Capitulo 54
Yo limpié y ordené la cocina mientras deseaba que Ramiro encontrara un canal que lo entretuviera, pero él siguió mirándome como si le fascinara mi forma de limpiar las encimeras.
—Por cierto — señaló con un tono insustancial—, he llegado a la conclusión de que no te acuestas con mi padre.
—¡Muy bien! —respondí yo—. ¿Y qué te ha encendido la lucecita?
—El hecho de que quiera que lo ayude todas las mañanas a ducharse. Si fueras su amante, estarías en la ducha con él.
La pasta ya estaba hervida y, como no pude encontrar un cucharon, utilicé una taza para servir la sopa en unos cuencos de forma cuadrada.
—Supongo que para ti constituye una molestia ir a la casa de tu padre cada mañana, ¿no? Sin embargo, nunca te quejas —comenté.
—Mi molestia no es nada comparada con la que sufre mi padre —respondió él—. Además, lo considero una devolución. Cuando era un niño, yo sí que lo molesté.
—No me extraña nada.
Yo extendí un paño de la cocina sobre su pecho e introduje una de las esquinas por el cuello de su camiseta, como si se tratara de un niño de ocho años. Lo toqué de una forma accidental, pero cuando mis nudillos rozaron su piel, sentí que se me encogía el estómago. Le tendí el cuenco medio lleno y una cuchara y le advertí:
—No te quemes la lengua.
Él llenó la cuchara de sopa y sopló.
—Tú tampoco te quejas nunca por haber tenido que hacer de madre de tu hermana. Supongo que ella fue la causa de que algunas de tus relaciones fueran cortas.
—Así es. —Yo cogí mi cuenco de sopa—. En realidad, su influencia me ha ido bien, pues ha evitado que malgaste el tiempo con los hombres equivocados. Si a un tío le asustan las responsabilidades, no es el adecuado para nosotras.
—Pero tú no sabes lo que es estar soltera y sin hijos.
—Eso nunca me ha importado.
—¿De verdad?
—De verdad. Aleli es... lo mejor para mí.
Iba a hablar más, pero Ramiro se había tragado una cucharada de sopa con pasta y había cerrado los ojos y su rostro mostraba una expresión que tanto podía reflejar dolor como éxtasis.
—¿Qué? —le pregunté—. ¿Te gusta?
Él volvió a llenar la cuchara.
—Creo que sobreviviré a la enfermedad —declaró—, aunque sólo sea para tomar otro plato de esta sopa.
Después de tomar dos platos, Ramiro adquirió mejor aspecto y su palidez se vio reemplazada por un toque de color.
—¡Santo cielo, es increíble! —exclamó—. No te creerías lo mejor que me siento.
—No te precipites, todavía tienes que descansar bastante.
Yo introduje los cuencos en el lavavajillas y vertí el resto de la sopa en un recipiente para guardarla en la nevera.
—Necesito tomar más de esta sopa —declaró él—. Tendría que conservar unos cuantos litros en la nevera.
Yo tuve la tentación de decirle que, siempre que me sobornara con una copa de vino blanco, le prepararía una olla de sopa, pero mi comentario parecía una proposición y eso era lo último que yo deseaba. Ahora que ya no se lo veía tan destrozado y que su mirada ya no resultaba tan vidriosa, estaba segura de que pronto recuperaría su antigua forma de ser. Nada garantizaba que nuestra tregua fuera a durar, de modo que esbocé una sonrisa evasiva.
—Es tarde —declaré—. Tengo que regresar a casa.
Ramiro arrugó la frente.
—Ya es medianoche. No resulta seguro ir por ahí a estas horas, al menos no en Houston. Y menos en ese cacharro que tienes como coche.
—Mi coche funciona bien.
—Quédate aquí, hay una habitación extra.
Yo solté una carcajada de sorpresa.
—Bromeas, ¿no?
Ramiro pareció molesto.
—No, no estoy bromeando.
—Agradezco tu preocupación, pero he conducido mi cacharro por Houston miles de veces y mucho más tarde que hoy. Además, llevo conmigo el móvil. —Me acerqué a él y apoyé la mano en su frente. Estaba fresca y algo húmeda—. Ya no tienes fiebre —comenté con satisfacción—. Ya es la hora del Tylenol. Será mejor que te lo tomes, aunque sólo sea para asegurarte de que no vas a empeorar. —Ramiro intentó incorporarse, pero yo realicé un gesto indicándole que permaneciera tumbado en el sofá—. Descansa, puedo ir yo sola.
Ramiro no me hizo caso y me siguió hasta la puerta, adonde llegó al mismo tiempo que yo. Una vez allí, apoyó la palma de la mano en la superficie de madera. Su antebrazo era musculoso y estaba cubierto de vello. Su acto resultaba agresivo, pero me volví hacia él y la sutil súplica que reflejaban sus ojos me tranquilizó.
—No estás en condiciones de impedirme hacer nada, vaquero —declaré yo—. Podría derribarte en menos de diez segundos.
Él se inclinó hacia mí y respondió en voz muy baja:
—Inténtalo.
Yo solté una risa nerviosa.
—No quiero hacerte daño. Déjame salir, Ramiro.
Se produjo un silencio cargado de electricidad. Yo percibí, por el movimiento de su garganta, que tragaba saliva.
—Tú nunca podrías hacerme daño.
Ramiro no me tocaba, pero yo era terriblemente consciente de su cuerpo, de su calor y solidez y, de repente, supe cómo sería hacer el amor con él: mis caderas elevándose hacia su cuerpo..., la firmeza de su espalda en mis manos... Experimenté un hormigueo en la entrepierna, unos nervios secretos me produjeron un cosquilleo y una oleada de calor invadió mi interior.
—Por favor —murmuré, y me sentí muy aliviada cuando él separó la mano de la puerta y se apartó para dejarme pasar.
Ramiro esperó en el umbral de la puerta más tiempo del necesario mientras yo me iba. Pudo ser imaginación mía, pero cuando llegué al ascensor y volví la cabeza, él me pareció desamparado, como si acabara de arrebatarle alguna cosa.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

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