Capitulo 55
Cuando Ramiro retomó su
rutina, constituyó un alivio para todos. El
lunes por la mañana, Ramiro se presentó en la casa con un aspecto
tan saludable que Pedro, en un alarde de buen humor, lo acusó de
simular su enfermedad.
Yo no mencioné que me
había quedado con él la noche del sábado, pues decidí que era
mejor dejar que todos supusieran que había salido con mis amigas,
como había planeado en un principio. Y me di cuenta de que Ramiro
tampoco había explicado nada al respecto, de lo contrario, Pedro me
habría comentado alguna cosa. Sin embargo, aunque no pasó nada,
aquel pequeño secreto que guardábamos entre nosotros me hacía
sentir incómoda.
En cualquier caso, algo
había cambiado, pues en lugar de tratarme con su habitual reserva,
Ramiro hacía lo posible por ayudarme: arreglaba mi ordenador
portátil cuando se bloqueaba, retiraba la bandeja del desayuno de
Pedro antes de que yo pudiera hacerlo... También me dio la impresión
de que acudía a la casa con más frecuencia y de que aparecía en
momentos insospechados, siempre con la excusa de comprobar cómo se
encontraba su padre.
Yo intenté no darles
mucha importancia a sus visitas, pero no podía negar el hecho de
que, cuando él estaba en la casa, el tiempo transcurría con mayor
rapidez y todo parecía más interesante. Ramiro no era un hombre que
pudiera encasillarse de una forma clara. Su familia, que sentía el
típico rechazo texano hacia las actitudes intelectuales, se burlaba
de una forma afectuosa de él por ser el más intelectual de todos
ellos.
Jack y Joe eran mucho más
encantadores y de trato más fácil y ambos conservaban un aire
juvenil del que su hermano mayor carecía por completo. Y después
estaba Rochi, la hermana, a quien conocí cuando acudió a la casa
durante unas vacaciones universitarias. Rochi era una muchacha rubia y delgada, con los ojos claros de Pedro y la sutileza de un barril
de pólvora.
Lo comunicó a su padre y a todo el que la escuchara que
se había convertido en una feminista, que había cambiado las
asignaturas principales de sus estudios por otras de temática
feminista y que no pensaba tolerar la cultura texana de represión
patriarcal. Rochi hablaba tan deprisa que me costaba bastante seguir
sus diatribas,
Ramiro era distinto a sus
hermanos. Trabajaba con ahínco, se ponía a prueba a sí mismo de
una forma compulsiva y parecía mantener a distancia a todo el que no
fuera miembro de la familia. Sin embargo, a mí había empezado a
tratarme con una prudente simpatía a la que no pude evitar responder
del mismo modo. Y también empezó a mostrarse cada vez más amable
con mi hermana. Todo empezó con pequeños detalles, como cuando
arregló la cadena de la bicicleta rosa de Aleli, que se había roto,
o la acompañó en coche al colegio una mañana que llegábamos
tarde.
Y también estaba el
detalle del proyecto escolar de los bichos. Después de estudiar los
insectos, Aleli y sus compañeros de clase tuvieron que redactar un
trabajo y confeccionar un modelo en tres dimensiones del insecto que
eligieran. Aleli se decidió por una luciérnaga, mi
competitiva hermana estaba decidida a realizar el mejor bicho de la
clase y yo pensaba hacer todo lo que fuera preciso para ayudarla.
Confeccionamos el
cuerpo de la luciérnaga, lo cubrimos con tiras húmedas de tejido
enyesado y, cuando se secó, lo pintamos de negro, rojo y amarillo.
Durante el proceso, la cocina se había convertido en una zona de
desastre. El insecto estaba bien hecho, pero Aleli se sintió
decepcionada porque la pintura fosforescente que habíamos utilizado
en la parte inferior del bicho no era tan efectiva como esperábamos.
Aleli declaró con desánimo que apenas brillaba y yo
le prometí que intentaría encontrar una pintura de mejor calidad
para que aplicara otra capa.
Después de pasarme la
tarde mecanografiando un capítulo del libro de Pedro, me sorprendió
descubrir que Ramiro estaba sentado con mi hermana a la mesa de la
cocina, que estaba llena de herramientas, cables, tacos de madera,
pilas, cola y una regla. Ramiro sostenía la luciérnaga en una mano
mientras realizaba cortes en la parte inferior con un cúter.
