domingo, 17 de noviembre de 2013

Lazos capitulo treinta y cuatro

Capitulo
La cabeza de Silvia giró hacia mí en el momento en que di un paso hacia la barra.
Dejé la puerta cerrada detrás de mí mientras estudiaba a la mujer que le mintió a
su hijo toda la vida sobre quién era. Durante la semana pasada yo había crecido
como Silvia. No estaba de acuerdo con su manera de criar a sus hijos pero sabía
que ella amaba a Gaston y eso era suficiente. Ahora quería ver el remordimiento en
sus ojos. Algo que me dijera que ella sabía que le había hecho daño.
—Deja de mirarme como si fuera un maldito experimento de ciencias. ¿En qué
andas hoy? —dijo Silvia mientras daba un paso alrededor de la barra y me
sostenía la mirada. Ella estaba tratando de ver que sabía. Podía verla analizarme
con su mirada.
—¿Por qué no me dices la verdadera razón por la que Gaston escapó? Me dejaste
creer que fuimos Pablo y yo los que lo hicimos escapar.
Ella levantó una ceja delgada y oscura y suspiró.
—Supongo que Pablo decidió compartir las buenas noticias contigo.
—No considero el hecho de que a Gaston le hayan mentido toda su vida una buena
noticia.
Silvia sacó un taburete del bar y se sentó en él rodando sus ojos como si yo
estuviera siendo melodramática.
—¿Qué viniste a hacer aquí Rocio? Regáñame. Acúsame. Júzgame. Adelante.
Como si no estuviera acostumbrada. Pero asegúrate de visitar la casa de tu antiguo
novio y darle el mismo regaño al padre de Gaston que el que quieres dar aquí.
Porque bebé, se necesitan dos para bailar tango.
—No estoy aquí para juzgarte o alguna de esas cosas. Estoy aquí porque estoy
preocupada por Gaston. Desearía que me lo hubieses dicho. Hubiera ido a buscarlo.
—No era mi historia para contarla. Una vez que se lo dije a los chicos se convirtió
en su historia. Cuando ellos quisieran que alguien lo supiera tomarían la decisión
de contárselo, no yo. ¿Además cómo vas a encontrar a alguien que escapó para no
ser encontrado?
Me acerqué y me senté en el taburete vacio que había a su lado. Silvia siempre
supo que Gaston no se estaba escondiendo de sus problemas, no estaba escapando.
Se estaba enfrentando con la bomba que había sido tirada sobre él y había
cambiado su vida.
—¿Por qué me dejaste creer que se estaba escapando de mi? ¿De Pablo? —le
pregunté buscando en su cara algún signo de remordimiento.
—Porque era mejor así. Tú nunca vas a ser nada más que una pared entre esos dos
chicos y ahora mismo ellos se necesitan más que nunca. Puede que no sea una
madre ideal pero amo a mi muchacho. Sé que necesita a su hermano. Tú eres dulce
y honesta, me gustas, de verdad. No eres como pensaba, pero no eres buena para
los chicos. Te necesitan fuera de sus vidas para poder seguir adelante y encontrar
una manera de lidiar con esto.
Ella tenía razón. Siempre sería la que estaría en el medio, siempre reparando sus
muros. Amo a Gaston. Lo amo demasiado para dejarlo ir.
—Tienes razón —contesté.
Silvia me alcanzó y acarició mi brazo cariñosamente.
—Eres una buena chica con un gran corazón. Estoy agradecida de que ames a
Gaston. Me hace sentir bien que alguien como tú pueda amarlo. Gracias.
Me levanté y puse mis brazos alrededor de los hombros de Silvia. Ella se puso
rígida y después se relajó y sus brazos, lentamente, me rodearon. Me pregunté si
alguien, alguna vez, la había abrazado. La exprimí durante un tiempo antes de
soltarla.
—Gracias por aguantarme esta semana —le dije mientras se me desgarraba la
garganta.
Sus ojos estaban húmedos cuando me dio una sonrisa triste.
—Disfruté la compañía.
Antes de que me convirtiera en un desastre lloriqueante, la saludé con la mano y
me dirigí hacia la puerta.
—Él está de nuevo en la ciudad, sólo para que lo sepas. Le di tus cartas.
Apreté la manija de la puerta y miré fijamente a la vieja puerta de madera. Tengo
que dejarlo ir. Preguntar dónde está y cuánto tiempo estará de regreso sólo lo hará
peor. Con toda la fuerza de voluntad de mi cuerpo, giré la manija y abrí la puerta.
Era tiempo de irme a casa.
El golpe en mi puerta fue seguido por un:
—¿Rocio mi amor, estás adentro?
Miré el reloj en mi mesa de noche, eran las ocho de la mañana. Papá recién llegaba
a casa, eso era raro.
—Sí —contesté.
Abrió la puerta y entró. Las líneas de su ceño fruncido en su cara lucían como si
hubiera pasado una noche estresante, en algún lugar.
