martes, 14 de enero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capitulo 13

13
Temía poner un pie en los pasillos el lunes en la
mañana —qué rumores se habían desatado durante el fin de
semana, cuáles verdades fueron confirmadas, y qué nueva
reputación me esperaba.
Esa podría ser la razón por la que me quedé encerrada en el Mazda
después de haber aparcado en mi espacio. Me convencí a mí misma de
que no me había acobardado, simplemente disfrutaba de las últimas
canciones de mi nuevo CD, pero el hecho de que me había puesto mis
lentes de sol con forma de ojos de gato y que me encorvaba hacia abajo,
era cobardía sin ninguna duda.
Sabía que la primera campana sonaría pronto porque el
aparcamiento se encontraba mayormente lleno de autos y vacío de
estudiantes, pero aún no podía alejarme de la seguridad de mi auto. Me
había preparado durante todo un día para este momento, salir delante de
todo el mundo que sabía lo que había pasado la noche del sábado, con
la cabeza en alto y mucha confianza, pero no funcionaba.
De nuevo contemplando las ventajas de la educación en casa,
encendí el auto de nuevo, concluyendo la calificación del día de hoy
como un día libre. No pude pensar en un momento en el que me sintiera
más enferma.
Revisando mi espejo retrovisor, puse al Mazda en reversa,
encontrándome a mí misma con la esperanza de echarle un vistazo a
alguien a quien no debería. Entonces, algo brilló en mi visión periférica
mientras un golpe en mi ventana le siguió.
Ahí se encontraba Nicolas, sonriéndome como si fuera la
mañana de un lunes cualquiera, sosteniendo un ramo de flores. Me saludó
con la mano. —¿A dónde crees que vas?
Bajé mi ventana. —A cualquier lugar menos aquí.
—¿Y la razón es? —dijo, dándome las flores a través de la ventana.
Era un ramo mixto envuelto en papel de estraza y una cuerda comprada
en una de esas elegantes boutiques sin duda. Eran hermosas, pero no
sabía si me sentía lista para aceptar flores de Nicolas o de lo que aceptar
esas flores significaría.
—Estoy contemplando establecer nuevas metas y convertirme en
desertora de la escuela —le dije, mirando hacia la escuela—. Escuché que
hay una escuela de belleza genial en el centro de la ciudad.
Nicolas se rió, inclinándose en mi puerta. —Sí hay una, de hecho,
pero es para chicas que quedaron embarazadas o que no saben
diferenciar la parte trasera de la portada de su libro de álgebra.
—Suena perfecto —dije, tomando fuertemente el volante, tratando
de fingir que un par de chicas que pasaban a un lado de nosotros no
susurraban una a la otra sobre mí. No fue fácil dado que lanzaron al menos
cuatro miradas de reojo en mi dirección antes de que se perdieran de
vista.
—Vamos —dijo Nicolas, inclinándose sobre mi regazo y arrebatando
las llaves fuera de la ignición—. Hora de ir a clases.
—Dame eso —le ordené, tratando de quitárselas.
—Puedes tenerlas de vuelta después del sexto periodo —dijo con
calma, guardándolas en su bolsillo. Por el brillo en sus ojos, no pude decir si
lucía más entusiasmado sobre la posibilidad de que yo tratara de tomarlas
o sobre tenerme de rehén aquí todo el día.
—Nicolas —gemí, calculando cuánto tiempo me llevaría el caminar
hasta mi casa—. No necesito esto en este momento.
—Sí, como que sí lo necesitas —dijo, moviendo mi puerta abierta—.
He visto las vidas de muchas chicas descarrilarse gracias a un respetable
ciudadano. —Lo fulminé con la mirada a través de mis ojos de gato, quien
no será nombrado, editó, tendiéndome la mano—. No quiero ver a otra
más.
—Todos van a estar mirándome y hablando y susurrando durante las
clases sobre mí. Necesito estar en un mejor estado mental para manejar
ese tipo de ridículo.
Tomó mi mano en la suya y la apretó. —No, no lo harán —prometió—
. No los dejaré.
—¿No los dejarás? —repetí, mirando su mano alrededor de la mía—.
¿Qué eres, el padrino de la mafia?
—Mis antepasados eran Menonitas o algo así, así que no estamos
muy interesados en la cosa de la mafia —dijo, pasando a través de mi
regazo y tomando mi bolso—. Pero dame un poco de crédito. He
acumulado mucha influencia en esta escuela con los años. —Dándole un
tirón a mi mano, señaló hacia la escuela.
