Capitulo 53
Una vez en el coche, telefoneé a Mery y me disculpé por darle plantón.
—Tenía muchas ganas de salir con vosotras —le expliqué—, pero el hijo de Pedro está enfermo y tengo que realizar unos encargos para él.
—¿Qué hijo?
—Ramiro, el mayor. Es un imbécil, pero padece el peor caso de gripe que he visto en mi vida. Y es el hijo favorito de Pedro, de modo que no tengo elección. Lo siento, yo...
—¡Bien hecho, Valeria
—¿Cómo?
—Ahora piensas como una joven con aspiraciones.
—¿Ah, sí?
—Ahora tienes un plan B por si tu amigo generoso te deja plantada. Pero ten cuidado, no vayas a quedarte sin tu amigo actual antes de haberte enrollado con el hijo.
—Yo no me estoy enrollando con nadie —protesté—, sólo se trata de compasión por otro ser humano, créeme, Ramiro no es mi plan B.
—No, claro. Telefonéame, cariño, y cuéntame qué ha sucedido.
—No va a suceder nada —repliqué yo—. La verdad es que no nos tragamos.
—¡Qué suerte tienes! Ése es el mejor tipo de sexo.
—Está medio muerto, Angie.
—Telefonéame —repitió ella, y colgó.
Al cabo de unos tres cuartos de hora, regresé al piso de Ramiro con dos bolsas de comestibles. Él no estaba a la vista. Yo seguí el rastro de pañuelos de papel usados que conducía hasta el dormitorio y oí el sonido de la ducha. Por lo visto, Ramiro había hecho caso de mi sugerencia, y sonreí. Regresé a la cocina mientras recogía los pañuelos y los eché en un cubo de basura que parecía que nadie había utilizado nunca. Pero eso iba a cambiar enseguida. Saqué los comestibles de las bolsas, guardé cerca de la mitad en el armario y la nevera y limpié un pollo en el fregadero antes de ponerlo a hervir en una olla.
Puse un canal de noticias de la televisión y subí el volumen para poder oírlo desde la cocina. Prepararía caldo de pollo con pasta fresca, la mejor cura que conocía. Mi versión era bastante buena, aunque no se acercaba, ni de lejos, a la de Tina.
Por el rabillo del ojo, percibí un movimiento y volví la mirada hacia el pasillo. Ramiro estaba allí, de pie y con aspecto desconcertado. Se lo veía tan distinto al Ramiro pulido y almidonado que estaba acostumbrada a ver, que supongo que mi mirada era de desconcierto, como la de él. Por primera vez, lo vi como a un ser humano accesible, en lugar de una especie de encarnación del mal.
—No creí que volvieras —comentó Ramiro.
—¿Y perderme la oportunidad de mangonearte?
Ramiro continuó mirándome mientras se tumbaba con cuidado en el sofá. Parecía débil e inseguro.
Yo llené un vaso de agua y se lo llevé junto con dos ibuprofenos.
—Tómate esto.
—Ya me he tomado un Tylenol.
—Si alternas el Tylenol con el ibuprofeno cada cuatro horas, la fiebre te bajará más deprisa.
Ramiro cogió las pastillas y se las tragó con un gran sorbo de agua.
—¿Dónde has oído esa teoría?
—Me la han contado los pediatras. Es lo que me recomiendan cuando Aleli tiene fiebre.
Le hice una seña para que se incorporara y acomodé la almohada en su espalda. Cuando me incliné sobre él, percibí un leve jadeo en su respiración. Titubeé antes de volver a enderezarme. Ramiro olía tan bien, a limpio, a hombre, y también percibí el aroma fugaz que había percibido antes, un aroma a ámbar, a algo cálido y veraniego. El olor que despedía me atrajo tanto que me costó separarme de él, pero aquella cercanía era peligrosa, pues estaba provocando que algo se desatara en mi interior, algo para lo que no estaba preparada.
