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no había más que un centímetro y medio de espacio libre en
la primera grada. Funcionaría. No había manera que me
perdiera a Gaston trotando fuera de ese vestuario.
Si él lo hacía.
No sabía que tan enojado se encontraba conmigo en mi última
contienda de resolver los problemas del mundo, pero si tuviera que
adivinar, diría que entre un furioso jugador y un tejón
rabioso.
Apretándome entre dos chicos con pechos desnudos y “Vamos
Espartanos” pintados de color rojo sangre a través de su estómago,
me
sumí todo lo que podía ser sumido y esperaba poder aguantar la
respiración durante dos trimestres y medio más.
—¡Rochi! —gritó una voz sobre mí—. ¡Rochi! —Y otra vez.
Por más que lo intenté, no pude escapar de la niebla asfixiante
que
era Eugenia. —¡Ven aquí! —me indicó, señalando un espacio entre
ella y sus apóstoles de pie aplaudiendo, pateando, y ra-ra-reando.
Estar en frente y en el centro de un sándwich de animadoras no era
mi primera opción, pero era mejor que mi situación actual. El
chico medio
desnudo a mi derecha echó los brazos al aire, gritando—: ¡Vamos,!
—Y dejó claro que no creía en poseer, o incluso usar,
desodorante.
Píntame carmesí y dorado y llámame Vamos, Lucha,—no
podría llegar lo suficientemente rápido a las porristas.
—¿Qué hacías allá? —preguntó
Eugenia, entrelazando su brazo con el mío—. Te das cuenta que
probablemente hiciste su noche porque estoy segura de que era la
primera vez que cualquiera de los dos había llegado a alguna parte
cerca
de atrapar una sensación.
—Eww. —Me estremecí—. Eugenia, por favor comprueba esa imagen
visual. Estoy totalmente asustada ahora.
—Bueno, tienes suerte de que yo te salvara —dijo, señalando a unas
porristas. No era una gran sorpresa que fueran las chicas que se
sentaban
en la mesa del almuerzo
—. Además, una chica como tú pertenece aquí. Vi tu
rutina en el gimnasio y obviamente has hecho eso antes.
Por supuesto que Eugenia era la única persona echando un vistazo a
mi rutina de baile improvisado mientras esperaba a todos los demás
para
vestirme. —Animé en mi última escuela —dije—, pero sólo porque no
tenía
equipo de baile.
—Bueno, tenemos un grupo de baile aquí, pero es justo donde van
las chicas demasiado gordas y feas para animar. —Ni siquiera una
pizca
de remordimiento en su declaración—. Tú no quieres ser parte del
equipo
de baile. Perteneces a nosotras.
Algunas de las otras chicas en círculo a nuestro alrededor,
asintieron
con la cabeza.
—Desde que Holly no volvió este año, tenemos un uniforme extra y
no podemos formar una pirámide adecuada sin una décima compañera
en el equipo.
—Gracias por la oferta, Eugenia, pero en realidad, soy más el tipo
de
chica de equipo de baile. Además, he oído que han ganado
algún campeonato de estado…
Levantó su mano para cortarme. —Eres material de animadora. Eres
grandiosa, tienes experiencia y el noventa por ciento de la
población
masculina ya se masturba por ti. —Otra imagen visual sin la que
podría
haber vivido—. El otro diez por ciento sigue sin declararse en el
departamento de sexualidad —susurró.
—Hay un popurrí de razones para unirse si alguna vez he escuchado
algo —murmuré, preguntándome si era mejor oler las axilas rancias
y recibir
“accidentales” sensaciones toda la noche.
Y fue entonces, cuando Gaston salió corriendo al campo. Olvidé a
Eugenia, las axilas, y todo el maldito mundo. No había nada más
que él. Y
una dorada licra formándose sobre partes que flexionaba y estiraba
y
ponía y me hacía olvidar cómo parpadear.
—¿Quién, en toda la verde Tierra gracia de Dios —dijo Eugenia,
asomándose por la cerca—, es eso?
Justo en ese momento, miró por encima, encontrándose con mis
ojos, y la sonrisa que estalló en su cara no podría ser disimulada
por la
guardia del frente del casco. Extendiendo el brazo, él señaló
hacia a mí
todo el camino por el resto del equipo apiñados en la línea
de veinte yardas.
—Eso, Eugenia —dije, tejiendo mis dedos a través de la cerca—, es
Gaston Dalmau.
—Sabía que había un Dios —suspiró ella.
