sábado, 14 de diciembre de 2013

UN AMOR PELIGROSO, capitulo 6

6
primer día de escuela. Una Estigmatizada nueva escuela. Último
año.
La gente que dice que el infierno no existe está tan
equivocada.
es todo lo que yo creía que sólo ocurría en la
televisión-realidad. Las chicas eran dos veces más bonitas que la
adolescente promedio, los chicos pasaban por estudiantes universitarios,
los llamados geeks eran botados en los tachos de basura o empujados a
los casilleros, varias maestras hacían deslumbrantes y obvios pases a los
estudiantes varones, y presencié por lo menos una docena de
transacciones de drogas entre los períodos.
Y aún no llegaba la hora del almuerzo.
El profesor repasó el plan de estudios semestral, que incluía la lectura
y revisión de libros de séptimo grado. Cuando la campana sonó fue como
si hubiese sido una alerta de bomba. Por ser la chica nueva, todo el mundo
me hacía pasar al asiento más cercano a la puerta, luego me di cuenta
que también estaba cerca de la campana, que era una explosión sónica.
Como los tres períodos anteriores, el cuarto implicó otro rollo de risitas
y los ojos de todo el mundo mirándome como si fuera a salirme de mi piel.
Iba a necesitar comprar más ibuprofeno porque lo estaría tomando cada
cuatro horas a partir de ahora hasta el día de la graduación, el tres de
junio. Y sí, ya tenía la cuenta regresiva.
—Así que tú eres la nueva chica con la que los chicos apuestan
sobre quien se acostará contigo primero —dijo una muchacha que se
encontraba cerca, tan hermosa que parecía de barniz.
—¿Perdón? —Trataba de ser amable, especialmente cuando no
tenía ningún amigo aquí, pero no iba a darme la vuelta y exponer mi
garganta.
La chica vino rápido, no iba a ser su tapete de entrada donde ella se
pudiera limpiar el barro de sus Valentinos, pero sonrió, agitando su mano
en el aire. —No dejes que lo que la especie masculina diga o haga en
torno a esas partes te ponga triste. Sé que el consenso general es que
supuestamente han evolucionado de los monos, pero eso es sólo un insulto
a los monos en mi opinión.
—Eeestá bien —murmuré, deslizando mi mochila al hombro.
—Soy eugenia —dijo, arreglando su cabello cuando un chico paso a su
lado, dándole una mirada que debería ser reservada estrictamente para el
dormitorio.
—Soy Rochi —dije, sin la seguridad de que ella podría ser el elemento
necesario para mi primer amigo en la “Secundaria Infierno”, o si era mejor
ser alguien que mantiene a sus amigos cerca y sus enemigos más cerca.
—¿Tienes planes para el almuerzo, Rochi? —preguntó Eugenia,
balanceando su brazo con el mío y tirándome hacia la puerta.
No tuve oportunidad de responder.
—Tienes que sentarte conmigo y con mi grupo. No aceptaré un no
por respuesta —me dijo, llevándome por el pasillo. Juro que cada cabeza
se volvió cuando ella se pavoneó por el pasillo. Chicos guiñaron, silbaron, y
miraron. Más que nada miraron. Las chicas fingían ignorarla, pero hubo
disparos de miradas y miradas sucias desde ese lado.
—¿Gracias? —dije, insegura si debía estar agradecida.
—Las primeras impresiones son todo y la segundas impresiones son
nada —dijo cuando irrumpimos en la cafetería. Ocurrió la misma reacción
que en el pasillo. Lo que sea que Eugenia tenía aquí, era algo muy
poderoso—. Ahora tenemos un poco de control de daños para suavizar,
pero creo que estaremos bien si sabemos cómo jugar.
Mi cabeza daba vueltas. —Y por control de daños, quiero decir, que
los chicos ya están difundiendo rumores acerca de quién se va a acostar
conmigo primero, o lo más pronto posible, o más difícilmente, o ¿qué
importa? —¿Cómo hubiera estado de desilusionada creyendo que la
escuela era ante todo un lugar para aprender? Tuve mis anteriores
suposiciones otra vez.
—¿A los chicos? Por supuesto que no —dijo Eugenia, moviendo hacia
atrás una mesa de un rincón alejado—. Esa es la mejor forma de hacer un
cumplido en sus libros. El problema son las chicas, más específicamente las
novias de los chicos que toman apuestas con la chica nueva. Además, tu
ropa no discute exactamente la imagen de puta.
Mi nariz se arrugó. La chica me hablaba en un lenguaje que no me
era familiar, y le daba un golpe a mi armario. Mi falda era un poco corta,
sí, pero yo tenía una chaqueta de punto para dominarla, por el amor de
Dios.