Entonces ocurrió algo muy extraño, Ramiro volvió su cabeza hacia mí de una forma deliberada, de modo que, cuando me aparté de él, un mechón de mi pelo rozó su mejilla.
—Lo siento —declaré con voz entrecortada, aunque no sabía por qué me disculpaba.
Él sacudió levemente la cabeza. Su mirada, aquellos ojos claros e hipnóticos cuyos iris estaban rodeados por un aro negro como el carbón, me hechizó. Coloqué la mano en su frente para comprobar su temperatura. Todavía estaba muy caliente, como si un fuego ardiera bajo su piel.
—¿Tienes algo en contra de los cojines? —pregunté mientras retiraba la mano.
—No me gustan las habitaciones abarrotadas de cosas.
—Créeme, ésta es la casa menos abarrotada de cosas que he visto en mi vida.
Él dirigió la mirada hacia la olla que estaba en los fogones.
—¿Qué estás preparando?
—Sopa de pollo con pasta.
—Eres la primera persona que ha cocinado aquí aparte de mí.
—¿De verdad? —Yo aparté de mi cara los mechones de pelo que caían sobre ella y rehíce mi cola de caballo—. No sabía que te desenvolvieras bien en la cocina.
Uno de sus hombros se encogió de una forma leve.
—Hace un par de años asistí a un curso de cocina con mi novia. Formaba parte de la terapia de pareja.
—¿Estabais prometidos?
—No, sólo salíamos, pero cuando le dije que quería dejarlo, ella quiso que, antes, acudiéramos a una terapia de pareja y yo accedí.
—¿Y qué dijo la terapeuta? —pregunté divertida.
—Sugirió que aprendiéramos algo juntos, como bailes de salón o fotografía y nos decidimos por la cocina de fusión.
—¿Qué es eso? Suena a experimento científico.
—Consiste en una mezcla de estilos culinarios, como japonés, francés y mexicano. Como un aliño de saki y cilantro.
—¿Y os fue bien? —pregunté yo—. Me refiero a la relación con tu novia.
Ramiro negó con la cabeza.
—Rompimos a mitad de curso. Ella descubrió que odiaba cocinar y que yo padecía de un miedo incurable a la intimidad.
—¿Y tenía razón?
—No estoy seguro. —Ramiro sonrió con lentitud y aquella sonrisa, la primera sonrisa real que lo veía esbozar, aceleró mi corazón—. Pero sé preparar unas escalopas rebozadas como nadie.
—¿Terminaste el curso sin ella?
—Demonios, sí, ya lo había pagado.
Yo me eché a reír.
—Yo también padezco de miedo a la intimidad. Al menos eso alega mi último novio.
—¿Y tiene razón?
—Es posible, aunque, en mi opinión, si estás con la persona adecuada no tienes que esforzarte tanto en alcanzar la intimidad. Creo..., espero, que en ese caso suceda de una forma natural. Por otro lado, si te abres a la persona equivocada...
Hice una mueca.
—Es como poner munición en sus manos —terminó Ramiro.
—Exacto. —Cogí el mando a distancia del televisor y se lo entregué a Ramiro—. Si quieres poner el canal deportivo... —le sugerí mientras me dirigía hacia la cocina.
—No. —Ramiro dejó el canal de las noticias y bajó el volumen—. Estoy demasiado débil para emocionarme con un partido. La excitación me mataría.
Yo me lavé las manos y deposité las tiras de pasta en la humeante superficie del caldo de pollo. El aire estaba inundado de un olor casero. Ramiro se volvió en el sofá para observarme.
—Bébete el agua, estás deshidratado —murmuré sumamente consciente de la fijeza de su mirada.
Él cogió el vaso de agua y me obedeció.
—No deberías estar aquí —declaró—. ¿No te preocupa coger la gripe?
—Nunca me pongo enferma, además padezco de un impulso compulsivo que me empuja a cuidar a los Ordoñez que están enfermos.