—¿Qué estáis
haciendo?
Las dos cabezas se
levantaron, una morena y la otra rubia.
—Realizando una
pequeña intervención quirúrgica —respondió Ramiro mientras
extraía con destreza un trozo rectangular de espuma.
La mirada de Aleli
brillaba de excitación.
—¡Está poniendo
una luz de verdad en el interior del insecto, Valeria Estamos
haciendo un circuito eléctrico con cables y un interruptor y cuando
lo pulse la luciérnaga brillará de verdad.
—¡Oh!
Desconcertada, me senté a
la mesa. Siempre agradecía cualquier ayuda cuando se nos ofrecía,
pero nunca imaginé que, entre todas las personas que conocía,
Ramiro se involucrara en nuestro proyecto. No sabía si Aleli le
había pedido que la ayudara o si él se había ofrecido por
iniciativa propia y no estaba segura de por qué me inquietaba verlos
juntos en una actitud tan amigable.
Ramiro le enseñó a
Aleli, con paciencia, a conectar el circuito eléctrico y a utilizar
el destornillador y mantuvo los elementos del interruptor juntos
mientras ella los pegaba. Aleli resplandecía gracias a las
silenciosas alabanzas de Ramiro y su pequeño rostro irradiaba
entusiasmo mientras trabajaban juntos. Por desgracia, el peso de la
bombilla y de los cables provocó que las piernas de la luciérnaga,
formadas con los desatascadores, cedieran. Yo tuve que ocultar una
sonrisa repentina mientras Ramiro y Aleli contemplaban al postrado
insecto.
—Se trata de una
luciérnaga con inercia de sueño —declaró Aleli, y los tres nos
echamos a reír.
Ramiro tardó otra media
hora en reforzar las piernas del insecto con unas perchas de alambre.
Al final, colocó la luciérnaga terminada en el centro de la mesa y
apagó las luces de la cocina.
—Muy bien, Aleli
—declaró—. Vamos a probarlo.
Aleli cogió con
nerviosismo la caja del interruptor y lo accionó. La luciérnaga
empezó a brillar a intervalos regulares y Aleli soltó una
exclamación de triunfo.
—¡Oh, es tan
guai! ¡Mira, mira mi insecto, Valeria
—¡Es fantástico!
—contesté yo sonriente al ver lo emocionada que ella estaba.
—¡Choca esos
cinco! —le dijo Ramiro a Aleli mientras levantaba la mano.
Para su sorpresa y la mía,
Aleli ignoró su gesto y se lanzó sobre él rodeando su cintura con
los brazos.
—¡Eres el mejor!
—declaró ella con el rostro pegado a la camisa de Ramiro—.
¡Gracias, Ramiro!
Durante unos segundos,
Ramiro no se movió, sólo contempló la pequeña cabeza morena de
Aleli y, después, la rodeó con los brazos. Ella, sin dejar de
abrazarlo, lo miró con una amplia sonrisa y él le acarició con
dulzura el cabello.
—Tú has realizado
la mayor parte del trabajo, pequeña. Yo sólo te he ayudado un poco.
Yo me mantuve fuera del
momento, maravillada por la facilidad con que se había establecido
la conexión entre ellos. Aleli siempre se había llevado bien con
los hombres de cierta edad, como el señor Ferguson o Pedro, pero se
había mostrado distante con aquellos con los que yo salía y yo no
entendía la razón de que hubiera aceptado tan bien a Ramiro.
Sin embargo, no resultaba
conveniente que se encariñara con él, pues sin duda Ramiro no
formaría parte de su vida de una forma permanente y esto sólo le
produciría decepción e incluso sufrimiento, y el corazón de Aleli
era demasiado valioso para mí como para permitir que algo así
sucediera.
Cuando Ramiro me miró con
una sonrisa, yo no pude devolvérsela, me di la vuelta con la excusa
de limpiar la cocina y me puse a recoger los trozos de cable
sobrantes con unos dedos tan tensos que las yemas perdieron su color.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

Mas mas mas quiero mas quiero mas! Jajaja.. Me encanta!!!
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