lunes, 16 de diciembre de 2013

Mi Nombre Es Valery Cap 56




Capitulo 56


El punto de inflexión estratégico de mi relación con Ramiro tuvo lugar el fin de semana después de que Aleli entregara el trabajo de la luciérnaga en el colegio. Era bien entrada la mañana del domingo y Aleli había salido al jardín para jugar mientras yo me duchaba con tranquilidad. 
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Atravesé el salón de techo elevado, salí al jardín trasero. Oí la risa vital de Pedro y los grititos de júbilo de Aleli. Me puse la capucha y me dirigí al lugar de donde procedían las voces

Pedro estaba sentado en la silla de ruedas de cara a un desnivel del terreno en dirección norte. Yo me detuve de golpe al ver a mi hermana junto al extremo más elevado de un cable de deslizamiento con polea que iba desde la parte alta del desnivel hasta la parte más baja

Ramiro, vestido con unos tejanos y una vieja sudadera azul, estaba tensando el extremo inferior del cable mientras Aleli lo apremiaba para que se diera prisa.

¡Un momento! —exclamó Ramiro mientras sonreía ante la impaciencia de mi hermana—. Espera hasta que esté seguro de que el cable no cederá por tu peso.
¡Voy a tirarme ahora mismo! —declaró ella con determinación mientras se sujetaba de las asas de la polea.
¡Espera! —le advirtió Ramiro mientras tiraba del cable para probarlo.
¡No puedo esperar!
Ramiro rompió a reír.
¡Está bien, pero no me eches la culpa si te caes!
Yo percibí con horror que el cable estaba colocado demasiado alto. Si se rompía o si Aleli no se agarraba con fuerza, podía romperse el cuello.
¡No! —grité yo mientras avanzaba hacia ellos—. ¡Aleli, no lo hagas!
Ella me miró con una amplia sonrisa.
¡Hola, Valeria, mírame! ¡Voy a volar!
¡Espera!

Sin embargo, Aleli, aquella pequeña mula obstinada, ignoró mi llamada, se agarró de la polea y saltó del desnivel. Su pequeño cuerpo se deslizó a gran velocidad por encima del suelo. Demasiado alto, demasiado rápido..., mientras sus piernas se balanceaban en el aire. Aleli soltó un grito de júbilo. Durante un instante, se me nubló la vista y mis mandíbulas se encajaron de una forma dolorosa. Corrí y, medio tropezando, llegué donde estaba Ramiro casi al mismo tiempo que mi hermana.

Él la cogió con facilidad, la descolgó y la dejó en el suelo. Los dos rieron y brincaron sin prestarme atención.

Oí que Pedro me llamaba, pero no le contesté.

¡Te he dicho que esperaras! —le grité a Aleli.

Me sentía mareada debido a la rabia y el alivio que experimentaba y los restos del miedo que había sentido todavía vibraban en mi garganta. Aleli guardó silencio y empalideció mientras me miraba con sus ojos azules muy abiertos.
No te había oído —respondió ella.
Se trataba de una mentira y ambas lo sabíamos. Yo me sentí furiosa al ver que ella se deslizaba hacia Ramiro, como si buscara su protección. ¡De mí!
¡Sí que me habías oído! Y no creas que te librarás tan fácilmente, Aleli. ¡Te voy a castigar para el resto de tu vida! —Me volví hacia Ramiro—. ¡Este estúpido artilugio está demasiado alto y no tienes ningún derecho a proponerle algo peligroso a mi hermana sin preguntármelo antes!
No es peligroso —contestó Ramiro con calma mientras sostenía mi mirada—. Teníamos uno igual a éste cuando éramos niños.
¡Estúpido arrogante, no sabes nada de niñas de ocho años! Ella es frágil, podría haberse roto el cuello...
¡Yo no soy frágil! —exclamó Aleli con indignación.
Se pegó al costado de Ramiro y él apoyó una mano en su hombro.
Ni siquiera llevabas puesto un casco y ya sabes que no debes hacer algo así sin la protección de un casco.
Ramiro me miró de una forma inexpresiva.
¿Quieres que quite el cable?
¡No! —gritó Aleli con los ojos llenos de lágrimas—. Nunca me dejas divertirme. ¡No eres justa! Me pienso tirar del cable y tú no podrás impedírmelo. ¡No eres mi madre!
¡Eh, eh..., pequeña! —declaró Ramiro con voz más suave—. No hables así a tu hermana.
¡Estupendo! —solté yo—. Ahora soy la mala de la película. A la mierda, Ramiro, no necesito que me defiendas, tú...

Levanté las manos en un gesto defensivo y con los puños apretados. De repente, me di la vuelta. Apenas veía nada debido a las lágrimas que brotaban de mis ojos. Era el momento de retirarse. Me alejé con pasos largos y rápidos y cuando pasé junto a Pedro solté sin aminorar la marcha:

Usted también se ha metido en problemas.

Cuando llegué al cálido refugio de la cocina, Mis instintos gritaban que Aleli era mía y que nadie tenía derecho a poner en duda mis decisiones. Yo la había cuidado, me había sacrificado por ella. «¡Tú no eres mi madre!» ¡Ingrata! ¡Traidora! Quería salir y decirle que me habría resultado muy fácil darla en adopción cuando nuestra madre murió, que las cosas me podrían haber ido mucho mejor. 