—Están en una notable ofensiva, una potente.
—¿Y eso sería? —Quise saber, preguntándome si alguna de las
miradas sucias apuntaban a mí. De hecho, la chica, que
no conocía el significado de menos es más cuando se trataba de la
máscara, sin duda me miraba sucio mientras cubría con el brazo al
muchacho a su lado.
—Ellas te etiquetaron como una puta —dijo Eugenia encogiéndose de
hombros—. Ya las he visto ponerlo en los espejos de dos baños con su lápiz
labial pasado de moda y susurrarlo al menos cincuenta veces en el pasillo.
¿Era posible odiar más la secundaria? Sí, la respuesta es siempre sí.
—Fan-flipping-tastic 9 —respondí, con mis hombros altos—. ¿Y qué
hice, o no hice, para merecer que los imbéciles
hicieran apuestas y las chicas con quienes salen me etiqueten como una
puta?
Por supuesto que sabía que el mundo no era justo, no todo tenía
sentido, o seguía un camino lógico y armonioso, pero al menos quería una
razón por la que el mundo apestaba, si es que había alguna.
—Esa. —Eugenia me detuvo, dándome vuelta, así que mirábamos la
fila del almuerzo. Mi respiración se enganchó en mis pulmones, y siguió por
un mal caso de vértigo—. Esa es la razón.
Su bandeja se deslizó hasta detenerse cuando sus hombros se
tensaron. Un gorra gris en la cabeza se dio vuelta y me miró como si
supiera exactamente donde me encontraba. Los ojos de Gaston pasaron de
carbón a plata fundida en el espacio de un aliento. Una sonrisa pequeña,
pero honesta apareció, y sentí que mi mundo comenzaba a ser una espiral
fuera de control otra vez.
—Tomo de esa estúpida sonrisa en su cara que los rumores son
ciertos —dijo Eugenia, tratando de moverme, pero no lo hice. Más
sinceramente, no me podía mover cuando Gaston me miraba de la manera
en que lo hacía ahora—. Pero la regla número uno aqui es:
si quieres mantener una reputación moderadamente limpia, no miras,
hablas, o Dios lo prohíba, sales con chicos como Gaston Dalmau.
Dejando su bandeja balanceándose delante de otra con una
sustancia gelatinosa verde, él se dirigió hacia mí, tallando una línea a
través de la cafetería llena. Cualquier persona que lo vio venir, y los que no
lo hicieron fueron tirados por sus amigos más cerca, o codeados fuera del
camino de Gaston.
—¿Él va a venir aquí? —preguntó Eugenia, sonando como si se
hubieran volcado sus teorías y creencias sociales.
—¿Sí? —No parecía que la Tierra me estuviera destrozando.
Eugenia sacudió su cabeza como si estuviera desesperanzada. —Gaston
nunca pero nunca, en un centenar de millones de años, persigue a una
mujer. Es el perseguido, no el perseguidor.
Esta vez fue mi turno para encogerme de hombros. —Sólo viene a
decir hola.
—Exactamente. Gaston nunca dice hola a nadie —dijo impaciente—.
Y repito, él es el perseguido.
Sentía como si todos los ojos en la cafetería estuvieran mirándonos a
Gaston y a mí. Esta era la escuela secundaria recién salida en la prensa por el
drama desarrollado aquí. —Pensé que acabas de decir que si una chica se
preocupa de su reputación, no pasa el rato con personas como Gaston. ¿No
es por eso que soy una puta identificada?
¿No pueden darle a una persona el beneficio de la duda?
—Sí, dije eso —afirmó Eugenia, mirando a Gaston de una manera que me
hizo sentir territorial—. Pero ¿no te has dado cuenta de que con chicos
como Gaston, a las chicas simplemente no les importa su reputación?
No parecía ser una repuesta adecuada, así que salí de su agarre y
me dirigí hacia él.
—¿Qué estás haciendo? —Escuché a Eugenia detrás de mí.
—Voy a decir hola.
—No puedes hacer eso —dijo entre dientes, corriendo hacia mí y
agarrando mi brazo.
No estaba segura si esta chica tomaba drogas o se había olvidado
de tomarlas, pero ella empezaba a molestarme.
—Escucha Eugenia —dije,
girándome—. Si mi reputación puede dejarme como una puta por decirle
hola a alguien, demonios, que así sea. —Tirando de mi brazo libre, vi los
inicios de su mirada herida mientras caminaba.
Tanto que hacer para hacer amigos.