—Pues eres la única. Los Ordoñez nos ponemos de un humor de perros cuando caemos enfermos.
—Tampoco se puede decir que seáis muy amables cuando os encontráis bien.
Ramiro esbozó una sonrisa mientras bebía un sorbo de agua.
—Podrías abrir una botella de vino —declaró después de un rato.
—Uno no puede beber cuando está enfermo.
—Eso no significa que tú no puedas hacerlo.
Ramiro dejó el vaso de agua sobre la mesa y reclinó la cabeza en el sofá.
—Tienes razón, después de todo lo que estoy haciendo por ti, al menos me debes una copa de vino. ¿Qué vino va bien con la sopa de pollo?
—Un blanco neutro. Busca un Pinot blanco o un Chardonnay en la nevera de las bebidas.
Como yo no sé nada de vinos, en general los elijo por el diseño de la etiqueta. Encontré una botella con unas flores rojas y delicadas y unas palabras en francés en la etiqueta y me serví una copa. A continuación, empujé la capa de pasta al interior de la olla con una cuchara sopera e introduje otra capa.
—¿Saliste mucho tiempo con él? —oí que Ramiro me preguntaba—. Me refiero a tu último novio.
—No. —Ya había introducido toda la pasta en la sopa y ahora tenía que hervir durante un rato, de modo que regresé al salón con la copa de vino—. Nunca consigo salir con nadie durante mucho tiempo. Todas mis relaciones son cortas y agradables. Bueno, dejémoslo en cortas.
—Las mías también.
Me senté en un sillón de cuero que había cerca del sofá. Era de un diseño moderno, pero muy incómodo, pues tenía la forma de un cubo y estaba rodeado por una estructura cromada.
—Supongo que eso es malo, ¿no? —comenté yo.
Él sacudió la cabeza.
—Creo que no se tarda mucho en descubrir si alguien es la persona correcta para uno o no y, si tardas mucho en averiguarlo, es que estás ciego o espeso.
—O quizás estás saliendo con un armadillo.
Ramiro me lanzó una mirada perpleja.
—¿Perdona?
—Alguien que resulta difícil de conocer, alguien tímido y con una sólida coraza.
—¿Y feo?
—Los armadillos no son feos —protesté yo mientras soltaba una carcajada.
—Son lagartijas con un chaleco antibalas.
—Yo creo que tú eres un armadillo.
—Yo no soy tímido.
—Pero tienes una coraza sólida.
Ramiro reflexionó acerca de mi afirmación, pero lo disimuló con un leve asentimiento de la cabeza.
—Durante la terapia de pareja aprendí algo acerca de las proyecciones y yo diría que tú también eres un armadillo.
—¿Qué es una proyección?
—Proyectar algo significa que tú padeces de las mismas cosas de las que me acusas.
—¡Santo cielo, no me extraña que tus relaciones sean cortas! —exclamé mientras me llevaba la copa de vino a los labios.
Él sonrió con lentitud y se me erizó el vello de los brazos.
—Cuéntame por qué rompiste con tu último novio.
Yo no tenía una coraza tan sólida como me habría gustado tener, porque la verdad enseguida acudió a mi mente: «Él era un sesenta y ocho.» Aunque, sin lugar a dudas, no iba a contárselo a Ramiro. Me ruboricé. El problema de ruborizarse es que, cuanto más intentas evitarlo, más te ruborizas, de modo que allí estaba yo, poniéndome de color escarlata mientras intentaba encontrar una respuesta banal a su pregunta.
Y, ¡maldición!, Ramiro pareció leer en el interior de mi mente.
—Interesante —respondió con suavidad.
Yo fruncí el ceño, me levanté y le dije:
—Bébete el agua.
—¡Sí, señora!
.Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

Hay me encanta! Cada vez se pone mejor... Pero quiero que le cuente la historia con Gastón... Y qie el le de su opinión . Jajananja
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