridad distintos.

—A veces, hay un guarda en la verja —me explicó Poli.
—¿Tiene una verja? ¿Y un guarda? —pregunté yo.
—Sí, un guarda de seguridad —declaró Poli con un tono impersonal que resultaba mucho más hiriente que el sarcasmo—. La gente rica los necesita.

Yo cogí el papel con la dirección y los códigos.
Mi Honda necesitaba un lavado, pero no tenía tiempo, tenía que ver a Pedro lo antes posible. Tardé sólo quince minutos en llegar a su casa desde la peluquería.

Continuara...

 *Mafe*

2 comentarios:

  1. Por fin va a conocer a ramiro espero el próximo

    ResponderEliminar
  2. Subí el otro ya por favor!! Me encanta la nove!!

    Besos :)

    ResponderEliminar