—Hola, Rochi.
Si todavía tuviera pelo en mi nuca, este se hubiera erizado. —Hola,
Gaston. —Fue lo único que logré componer, me di vuelta. Todavía me
sonreía como si fuese la mejor cosa que le hubiera pasado en la semana y,
aparte de la cicatriz cruzando su ceja, se veía exactamente igual: ropas
oscuras, sombrero oscuro, oscuros secretos.
—No esperaba verte aquí —dijo, metiendo sus manos en los bolsillos.
—¿En serio? —Me sorprendí, tratando de actuar como si no estuviera
en un escenario con un montón de testigos—. Tampoco esperaba verte
aquí, especialmente cuando la última vez que te vi fuiste llevado por un
auto de policía.
Su expresión se retorció cuando se frotó la parte posterior de su
cuello. —Sí, sobre eso. Supongo que tengo que dar algunas explicaciones.
—¿Algunas? —dije—. Yo diría que tienes una gran cordillera que
explicar.
—Lo sé —dijo, su rostro sombreado—. Lo sé. —Por mi hombro, sus
dedos retorcían mi pelo—. Tu pelo se ve bonito. —Tiro suavemente el
extremo de mi pelo, donde ahora apenas rozaba mis hombros. Tuve la
suerte que aún tenía pelo y la suerte de que conocía a una excelente
estilista, pero he perdido un poco de mi largo cabello todo los días. Cada
vez que vertía mucho champú en mi mano, cada vez que trataba de
hacerme una cola de caballo, cada vez que lo giro con mi dedo. Es
superficial, vano incluso para llorar, pero lo seguía haciendo.
—Bastante horrible —le contesté, tratando de decirme que el mareo
que sentía era por que tenía el estómago vacío y no la forma en que sus
dedos se deslizaban por mí pelo—. Por lo menos no soy calva.
Gaston rió, una risa que llenó toda la cafetería. —Si alguien podría ser
genial siendo calvo, serías tú, Rochi.
—Así que, ¿cuándo saliste? —pregunté en voz baja, mirando
alrededor.
—Todo está bien. Todo el mundo ya lo sabe —gritó Gaston—. ¡Qué
bueno para nada HIJO DE PUTA SOY! —Su voz tronó en las paredes de la
cafetería, seguido por un coro de cucarachas sonando en las bandejas—.
Salí hace un par de semanas —dijo con un tono de voz normal, levantando
un hombro.
Traté de no actuar rechazada. —¿Y no podías llamar?
—Claro que podía llamar, Rochi —dijo Gaston, con voz tensa.
—Entonces, no llamaste.
—¿Necesitas una respuesta a eso o sólo estás buscando una manera
de hacerme sentir más mierda de lo que ya me siento?
—¿Te sientes una mierda? —dije, dando un paso adelante—. ¿Te
sientes una mierda? —repetí, sólo porque se sentía bien—. Casi fui
quemada hasta la muerte por un par de tus conocidos que nunca tuve el
honor de conocer si no fuera por ti. Mi perro fue quemado hasta la muerte.
Tuve casi un metro de mi cabello en llamas, fui amordazada y dosificada
en gasolina gracias a tus amigos. Soy oficialmente una puta honoraria aqui, ya que de alguna manera todos saben que te conozco,
lo que significa que dormí contigo de seis maneras el domingo. —Le di a la
audiencia exactamente lo que quería, un maldito show, y no se habían
perdido ni un caliente minuto de él.
—Ahí está, ahí esta tu respuesta —respondió Gaston, su mandíbula
contraída—. Ese es el por qué no llame. Ese es el por qué no fui a tu puerta
al segundo en que fui liberado como yo quería. Soy un cáncer, Rochi. Y no
del tipo que puedes matar con la radiación. Soy del tipo que te mata al
final. —La vulnerabilidad que noté antes en esos transparentes ojos,
apareció allí de nuevo, ahogándose en ellos.
Me sentía demasiado enfadada, o demasiado herida, para que esos
ojos me afectaran. —Bueno, gracias por nada. Ten una buena vida.
Darle la espalda delante de todos los ojos de la cafetería e irme fue
posiblemente la cosa más difícil que había hecho hasta ese día.
No sabía donde ir, pero no podía estar caminando en círculos
furiosos alrededor de la cafetería a menos que quisiera añadir a mi larga
lista de títulos el de ser mentalmente inestable. Así que, tragué mi orgullo y
mi opinión de que Eugenia podría ser la mujer más manipuladora que jamás
haya caminado sobre la tierra, y dirigí mi trasero de vuelta a su mesa.
