lunes, 16 de septiembre de 2013

Mi Nombre Es Valery Cap 41



Capitulo 41

El señor Pedro Ordoñez era una de las personalidades que acudían a Salón One. Una de las primeras cosas que llamaba la atención cuando una conocía a Pedro era su voz, tan baja y grave que se notaba su vibración en el suelo. Pedro no era un hombre corpulento, como mucho era de mediana altura y, cuando relajaba los hombros, podía considerarse bajo. Claro que cuando Pedro Ordoñez relajaba los hombros todas las personas que estaban en su misma habitación también lo hacían. Pedro era un hombre muy masculino, capaz de dominar su temperamento y honesto en los negocios. Había trabajado duro para conseguir su fortuna y había cumplido con todas sus obligaciones.
La primera vez que Pedro acudió a Salón One coincidió más o menos con la época en que yo empecé a trabajar allí. Un día, la tranquilidad de la peluquería se vio interrumpida por una oleada de excitación: las peluqueras murmuraban y los clientes volvían la cabeza hacia la entrada. Yo lo vi mientras lo conducían a una de las cabinas VIP de Poli: una mata espesa de pelo entrecano y un traje gris oscuro. Pedro se detuvo en la puerta de la cabina y recorrió la sala con la mirada. Sus ojos eran oscuros, del tipo de ojos en los que el iris apenas se distingue de la pupila. Era un hombre mayor pero atractivo, y había algo fuera de lo común en él, un cierto toque de excentricidad.

Nuestras miradas se encontraron. Él se quedó quieto y entornó los ojos mientras me miraba con fijeza. Yo experimenté una sensación extraña, casi imposible de describir, una especie de estremecimiento agradable en el fondo de mi corazón, en un lugar que las palabras no podían alcanzar. Me sentí relajada, tranquila y expectante; incluso podía notar cómo los diminutos músculos de mi frente y mi mandíbula se relajaban. Quise sonreírle, pero antes de que pudiera hacerlo, Pedro había desaparecido en la cabina con Poli.

¿Quién es? —le pregunté a Angie, quien estaba a mi lado.
Un posible amigo generoso de alto nivel —contestó ella con cierta intimidación—. No me digas que no has oído hablar de Pedro Ordoñez.
He oído hablar de los Ordoñez —contesté yo—. Son como los Bass de Dallas, ¿no? Gente de dinero.
Cariño, Pedro Ordoñez es el Elvis de las finanzas. Sale continuamente en la CNN, ha escrito libros y es el propietario de medio Houston, aparte de varias mansiones, yates y jets. —Incluso conociendo la tendencia a la exageración de Angie, me sentí impresionada—. Y lo mejor de todo es que es viudo —terminó Angie—. Su mujer falleció hace poco. ¡Tengo que encontrar la manera de entrar en la cabina con él y Poli! ¡Tengo que conocerlo! ¿Has visto cómo me ha mirado?

Yo solté una risita de bochorno. Creí que me había mirado a mí, pero en realidad había mirado a Angie, seguro, porque ella era morena y sexy y los hombres la adoraban.

Sí —respondí yo—, pero ¿de verdad te interesa? Creí que te iba bien con George.
George era el amigo generoso de Angie en aquel momento y acababa de regalarle un Cadillac Escalade. Se trataba de un préstamo, pero le había dicho que podía utilizarlo todo el tiempo que quisiera.
Valeria, una joven inteligente y con aspiraciones nunca pierde la oportunidad de mejorar.
Angie se dirigió a la zona de maquillaje para retocar su delineador de ojos y su pintalabios preparándose para conocer a Pedro Ordoñez.

Yo saqué una escoba del armario de la limpieza para barrer unos mechones de pelo que había en el suelo. Justo entonces, un peluquero llamado Alan se acercó corriendo a mí. Intentaba parecer calmado, pero tenía unos ojos como platos.

Valeria —me dijo en voz baja pero apremiante—, Poli quiere que le lleves un vaso de té helado al señor Ordoñez. Un té cargado, con mucho hielo, sin limón y con dos bolsas de sacarina. Las bolsas azules. Llévaselo en una bandeja y no lo estropees o Poli nos matará a todos.
Yo me sentí alarmada de inmediato.
¿Por qué yo? Debería llevárselo Angie. Él la miró a ella y estoy segura de que ella desea hacerlo. Ella...
Ordoñez ha pedido que se lo lleves tú, la «chica rubia» —me explicó Alan—. Corre, Valeria. Las bolsas azules. ¡Las azules!