Alguien entró en la cocina y cerró la puerta. Yo permanecí inmóvil y rogué no tener que hablar con nadie, pero una sombra atravesó la oscura cocina, una sombra corpulenta que no podía pertenecer a nadie más que a Ramiro.
¿Valeria?
Yo no pude seguir callada.
No quiero hablar —declaré con resentimiento.

Ramiro llenó la estrecha entrada de la antecocina y me arrinconó. Las sombras eran muy densas y no pude vislumbrar su rostro.
Entonces dijo la única cosa que nunca habría esperado oír de su boca:
Lo siento.

Si hubiera dicho cualquier otra cosa, mi rabia habría aumentado, pero aquellas dos palabras provocaron que las lágrimas rebosaran de mis ojos escocidos por el viento. Yo bajé la cabeza y exhalé un suspiro tembloroso.

Está bien. ¿Dónde está Aleli?
Mi padre está hablando con ella. —Ramiro se acercó a mí—. Tenías razón. Acerca de todo. Le he dicho a Aleli que, a partir de ahora, tendrá que ponerse un casco para descender por el cable y lo he bajado medio metro. —Se produjo una breve pausa—. Tendría que haber pedido tu opinión antes de colocarlo. No volverá a suceder.

Ramiro tenía la increíble virtud de sorprenderme. Yo creía que se mostraría mordaz y con ánimos de discutir. La tensión abandonó mi garganta. Levanté la cabeza, la oscuridad se hizo más leve y percibí el contorno de su cabeza. El conservaba en su piel el olor a aire libre, a viento, a hierba seca y a algo fresco, como la madera recién cortada.

Supongo que soy sobreprotectora —declaré.
En absoluto —razonó él—. Ésa es tu función. Si no lo fueras... —Al vislumbrar el brillo de una lágrima en mi mejilla, Ramiro se interrumpió y dio un respingo—. Mierda. No, no hagas eso. —Ramiro se volvió hacia unos cajones, hurgó en el interior y sacó una servilleta—. Maldición, Valeria, no llores. Lo siento. Siento mucho haber colocado el maldito cable. Lo quitaré ahora mismo.

Ramiro, quien solía ser muy habilidoso, me secó las mejillas con torpeza.

No —repliqué yo sorbiendo—. No qui-quiero que lo quites.
De acuerdo, de acuerdo. Lo que tú quieras. Lo que sea, pero no llores.

Yo cogí la servilleta, me soné la nariz y suspiré temblorosa.

Siento haber explotado ahí afuera. No debería haber reaccionado de una forma tan exagerada.

Él vaciló, se quedó quieto y, a continuación, se agitó como un animal enjaulado.

Te has pasado la mitad de la vida cuidando de ella, protegiéndola y, de repente, un imbécil la lanza por el aire a una altura de un metro y medio y sin casco. Claro que estás enojada.
Es sólo que... es lo único que tengo. Y si algo le ocurriera... —Sentí un nudo en la garganta, pero me obligué a continuar—. Sé, desde hace tiempo, que Aleli necesita la influencia de un hombre en su vida, pero no quiero que se encariñe contigo o con Pedro porque esto, el hecho de que vivamos aquí, no durará para siempre, ésa es la razón de que...
Tienes miedo de que Aleli se encariñe —repitió él con lentitud.
Sí, tengo miedo de que se implique emocionalmente. Cuando nos vayamos, será duro para ella. Creo... Creo que constituyó un error.
¿Qué es lo que constituyó un error?
Todo. Todo esto. No debí aceptar el ofrecimiento de Pedro. Nunca debimos trasladarnos a esta casa.
Ramiro permaneció en silencio. Sus ojos brillaron como si despidieran una luz propia.

¿Qué? —pregunté a la defensiva—. ¿Por qué no dices nada?
Hablaremos de esto más tarde.
Podemos hablar ahora. ¿Qué estás pensando?
Que estás proyectando otra vez.
¿Qué es lo que estoy proyectando?

Él alargó los brazos hacia mí y yo me puse en tensión. Cuando sentí el tacto de sus manos, el calor de su piel masculina, mis pensamientos se dispersaron en todas direcciones. Las piernas de Ramiro aprisionaron las mías y percibí sus sólidos músculos a través de la fina y desgastada tela de sus tejanos. Jadeé un poco al notar que su mano se deslizaba hasta mi nuca. Ramiro me rozó el cuello con un movimiento lento del pulgar y, para mi vergüenza, aquella suave caricia me excitó.

Ramiro habló junto a mi cabeza y sus palabras se hundieron en mi cabellera.

No finjas que todo esto sólo está relacionado con Aleli. También te preocupa tu propia implicación emocional.
No es verdad —protesté yo con la boca seca.
Él echó mi cabeza hacia atrás y se inclinó sobre mí. Sus palabras socarronas me hicieron cosquillas en la oreja.

Lo despides por todos los poros, cariño.

Continuara...

*Mafe*
@gastochi_a_mil

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