—No esperaba verte de nuevo —dijo Eugenia, crujiendo una zanahoria
y dándome una mirada que hubiera aplastado a la mujer más pequeña.
—¿Por qué? —dije con toda la indiferencia que pude—. Te dije que
sólo quería decir hola a un viejo amigo.
—Eso fue un infierno de hola —dijo en un tono irritante, antes de
tomar un sorbo de bebida dietética. El grupo de chicas sentada a su
alrededor, no eran tan genéticamente bendecidas, pero aún así
suficientemente bonitas como para mirarme con sus narices
quirúrgicamente moldeadas, riéndose en sus latas de bebida dietética.
—Fue lo que fue, Eugenia —dije, tirando de una silla y sentándome. No
necesitaba una invitación para hacerlo—. Fue un infierno de despedida.
—No se vio de esa manera —replicó, mirando por encima de mi
hombro.
Dándome vuelta en mi asiento, encontré a Gaston en el lugar exacto
en donde lo dejé, mirándome con una intensidad que nunca experimenté
antes, me miraba como si le importara una mierda lo que pensaran de él
haciéndolo.

Volteándome de regreso, traté de mirar como si nada. —Ah, Eugenia,
no sé. Estoy segura que toda la gente sabe que las apariencias engañan.
—Sacando una manzana de mi bolso, hundí mis dientes en ella, y le di una
sonrisa desafiante.
—¿Qué significa? —dijo, inclinándose hacia adelante.
Me enojé con la persona equivocada, lo sabía, pero había sufrido
bastante en la vida como para reconocer esa pequeña mierda cuando la
vi, y esta chica era la reina de lo pequeño. —Te tomaré a ti, por ejemplo.
Alguien como tú, bonita en una forma tradicional, quirúrgica —una
combinación de inhalación se extendió alrededor de la mesa—, y todo
eso puedes decir y usar en una oración palabras como “mitigar” —daba
vueltas en mi interior, dejando que las chicas lo entendieran—, bueno con
alguien así, no esperas que sea tan insoportable o desagradable.
—Hola, señoritas —interrumpió un recién llegado, dando un codazo
a un par de chicas con la boca abierta antes de detenerse detrás de la
silla a mi lado—. ¿Está ocupado este asiento?
Negué con la cabeza, poniendo la botella de agua en mi bolso.
Sonrisa demasiado brillante, rayas muy rubias, bronceado demasiado falso,
camisa demasiado planchada. Atractivo de una manera muy vainilla, y
definitivamente no en un modo atractivo para mí.
—Debes ser la chica de la que todos hablan —dijo, sentándose.
Risas se extendieron en la mesa.
Su rostro se puso rojo, dándose cuenta de su error. —O sea, todos
hablan en el sentido de que eres la chica nueva —aclaró, lo que no hizo
nada más que ganar otra ronda de risas en la mesa.
—Claro que es eso lo que quieres decir —dijo Eugenia en voz baja.
Él le lanzó una mirada de dame-un-respiro antes de mirarme. —Soy
Nicolas —dijo, sonriendo con esa artificial sonrisa blanca—. Nicolas
.
Oh, hombre. Incluso su nombre era demasiado… molesto.
—Rochi —dije, tomando un sorbo de mi agua, recordándome que
hacer decisiones precipitadas con el calor de la ira era siempre una mala
idea. La próxima vez que me encontrara alejándome de alguien, daría un
millón de vueltas antes de sentarme en esta mesa de nuevo.
—Rochi —repitió, sacando un sándwich de su bolsa de almuerzo—. Un
bonito nombre para una bonita chica.
Yo me hallaba a medio de rodar los ojos cuando sentí una figura
siniestra cerniéndose sobre mí.
—Estás en mi asiento, Nicolas.
No miré hacia atrás. No lo necesitaba. Reconocería esa voz si la
oyera en mi otra vida también.
—No me di cuenta que este asiento hablara. —Nicolas se retorció en
su lugar, cuadrando sus hombros.
—Tu error —dijo Gaston, agarrando el respaldo de la silla de Nicolas—.
Tienes mucho de ellos, ¿no?
Nicolas se paró, dándose vuelta hacia Gaston. No era tan alto como
Gaston, pero cerca, y estaba lejos de ser tan completo como Gaston.
—¿Con cuidado de no expandirlo, Dalmau? —dijo, cruzando sus
brazos.
—No realmente —respondió él, mirando a Nicolas a propósito—. Tú y
yo sabemos de lo que estoy hablando.
