Capitulo 56
El punto de inflexión
estratégico de mi relación con Ramiro tuvo lugar el fin de semana
después de que Aleli entregara el trabajo de la luciérnaga en el
colegio. Era bien entrada la mañana del domingo y Aleli había
salido al jardín para jugar mientras yo me duchaba con tranquilidad.
.
Atravesé el salón
de techo elevado, salí al jardín trasero. Oí la risa vital de
Pedro y los grititos de júbilo de Aleli. Me puse la capucha y me
dirigí al lugar de donde procedían las voces
Pedro estaba sentado en la
silla de ruedas de cara a un desnivel del terreno en dirección
norte. Yo me detuve de golpe al ver a mi hermana junto al extremo más
elevado de un cable de deslizamiento con polea que iba desde la parte
alta del desnivel hasta la parte más baja
Ramiro, vestido con unos
tejanos y una vieja sudadera azul, estaba tensando el extremo
inferior del cable mientras Aleli lo apremiaba para que se diera
prisa.
—¡Un momento!
—exclamó Ramiro mientras sonreía ante la impaciencia de mi
hermana—. Espera hasta que esté seguro de que el cable no cederá
por tu peso.
—¡Voy a tirarme
ahora mismo! —declaró ella con determinación mientras se sujetaba
de las asas de la polea.
—¡Espera! —le
advirtió Ramiro mientras tiraba del cable para probarlo.
—¡No puedo
esperar!
Ramiro rompió a reír.
—¡Está bien,
pero no me eches la culpa si te caes!
Yo percibí con horror que
el cable estaba colocado demasiado alto. Si se rompía o si Aleli no
se agarraba con fuerza, podía romperse el cuello.
—¡No! —grité
yo mientras avanzaba hacia ellos—. ¡Aleli, no lo hagas!
Ella me miró con una
amplia sonrisa.
—¡Hola, Valeria,
mírame! ¡Voy a volar!
—¡Espera!
Sin embargo, Aleli,
aquella pequeña mula obstinada, ignoró mi llamada, se agarró de la
polea y saltó del desnivel. Su pequeño cuerpo se deslizó a gran
velocidad por encima del suelo. Demasiado alto, demasiado rápido...,
mientras sus piernas se balanceaban en el aire. Aleli soltó un grito
de júbilo. Durante un instante, se me nubló la vista y mis
mandíbulas se encajaron de una forma dolorosa. Corrí y, medio
tropezando, llegué donde estaba Ramiro casi al mismo tiempo que mi
hermana.
Él la cogió con
facilidad, la descolgó y la dejó en el suelo. Los dos rieron y
brincaron sin prestarme atención.
Oí que Pedro me llamaba,
pero no le contesté.
—¡Te he dicho que
esperaras! —le grité a Aleli.
Me sentía mareada debido
a la rabia y el alivio que experimentaba y los restos del miedo que
había sentido todavía vibraban en mi garganta. Aleli guardó
silencio y empalideció mientras me miraba con sus ojos azules muy
abiertos.
—No te había oído
—respondió ella.
Se trataba de una mentira
y ambas lo sabíamos. Yo me sentí furiosa al ver que ella se
deslizaba hacia Ramiro, como si buscara su protección. ¡De mí!
—¡Sí que me
habías oído! Y no creas que te librarás tan fácilmente, Aleli.
¡Te voy a castigar para el resto de tu vida! —Me volví hacia
Ramiro—. ¡Este estúpido artilugio está demasiado alto y no
tienes ningún derecho a proponerle algo peligroso a mi hermana sin
preguntármelo antes!
—No es peligroso
—contestó Ramiro con calma mientras sostenía mi mirada—.
Teníamos uno igual a éste cuando éramos niños.
—¡Estúpido
arrogante, no sabes nada de niñas de ocho años! Ella es frágil,
podría haberse roto el cuello...
—¡Yo no soy
frágil! —exclamó Aleli con indignación.
Se pegó al costado de
Ramiro y él apoyó una mano en su hombro.
—Ni siquiera
llevabas puesto un casco y ya sabes que no debes hacer algo así sin
la protección de un casco.
Ramiro me miró de una
forma inexpresiva.
—¿Quieres que
quite el cable?
—¡No! —gritó
Aleli con los ojos llenos de lágrimas—. Nunca me dejas divertirme.
¡No eres justa! Me pienso tirar del cable y tú no podrás
impedírmelo. ¡No eres mi madre!
—¡Eh, eh...,
pequeña! —declaró Ramiro con voz más suave—. No hables así a
tu hermana.
—¡Estupendo!
—solté yo—. Ahora soy la mala de la película. A la mierda,
Ramiro, no necesito que me defiendas, tú...
Levanté las manos en un
gesto defensivo y con los puños apretados. De repente, me di la
vuelta. Apenas veía nada debido a las lágrimas que brotaban de mis
ojos. Era el momento de retirarse. Me alejé con pasos largos y
rápidos y cuando pasé junto a Pedro solté sin aminorar la marcha:
—Usted también se
ha metido en problemas.
Cuando llegué al cálido
refugio de la cocina, Mis instintos gritaban que
Aleli era mía y que nadie tenía derecho a poner en duda mis
decisiones. Yo la había cuidado, me había sacrificado por ella.
