jueves, 24 de octubre de 2013

Una noche con el Jeque Capítulo 16



Capítulo 16

La tribu estaba acampando en aquellos mo¬mentos a unos cincuenta kilómetros y en un im¬pulso repentino decidió ir a verlos. Normalmen¬te, le gustaba la soledad, pero en aquella ocasión no se encontraba a gusto.
Allí donde miraba en el oasis, veía a Rocío. Aunque eran diferentes culturalmente, tenían mucho en común y Gastón sabía que aquella mujer, al igual que él, no entregaba su cuerpo ni su corazón fácilmente. También sabía que, una vez entregado, sería para siempre.
¿Le estaría pasando a Rochi lo mismo que a él? ¿Recordaría las dos ocasiones en las que habían estado a punto de hacer el amor con tanta año¬ranza y deseo como él? De ser así, ¿podría amar¬lo tanto como para aceptar su responsabilidad hacia la tribu, entenderla y compartirla para toda la vida?
No sabía si se iba a atrever a confesarle lo que sentía por ella. ¿La amaba? ¿Podría vivir consigo mismo si, como temía, su amor por Rocío era más fuerte que su sentido de la responsabilidad hacia su pueblo?
Apartó el ordenador y se fue a buscar las lla¬ves del coche.
Rocío no recordaba haber estado nunca tan nerviosa.
A lo lejos, ya veía la jaima. Sintió que el cora¬zón se le aceleraba y que le latía con tanta fuerza, que parecía que se le iba a salir del pecho.
¿Y si Gastón se negaba a acostarse con ella? ¿Qué pasaría si la rechazara? ¿Y si…?
Por un momento, sintió la tentación de dar me¬dia vuelta y volver a la ciudad. Se apresuró a recor¬dar el episodio en el jardín de la mansión y las pa¬labras de Gastón. La había deseado entonces, como había confesado, y la volvería a desear ahora.
Se había imaginado que, cuando oyera el co¬che, saldría a ver quién llegaba, pero no fue así. Rocío aparcó, salió del coche y sacó sus cosas del maletero.
«Tendría que haber venido de noche», pensó. «Menuda seductora estoy hecha».
Tomó aire y se quedó mirando la jaima. Con decisión, avanzó hacia el destino que Rochi misma había elegido.
Cinco minutos después, estaba mirando el oa¬sis y asimilando lo obvio.
¡Gastón no estaba!
¡Ni rastro de Gastón, nada de seducción y adiós al bebé!
Se sentía la persona más frustrada del mundo. ¿Dónde estaría? ¿Habría vuelto a la ciudad a pesar de que le había dicho a su tía abuela que se iba a quedar en el oasis?
¡Qué irónico sería que, al haber ido allí a bus¬carlo, se hubiera negado a sí misma la oportuni¬dad de conseguir lo que más deseaba de él!
Entonces, se dio cuenta de que el ordenador estaba sobre la mesa. Indudablemente, Gastón no lo habría dejado allí si hubiera vuelto a la ciudad, así que, ¿dónde estaba?
El sol era ya una bola de fuego en el horizon¬te. Pronto sería de noche y Rocío no pensaba arriesgarse a hacer el trayecto de vuelta a oscu¬ras, así que, ¿qué podía hacer?
Aguantar una noche más el deseo de su cuer¬po, que se moría por él. ¡No se le había pasado por la cabeza que no fuera a estar allí!
Aquella jaima estaba impregnada de él. Acari¬ció la silla de cuero en la que trabajaba. Parecía que el aire oliera a él y que el ambiente hubiera guardado ecos de su voz. Rocío cerró los ojos y le pareció que estaba allí.
Pero no era así, no estaba, y Rochi se moría por verlo y seducirlo.
No había comido mucho, pero no tenía ham¬bre. Aun así, fue a la cocina porque tenía sed. Mientras bebía se dio cuenta de que tenía arena por todo el cuerpo.
« ¡Menuda seductora!», volvió a pensar. Estaba cansada y se le cerraban los ojos. Ade¬más, se sentía vacía y frustrada. Salió de la coci¬na con la intención de ir al salón, pero sus pasos la guiaron al dormitorio.
Se estremeció al ver la cama en la que habían estado a punto de poseerse el uno al otro. El de¬seo se apoderó entonces de su cuerpo. Se dijo que era su fortísimo instinto materno el que hacía que se pusiera así. Era normal que reaccionara así ante la idea de acoplarse con el mejor macho disponible.
Pensar en Gastón hacía que se derritiera. Ne¬cesitaba verlo y besarlo, deslizar su lengua por su cuello y acariciar sus fuertes músculos, sus brazos, su espalda, juguetear con el vello de su pecho y bajar hasta…
¡Lo que necesitaba era una ducha fría!