—¿Estás bien? —le pregunté, recordando la última vez que uno de mis padres vino
a mi cuarto disgustado.
—Sí, estoy bien. Sólo quería hablar de algo contigo —me contestó y se sentó en la
silla púrpura mirando a mi cama.
Aparentemente esta iba a ser una larga conversación. Él nunca se sentaba aquí.
—Está bien —le di lugar. Su extraño comportamiento me estaba poniendo
nerviosa.
—Tú y Pablo terminaron.
Lo dijo como una afirmación, no una pregunta. Así que sólo asentí para
confirmarlo.
—¿Has hablado con él después sobre cualquier cosa? Tal vez algo que esté
ocurriendo en su familia.
¿Cómo sabía mi papá? A menos...
—Sí, hoy de hecho —contesté esperando a ver cuál sería su próxima pregunta.
Papá se aclaró la garganta y se inclinó hacia adelante apoyando sus codos sobre las
rodillas.
—¿Qué te dijo?
Su ceño fruncido y que haya llegado tarde sólo significaban una cosa. Esta noche
papá tuvo terapia.
—Me dijo algo acerca de Gaston.
No iba a decirle a papá el secreto, si me equivocaba y no había pasado una hora
con Pablo y sus padres.
—¿Te dijo quién es el padre de Gaston?
Asentí sin estar dispuesta a decir más.
Papá dejó escapar un suspiro y se echó hacia atrás en la silla.
—Pablo y su mamá vinieron a verme esta noche. No están llevando bien esta
noticia, pero estoy preocupado por Gaston. Pienso que es el que más afectado debe
estar. ¿Sabes dónde está?
Negué con la cabeza.
—¿Me lo dirías si supieras? Porque realmente pienso que necesita hablar con
alguien. Escaparse y esconderse no es saludable para él, Rocio.
—No papi. Gaston no me ha llamado ni vino a verme desde el domingo en la
mañana. Pero... él está de vuelta. Silvia me dijo que regresó a la ciudad. Ellos se
vieron.
Papá asintió con la cabeza y se frotó las mejillas sin afeitar, sus ojos se fruncieron.
Él quería ayudar a Gaston. La idea de mi papá ayudando a Gaston me animó. Quería
levantarme y rodearlo con mis brazos pero me quedé quieta. Gaston no quería su
ayuda. No iba a decirle ese pensamiento.
—¿Está loco por ti?
Moví la cabeza pero luego me detuve. No estaba segura de si lo estaba o no. No me
había buscado. No me había llamado ni mandado un mensaje. Tal vez estaba loco
por mí, tal vez se arrepentía de todo.
—Quería disculparme contigo por las cosas que dije sobre él la noche del velatorio
de abue. Estaba equivocado, no lo conocía. Pablo me había encandilado un poco
esa noche. Gaston tuvo una educación difícil pero ha superado muchas cosas. Lo
juzgué injustamente. Cuando vino al velatorio de abue y te llevó hasta el frente me
sorprendió. No encajaba en las personas con las que lo identificaría. Una persona
mal educada no hace algo tan amable por alguien. Pero me asustó. Gaston era el hijo
de un agricultor del infierno. Conocí a Dalmau en la escuela y él no era nada
confiable. No quería eso para ti. Estaba seguro que la sangre de su padre lo había
contaminado de alguna manera. En cambio, él tiene corriendo por las venas la
sangre del ciudadano más admirado en la ciudad. En vez de cargar con eso, el
negó a su propio hijo. el amaba a ese chico. Recuerdo verlo con Gaston y
sorprenderme de la amabilidad que tenía con su hijo. El hecho de que Gaston no
fuera suyo y él lo supiera, sólo me mostró de nuevo cuan equivocado estaba. La
Biblia nos dice que no juzguemos, yo lo hice de todas formas. Lamento no haber
confiado en ti. Viste la bondad de Gaston que yo me negaba a reconocer.
Esta vez me salí de mi lugar en la cama y caminé hacia mi papi. Sin una palabra,
me senté en su regazo y apoyé mi cabeza en su hombro como hacía cuando era una
niña pequeña.
—Está bien papá. Sé que tenías buenas intenciones, que estabas tratando de
protegerme. Pero tienes razón, Gaston es especial. De alguna manera, los descuidos
que ha sufrido no se llevaron el espíritu dentro de él. Si llegas a conocerlo, lo
amarás. Es difícil no amarlo.
—¿Lo amas?
—Sí, y es porque lo amo que lo estoy dejando ir. No puede estar conmigo y a la vez
salvar su relación con Pablo. Siempre le recordaré su traición. Lo entiendo.
Papá frotó mi brazo y me abrazó contra su pecho.
—No quería verte lastimada pero tienes razón. No veo otra manera. Esos dos
chicos tienen un montón de trabajo que hacer para curarse. Se necesitan el uno al
otro.
—Lo sé.
—Pero todavía duele —respondió papá.

—Sí, todavía duele.

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