—Déjame adivinar, es tu atractivo juvenil y tu sonrisa —dije,
deslizándome fuera de mi asiento y cerrando la puerta. No podía creer
que era obligada a asistir a clases por Nicolas.
Me sonrió. —Mi familia es dueña de un agradable lugar junto al lago
y he hecho algunas fiestas geniales a través de los años.
—Ah —le dije, mientras unos chicos lo saludaban a través del patio.
Los saludó, y continué—. Nada como el señuelo del alcohol y nada de
acompañantes para convertirte en el dios del mundo de los adolescentes.
—Precisamente. —Se rió, abriendo la puerta para mí. Después de
pasar los detectores de metales, Nicolas seguía justo a mi lado, dando
vuelta por el pasillo—. Creí que tenías que estar con el cuerpo académico
estudiantil en el primer periodo —le dije, mientras unos estudiantes
pasaban a nuestro lado, chocando manos con Nicolas y apenas
notándome. Era como si él fuera un dispositivo de camuflaje personal.
—Así es.
—¿Entonces por qué vienes a Literatura conmigo?
—Porque quiero —dijo sin detenerse.
Era un poco extraño, Nicolas pegado a mí como pegamento,
trayéndome flores, y todo el rollo, pero me sentía más firme con él a mi
lado, con los pies en la tierra. Y necesitaba tener los pies sobre la tierra
para pasar un día como éste.
—¿Y el Sr.va a estar de acuerdo contigo paseándote por la
clase y pasando el rato como si fueras el dueño del lugar? —Nicolas tenía
influencias, pero no tantas.
—No creo que le importe.
—¿De verdad? —dije, deteniéndome fuera de la puerta de la clase.
Me dio una sonrisa tímida. —Mi papá está en el consejo escolar. Mi
abuelo estuvo antes que él. Mi familia ha cavado más de metro y medio
de profundidad dentro de esta escuela.
Increíble. —Bueno, entonces —dije, moviendo mi brazo a través de la
puerta—, después de ti.
Deslizándose a través de la puerta, tomó mi mano y me llevó
consigo. Todos en clase alzaron la mirada, mirando entre nosotros como si
no estuvieran muy seguros de lo que pasaba, pero casi se podía ver a la
mitad de la clase haciendo poco caso de inmediato y la otra mitad
mirando otro segundo y volviendo a tomar sus libros de texto. ¿Qué clase
de influencia tenía Nicolas aquí y cómo podría replicar ese
elixir?
—Hola, Sr. —saludó mientras nos guiaba hacia un par de
asientos en la parte de atrás del salón—. Me voy a sentar aquí esta
mañana.
Los ojos del Sr. cayeron sobre mí en una manera que yo
reconocía, incluso él sabía lo que había pasado en el baile de bienvenida,
antes de asentir a Nicolas.
—Espero que disfrute los puntos más finos de la literatura, Sr.
—dijo, volviéndose hacia el pizarrón.
Me miró, sus ojos brillaban. —Oh, lo haré Sr. —dijo—. Lo haré.
Los siguientes tres periodos fueron de igual manera, a pesar de que
dije “de ninguna manera” a Nicolas cuando trató de venir conmigo. No
era porque no me sentía agradecida por todo lo que ha hecho, cómo
suavizó lo que debió haber sido un día infernal, pero no podía llevarlo a
todas partes como si fuera una manta de seguridad durante todo el año.
Me dio la luz de la confianza que necesitaba para pasar el resto del día.
No era totalmente inmune a las miradas de lado o las voces
silenciadas, pero eran una fracción de lo que había anticipado y sabía
que eso tenía que ver con Nicolas. Me encontraba en deuda con él, pero
no sabía si eso era algo que quería.
Eugenia se veía como si su cabeza estuviera a punto de estallar en el
momento en el que yo serpenteaba hacia nuestra mesa en la cafetería.
Después de haber ignorado sus primeras cinco llamadas el domingo en la
mañana, sólo apagué el teléfono. No sería capaz de esquivar sus
preguntas por más tiempo.
—¿Se te cayó tu teléfono en el servicio o algo así? —preguntó antes
de siquiera haberme sentado.
—Mi batería murió y no pude encontrar mi cargador —le dije,
sonriendo inocentemente como ella. ¿Se consideraba una mentira si lo
había hecho para mantener a bocas chismosas como la de Eugenia en la
oscuridad?
Su rostro cambió, realmente se la creyó. —Pobrecita —dijo Eugenia,
apoyando su mano en mi brazo—. Como si tu fin de semana necesitara
ponerse peor.