Tenía el presentimiento que añadiría una pelea en la cafetería a la
lista de cosas que sólo ocurren en los realities, y aunque me sentía muy
enojada con Gaston, no podía quedarme mirando como lo llevaban a
golpes de nuevo.
Apareciendo, me deslicé entre los dos. —Me voy. Puedes tomar mi
asiento, si quieres. —No lo miré a los ojos. No quería recordar a lo que le
daba la espalda.
Sin otra palabra, me alejé, saliendo de la cafetería, a un ritmo más
bajo que el trote.
No sabía qué se requería para estudiar en casa, pero me gustaría
tener diez horas al día, siete días a la semana, sin baños o tiempos para
comer, si eso significaba nunca volver a este pozo de mierda negro otra
vez.
Esquivando a los estudiantes, no paré hasta que encontré una sala
vacía. Metiéndome en el armario más cercano, me deslicé en una
esquina, poniendo mi cabeza entre mis piernas. Quería llorar tanto en ese
momento, quería soltar todas las lágrimas que había retenido durante
años, pero algo no permitió que salieran. Algún bloqueo mental dentro de
mí no permitía la liberación que necesitaba desesperadamente.
—Maldición —murmuré, golpeando mi puño en el armario.
—¿Rochi?
Justo lo que no necesitaba en ese momento. Y a la vez lo único que
necesitaba.
¿Por qué él tenía que ser todo lo que necesitaba y lo que no
necesitaba a cada momento?
—¿Cómo me encontraste? —dije, manteniendo mi cabeza
agachada.
—Fue fácil —dijo, sentándose junto a mí—. Todo lo que hice fue
seguir las maldiciones.
Me reí. Demasiado. Siempre me encontraba emocionalmente
inestable en estos momentos, cuando necesitaba llorar y no podía.
Era un desastre emocional al lado de un hombre que se define como
un desastre y que, si lo dejo entrar en mi vida, mi mundo se convertiría en lo
mismo. Se deslizó más cerca de mí, enganchando su brazo alrededor de
mi cuello, y me atrajo hacia él. Tendría que haberme resistido, o por lo
menos poner un poco de lucha dado que no sabía nada del pasado,
presente y futuro de Gaston, pero no lo hice.
—¿Entonces? —preguntó, con la voz amortiguada por lo que
quedaba de mi cabello.
—Entonces —dije, mientras una manada de niños arrastraban los pies
cerca de nosotros. No dijeron nada cuando estuvieron a la vista de Gaston,
pero se dieron codazos con tanta fuerza en el pasillo que los podía
escuchar. Sentada aquí sola, me acurruqué en Gaston, era probable que
hiciera maravillas en mi inmaculada reputación.
—Tiempo de la explicación —dijo, como si no hubiera alternativa.
—Tiempo de la explicación. —Ahora era mejor que más tarde,
aunque antes hubiera sido mejor que ahora. Oh bueno, me quedaría con
lo que pudiera conseguir de Gaston.
—Cuando quieras —dijo.
Entonces, me encontré a mí misma nadando en cartas blancas,
preguntas y respuestas con Gaston. Mi mente quedó en blanco, como si
ninguna pudiera cambiar algo de lo que sentía por él. Era una cosa loca
para una chica concluir eso cuando se trataba de alguien como Gaston.
Si aún no lo había confirmado, me faltaba un tornillo.
—Ven. —Me dio un codazo—. Puedes preguntarme lo que quieras y
te contestaré, o quizás no.
—Que comunicativo de tu parte —dije, sonriendo en su camisa.
—Sólo tenemos unos minutos antes de que suene la campana, así
que mejor empieza. No soy el tipo de estudiante que se preocupa por
llegar tarde, pero supongo que tú eres del tipo que lo hace.
De hecho, he tenido una buena cantidad de tardanzas. En mi
puritana, de sangre azul, escuela privada, había sido algo rebelde porque
no me asustaba usar una mini falda, o una capa extra de lápiz de labios, o
saltarme de clases de vez en cuando. Sin embargo aquí
, mis momentos rebeldes calificaban para la santidad.
Oh esperen, olvidé que ya había sido etiquetada como una puta
por la población estudiantil.
Gaston me codeó de nuevo, así que lo empujé, lo que no facilitaba el
interrogatorio.
—Has estado en la cárcel antes. —No era una pregunta, ya lo sabía,
pero supongo que necesitaba que me lo confirmara.
—Sip. —Su respuesta fue cortante.
—¿Cuántas veces?
—Once o doce. Perdí la cuenta.
Sabía que Gaston era bastante conocido por la policía, pero había
subestimado cuán bien.
—¿Por qué? —pregunté, trabajando para mantener mi voz.