Yo preparé el té conforme a las instrucciones que me había dado Alan y lo removí con esmero para asegurarme de que las partículas de sacarina se disolvían por completo. Llené el vaso hasta los bordes y le puse los cubitos de hielo más simétricos que encontré. Cuando llegué a la cabina VIP, tuve que equilibrar la bandeja en una mano mientras abría la puerta con la otra. El hielo tintineó peligrosamente en el vaso y me pregunté con ansiedad si se habrían derramado algunas gotas.
Esbocé una sonrisa impecable y entré en la sala VIP. El señor Ordoñez estaba sentado frente a un espejo enorme con un marco dorado y Poli le describía posibles variaciones de su habitual corte de pelo.Yo intenté acercarle el té a Ordoñez de la forma más inadvertida posible, pero sus ojos oscuros y perspicaces se clavaron en mí y se volvió en la silla mientras cogía el vaso de té de la bandeja.

¿Usted qué opina? —me preguntó—. ¿Cree que necesito modernizarme?

Mientras reflexionaba acerca de mi respuesta, percibí que Ordoñez tenía los dientes de la mandíbula inferior algo montados unos sobre otros y que, cuando sonreía, parecía un león viejo y fiero invitando a un cachorro a jugar. 
.
Le dije la verdad. No pude evitarlo.

Creo que su aspecto ya es bastante incisivo. Si lo acentuara más, asustaría a la gente.
Poli empalideció y yo creí que me iba a despedir allí mismo.
La risa de Ordoñez sonó como si alguien sacudiera un saco lleno de rocas.
Me quedo con la opinión de esta joven —declaró Ordoñez a Poli—. Córtame medio centímetro de la parte superior y recórtame las patillas y la nuca. —Ordoñez volvió a mirarme—. ¿Cómo se llama?
Valeria Gutierrez.
¿De dónde ha sacado ese nombre? ¿De qué parte de Tejas es? ¿Es una de las ayudantes que lavan el pelo?

Más tarde, me enteré de que Pedro tenía la costumbre de formular preguntas en grupos de dos o de tres y, si olvidabas responder una de ellas, te la repetía.

Nací en el condado de Valeria, viví un tiempo en Houston, pero crecí en Welcome. Todavía no puedo lavar el pelo, acabo de empezar y soy una aprendiz.
Todavía no puede lavar el pelo —repitió Ordoñez mientras levantaba sus espesas cejas, como si aquel hecho le resultara absurdo—. ¿Y qué demonios hace una aprendiz?
Les llevo té helado a los clientes.
Yo le ofrecí mi mejor sonrisa y me dirigí hacia la puerta.
¡No se vaya! —ordenó él—. Puede practicar el lavado de pelo conmigo.

Poli intervino con una expresión de calma absoluta en el rostro. Su acento era más marcado de lo habitual, como si acabara de comer con Camilla y Carlos.

Señor Ordoñez, esta muchacha no ha terminado su formación. No está cualificada para lavar el pelo de nadie. Sin embargo, tenemos peluqueras muy cualificadas que lo servirán hoy y...
¿Cuánta formación se necesita para lavar el pelo? —preguntó Ordoñez con incredulidad. Se notaba que no estaba acostumbrado a que nadie, fuera por la razón que fuera, le negara nada—. Hágalo lo mejor que pueda, señorita Gutierrez, yo no me quejaré.
Valeria, por favor —contesté yo mientras regresaba a su lado—. Y no puedo.
¿Por qué no?
Porque si le lavo el pelo y usted no vuelve nunca más a Salón One todo el mundo deducirá que lo hice mal y no quiero cargar con este peso en mi currículo.

Ordoñez frunció el ceño. Yo debería haber tenido sentido común y tenerle miedo, pero la sensación que nos unía era viva, incluso juguetona y, por mucho que intenté evitarlo, la sonrisa volvía una y otra vez a mis labios.

¿Qué más puedes hacer además de traer el té? —me preguntó Ordoñez.
Podría hacerle la manicura.

Él se burló de la propuesta.

No me han hecho nunca la manicura y no entiendo por qué un hombre debería hacerse algo así. La manicura es para mujeres.
Yo les hago la manicura a muchos hombres.

Quise cogerle la mano, pero titubeé y, al segundo siguiente, la palma de su mano reposaba sobre la mía. Su mano era ancha y fuerte.

