Capitulo
La cabeza de Silvia giró hacia mí en el momento en que di un paso
hacia la barra.
Dejé la puerta cerrada detrás de mí mientras estudiaba a la mujer
que le mintió a
su hijo toda la vida sobre quién era. Durante la semana pasada yo
había crecido
como Silvia. No estaba de acuerdo con su manera de criar a sus
hijos pero sabía
que ella amaba a Gaston y eso era suficiente. Ahora quería ver el
remordimiento en
sus ojos. Algo que me dijera que ella sabía que le había hecho
daño.
—Deja de mirarme como si fuera un maldito experimento de ciencias.
¿En qué
andas hoy? —dijo Silvia mientras daba un paso alrededor de la
barra y me
sostenía la mirada. Ella estaba tratando de ver que sabía. Podía
verla analizarme
con su mirada.
—¿Por qué no me dices la verdadera razón por la que Gaston escapó?
Me dejaste
creer que fuimos Pablo y yo los que lo hicimos escapar.
Ella levantó una ceja delgada y oscura y suspiró.
—Supongo que Pablo decidió compartir las buenas noticias contigo.
—No considero el hecho de que a Gaston le hayan mentido toda su
vida una buena
noticia.
Silvia sacó un taburete del bar y se sentó en él rodando sus ojos
como si yo
estuviera siendo melodramática.
—¿Qué viniste a hacer aquí Rocio? Regáñame. Acúsame. Júzgame.
Adelante.
Como si no estuviera acostumbrada. Pero asegúrate de visitar la
casa de tu antiguo
novio y darle el mismo regaño al padre de Gaston que el que
quieres dar aquí.
Porque bebé, se necesitan dos para bailar tango.
—No estoy aquí para juzgarte o alguna de esas cosas. Estoy aquí
porque estoy
preocupada por Gaston. Desearía que me lo hubieses dicho. Hubiera
ido a buscarlo.
—No era mi historia para contarla. Una vez que se lo dije a los
chicos se convirtió
en su historia. Cuando ellos quisieran que alguien lo supiera
tomarían la decisión
de contárselo, no yo. ¿Además cómo vas a encontrar a alguien que
escapó para no
ser encontrado?
Me acerqué y me senté en el taburete vacio que había a su lado. Silvia
siempre
supo que Gaston no se estaba escondiendo de sus problemas, no
estaba escapando.
Se estaba enfrentando con la bomba que había sido tirada sobre él
y había
cambiado su vida.
—¿Por qué me dejaste creer que se estaba escapando de mi? ¿De Pablo?
—le
pregunté buscando en su cara algún signo de remordimiento.
—Porque era mejor así. Tú nunca vas a ser nada más que una pared
entre esos dos
chicos y ahora mismo ellos se necesitan más que nunca. Puede que
no sea una
madre ideal pero amo a mi muchacho. Sé que necesita a su hermano.
Tú eres dulce
y honesta, me gustas, de verdad. No eres como pensaba, pero no eres
buena para
los chicos. Te necesitan fuera de sus vidas para poder seguir
adelante y encontrar
una manera de lidiar con esto.
Ella tenía razón. Siempre sería la que estaría en el medio,
siempre reparando sus
muros. Amo a Gaston. Lo amo demasiado para dejarlo ir.
—Tienes razón —contesté.
Silvia me alcanzó y acarició mi brazo cariñosamente.
—Eres una buena chica con un gran corazón. Estoy agradecida de que
ames a
Gaston. Me hace sentir bien que alguien como tú pueda amarlo.
Gracias.
Me levanté y puse mis brazos alrededor de los hombros de Silvia.
Ella se puso
rígida y después se relajó y sus brazos, lentamente, me rodearon.
Me pregunté si
alguien, alguna vez, la había abrazado. La exprimí durante un
tiempo antes de
soltarla.
—Gracias por aguantarme esta semana —le dije mientras se me
desgarraba la
garganta.
Sus ojos estaban húmedos cuando me dio una sonrisa triste.
—Disfruté la compañía.
Antes de que me convirtiera en un desastre lloriqueante, la saludé
con la mano y
me dirigí hacia la puerta.
—Él está de nuevo en la ciudad, sólo para que lo sepas. Le di tus
cartas.
Apreté la manija de la puerta y miré fijamente a la vieja puerta
de madera. Tengo
que dejarlo ir. Preguntar dónde está y cuánto tiempo estará de
regreso sólo lo hará
peor. Con toda la fuerza de voluntad de mi cuerpo, giré la manija
y abrí la puerta.
Era tiempo de irme a casa.
El golpe en mi puerta fue seguido por un:
—¿Rocio mi amor, estás adentro?
Miré el reloj en mi mesa de noche, eran las ocho de la mañana.
Papá recién llegaba
a casa, eso era raro.
—Sí —contesté.
Abrió la puerta y entró. Las líneas de su ceño fruncido en su cara
lucían como si
hubiera pasado una noche estresante, en algún lugar.