Mi cabeza se levantó cuando Gaston se encogió de hombros. —Sobre
todo por meterme en peleas, y una vez por tener drogas.
Santa mierda. —¿Qué tipo de drogas?
No se detuvo para responder. —Metanfetamina.
Santa mierda. —¿La consumías? —¿Era incorrecto rezar para que se
la hubiese dado a otra persona?
—Nah —dijo—. Trataba de venderlo. Yo era un tonto y codicioso hijo
de puta a los trece años. No funcionó bien para mí, así que lo dejé. No he
vendido drogas en cuatro años.
—¿Y sabes de esos tres chicos porque tu vives con ellos? —Aparte de
esa primera mañana después de la noche del caos, no había hablado
con ellos. Intenté no pensar en ellos, pero me disponía a destrozar la puerta
cerrada para revelar quién era el verdadero Gaston.
Por primera vez durante nuestra sesión de preguntas, se puso rígido.
—Sip —dijo, moviendo su gorra de lana.
—¿Y el tío Joe trabaja ahí?
Gaston se rió en una nota baja. —Si llamas a descansar su trasero
gordo en un sofá mientras una docena de niños se vuelven mierda de
mono, entonces sí, trabaja allí.
—¿Hace cuánto tiempo vives ahí? —Me senté más derecha, lo miré
y él se encontraba en otro sitio. Algún lugar oscuro.
Al igual que un interruptor encendido, se estremeció. Dándole a su
cabeza una sacudida rápida, se acaró la garganta. —¿La policía no te dio
esa información? —dijo, trabajando su mandíbula—. Ellos usualmente se
muerden las uñas para divulgar las metidas de pata que hago.
Este era un territorio de minas en el que caminaba en puntillas, no
estaba segura de cuánto más lejos podría ir antes de que explotaran. —
Tenía la esperanza de oírlo de ti. Pero alguien parece haber olvidado mi
número de teléfono. Y mi dirección. —Sonreí hacia él, y finalmente, se
ablandó.
—Cinco años —dijo.
—¿Te gusta? —pregunté.
—Está bien. —Otro tono cortante, nada de amor al hogar en
respuesta, lo que significaba, supuse, que había un millón de oscuros
secretos debajo de esa roca.
—¿Por qué terminaste ahí? —Por más desesperada que estuviera por
preguntarle cosas, si alguna vez tenía la oportunidad, cada una me hacía
retorcerme en el asiento.
—Mi mamá se fue. Mi padre fue a la cárcel.
—Lo siento —susurré. Dios, me sentí como si fuera la peor clase de
persona por pensar mal de él—. ¿Tu padre saldrá pronto?
—Nop. —Esperaba que la pared frente a nosotros estallara en llamas
por la forma en la que él la miraba.
—¿Qué hizo para ir a la cárcel?
—El tipo de delito por el cual las cárceles se inventaron.
Un escalofrío me recorrió la espalda. —¿Y tu madre? ¿Por qué se
fue?
—Porque odiaba ser una esposa y odiaba aún más ser una madre —
dijo, y las comisuras de sus ojos se arrugaron—. Porque era egoísta y quería
ser libre y no tenía sentido de la lealtad.
Levanté mi mano y la deslicé entre las suyas. —¿Crees que alguna
vez volverá?
Gaston resopló. —Nop, Mamá se fue lejos —dijo—. Aunque tengo este
hermoso regalo de despedida que llevo en el bolsillo —dijo, deslizando un
pedazo de papel viejo arrugado del bolsillo de atrás—. Bueno, esto y el
gorro viejo tejido a punto, o una mierda así, que llevo en la cabeza.
No sabía si quería leerlo, de hecho, estaba segura de que no quería,
pero no podía decir que no cuando Gaston me lo entregó. No podía decir
que no cuando una persona me daba la única cosa que tenía de alguien
que había amado. Tomé una bocanada de aire y lo desdoblé. —Esta es la
letra de na cancion —dije, desconcertada.
—Tienes razón —dijo, su voz tensa.
—¿Esto es lo que tu madre te dio antes de irte?
—Bueno, no me lo dio, lo dejó en mi mesa de noche antes de
fugarse rápidamente en la mitad de la noche, pero sí, fue suficientemente
considerada para escribir la letra de una canción despreciable. Ni siquiera
un Te amo o Atentamente, Mamá. Bonito, ¿no?
Doblándolo de nuevo, se lo entregué. —¿Por qué lo llevas contigo?
La tensión de su mandíbula aumentó. —Esto me recuerda lo que
puede pasar cuando amas a alguien. —Puso el papel de nuevo en su
bolsillo y golpeó la parte posterior de su cabeza en el casillero detrás de
nosotros.