No le iría nada mal una manicura, señor Ordoñez. Sobre todo un tratamiento en las cutículas.
Llámame Pedro, Ve a buscar tus instrumentos.

Como mantener feliz a Pedro Ordoñez se había convertido en el modus operandi del día, tuve que pedirle a Angie que se ocupara de mis tareas, que incluían barrer el suelo y realizar una pedicura a las diez y media.

A Angie le habría gustado clavarme las tijeras que tenía más a mano, pero, por otro lado, no pudo evitar ofrecerme varios consejos mientras yo recogía los útiles de la manicura.

No hables demasiado. De hecho, habla lo menos posible. Sonríe, pero no con esa sonrisa enorme que pones a veces. Haz que hable sobre sí mismo. A los hombres les encanta. Intenta conseguir su tarjeta de visita y, pase lo que pase, no menciones a tu hermana pequeña. A los hombres les aterran las mujeres con responsabilidades.

Angie —refunfuñé yo— no estoy buscando un amigo rico y, aunque lo buscara, él es demasiado viejo.
Angie sacudió la cabeza.
Querida, ningún hombre puede considerarse demasiado viejo. Sólo con mirarlo puedo asegurarte que Ordoñez no ha perdido su vitalidad.

No estoy interesada en su vitalidad —repliqué yo—. Ni en su dinero.

Después de que le cortaran el pelo y lo peinaran, me reuní con Pedro Ordoñez en otra cabina privada. Nos sentamos el uno frente al otro, separados por la mesita de la manicura y bajo la intensa luz de un foco de brazo largo y móvil.

El corte de pelo le queda muy bien —comenté yo mientras cogía una de sus manos y la introducía en un cuenco de solución reblandecedora.
Más vale que sea así, con lo que me cobra Poli... —Ordoñez contempló con recelo el surtido de instrumentos y botellines con líquidos de colores que había encima de la mesita—. ¿Te gusta trabajar para él?
Sí, señor, sí que me gusta. Estoy aprendiendo mucho de él. Tengo suerte de poder trabajar aquí.
Mientras le arreglaba las manos, charlamos

¿Qué te decidió a trabajar en una peluquería? —me preguntó.
Cuando era una niña me encantaba peinar y maquillar a mis amigas. Siempre me ha gustado ayudar a las personas a tener buen aspecto y también me gusta que, al terminar, se sientan mejor consigo mismas.
Destapé un botellín, y Ordoñez lo contempló casi con horror.
No necesito que me pongas esto —declaró con firmeza—. Puedes aplicarme los otros tratamientos, pero el esmalte ni hablar.
Esto no es esmalte, es reblandecedor para las cutículas y usted necesita mucho. —Yo no hice caso de sus muecas y apliqué reblandecedor en sus cutículas con un pincelito—. Es curioso, pero no tiene usted las manos de un hombre de negocios. Debe de hacer otras cosas además de empujar papeles por encima de un escritorio.
Él se encogió de hombros.
Algún que otro trabajo en el rancho. Y monto mucho a caballo. De vez en cuando, también arreglo el jardín, aunque no tanto como cuando vivía mi mujer. A ella le apasionaba hacer crecer cosas.
Me han dicho que falleció hace poco —comenté mientras contemplaba su rudo rostro en el que el dolor había dejado huellas a su paso—. Lo siento.
Ordoñez asintió levemente con la cabeza.
Ava era una buena mujer —declaró con aspereza—. La mejor mujer que he conocido nunca. Sufrió un cáncer de mama y lo descubrimos demasiado tarde.

A pesar de la categórica advertencia de Poli en cuanto a que los empleados en ningún caso debíamos hablar sobre nuestros asuntos personales con los clientes, casi no pude contener la necesidad de contarle a Pedro que yo también había perdido a una persona muy querida, pero sólo comenté:
Dicen que es más fácil cuando has tenido tiempo de prepararte para la muerte de un ser querido, pero yo no opino lo mismo.
Yo tampoco.

La mano de Pedro apretó la mía de una forma tan breve que apenas tuve tiempo de darme cuenta. Sobresaltada, levanté la mirada y percibí en su rostro amabilidad y una muda tristeza y, de algún modo, supe que, tanto si le comentaba cosas de mi vida como si no, él me comprendía.


Continuara...

 *Mafe*

2 comentarios:

  1. Ahora q apareció pedro falta menos para entre en la historia ramiro.... A esperar el próximo

    ResponderEliminar
  2. Seguí subiendo q está buenísima la nove :-)

    ResponderEliminar