—Sí —concordé, sonriendo mientras él se retorcía en la licra—, no
hay duda de que lo hay.
—Así que ustedes son…
—Eugenia —le advertí, girando hacia ella.
—¿Qué? —dijo, ajustando la corona sobre su cabeza—.
Definitivamente algo está pasando entre ustedes, y lo único que
estoy más
segura que eso es que no es sólo una relación de amistad.
—Somos amigos —dije, porque no tenía ningún otro título para lo
que
éramos. Nos habíamos besado de formas que eran ilegales en
cuarenta y
nueve estados, pasamos juntos cada momento libre en la escuela, me
cuidaba, me miraba, pero estábamos, hasta donde yo sabía, no en
forma
exclusiva. No tenía demanda sobre él, aunque lo deseara. ¿Pero él
quería
lo mismo?
—Cariño, una chica no puede mantener a un hombre como ese
como un amigo. Es un amante o un ex-amante, pero nunca un amigo.
Un
hombre como ese no fue creado para ser amigo de una mujer, fueron
creados para hacer a una mujer alcanzar un Do alto tres veces
seguidas
en fila.
Otra colorida imagen visual por Eugenia, aunque esta no me
preocupaba mucho. —Lo siento, Eugenia. No sé qué decirte. Me
preocupo
por él. Se preocupa por mí. Si eso no nos hace amigos en tu libro,
sigue
adelante y márcanos como quieras.
Sus cejas se arquearon por las nubes.
—A excepción de eso —le aclaré.
El timbre sonó y los dos equipos se alinearon, Gaston en el lugar
del
mariscal de campo viéndose como un gigante jugando un juego
. Agarrando un pompón de Eugenia, lo levanté en el
aire y sacudí el infierno fuera de él. —¡Vamos! —grité—.
¡Vamos, Dalmau! ¡Vamos a ver lo que tienes!
Era un largo camino que recorrer, y él se encontraba agachado en
posición, pero habría apostado mis gastadas zapatillas de punta
que
llevaba una sonrisa de suficiencia.
—Hut. Hut. ¡Hike! —gritó el centro, pasando el balón de regreso a
Gaston. Se podía sentir el aliento colectivo que contenían cada
uno de los
fans en las gradas.
Gaston lo atrapó con facilidad, y en lugar de tirarlo a una
respetable
distancia de veinticinco metros para hacernos la primera
oportunidad,
acunó el balón en su costado y salió corriendo. De hecho, corrió,
corrió
como si estuviera huyendo de los policías. Sonreí, dándome cuenta
que su
velocidad probablemente tenía algo que ver con los policías.
Era una apuesta arriesgada, ansiando correr en la zona de
anotación cuando se encontraba a ochenta metros a la espalda, pero
la
única persona que no parecía preocupado era Gaston. Corrió como si
no
pudiera terminar en la zona de anotación. Corrió como si nadie
pudiera
detenerlo.
Y nadie podía.
Jugador tras jugador, trataron de boquearlo o
taclearlo, algunos incluso trataron de hacerlo tropezar o caer
agarrándolo
del casco. Ninguno tuvo éxito. Los que perdieron el estable brazo
de Gaston,
se desprendieron como si no fueran de un equipo de jugadores de
fútbol
de calidad.
En los cincuenta, la multitud rompió en un rugido. Todo el mundo
gritaba y gritaba, agitando los brazos en dirección a la zona de
anotación.
Más allá de todas las reglas de física, el ritmo de Gaston
aumentó.
Para el momento en que cayó en los veinte, no había más jugadores
para detenerlo. Todos decoraban el césped artificial
como una caja de palillos de dientes caídos. Gaston bailó los
últimos metros
hasta la zona de anotación, temblando y brillando en esos
pantalones
dorados, provocando un aumento en los gritos de las mujeres.
Una vez en la zona de anotación, clavó la pelota y luego se volvió
hacia la multitud. Todo el mundo se volvía loco, como si acabaran
de
presenciar el nacimiento de Jesús y la invención de la
electricidad al
mismo tiempo. Gaston era una estrella de rock, su salvador, y
ellos le rendían
homenaje.
Sin un momento para disfrutar la gloria de la carrera de ochenta
metros y unas mil personas coreando su nombre, dio zancadas hacia
las
líneas laterales. Pasando al entrenador, que todavía seguía
congelado en
su lugar, más allá de los jugadores en el banquillo sosteniendo
sus manos
arriba, y por encima de la cerca en un movimiento perfecto. No se
detuvo
hasta que se hallaba sudado y sonriente delante de mí.