Hasta la fecha, era probablemente la cosa más triste que había
escuchado.
—¿Y el gorro? —Comprendí por qué el hilo era tan delgado y
desgastado, lo usaba todo los días desde hace cinco años.
—La misma razón —respondió, deslizándolo hasta sus cejas.
—Bueno, eso es algo deprimente —dije, tratando de pensar en
alguna manera de desviar la conversación en otra dirección—. ¿Tienes
hermanos o hermanas? —Señor, tenía la esperanza de que no hubiera
ninguna respuesta desgarradora.
Gaston negó con la cabeza. —Sólo yo. Gracias a Dios, que mi madre y
mi padre se detuvieron en uno —dijo, mirándome—. ¿Qué hay de ti?
Me congelé. Ese no era el callejón oscuro en que quería que la
conversación fuera. —Tenía un hermano mayor.
—¿Tenía?
Cerré mis ojos, tratando de decir eso lo más neutral que pudiera. —
Murió hace cinco años.
Gaston se detuvo. —¿Qué pasó?

Mordí mi labio, mirándolo. —No estoy lista para zambullirme en eso
aún —dije, tratando de no sonar tan triste como me sentía—.
Especialmente con el conjunto de “tú mamá te dejó y tú papá está en
prisión”. Mi tolerancia a la depresión oficialmente ha sido alcanzada. —
Traté de sonreír, pero no lo logré.
—Lo siento, Rochi. La vida es una mierda algunas veces —dijo,
dándome un apretón—. Estoy seguro de que era un gran tipo.
—El mejor —le dije, estudiándolo—. ¿Sabes? A veces me recuerdas a
él.
Sonrió con una de sus sonrisas honestas. —Entonces, tiene que haber
sido un tipo fenomenal.
Intenté sonreír otra vez, y ésta si funcionó. —Lo era.
—Ahora que tenemos nuestros pasados de mierda fuera del camino,
¿tienes algo más de lo que mueres por preguntarme? —Había un toque de
esperanza en su voz, espero que para hacer la inquisición más probable.
No hubo suerte.
—Dime la verdadera razón por la que no llamaste —dije, jugando
con el dobladillo de mi falda—. ¿Tienes novia? —No sabía quien era o
podría ser, pero ya la odiaba.
El alivio de Gaston en la pregunta fue visible en todos los planos de su
cara. Sonriendo hacia mí, dijo—: Infiernos, no.
—No quieres una —dije, recordando nuestra primera conversación.
—Ese solía ser mi ModO de operación —comenzó, mirando por mucho tiempo a mis
labios, tanto que sentí como empezaba a temblar—, pero ahora no estoy
muy seguro.
—Bien, entonces no me llamaste, no porque tienes novia —dije,
marcando la explicación probable número uno, moviéndome hacia la
número dos—. ¿Así que decidiste que no querías nada de mí? —Tragué,
preparándome para cualquier respuesta que saliera de su boca.
—Rochi, para ser la especie inteligente, las mujeres pueden ser muy
tontas algunas veces. —Rió, levantando su dedo índice a mi barbilla y
girándola hacia él—. No te llamé por lo que dije, no saldrá nada bueno de
estar conmigo. No significa que pase, pero las cosas tienden a ir como la
mierda a mí alrededor.
—Porque eres un cáncer —dije, repitiendo sus palabras, pero no las
creía.
—Exactamente.
Dejé salir un suspiro de frustración pura. —¿Quién te dijo eso?
Otra mirada lejana. —Alguien que solía ser importante.
Parecía que todas esas respuestas deberían estar marcando las
preguntas en mi mente, al contrario, sólo sirvieron para añadir más. —Esta
es la cosa, Gaston, todo el mundo ya piensa que soy una puta por ti, ¿cuán
peor puede volverse si seguimos pasando al rato?
—Mucho peor —murmuró antes de que su cabeza se volviera hacia
mí. Esa mirada de enojo desenfrenado regresó en sus ojos—. Espera, ¿me
dijiste que te están llamando una puta?
—Um. —Me paralicé, familiarizada con el carácter explosivo de
Gaston—. Aparentemente.
Gaston golpeó el casillero más cercano tan fuerte que el metal se
hundió bajo su puño. —Bastardos —dijo entre dientes, saltando—. Te veré
pronto, Rochi —dijo mirándome—. Necesito hacer algo.
—Gaston —advertí—. No vale la pena. —Porque en realidad no lo
hacía. Nunca dejaría que lo que los demás pensaran de mí dictara lo que
soy, y no iba a empezar ahora.