Le dije “mm-hmm” a través de un sorbo del jugo de naranja.
—Bueno, ¿por dónde empezamos? —dijo, inclinándose más cerca.
Lexie y Samantha dejaron caer sus ramas de apio y se inclinaron sobre la
mesa.
Yo sólo quería acabar con esto. No cesarían hasta que me sacaran
toda la información, y sabía que si no les daba lo que querían, las mentiras
serían creadas para llenar los espacios vacíos.
—¿Por dónde quieren empezar? —les pregunté, poniéndole la tapa
a mi jugo de naranja.
—¿Sabías que él había robado el auto? —susurró Eugenia, mirando con
complicidad alrededor de la mesa.
—Por supuesto que no —les respondí ofendida, hasta que me di
cuenta de que mi respuesta las había decepcionado. En los libros de esas
chicas, sería al menos uno o dos tonos más genial si hubiera estado al
tanto o hubiera sido parte de toda la cosa del robo del auto.
—¿Has hablado con él?
Me dolía pensar en él; dolía aún más admitir que no había
escuchado nada sobre él.
—Nop.
Eugenia y sus apóstoles lucían decepcionadas de nuevo. —El rumor por
aquí es que evadió cerca de cien autos de policía, devolvió el auto a su
dueño, y luego caminó directo hacia el precinto del centro y se entregó a
sí mismo —dijo Eugenia, moviendo y sacudiendo sus manos tan
neuróticamente que me deslicé unos centímetros hacia atrás—. ¿Qué
escuchaste tú, Rochi?
—Un montón de nada —le contesté, ya agotada por la gran
inquisición y sólo llevábamos tres minutos de la hora del almuerzo. A penas
empezábamos.
—¿Entonces es cierto que sólo te dejó atrás? —preguntó Lexie,
masticando la punta de su palito de zanahoria. Estas chicas comían más
malditos vegetales crudos que una familia de conejos.
—Sip —dije, mirando sobre mi hombro, rogando por algún tipo de
distracción—. Fue trágico.
—¿Cómo llegaste a tu casa? —preguntó Lexie, moviendo su
zanahoria.
Iba a contestarle cuando Eugenia me sonrió, arqueando una ceja. —
Escuché que te llevaron al instante en un cierto BMW 325i.
—Ni siquiera sé que significa eso —dije, mirando hacia atrás de
nuevo. Aún nadie viene a mi rescate. Rayos, a este punto de la
interrogación, no me importaría que fuera un loco enmascarado llevando
una motosierra sobre su cabeza.
—¿Nicolas te llevó a tu casa? —La zanahoria media masticada cayó
de la mano de Lexie.
—¿Sí?
Levantándose rápidamente de su silla, Lexie me miró. —¿Cómo?,
Rochi Igarzabal sin duda ha hecho sus rondas alrededor de Southpointe,
¿verdad? Todo en una sola semana. —Afilando su mirada hacia mí, se giró
y salió de la cafetería.
—No te preocupes, ya se le pasará —dijo Eugenia, moviendo sus
manos en el aire—. Ella y Nicolas salieron durante un par de años y tuvieron
una desagradable ruptura unas semanas antes de empezar las clases.
—¿Dos años? —dije, teniéndole un nuevo respeto a Nicolas. Un
compromiso de dos años con el genio que era Lexie debió
haberle garantizado un asiento entre los dioses—. Ella me odia. Me va a
odiar por un largo, largo tiempo.
Enroscando su dedo hacia mí, Eugenia se inclinó. No me moví más
cerca. —Lexie odia a todo el mundo. Sólo no le digas que te lo dije.
—Que bien por ella —dije.
—Guau, Rochi Igarzabal —dijo Eugenia, sacando unos polvos compactos
de su bolso—. De alguna manera, te las arreglaste para domar al
indomable de Gaston Dalmau, por poco tiempo pero lo hiciste, y luego pasaste
directo al soltero más cotizado y codiciado a-ser-marido.
Eres oficialmente mi héroe.
Samantha soltó una risita. —¿Estás buscando aprendices en este
momento?
—Sólo los moralmente perjudicados —murmuré, mientras Eugenia se
empolvaba la nariz y Samantha tomó un sorbo de su refresco de dieta con
una pajita. Me encontraba rodeada de un conjunto de futuras esposas
, con suéteres color duraznos y cremas. ¿Qué demonios hacía?
—Nicolas alucinante—dijo Eugenia, sacudiendo la cabeza.
—Increíble.
—Lo soy, ¿no?