—Buen viaje, Ashar —sonrió Gastón abrazando al miembro más anciano de la tribu mientras los demás desmontaban el campamento.
—Podrías venir con nosotros. 
—Esta vez, no.
El grupo iba a viajar de noche para aprove¬char las horas de menos calor para cruzar el de¬sierto.
Ashar lo miraba con sus grandes ojos marro¬nes. Aquel hombre, que tanto se parecía a su abuelo y a su padre, lo admiraba y lo quería con amor paterno de hecho.
—Algo te preocupa —sentenció—. ¿Una mujer? A la tribu le encantaría que te casaras y tuvieras hijos que pudieran seguir tus pasos, como seguis¬te tú los de tus antepasados.
—Ojalá las cosas fueran así de fáciles —contes¬tó Gastón haciendo una mueca.
—¿Por qué no lo iban a ser? ¿Temes, quizás, que esa mujer no respete nuestras tradiciones y te veas obligado a dividir tus lealtades? Si es así, no es la mujer que necesitas, por supuesto, pero te conozco bien y sé que jamás elegirías a una es-posa así. Tienes que aprender a confiar en esto —le aconsejó tocándose el corazón— y no solo en lo que hay ahí dentro —añadió tocándose la cabe¬za y haciéndolo sonreír.
¡Ashar no se podía imaginar cómo se estaba dejando llevar por sus sentimientos en aquella ocasión!
Esperó a que la caravana hubiera partido antes de montarse en su coche y volver al oasis.
La luna iluminaba la noche y las estrellas bri¬llaban con fuerza. Parecían brillantes sobre un fondo de terciopelo. A Gastón siempre le había fascinado el desierto de noche ya que era cuando más cercano se sentía a sus raíces.
Sus antepasados habían viajado por aquellas dunas durante generaciones y él debía asegurar a sus descendientes la posibilidad de poder seguir haciéndolo. Eso no se conseguía desde una ofici¬na o desde los lujosos lugares desde los que, sin duda, Peter elegiría hacerlo.
No, la única forma de conseguir mantener su forma de vida tradicional era involucrándose con ella.
No debía olvidarlo nunca, pero tampoco po¬día negarse a sí mismo lo que sentía por Rocío. Al principio, la intensidad de su amor por Rochi lo había sorprendido, pero ya había asumido que no podía cambiarlo.
Al llegar al oasis, vio un coche, se bajó y se quedó mirándolo. No le gustaba recibir visitas allí y, desde luego, no había invitado a nadie. ¡No estaba de humor! ¿Quién sería?
Con el ceño fruncido, se dirigió a la jaima y entró sin encender las luces. La conocía de me¬moria, así que no necesitaba luz para llegar hasta su dormitorio.
Rocío estaba profundamente dormida en mitad de su cama. Estaba acurrucada como una niña pequeña y llevaba puesta su bata blanca. Había encendido una pequeña lámpara y el haz de luz le iluminaba la cara.
Gastón la observó desde la puerta y la deseó al instante. Apretó los puños y sintió que el cora¬zón le latía aceleradamente.
¡Sabía que, si tuviera dos dedos de frente, lo que debía hacer era despertarla, montarla en el coche y llevarla de vuelta a la ciudad!
Sin embargo, cerró la cortina, se acercó a Rochi y se quedó mirándola.
Rocío se despertó instintivamente y abrió los ojos despacio.
—¡Gastón! —exclamó sintiendo un gran alivio. 
—¿Qué haces aquí? —le preguntó él secamente.
—Estaba esperándote —contestó Rocío incor¬porándose— para decirte que te deseo y que espe¬ro que tú me desees con la misma intensidad.
Gastón la miró anonadado y Rocío se dio cuenta de que lo había pillado con la guardia ba¬jada.
—¿Y has venido hasta aquí para decirme eso? —Aunque intentaba mostrarse frío y distante, Rocío lo había visto apretar los dientes y se dijo que debía seguir intentándolo.
—Para decírtelo y para demostrártelo —contes¬tó levantándose y dejando caer la bata al suelo. Nunca se había sentido tan orgullosa de su desnudez y de su femineidad, que le daba un fuerte sentimiento de poder. Sabía que Gastón la deseaba, pero no quería dejarse llevar.
Estaba frente al él y no se había movido. Por un instante, pensó en abandonar, pero entonces vio que apretaba los puños. Obviamente, estaba intentando frenarse por todos los medios.
Sin pensarlo dos veces, se puso de puntillas y la acarició la cara. Jamás habría actuado así por ella, para satisfacer su deseo sexual, pero no lo estaba haciendo por eso, sino para dar vida a un nuevo ser.


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