«¡Tú no eres mi madre!» ¡Ingrata! ¡Traidora! Quería salir y
decirle que me habría resultado muy fácil darla en adopción cuando
nuestra madre murió, que las cosas me podrían haber ido mucho
mejor.
Alguien entró en la
cocina y cerró la puerta. Yo permanecí inmóvil y rogué no tener
que hablar con nadie, pero una sombra atravesó la oscura cocina, una
sombra corpulenta que no podía pertenecer a nadie más que a Ramiro.
—¿Valeria?
Yo no pude seguir callada.
—No quiero hablar
—declaré con resentimiento.
Ramiro llenó la estrecha
entrada de la antecocina y me arrinconó. Las sombras eran muy densas
y no pude vislumbrar su rostro.
Entonces dijo la única
cosa que nunca habría esperado oír de su boca:
—Lo siento.
Si hubiera dicho cualquier
otra cosa, mi rabia habría aumentado, pero aquellas dos palabras
provocaron que las lágrimas rebosaran de mis ojos escocidos por el
viento. Yo bajé la cabeza y exhalé un suspiro tembloroso.
—Está bien.
¿Dónde está Aleli?
—Mi padre está
hablando con ella. —Ramiro se acercó a mí—. Tenías razón.
Acerca de todo. Le he dicho a Aleli que, a partir de ahora, tendrá
que ponerse un casco para descender por el cable y lo he bajado medio
metro. —Se produjo una breve pausa—. Tendría que haber pedido tu
opinión antes de colocarlo. No volverá a suceder.
Ramiro tenía la increíble
virtud de sorprenderme. Yo creía que se mostraría mordaz y con
ánimos de discutir. La tensión abandonó mi garganta. Levanté la
cabeza, la oscuridad se hizo más leve y percibí el contorno de su
cabeza. El conservaba en su piel el olor a aire libre, a viento, a
hierba seca y a algo fresco, como la madera recién cortada.
—Supongo que soy
sobreprotectora —declaré.
—En absoluto
—razonó él—. Ésa es tu función. Si no lo fueras... —Al
vislumbrar el brillo de una lágrima en mi mejilla, Ramiro se
interrumpió y dio un respingo—. Mierda. No, no hagas eso. —Ramiro
se volvió hacia unos cajones, hurgó en el interior y sacó una
servilleta—. Maldición, Valeria, no llores. Lo siento. Siento
mucho haber colocado el maldito cable. Lo quitaré ahora mismo.
Ramiro, quien solía ser
muy habilidoso, me secó las mejillas con torpeza.
—No —repliqué
yo sorbiendo—. No qui-quiero que lo quites.
—De acuerdo, de
acuerdo. Lo que tú quieras. Lo que sea, pero no llores.
Yo cogí la servilleta, me
soné la nariz y suspiré temblorosa.
—Siento haber
explotado ahí afuera. No debería haber reaccionado de una forma tan
exagerada.
Él vaciló, se
quedó quieto y, a continuación, se
agitó como un animal enjaulado.
—Te has pasado la
mitad de la vida cuidando de ella, protegiéndola y, de repente, un
imbécil la lanza por el aire a una altura de un metro y medio y sin
casco. Claro que estás enojada.
—Es sólo que...
es lo único que tengo. Y si algo le ocurriera... —Sentí un nudo
en la garganta, pero me obligué a continuar—. Sé, desde hace
tiempo, que Aleli necesita la influencia de un hombre en su vida,
pero no quiero que se encariñe contigo o con Pedro porque esto, el
hecho de que vivamos aquí, no durará para siempre, ésa es la razón
de que...
—Tienes miedo de
que Aleli se encariñe —repitió él con lentitud.
—Sí, tengo miedo
de que se implique emocionalmente. Cuando nos vayamos, será duro
para ella. Creo... Creo que constituyó un error.
—¿Qué es lo que
constituyó un error?
—Todo. Todo esto.
No debí aceptar el ofrecimiento de Pedro. Nunca debimos trasladarnos
a esta casa.
Ramiro permaneció en
silencio. Sus ojos brillaron como si despidieran una luz propia.
—¿Qué? —pregunté
a la defensiva—. ¿Por qué no dices nada?
—Hablaremos de
esto más tarde.
—Podemos hablar
ahora. ¿Qué estás pensando?
—Que estás
proyectando otra vez.
—¿Qué es lo que
estoy proyectando?
Él alargó los brazos
hacia mí y yo me puse en tensión. Cuando sentí el tacto de sus
manos, el calor de su piel masculina, mis pensamientos se dispersaron
en todas direcciones. Las piernas de Ramiro aprisionaron las mías y
percibí sus sólidos músculos a través de la fina y desgastada
tela de sus tejanos. Jadeé un poco al notar que su mano se deslizaba
hasta mi nuca. Ramiro me rozó el cuello con un movimiento lento del
pulgar y, para mi vergüenza, aquella suave caricia me excitó.
Ramiro habló junto a mi
cabeza y sus palabras se hundieron en mi cabellera.
—No finjas que
todo esto sólo está relacionado con Aleli. También te preocupa tu
propia implicación emocional.
—No es verdad
—protesté yo con la boca seca.
Él echó mi cabeza hacia
atrás y se inclinó sobre mí. Sus palabras socarronas me hicieron
cosquillas en la oreja.
—Lo despides por
todos los poros, cariño.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

Ramiro es todo un geniecillo! Jaja
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