Capítulo 15
—Gastón se fue hace una semana y sigue en el oasis.
Rocío se forzó a concentrarse en su tra¬bajo en lugar de reaccionar ante el comentario de madame Flavel.
El príncipe había vuelto a ir a verla aquella semana y había llevado a su esposa y a sus hijos con él.
Al ver a aquellas cuatro criaturas morenas de ojos oscuros riendo y corriendo, había sentido tantas ansias de ser madre que le había parecido que incluso le dolía el vientre.
Estaba desesperada por tener un hijo y no solo porque echara de menos a su sobrina aunque el nacimiento de Kiara había sido el detonante de la explosión de su reloj biológico.
Había comenzado a entender por qué deseaba tanto a Gastón: ¡Su cuerpo lo había reconocido como el hombre perfecto para hacerle un hijo!
Al darse cuenta de ello, se había tranquilizado pues estaba aterrada ante la idea de que, tal vez, se hubiera enamorado de él.
Menos mal que ya estaba segura de que no había sido así y sus defensas emocionales esta¬ban de nuevo en su sitio.
Lo había deseado y lo seguía deseando, ya no tenía reparos en reconocérselo a sí misma, pero era porque quería tener un hijo suyo.
¡Todo tenía sentido!
¿Dónde había leído que las mujeres reaccio¬naban por instinto cuando se trataba de buscar padre para sus criaturas y elegían al mejor candi¬dato?
Era obvio que su cuerpo había reconocido en Gastón al semental ideal y que su cerebro había dado el visto bueno.
Por eso, evidentemente, tanto su cuerpo como su mente la bombardeaban con mensajes, deseos e imágenes de Gastón.
¡Su instinto materno estaba desatado!
—Gastón ha llamado para decir que se va a quedar en el oasis otra semana —suspiró madame Flavel cuando se sentaron a la mesa para cenar—. Te debes de aburrir mucho, chérie. No haces más que trabajar y estar conmigo.
—Por supuesto que no —contestó Rocío.
—¿No? ¿Y no echas de menos a la pequeña?
—Sí, la echo mucho de menos —admitió.
—¿Y por qué no te planteas tener hijos? Yo siento mucho no haberlos podido tener, ¿sabes? En ese sentido, envidiaba mucho a mi hermana. No entiendo cómo personas como Gastón y como tú que, evidentemente, seríais unos pa¬dres fantásticos estáis tan decididos a no casa¬ros.
Rocío la miró y asintió.
—Has estado trabajando sin parar. ¿No crees que te vendrían bien unos días de descanso? —Rocío sabía que Cecille tenía razón, ya que el friso estaba prácticamente terminado. ¿Debería tomarse unas vacaciones? ¿Para qué? ¿Para echar más de menos todavía a Kiara? ¿Para tener más tiempo para desear tener un hijo y pasarse todo el día pensando en Gastón y en que ojalá no hubiera parado?
¡Si hubiera insistido un poco más, si lo hubie¬ra persuadido y seducido, tal vez ahora ya estu¬viera embarazada!
Después de cenar, madame Flavel se retiró a sus habitaciones y Rocío se fue a dar una vuel¬ta por el jardín y a pensar.
Si Gastón estuviera allí, podría ir a hablar con él. ¿Ah, sí? ¿Para qué? ¿Qué le iba a decir? ¿Le iba a pedir que se acostara con ella para darle un hijo?
Sí, ¿por qué no? No le pareció mala idea, se¬guro que él estaría de acuerdo.
¿Por qué iba a tener que pedírselo? Rochi era una mujer y él un hombre, ¿verdad? Además, ya le había demostrado que la deseaba…
Pero no estaba. Estaba en el oasis.
El oasis… Rocío cerró los ojos y recordó lo que había sucedido entre ellos allí aquella noche en la que, creyéndola Marianela, había estado a pun¬to de hacerla suya.
¡Todo su cuerpo lo deseaba! ¡No podía dejar de pensar en acostarse con él para ver cumplido su sueño de ser madre!