—Oye —susurró, deslizando el casco de su cabeza. La lluvia
entrando en contacto con su frente sudorosa—, ¿Te gusto un poco
como
corrí allí afuera?
Sonreí mientras deslizaba su gorrita tejida alrededor hasta que
quedó
en el lugar correcto. Era como una maldita mata de seguridad.
—Estuvo
bien. —Lo minimicé, encogiéndome de hombros.
—¿Bien, huh? —De hecho, con nuestros cuerpos así no podríamos
estar más cerca a menos que estuviéramos desnudos—. Esa fue una
jugada muy inteligente allí, Rochi. Ofreciéndome voluntario al
equipo de
mierda para vengarte de mí por conseguir que te voten como
Princesa
oficial —dijo, agitando mi corona.
—Fue inteligente ¿no?
—Ha sido una buena, te daré eso —dijo, frotando la parte posterior
de su cuello—. Pero lo peor de todo es, Rochi, que nunca, nunca
dejo a
alguien más tener la última palabra.
—Por favor —dije, haciendo una mueca—. ¿Qué vas a hacer?
¿Tenerme preparada y ser una pateadora de respaldo?
—No —dijo, bajando sus manos a mis caderas. Mi garganta se
secó—. Voy a hacer algo mucho mejor que eso.
—¿Ah, si? —dije, haciendo una mueca—. ¿Qué es eso?
Elevándose por encima de mí, me guiñó un ojo. —Esto —dijo,
inclinándome para que mis labios cayeran justo sobre los suyos. Y
si fue él o
yo quién empezó a moverse primero no importa porque era evidente
de
que no se terminaría pronto.
Lluvia. Gaston. Yo. Besándonos.
Claven un tenedor en mí, porque ya fue hecho.
—Sr. Dalmau. —Una voz embotada cortó a través del estruendo de
ruido de la explosión que nos rodeaba—. ¡Sr. Dalmau!
Gaston gimió contra mis labios, sin dejarme ir cuando se volvió
hacia el
entrenador A.
—¿Piensa que ya termino aquí? —preguntó el entrenador A,
sonriendo—. Tenemos un partido que ganar.
—Creo que nunca voy a terminar aquí, entrenador —respondió de
regreso, ganándose unas cuantas risas desde las gradas y
haciéndome
tirar de mis dedos.
—En ese caso, concluya y traiga su culo de vuelta aquí —gritó—.
Los
mariscales de campo titulares no salen con sus novias, cuando
tienen
cuarenta puntos que hacer.
—Este lo hace —susurró Gaston, alzándome en puntillas y besándome
otra vez—. Espérame después del partido. Tengo un asunto pendiente
contigo. —Dejándome abajo, tiró de la manta apretada alrededor de
mí
de nuevo, antes de saltar sobre la valla y correr hacia el campo.
No sé cómo fue capaz de saltar y correr así cuando yo no era capaz
de moverme. ¿Qué demonios había pasado? Fuera lo que fuese, quería
aclararlo y repetirlo hasta tomar mi último aliento.
—Que. Demonios.
Exactamente mis sentimientos.
Eugenia se acercó a mí, con los brazos cruzados, y empezó a
señalar.
—¿Amigos, eh?
—La amistad es un elemento fundamental en nuestra relación. —
Todavía me encontraba sin aliento, pero por lo menos podía formar
frases
corrientes.
—Sí, pero no la definición de elemento. Obviamente. —Por alguna
razón, Eugenia parecía enojada. Supongo que revocaría mis
privilegios pompom.
—¿Ah? —Volví a las respuestas de sílabas.
—Gaston Dalmau te besó frente a un pueblo de tropecientas personas
y
no lo negó cuando el entrenador Arcadia te llamó su novia.
Ahora, que las secuelas del beso se iban, podría formar y pensar
una
cadena lógica de pensamientos, y lo que Eugenia decía era verdad.
Gaston
podría haber publicado nuestro momento en internet para la
cantidad de
gente que lo habría y podría verlo, y él no se había estremecido
cuando el
entrenador utilizó la palabra con “N”.
—¿Soy su novia? —Se suponía que debía ser una pregunta para mí
misma, pero Eugenia no podía dejarlo pasar sin una respuesta.
—Eres la primera —dijo, mirándome como si fuera un
rompecabezas—. Eres una perra con suerte.

Quiero el otro yaaa!! Por favor sube rápido! Esta nove me encanta, la ♥!!
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