—¿Estás bien? —le pregunté, recordando la última vez que uno de
mis padres vino
a mi cuarto disgustado.
—Sí, estoy bien. Sólo quería hablar de algo contigo —me contestó y
se sentó en la
silla púrpura mirando a mi cama.
Aparentemente esta iba a ser una larga conversación. Él nunca se
sentaba aquí.
—Está bien —le di lugar. Su extraño comportamiento me estaba poniendo
nerviosa.
—Tú y Pablo terminaron.
Lo dijo como una afirmación, no una pregunta. Así que sólo asentí
para
confirmarlo.
—¿Has hablado con él después sobre cualquier cosa? Tal vez algo
que esté
ocurriendo en su familia.
¿Cómo sabía mi papá? A menos...
—Sí, hoy de hecho —contesté esperando a ver cuál sería su próxima
pregunta.
Papá se aclaró la garganta y se inclinó hacia adelante apoyando
sus codos sobre las
rodillas.
—¿Qué te dijo?
Su ceño fruncido y que haya llegado tarde sólo significaban una
cosa. Esta noche
papá tuvo terapia.
—Me dijo algo acerca de Gaston.
No iba a decirle a papá el secreto, si me equivocaba y no había
pasado una hora
con Pablo y sus padres.
—¿Te dijo quién es el padre de Gaston?
Asentí sin estar dispuesta a decir más.
Papá dejó escapar un suspiro y se echó hacia atrás en la silla.
—Pablo y su mamá vinieron a verme esta noche. No están llevando
bien esta
noticia, pero estoy preocupado por Gaston. Pienso que es el que
más afectado debe
estar. ¿Sabes dónde está?
Negué con la cabeza.
—¿Me lo dirías si supieras? Porque realmente pienso que necesita
hablar con
alguien. Escaparse y esconderse no es saludable para él, Rocio.
—No papi. Gaston no me ha llamado ni vino a verme desde el domingo
en la
mañana. Pero... él está de vuelta. Silvia me dijo que regresó a la
ciudad. Ellos se
vieron.
Papá asintió con la cabeza y se frotó las mejillas sin afeitar,
sus ojos se fruncieron.
Él quería ayudar a Gaston. La idea de mi papá ayudando a Gaston me
animó. Quería
levantarme y rodearlo con mis brazos pero me quedé quieta. Gaston
no quería su
ayuda. No iba a decirle ese pensamiento.
—¿Está loco por ti?
Moví la cabeza pero luego me detuve. No estaba segura de si lo
estaba o no. No me
había buscado. No me había llamado ni mandado un mensaje. Tal vez
estaba loco
por mí, tal vez se arrepentía de todo.
—Quería disculparme contigo por las cosas que dije sobre él la
noche del velatorio
de abue. Estaba equivocado, no lo conocía. Pablo me había
encandilado un poco
esa noche. Gaston tuvo una educación difícil pero ha superado
muchas cosas. Lo
juzgué injustamente. Cuando vino al velatorio de abue y te llevó
hasta el frente me
sorprendió. No encajaba en las personas con las que lo
identificaría. Una persona
mal educada no hace algo tan amable por alguien. Pero me asustó. Gaston
era el hijo
de un agricultor del infierno. Conocí a Dalmau en la escuela y él
no era nada
confiable. No quería eso para ti. Estaba seguro que la sangre de
su padre lo había
contaminado de alguna manera. En cambio, él tiene corriendo por
las venas la
sangre del ciudadano más admirado en la ciudad. En vez de cargar
con eso, el
negó a su propio hijo. el amaba a ese chico. Recuerdo verlo con Gaston
y
sorprenderme de la amabilidad que tenía con su hijo. El hecho de
que Gaston no
fuera suyo y él lo supiera, sólo me mostró de nuevo cuan
equivocado estaba. La
Biblia nos dice que no juzguemos, yo lo hice de todas formas.
Lamento no haber
confiado en ti. Viste la bondad de Gaston que yo me negaba a
reconocer.
Esta vez me salí de mi lugar en la cama y caminé hacia mi papi.
Sin una palabra,
me senté en su regazo y apoyé mi cabeza en su hombro como hacía
cuando era una
niña pequeña.
—Está bien papá. Sé que tenías buenas intenciones, que estabas
tratando de
protegerme. Pero tienes razón, Gaston es especial. De alguna
manera, los descuidos
que ha sufrido no se llevaron el espíritu dentro de él. Si llegas
a conocerlo, lo
amarás. Es difícil no amarlo.
—¿Lo amas?
—Sí, y es porque lo amo que lo estoy dejando ir. No puede estar
conmigo y a la vez
salvar su relación con Pablo. Siempre le recordaré su traición. Lo
entiendo.
Papá frotó mi brazo y me abrazó contra su pecho.
—No quería verte lastimada pero tienes razón. No veo otra manera.
Esos dos
chicos tienen un montón de trabajo que hacer para curarse. Se
necesitan el uno al
otro.
—Lo sé.
—Pero todavía duele —respondió papá.
—Sí, todavía duele.

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