Recordó de otras visitas a la ciudad una tienda que tenía exactamente lo que necesitaba.
Irritada, Rocío tiró al suelo los bocetos que había dibujado. Todos eran bebés y todos tenían los rasgos de Gastón.
Apenas había dormido aquella noche y, cuan¬do lo había conseguido, la habían asaltado sue¬ños increíblemente eróticos que la habían hecho gritar su nombre.
Incluso dormida, su subconsciente le hablaba de él.
Lo único que le impedía ir a buscarlo era… ¿Qué? ¿Miedo? ¿Timidez?
Pero, por otra parte, ¿qué quería? ¿Mirar atrás dentro de unos años y arrepentirse de no haber aprovechado la oportunidad?
¡No era nada ilegal!
No tenía intención de pedirle nada jamás. Al contrario, quería criar a su hijo sola. De él, solo necesitaba un espermatozoide. Lo único que te¬nía que hacer era…
¡Lo único que tenía que hacer era conseguir ser irresistible para él!
¡Mientras estuviera en el oasis estaría a su merced y, además, era el momento del mes per¬fecto pues era fértil!
Un plan estaba empezando a tomar forma en su cabeza y lo primero que tenía que hacer era ir de compras.
Rocío estudió el caftán de seda que le esta¬ba mostrando la dependienta. Se trataba de una prenda delicada rematada en hilo de plata en el cuello y en los puños.
Era turquesa y se llevaba encima de unos pan¬talones especiales que la empleada le mostró también.
Era un conjunto destinado a hacer las delicias de cualquier hombre en la intimidad. La tela era tan delicada que se transparentaba a la altura del pecho, lo que encantó a Rocío pues se le anto¬jó muy provocativo.
Además, los pantalones tenían un encaje en forma de uve en la parte delantera que no podía pasar desapercibido a nadie ya que su función era atraer la función del amante.
—Y luego, por supuesto, le queda esto —dijo la dependienta mostrándole un trozo de tela lleno de lentejuelas y explicándole como se sujetaba con cinta adhesiva en el ombligo.
—Eh… No… Yo había pensado en algo más europeo.
—Muy bien. Mi prima tiene una tienda aquí cerca y tiene lencería francesa.
Rocío se dio cuenta de que la chica la mira¬ba divertida ante su timidez, pero no estaba dis¬puesta a gastarse una fortuna en un conjunto que le iba a costar un tremendo esfuerzo lucir.
Mientras caminaba hacía la tienda que le ha¬bían indicado, pensó que al fin y al cabo el conjunto que se había comprado era mucho más sen¬sual que la ropa occidental y había que hacer lo que fuera para seducir a Gastón.
Cuando llegó a casa, estaba agotada. Se había comprado un perfume especialmente diseñado para ella y una loción corporal que le aseguraba una piel suave como la de un melocotón.
También había cedido a la tentación de com¬prarse ropa interior nueva en la tienda de lencería francesa que le habían recomendado. Había ad¬quirido unas braguitas elegantes y femeninas con las que no se encontraba incómoda en absoluto.
No eran tan provocativas como las que lleva¬ban las mujeres árabes bajo el caftán, pero se las podía poner con vaqueros.
No tardó mucho en hacer las maletas y, cuan¬do las tuvo terminadas, le entregó una nota a Hera para que se la diera a madame Flavel cuan¬do se despertara de la siesta.
Para entonces, debería estar ya en el oasis. No quería que la mujer se preocupara, así que le de¬cía la verdad de dónde estaba, pero no sus inten¬ciones, por su puesto.
Habló con la agencia de alquiler de todoterre¬nos y se fue para allá en un taxi.
Aquella vez tuvo la precaución de escuchar antes de partir el parte meteorológico. Por suerte, no había tormentas de arena previstas.
Se montó en el coche, tomó aire y lo puso en marcha.
Gastón apartó el ordenador y se puso en pie. Se había ido al oasis para poner distancia en¬tre Rocío y él y lo único que había conseguido era pasarse los días pensando en ella.
¿Solo pensando?

es una crueldad dejarla ahi!!
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