—Un infierno que no —respondió, ya dando grandes zancadas por el
pasillo.
Un par de chicos lo saludaron al pasar. Su respuesta fue otro puño en
el casillero.
***
En el quinto período me hallaba casi al lado del éxtasis, cuando el
entrenador nos dijo que no había necesidad de cambiarnos ya
que había una especie de asamblea de primer día, a la cual teníamos que
asistir.
Mi elevado estado de ánimo cayó en picada cuando subí a los pisos
del gimnasio brillante. Sabía que no todo el mundo me miraba, pero se
sentía así. Fila tras fila llena, me encontré con ojos conocedores y sonrisas.
Algunos fueron lo suficientemente descarados para susurrar la palabra con
“p” lo suficientemente fuerte como para que pudiera oírla.
Maldita sea, ahora si me enojé. No quería enemistarme con todos
aquí, pero lo iba a descartar si no comenzaban a cerrar sus
trampas. No me parecía justo un título que había sido puesto sobre mí sin
siquiera haber participado en la diversión de ganar ese nombre.
Caminé hasta el final del gimnasio y me senté en la última fila de la
sección de las gradas. Tuve un banco entero para mí.
Enderecé mi espalda, miré hacia arriba, haciendo un punto para ver
cada mirada que apuntaba hacia mí.
—¡Atención, por favor! —Habló una cansada voz a través de un
micrófono. A juzgar por el traje de una década atrás y las sombras en sus
ojos, debía ser el director. El rugido en el gimnasio no bajó—. ¡Atención, por
favor! —repitió con una voz aún más cansada. El pobre hombre iba a tener
un año difícil si ya se sentía exhausto el primer día.
Me pareció ser la única estudiante prestando atención, así que por
eso, cuando alguien apareció detrás del director y le arrebató el
micrófono de su mano, me dio tiempo para murmurar una maldición en
voz baja antes de que alguien se diera cuenta de lo que ocurría.
—¡Cállense, ustedes hijos de perra! —La voz de Gaston vibró en la sala
y todos se callaron.
El director intentó recuperar el micrófono, pero Gaston lo levantó
encima de su cabeza, que se alzaba uno buenos tres metros sobre el
pobre y sonrojado director. Gaston negó con la cabeza una vez y alzó una
ceja. Cualquiera de las silenciosas palabras que el director escuchó fue
suficiente para que retrocediera.
Bajando el micrófono, Gaston me miró, otra vez sabiendo
exactamente donde me encontraba en esta multitud de un par de miles
de persona. Su mirada se detuvo en mí por otro segundo antes de volver su
atención a otra parte.
—Me pongo en contacto con ustedes montón de bastardos porque
me importa una mierda lo que piensen de mí —comenzó, caminando
alrededor del podio—, pero no voy a soportar que traten de arruinar la
reputación de una chica inocente.
Quería mirar alrededor de la habitación, para ver las caras con los
ojos abiertos, y mandíbulas abiertas, pero no podía quitar los ojos de Gaston.
Él defendía mi honor y, si lo hacía de la forma correcta o incorrecta, era la
cosa más malditamente sexy, y más romántica que me había pasado.
—Rochi Igarzabal es una amiga, y creo que todos saben que si fuera
una chica cualquiera con la que tuve sexo, no estaría aquí ahora. —Hizo
una pausa, esperando o amenazando a cualquiera que quisiera ponerse
de pie y decir lo contrario.
Seré honesta, midiendo la expresión de la cara de Gaston, temía que
pudiera ser levantado como un objeto por toda la asamblea y sacado en
una bolsa de cadáveres.
—Si escucho un pequeño pensamiento sobre ella siendo una puta —
Gaston apretó su puño cuando pareció que hacía contacto visual con cada
estudiante—, espero que no les gusten sus piernas
porque les voy a quebrar ambas.
Ahora, para coincidir con los demás, mi boca cayó abierta.
—Si alguien necesita cualquier aclaración al respecto, puede
encontrarse conmigo en el estacionamiento. —Dejó la no tan sutil
advertencia flotar en el aire durante un minuto antes de pasar el micrófono
al director.
El director hizo un gesto a otro administrador antes de mirar
expectante a Gaston. Riéndose, Gaston siguió al director por las escaleras del
auditorio.
—No sería el primer día de escuela si no te veo en mi oficina antes
del quinto periodo, señor Dalmau. —El director suspiró.
—Sí, pero se trataba de una buena causa, director—
contestó Gaston, guiñándome un ojo antes de salir del aún silencioso

gimnasio.

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