No se cuál de las tres saltó más, pero los polvos compactos de Eugenia
se hicieron añicos al caer al suelo, así que ganó algún tipo de premio.
—Dios, Nicolas —dijo Eugenia, recogiendo los triángulos destrozados de
polvo—. No vuelvas a atacar sigilosamente a un grupo de chicas a menos
que quieras obtener un codazo en las pelotas.
Él se tocó la cabeza. —Anotado.
—¿Qué quieres? —preguntó Eugenia, derritiéndose un poco bajo su
sonrisa.
—Vine a pedir prestada a Rochi. —Sus manos apoyándose sobre mis
hombros—. No les importa, ¿verdad chicas?
—Eso depende —dijo Eugenia, mirando las manos de Nicolas en mí.
—¿De qué?
Eugenia me deslizó una mirada. —De para qué vienes a pedirla
prestada.
—Los negocios de un hombre son solo de él —le respondió, tirando
de mi silla.
—Excepto cuando no lo son —dijo Eugenia en voz baja, antes de hacer
un túnel con sus manos y susurrarme al oído—. Espero un reporte completo.
Saltando de mi silla, me despedí de Eugenia y Samantha y me volví
hacia Nicolas.
—Sácame de aquí —articulé.
Me tomó de la mano y me llevó fuera de la cafetería. —Vamos.
Si esto es lo que tener cada cabeza volviéndose hacia mí, con ojos
escandalizados se sentía, no quería nunca tomar ese puesto. No entendí
cuál era el gran problema con el hecho de Nicolas y yo caminando juntos,
pero ellos sí. Probablemente tenía que ver con él tomándome de la mano,
la cual debí haber alejado, y los rumores que se formaron y fueron escritos
en el libro de los hechos después del baile de bienvenida.
Una vez que estuvimos fuera de la cafetería, exhalé. —Gracias.
—Te veías como si tuvieras dolor físico allá dentro —dijo, llevándome
a un pasillo más tranquilo—. Tenía que salvarte de eso.
—Estoy feliz de que lo hicieras —le dije, mirando alrededor. No había
nadie cerca y sabía que si alguien pasaba por aquí, Nicolas y yo juntos en
un pasillo despejado comenzaría una nueva ronda de rumores—. ¿Por qué
lo hiciste?
Inclinándose en unos casilleros, Nicolas metió sus manos en los
bolsillos de sus pantalones. —Quería disculparme —comenzó, tomándome
por sorpresa—, no debí haberte dicho nada, bueno o malo, sobre Gaston.
Cualquier relación que tuvieron no era de mi incumbencia. Siento haber
tratado de meterme.
Su disculpa me tomó por sorpresa, pero escuchar el nombre de Gaston
me afectaba más. Cada vez que lo escuchaba, otra daga se clavaba en
mi corazón. Se convertía rápidamente en un alfiletero.
—No estoy segura de si alguna vez hubo una relación —admití,
dejando que mi cabeza cayera contra la pared—, y si hubo una, ya no
hay más.
Debía ser porque él había robado un auto, o porque había sido
arrestado más veces de las que podía contar con las dos manos, o porque
personificaba todo lo que a las chicas se nos enseñaba a mantener lejos
desde que estábamos en primaria. Pero no era por ninguna de esas
razones. Yo conocía a Gaston y no tenía ninguna relación porque si en serio
se hubiera entregado, no se había tomado la molestia de llamarme
primero. Ni para asegurarse de que había llegado bien a mi casa ni para
explicarme que demonios había pasado el sábado en la noche. Si
tuviéramos algún tipo de relación, Gaston se habría preocupado lo suficiente
por contactarme, pero no lo hizo.
—Lo siento, Rochi —dijo Nicolas, volviendo su cabeza y mirándome.
—No, no es cierto —dije, riendo sobre el hecho de que Nicolas había
sido con quien me había abierto sobre Gaston, pero sabía que tenía que ver
con la manera en la que su rostro siempre era cálido y sus ojos nunca me
juzgaban.
—Lo siento por ti y el dolor que esto te ha causado —dijo—. Pero no
me siento mal por Dalmau. Me puede besar el trasero la próxima vez que lo
vea.
Otra daga justo a través del ventrículo izquierdo. —Me gustaría ver
eso.
—Quédate atenta —dijo mirando lejos—, que tal vez sí. Gaston Dalmau
finalmente podría recibir una dosis de su propia medicina antes de que
todos vayamos a la universidad y él se quede atrás como un desperdicio

del espacio condenado de por vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario