sábado, 18 de enero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capitulo 14

14
a segunda semana de clases fue diez veces menos dramática
que la primera. De hecho, me sentía como si me estuviera
estableciendo en un patrón de normalidad, cuando me abrí
camino a través del detector de metales, el viernes en la mañana. Obtuve
As en todas mis clases, era un poco difícil pero cuando se calcula que uno
es igual a uno y que el escribir preguntas, era tan difícil como saber que
pasaría en mi último año.
También me había unido al equipo de baile, ignorando las
advertencias de Eugenia, sobre que mi popularidad bajaría al menos un
cincuenta por ciento e ingrese al club del Medio Ambiente, el cual según
ella haría caer el otro cincuenta por ciento que faltaba.
Ahora era cero por ciento popular.
Incluso he tenido que poner algunos límites entre la Srta. Eugenia y sus
amigas, tratando de respetarse la mayoría de días. Hasta mamá y yo
habíamos tenido un par de conversaciones tranquilas.
La vida no se había sentido así de normal en años, y mientras había
llorado por normalidad hace tanto tiempo, debí haberme sentido
cautivada por ella, pero no lo hacía. Sabía que tenía algo que ver con
cierta persona de la cual aún no había escuchado nada, y era a la que
debía evitar desde hoy hasta mi muerte, pero había aprendido de la
manera difícil que el corazón quiere lo que el corazón quiere. Y yo quería a
Gaston.
Pero no dejaría que me tenga, como un padre que no dejaría a su
hijo comer un segundo pedazo de pastel porque sabe que no es lo mejor
para su goloso, amado e impulsivo hijo. No podía dejar que mi corazón
tuviera lo que más quería porque sabía que eso lo llevaría a su destrucción.
—Buenos días, hermosa.
Le di un codazo a Nicolas mientras nos instalábamos en nuestra
rutina matutina.

—Vete feo, y no vuelvas hasta que se te ocurra algo mejor que
decir.
—Sólo espera, he trabajado en unas cuantas frases y creo que vas a
estar bastante impresionada el próximo lunes —me respondió,
entregándome mi café con leche y chocolate de las mañanas que había
comenzado a traerme hace un par de días atrás.
—Lo dudo —le dije.
—Tú diciéndome feo cada mañana, eso realmente podría herir mi
delicado ego, si no estuviera seguro de que sólo estás bromeando —dijo
saludando con la cabeza a un par de compañeros del equipo de fútbol
que pasaban de largo.
—O si no, estás realmente seguro de que no eres feo.
—¿Estás diciendo que piensas que soy ardiente? —preguntó
sonriéndome malvadamente.
—Si eso es lo que escuchaste, necesitas un par de audífonos —le dije
tomando un sorbo de mi café—. Simplemente confirmaba que no eres feo.
—Creo que ese es el peor cumplido que me han dado —dijo
abrazándome y juntándome hacia él.
La relación con Nicolas era fácil, la mayor parte del tiempo, pero
cuando se iba por otro camino, siempre trataba de atraerme en un
incómodo abrazo o me tocaba con cierta mirada en sus ojos.
—¿Cómo está tu tobillo? —Una voz gritó detrás de nosotros.
Una voz que me congeló los pies al suelo, pero que me derretía en
cualquier otro lugar.
Viniendo hacia nosotros, Gaston se cruzó de brazos, mirando fijamente
el brazo que Nicolas tenía a mí alrededor, antes de mirarme. Nunca había
recibido una mirada tan llena de emociones. Jamás me habían mirado de
esa manera, haciendo que mi respiración se hiciera lenta y dolorosa a la
vez.
Levantando un hombro, Nicolas miró hacia su tobillo vendado. —
Tratando de sanarse.
Los ojos de Gaston no dejaban los míos. —Hablaba de tu otro tobillo.
Tomándolo por sorpresa, Nicolas hizo una pausa. —Está bien —
respondió.
—¿Quieres tomar este camino? —le preguntó Gaston, avanzando
hacia nosotros, mientras todavía me miraba. El moretón en su mejilla
todavía se veía igual. Yo no sabía que esperar de una persona que había
estado una semana en prisión, la cual pudiera haber salido luciendo
diferente, tal vez ese hubiera sido el caso, pero para alguien que había
estado en prisión trece veces hasta ahora, era como un día más en el
parque.
—Tienes tu brazo en algo mío —dijo Gaston, sus ojos destellaron
cuando miró a Nicolas.
—Creo que esta propiedad cambió de dueño cuando tú la dejaste
botada en la acera. —Nicolas trató de sujetarme juntándome hacia él,
pero no antes de que yo me saliera por debajo de su brazo.
Volviéndome hacia él, le di una mirada clara antes de girar hacia
Gaston y darle la misma mirada. No había trabajado hasta el cansancio para
sacar las notas que obtuve, ni trabajé incansables días de verano sirviendo
mesas, ni había creado mi camino como una mujer fuerte, para ser
reducida a un objeto por el que dos chicos celosos peleaban.
—No soy propiedad de nadie —dije levantándole mi dedo a
Nicolas—. No soy tuya —dije, antes de darme vuelta y encontrar los ojos de
Gaston—. Y tampoco soy tuya.
Decir eso la primera vez fue definitivamente más fácil de lo que
pensaba y eso enfurecía a mi psicoparental de yo sé lo que es mejor para
ti.
—Ahora ustedes dos, déjenme en paz.
Empujé con los hombros a Nicolas, poniendo el café con leche de
vuelta en sus manos, no quería nada de él antes de salir a través del pasillo
lleno de gente, tratando de calmar a mi corazón que por primera vez esta
semana, se sentía tranquilo.
Y no quise aceptar la razón del por qué, tal vez sería porque podía
sentir sus ojos en mí durante todo el recorrido del pasillo, e incluso después
de dar la vuelta a la esquina, aún podía sentir su mirada sobre mí.
Me sentía tentada a saltarme el primer periodo y aún más tentada a
saltarme todo el día, pero no lo hice. Me levanté por mi propio esfuerzo y
me recordé a mí misma que no iba a dejar que dos chicos, sobre todo un
chico, me tomarán como una de esas chicas que tiraban sus vidas por el
excusado. Yo era fuerte y sabía cómo superarme, maldita sea, era mejor
que eso.
Sin embargo lo que tenía en mente era que pude haberme saltado
el primer periodo, pero en el momento que la campana sonó y yo no
había escrito ni una línea sobre Oliver Twist. Aunque, lo leí hace dos años y
obtuve una A en mi resumen.
Mientras recogía mis libros, noté a cada estudiante mirándome
mientras se dirigían hacia la puerta. Eso fue suficiente para ponerme en
alerta y no querer descubrir lo que me esperaba al otro lado de esa
puerta.
La clase se había vaciado, incluso la profesora se había ido antes
de que hubiera tomado el valor de tomar mi bolso.
—Hola Rochi. —Gaston dio un par de pasos dentro del aula, cerrando la
puerta detrás.
Me odiaba a mí misma por querer que venga a abrazarme y me
diga que todo estaba bien, que no había nada que no pudiéramos
superar y que lo del último fin de semana había sido un terrible
malentendido.
Era una ilusa.
—No voy a hablar contigo —le dije, tratando de caminar a un lado
de él, pero se paró delante de la puerta.
—¿Y por qué no?
Mirándolo, crucé mis brazos. —No pretendas que nada pasó. Sabes
por qué no voy a hablar contigo o por qué no voy a hablarte nunca más.
—Eh Rochi —dijo, inclinándose contra la puerta—. Estás hablando
conmigo en este momento.
No me sentía de humor para tonterías, menos de Gaston.
—No estoy hablando, te estoy casi gritando lo suficientemente para
dejarte saber que ya se terminó lo que sea que teníamos —dije, sin tener
nada más que decir, sobre lo que tuvimos—. Ya se terminó.
Bajando la mirada, examinó el suelo parado.
—¿Se terminó?
—Sip —dije, tratando de sonar como si no me importara.
—¿Esto tiene algo que ver con Nicolas? —La furia hizo su camino
en su rostro.
—No —dije, tratando de empujarlo fuera de la puerta—. Tiene que
ver contigo.
—Déjame explicarte —dijo, tomándome por los brazos.
Me solté lejos. —Podrías explicarme hasta que tu rostro se ponga azul
y no hay nada que puedas decir que me haga cambiar de opinión.
Los músculos en su cuello se estiraron.
—¿Entonces finalmente has decidido tomar mi consejo y mantenerte
lejos de mí?
—Finalmente —dije, mientras mi garganta se trababa alrededor de
esa palabra.
Asintió, deslizando su gorro hasta sus cejas.
—Bien —dijo—. Es lo mejor de todos modos.
Justo cuando empezaba a creer que mi herida no podía doler más.
—Entonces creo que no hay nada más que decir —dije, apartándolo
de la puerta.
No se movió.
—Sí, sí hay —dijo, mirándome—. Sigo
debiéndote una explicación.
—Gracias, pero no —dije, tratando de deslizarme junto a él—.
Seguiré mi camino.
La mano de Gaston se centró sobre la manija de la puerta.
—No antes de que te explique lo que pasó el sábado.
Me encontraba a punto de caer otra vez, dejándolo entrar de
nuevo. No estaba segura si tenía algo que ver con la manera en que sus
ojos se veían perdidos o la manera en la que me sentía perdida, pero sabía
que no podía dejarlo volver.
—¡No necesito una explicación, Gaston! —dije gritándole—. Estuve ahí.
Pude ver todo por mí misma, en lo que a mí respecta, cualquier relación
que tuvimos se acabó, y ya terminé de hablar, de gritar, y de escucharte,
así que guarda tu aliento porque ya terminé de gastar el mío contigo.
Esta vez cuando lo empujé para pasar, no me detuvo. Y sin
embargo, una parte de mí deseaba que lo hiciera.
Gaston me siguió todo el día, lo que significaba que todos miraban
como si yo fuera un fenómeno de circo y todo el mundo se mantuvo
alejado de mí y de mi sombra de un metro ochenta y dos centímetros y
noventa kilos. No dijo nada más, pero era obvio que quería, y era claro
también que esperaba que yo diera el primer paso. Espero que disfrute
esperando por eso toda la vida.
Me escapé del sexto periodo unos minutos antes, corriendo hacia mi
auto, exhalando una vez que estuve en el estacionamiento y ninguna
sombra imponente apareció en mi espejo retrovisor. Una montaña de
cosas por hacer requería de mi atención, tenía que resolverlas, eso me
daba tiempo para así poder levantarme mañana con un plan en mente,
pero no podía solucionarlas aún.
Sólo una cosa era capaz de ahogar todo lo que tenía en mi mente y,
por suerte para mí, el estudio de baile se encontraba vacío cuando llegué.
Era el mismo lugar en el que había aprendido a bailar. Pasé de ser una
niña dando vueltas en tutu a una bailarina competente
, todo gracias a la ética profesional que había aprendido de mi
padre, la gracia que mi madre juraba que la obtuve de su lado de la
familia, y la paciencia de la casi santa Madame Fontaine.
Ella abrió su estudio hace treinta años, convirtiendo un edificio viejo,
en el histórico estudio más famoso del distrito. No era nada lujoso, y
tampoco tenía muchos estudiantes, pero Madame Fontaine había
formado a las señoritas más importantes de todo el este europeo. Era una
leyenda en el mundo del baile, bien conocida por su actitud de mastícalos
y escúpelos, pero para mí, era una santa.
Fue la única persona con la que pude hablar durante un tiempo de
mi vida en el que nadie más era capaz de hablar. Me ayudó a encontrar
la luz en la oscuridad, me amenazó con mi vida e integridad física cuando
le dije que pensaba renunciar al baile. Sólo porque temía que fuera en
serio, me quedé, trabajando a través del dolor, y pronto me di cuenta de
que el baile no sólo simulaba el dolor, también lo sanaba. El baile me salvó
en formas que ni mis padres, ni los doctores, ni yo pudimos.
Desde que el baile se convirtió en mi cielo, Madame Fontaine se
convirtió en mi ángel.
Metiendo mi cabeza en la oficina, la encontré oscura y vacía así
como al resto del estudio. En su escritorio había una bandeja de galletas
de avena envueltas con plástico, con una nota rosa pálido encima
que decía Rochi.
Sacando una galleta por debajo de la envoltura, tomé la nota.
Como se que te olvidaste de comer, aquí tienes el intento de nutrirte.
No le digas a nadie que me he ablandado con mi vejez. Trabaja duro y
baila con más fuerza.
Y ahí se encontraba la Matilda Fontaine que era una leyenda.
Galletas primero a cambio de trabajar hasta tener los pies despellejados.
Trabajar mis dedos, pies, piernas y mente hasta que estuvieran
heridos era exactamente lo que necesitaba. No me molesté en
cambiarme mis pantalones ni mi suéter; sólo me hice un moño en mi pelo y
até mis zapatillas. Poniendo a Tchaikovsky23 en el equipo de sonido, subí el
volumen y realicé un Grand jete24 antes de que la primera nota hiciera
vibrar los vidrios en el estudio.
Por regla general, los bailarines siempre calientan antes de hacer
que la pista de baile se prenda en llamas, pero mi corazón había
retumbado desde las nueve en punto de la mañana. No sólo había
entrado en calor, me había sobre calentado.
Bailé hasta que se puso el sol y el cielo se oscureció. Bailé hasta que
el mismo CD sonó por tercera vez consecutiva. Bailé hasta que ya me
había tomado dos litros de agua. Pero no importaba qué tanto había
bailado, o qué tan intensamente me concentraba en perfeccionar cada
uno de mis movimientos, nunca dejé de pensar en Gaston.
El salón quedó en silencio por cuarta vez mientras el final del Lago de
los Cisnes de Tchaikovsky llegaba a su fin. Yo me encontraba empapada,
sin aliento, y con un dolor desde el cuello hasta los dedos de los pies. Fue
un buen día de baile.
Alcanzando mi otro litro de agua, un silbido resonó a través del salón.
Incluso en un silbido, sabía que era su voz.
—Dios, eres hermosa —dijo mientras me daba la vuelta para
mirarlo—. Un hombre podría vivir una vida eterna viéndote bailar así.
—Me preguntaba cuánto tiempo te llevaría encontrarme —dije
mientras Gaston salía de las sombras de la oficina. Había envejecido una
década en seis horas. Las ojeras debajo de sus ojos eran de un tímido tono
de negro, su piel oliva se había palidecido, pero eran sus ojos los que
habían envejecido aun más.
—Sólo el tiempo que me llevó caminar de la escuela hasta aquí —
respondió, a horcajadas en la puerta.
—He estado aquí durante unas buenas seis horas. —Tomé un largo
sorbo de agua y luego me dejé caer en el suelo, colocando mi espalda
contra el espejo en la pared.
—He estado aquí casi todo ese tiempo —dijo, señalando detrás,
donde la oficina de Madame Fontaine miraba hacia el estacionamiento—.
Pero no quise interrumpirte, así que sólo actué como Tom el mirón25 y te
observe a través de la ventana. —Sonrió, arrastrando sus botas hasta el
marco de la puerta—. Además me sentía un poco asustado sobre qué
dirías o harías si te interrumpía.
—Ah —dije doblándome a través de mis piernas para estirar los
músculos que se encontraban a punto de romperse—. Ahí está la verdad,
por fin —murmuré lo suficientemente alto para que pudiera escucharme.
—Necesito decirte más verdades, Rochi —dijo, luciendo tan perdido
como jamás lo había visto. Esa apariencia atrajo a las emociones más
profundas de mi corazón, y me vi como algo más que un amigo para
Gaston. Antes de saber lo que iba a hacer, di unas palmadas en el suelo de
madera para que se sentara junto a mí.
—Necesito estirarme, y parece que tú necesitas hablar —dije,
forzándome a mí misma parecer normal tratando de no quebrarme—.
Terminemos con esto.
Cruzó el cuarto, su cuerpo lucía aliviado pero su rostro se veía
preocupado.
—Era cierto lo que dije. Esa fue la cosa más hermosa que he visto —
dijo, deslizándose a mi lado—. No sabía que eras tan talentosa. Vas a ser la
estrella de alguna enorme producción de ballet donde los millonarios
pagaran como mil dólares por un asiento en primera fila —dijo, mientras yo
trataba de no sonreír ante su obvia ignorancia sobre el ballet.
Me reí mientras me enderezaba y cruzaba mi brazo izquierdo frente
a mí.
—Creo que tienes razón. Estoy bastante segura de que mi vida está
destinada a tener mucha mierda —cité, codeándolo con mi otro brazo.
—La tuya y la mía nena —dijo, inclinando su cabeza hacia arriba—.
Pero la mía de verdad y la tuya sólo en sentido imaginario. Tu nombre va a
terminar iluminado y el mío va a ser remplazado por un número en la lista
de algún guardia.
Estirando el otro brazo, inhalé, tratando de unir todo el enojo que
tenía por él unas horas antes. No pude hacerlo.
—¿No has escuchado el dicho de que tu pasado no tiene que dictar
tu futuro?
Su frente se arrugó mientras desenvolvía su regalo filosófico. Abrió su
boca; nada salió, así que la cerró de nuevo. Ver a Gaston trabarse al hablar
me hizo sonreír; es algo que lo hace menos intimidante.
Finalmente, dijo—: Esa es una mierda fastidiosa muy inteligente —
dijo, colgando sus brazos sobre sus rodillas—. ¿Quién dijo eso?
Doblando una pierna sobre la otra, me encogí de hombros.
—Yo.
—Eres una pequeña señorita muy lista, ¿sabías Rochi? —dijo,
admirándome con ojos cálidos—. No sólo tu nombre estará iluminado, vas
a tener cerca de tres acrónimos26 después de tu nombre: Rochi Igarzabal, M.D,
P.H.D, y alguna otra palabra inteligente que poner.
—Suficiente con los halagos, Dalmau —dije, secándome la frente con
la parte de atrás de mí brazo—. Tienes algunas explicaciones que dar.
Algunas explicaciones honestas que dar —edité
—Sí, así es —dijo, golpeando su cabeza contra el espejo—. ¿Por qué
la verdad es tan difícil de admitir?
—Porque es honesta —dije.
—Eres tan condenadamente inteligente —dijo en voz baja,
mirándome.
Este hombre era el Papa, el presidente y el dios en esquivar temas.
Lástima porque trataba con la reina, madre santa y emperatriz que podía
ver a través de toda su mierda.
—Dalmau. —Volví su cara hacia la mía. Lo encaré con una mirada sin
sentido—. Explicación. —Me incliné, levantando las cejas—. Ahora.
—Mandona también —murmuró.
Como que jugar gentilmente no llevaba a ningún lado, lo codeé en
las costillas y decidí hacer que esta conversación rodará.
—¿Entonces robaste un auto? —¿Cómo podía hablar tan normal
sobre esto? Sólo hay una respuesta para esa pregunta. Gaston Dalmau.
—Prefiero el término tomar prestado —dijo juntando sus manos.
—Supongo que la mayoría de los criminales lo hacen —dije,
mordiendo mi lengua por las palabras que salieron de mi boca, aunque
ya era muy tarde.
—No, tienes razón —dijo, tratando de aliviarme después de mi
malvada observación—. Soy un criminal. Un criminal en repetidas
ocasiones, y si tuviera dieciocho años, habría sido encerrado por al menos
un mes entero, y no sólo unas noches. Va para mi expediente como ladrón
de autos, pero sí, en mi mente esa noche, tomé prestado el auto.
Inhalé una dosis de paciencia. Esta conversación era territorio nuevo
para mí y me quedaba sin compasión. —Explícame por qué a tus ojos,
tomaste prestado un auto robado.
Se movió en su lugar. —El Chevelle se encontraba parqueado en el
garaje de un amigo. Damon es unos años mayor que yo y se habría
graduado, pero se retiró después de su primer año y abrió
su propio garaje. Se especializa en reconstruir autos viejos, con piezas
reales y los transforma en verdaderas bellezas, doctores y abogados
pagan mil dólares por ellos —dijo, animado—. Debiste haber visto cuando
este llegó, era en verdad un pedazo de chatarra, ni siquiera muy bueno
para ser chatarra, y Damon…
—Gaston —lo detuve—, me emociona ver que tienes una pasión en tu
vida aparte de las mujeres y ser el presidente honorario del Club de los
Chicos Malos, pero tengo cerca de quince minutos antes de
que mis padres comiencen a llamar a mi teléfono si no estoy en la casa.
—Lo siento —dijo, resonándose el cuello—. Así que hago trabajos
para Damon de vez en cuando. Tengo la habilidad de meterme debajo
del capote de una máquina sexy y hacerla ronronear.
Mordí mi labio para no reírme. —Apuesto a que sí.
—Ah Rochi —dijo arrugando su nariz—. Tienes una mente muy
enferma.
—Aprendí del mejor.
—Ouch —dijo—. Bien merecido.
—Mucho —añadí.
—Entonces alguien sólo llevo el Chevelle la semana pasada para
tener todo un trabajo detallado en él. Damon salió de la ciudad por el fin
de semana para visitar a su novia en el lado este del estado, así que me
dejó a cargo del garaje.
Aquí es donde empecé a contraerme de dolor porque comencé a
ver la imagen conectada en los puntos que dibujaba para mí.
—Vino el sábado y Damon se fue, el dueño no esperaba su auto de
vuelta hasta el lunes, y las llaves aún seguían en el taller —dijo tomando
aire—. Y yo, siendo el moralmente corrupto e idiota que soy vi una
oportunidad que no podía pasar por alto.
—Si Damon fue al lado opuesto del estado, y el dueño no planeaba
recogerlo hasta dentro de un par de días, ¿cómo los policías descubrieron
que tú lo tenías? —pregunté, sintiendo una compasión que emergía poco
a poco dentro de mi corazón.
—Porque no seguí mi regla número uno de siempre esperar lo peor.
—Suspiró, frotándose sus antebrazos—. La chica de Damon escogió la
noche del sábado para terminar con él, así que cuando regresó al garaje y
vio que el Chevelle desapareció, asumió que lo habían robado y llamó a
los policías.
—Espera —dije sintiéndome un poco tonta—. ¿Por qué Damon iría al
garaje a las diez, un sábado por la noche? Eso es trabajar veinticuatro
horas y siete días a la semana.
—Hay un pequeño ático sobre el garaje donde vive —respondió
Gaston, mirando al frente.
—Y los policías encontraron el auto y te encontraron a ti, y te
arrestaron.
—Abreviando ese fue el peor momento, en que todo se complico.
—Más o menos.
—¿Pero no pudiste decir tu parte de la historia? —pregunté,
tomándome mi tiempo para desatar mis zapatillas porque necesitaba algo
más en que enfocarme.
—¿No entendieron que fue sólo un honesto error?
—Tomé un auto que no era mío Rochi —dijo Gaston, su voz tranquila—.
Desde el punto de vista de los policías, no es un honesto error. Además,
llamaron al dueño y el tipo ese está tan enojado, que está amenazando
con demandar a Damon. Por nada más que unos pocos kilómetros en uno
de los seis autos que ni siquiera se hubiera dado cuenta que desapareció si
Damon —interrumpiéndose a sí mismo, golpeó el piso con el puño—. Si yo
no hubiera tomado el carro en primer lugar.
—Dios Gaston. —De nuevo, no tenía palabras.
—Lo sé, lo sé —dijo—. Así que no sólo he puesto en peligro el negocio
de un amigo por el que se ha matado trabajando para convertirlo en algo,
le adicioné otra marca a mi expediente, y probablemente me quedé sin
trabajo también.
No sabía cómo solucionar ninguno de esos problemas, y era la
experta en solucionar problemas. Lánzame un problema y te daré una
respuesta, pero ahora no se me ocurría nada.
—¿Puedes buscar un nuevo trabajo? —pregunté finalmente, con un
débil intento de solucionar los problemas de Gaston.
Se rió en voz baja.
—Vivo en un hogar para chicos y tengo el expediente de un criminal
experimentado. Ni siquiera puedo ser contratado para freír hamburguesas.
Trabajé fuera de los estándares legales para Damon porque no apruebo el
chequeo de antecedentes y el estado dice que el hogar satisface todas
nuestras necesidades, así que técnicamente no nos permiten tener
ingresos remunerados hasta que nos vayamos.
Tomando una de mis zapatillas, admiró los listones rosa pasando sus
dedos entre ellos.
—Si alguna vez necesitas algo, dinero o lo que sea —dije aclarando
mi garganta—. Tengo algún dinero ahorrado de haber trabajado sirviendo
mesas durante los veranos. Podrías tomar un poco cuando...
Gaston levantó su mano.
—Rochi gracias, pero no —dijo cerrando sus ojos—. Es muy dulce que
lo ofrezcas, pero no voy a tomar dinero de nadie, de ti mucho menos. No
soy un caso de caridad y no recibo limosnas.
—Nunca dije que lo fueras.
—No, no lo hiciste —dijo, abriendo sus ojos y mirando directamente a
los míos—. Pero todos los demás sí.
Eso puso un bulto en mi garganta que no podía tragar. Aclarándola
de nuevo, dije—: ¿Para qué necesitas el dinero? ¿Estás ahorrando para la
universidad o un auto o algo así?
Rodó sus ojos sobre lo de la universidad.
—¿O piensas gastarlo en goma de mascar? —pregunté
apoyándome en él.
—Ese es más mi estilo, pero no. Tengo responsabilidades, ¿sabes?
Cosas que necesitan que me ocupe de ellas.
Eso no lo sabía, pero no me sentía lista para saber cuáles eran sus
responsabilidades
—Cosas de las que me tengo que hacer cargo y, antes de trabajar
para Damon, el único trabajo para el que era capaz de trabajar era el de
tráfico de drogas. —Me miró, observando mi reacción.
Por fuera, no le mostré nada. Por dentro, me caía en pedazos. Gaston
muy probablemente tenía el corazón más grande que he visto en un
hombre. También tenía el historial de arrestos más largo que he visto en un
chico. Era el clásico ejemplo, tener buenas intenciones pero no las
lograba. Tiene tantos problemas sobre sus hombros y no hay manera de
que yo los solucione por él. Jamás me había sentido tan impotente en
cinco años.
Apoyé mi frente en mis rodillas dobladas. —¿Por qué tomaste el
carro, Gaston? —No era algo que haya querido decir en voz alta, sólo una
meditación interna de ¿por-qué-es-el-universo-tan-injusto?
—Vamos Rochi —dijo mientras jugaba con su sombra en el espejo—.
No podía llegar a tu puerta principal con nada más que mis dos piernas
para ir al baile.
—¿Por qué no fuimos con otra pareja entonces? —dije frotando las
curvas de mis dañados pies—. ¿O por qué no pudimos ir en mi auto?
Incluso te habría dejado manejar. —Ya ni siquiera me sentía enojada con
toda la situación. Una mala decisión hecha con buenas intenciones,
seguida por una cadena de desafortunados eventos que chocaron contra
él como dominós.
—Porque ya estoy cansado de ser una sanguijuela de la sociedad o
de todos a mí alrededor. Porque estoy cansado de tomar limosnas y estoy
cansado de los rostros de los que dan limosnas. Pero realmente, sobre
todas las cosas, porque la chica a la que llevaba se merecía lo mejor —
dijo, deslizándose junto a mis piernas, tomando mi pie de mis manos—.
Déjame hacerlo —dijo, mientras sus manos agarraban mi pie mientras
gentilmente masajeaba mis músculos.
—Gaston, no soy una chica que quiere o necesita lo mejor, estaría en
el arco iris sólo por el hecho de estar con un chico que cumpla con las
expectativas y siempre y cuando el chico con sea el mejor.
Se concentró en mis pies, tocándolos como si fuera capaz de
quebrarlos por la mitad.
—A ti siempre te toca lo peor.
Me quedé callada porque no estaba segura que decir, no me
desharía de todo lo que aún siento por él, a pesar de que sé que debía
hacerlo. Una parte de mí quería a Gaston como nunca he querido a nadie
antes, y la otra parte me aseguraba de que si seguía el impulso de este
deseo, terminaría en más pedazos que cuando empecé.
—Y para que sepas, sé que esos pedazos de mierda están diciendo
que te dejé porque me harté de ti o no quería que fuéramos tan despacio
o al menos una docena más de otras explicaciones basuras, el hecho es
que te dejé porque no quería que estuvieras conmigo si me atrapaban —
dijo, sus hombros se tensaban debajo de su suéter gris—. No quería que
trataran de etiquetarte como una cómplice o algo parecido. —Me miró
con esa apasionada mirada suya—. Así que ahí está, esa es la verdad. No
dejes que esos idiotas traten de torcerla para hacerte sentir mal, ¿está
bien?
Debí haberme sentido mejor, sabiendo que no me había
abandonado como si fuera la basura de la semana pasada, pero no
pude, sabiendo que había sido una de las que creían esa teoría. Gaston
merecía tener al menos a una persona de su lado, y esa persona debí
haber sido yo.
—Oye Rochi —dijo girando sus manos sobre mi otro pie—. ¿Estás
bien?
Cerré mis ojos, porque esa era mi última defensa contra las lágrimas.
—Estoy bien.
—¿Rochi? —dijo con voz más aguda—. Mierda, no llores. No lo valgo,
no valgo siquiera el pensar en llorar.
Respiré dos veces lentamente antes de abrir mis ojos. —No estoy
llorando —dije tratando de convencernos a ambos—. Sólo estoy frustrada y
se me ponen los ojos llorosos cuando me pongo así.
Me estudió durante otro momento antes de desviar su atención de
vuelta a mis pies.
—¿Por qué estás así?
—Escoge un tema, cualquier tema y hay una gran posibilidad de
que estaré frustrada por eso.
—Ese fue un buen intento tratando cambiar de tema Rochi, dime la
verdad —dijo mientras abría su boca para hablar—. ¿Por qué estás
frustrada exclusivamente ahora?
Para responder esto honestamente requeriría de tomar en cuenta
múltiples aspectos, un día entero de explicaciones que me dejen
transparente y expuesta en todos los sentidos que una chica teme. Así que
escogí la menos complicada, la respuesta más acertada que podía darle
en este momento.
—Estuve frustrada desde las doce de la noche hasta las doce del
medio día del sábado pasado y todo el maldito día a causa de eso —
comencé, tratando de detener la explosión de palabras—. Sigo frustrada
porque no entiendo cómo pudo salir mal todo, no entiendo por qué
tomaste el auto en primer lugar.
—Tomé el auto —dijo comenzando antes de que lo interrumpiera—.
Y tomaría mil más, porque incluso aunque digas que no quieres lo mejor,
quiero darte lo mejor.
—¿Por qué, Gaston? ¿Por qué estás tan determinado en que necesito
lo mejor? —pregunté inclinándome hacia adelante.
Levantó un hombro con ojos decaídos.
—Porque Rochi, eres la persona más importante en mi vida.
Y ese fue el punto para estallar.
No pude detener las malditas lágrimas, una persona a la que había
conocido hace unas semanas, la que dio la espalda cuando más
necesitaba a un amigo, la persona que trató y seguía tratando de
convencerse a sí misma de que no era el hombre del que debía
enamorarse. Y esta persona era la más importante para él.
—No merezco ese título —dije jugando con la manga de mi suéter.
—¿Por qué? —preguntó, levantando mí barbilla con su mano hasta
mirarnos—. ¿Porque por fin aceptaste la clase de tumor que soy y te sientes
culpable?
Mis ojos destellaron. —No.
—¿Entonces por qué? —preguntó con curiosidad pero no lucía
enojado.
—Porque tú y yo tenemos muy malas experiencias como para tener
un buen futuro. —Esa era la verdad, sin tener que excavar dentro del
asunto. No tenía que sacar lo del incendio, ni los rumores o el auto robado,
porque todo se hallaba ahí entre las líneas.
—Mierda, Rochi. —Arrugó la frente—. ¿No fuiste tú quien dijo que tu
pasado no tiene que dictar tu futuro?
Nunca me había sentido tan hipócrita. Mis hombros cayeron de puro
agotamiento, mental y físico.
—¿O eso va para todos menos para mí?
La vida de Gaston había estado llena de suficiente mierda, así que no
me necesitaba, pero yo no podía hacer esto. Lo sabía, con total certeza,
saldría en peores condiciones de las que ya había salido si dejaba a Gaston
entrar a mi vida de la forma en la que él quería.
—Gaston —dije, mordiendo mi labio—. Es sólo que no puedo. No
puedo hacer esto.
Su expresión se entristeció.
—Sé que no merezco una segunda, tercera o la maldita oportunidad
que sea, pero tú y yo tenemos algo especial Rochi y lo sabes. Dame otra
oportunidad, una más, y caminaré en una línea tan recta que todo el
mundo pensará que he sido poseído.
Dios, quería mirar lejos de esos ojos, pero no podía. Eran imposibles
de ignorar.
—Una oportunidad más. No porque la merezco, si no porque los dos
la merecemos.
Si estas primeras lágrimas de cocodrilo que he llorado en años eran
una indicación de que debíamos tener un futuro juntos, eso hacía que mi
decisión fuera más fácil.
—No puedo —susurré.
—¿Por qué? ¿Porque no puedes o porque no quieres?
Una mentira era la única esperanza que tenía para convencerlo de
que no luchaba contra el impulso de estar con él.
—Porque no quiero estar contigo, Gaston. —Las palabras ardían en mi
garganta.
Su rostro se deprimió por apenas un segundo antes de que se
volviera más serio.
—Mentira —dijo sacudiendo su cabeza—. Estoy tan acostumbrado a
lidiar con mentirosos que sé cuando una mentira viene antes de que la
persona abra la boca.
Era la peor mentirosa y Gaston era el mejor en descubrirlo, lo que
significaba que no podía salirme con la mía. Razón número mil del por qué
Gaston y yo nunca funcionaríamos.
—No soy exactamente una matona, ladrona o una traficante
indistinguible, como para mentir sobre lo que digo, así que deberías
evaluar tu detector de mentiras.
Sus ojos se quedaron mirándome fijamente.
—Bien, convénceme entonces, convénceme de que no me quieres
como yo te quiero.
No me iba a dejar ir tan fácil. Era tan romántico como irritante.
—He dicho todo lo que…
—Que se jodan las palabras —me interrumpió—. No creo nada de lo
que has dicho, convénceme con acciones.
Respirar se volvió algo difícil de hacer.
—¿Quiero saber qué significa eso?
Luego, sin ningún aviso me jaló de los pies, deslizándome a través del
suelo hacia él. Inclinándose hacia mí, sus ojos miraban hacia mis labios.
—Bésame —dijo mientras su boca se acercaba a la mía—.
Convénceme de que no soy más que un chico cualquiera que dejaste en
el pasado.
No sabía qué hacer y en ese momento sabía que estaba arruinada.
—No es buena idea —dije con voz temblorosa.
Su mandíbula se tensó mientras sus brazos se enrollaban alrededor
de mí.
—Diablos, bésame, Rochi.
Así que lo hice, y en el momento que mis labios tocaron los suyos, el
dolor que sentía en mis huesos desde la semana pasada, se evaporó así de
fácil.
Presionándose contra mí, Gaston bajó mi espalda hacia el suelo, su
boca nunca dejo la mía. Su peso se encontraba sobre el mío,
aprisionándome, evitando que me desmoronara. Esto sólo hizo que lo
besara con más fuerza.
—Diablos, Rochi —respiró cuando mis manos deslizaron hacia su
camisa intentándola sacarla de su apretada espalda.
Y luego su mano se encontraba bajo mi suéter levantándolo,
tocando partes de mí que yo necesitaba que explorara. Nos sentamos por
un momento y levanté mis brazos en el aire, esperando que me sacara lo
que llevaba. Empezó a quitarlo con una sola mano en un segundo, antes
de acostarme de nuevo en el piso.
Estábamos cerca, una palabra mía se interponía entre él y yo
durante todo el camino. Él se encontraba listo, y yo había estado lista
desde el día que lo vi por primera vez. No pensaba sobre nuestro pasado
cuando su mano se deslizó por debajo de mi sostén, y no pensaba sobre
nuestro futuro cuando su boca tomó la mía; no pensé siquiera sobre el
presente, porque ya lo vivía.
Su boca se movió hacia mi cuello mientras sus manos viajaban
debajo del elástico de mis pantalones, bajándolos. Levanté mis caderas
para hacerle el trabajo más fácil.
—¿Estás segura? —dijo cubriéndome de besos en la línea que
llegaba hasta mi cabello.
Nunca había estado más segura sobre lo que me preguntaba, pero
una señal de realidad se abría camino dentro de mi nirvana27 como si no
necesitara que me lo recordaran, la realidad realmente apestaba algunas
veces.
—Espera —dije respirando entrecortadamente, queriendo poner un
pedazo de cinta adhesiva en mi boca inmediatamente después de haber
dicho eso.
Su cuerpo se tensó sobre el mío, sus manos se detuvieron en seguida.
Pero a su boca le tomó un poco más de tiempo.
Finalmente movió su rostro hacia al mío, mostrándome una sonrisa
inquieta.
—Está bien —dijo—. Esperaré
Podía escuchar sus silenciosas preguntas escritas en su rostro. ¿Por
qué? y ¿Durante cuánto tiempo?
Felicitaciones a Rochi Igarzabal, por ser capaz de cambiar a un tonto
Don Juan.
—No es porque no quiera, porque sí quiero —dije mientras mi
corazón aún latía a mil por hora—. De verdad quiero, pero no quiero que
nuestra primera vez sea en un piso de madera estando toda sudorosa y
usando ropa interior vergonzosamente aburrida.
Es por eso que siempre salía de casa con algo no tan divertido.
Sonriéndome, me besó en la nariz. —Será en algún otro momento —
dijo subiendo mis pantalones hasta mi cintura.
—En cualquier otro momento —enfaticé, convencida de que el
sudoroso sexo con Gaston en el piso en el que he bailado por quince años
era mucho mejor que retrasar el sexo. Iba a decirle eso cuando se sentó,
poniéndose a mi lado.
—Por cierto, fallaste la prueba de convencimiento. —Tomó mi suéter
y lo puso sobre mi cabeza.
—¿Eso fue antes o después de que me quitara esto? —dije poniendo
el suéter en su lugar.
Me dio una mirada tranquila.
—Antes.
—Sólo comprobaba —dije, poniendo las mangas de mi camiseta
hacia arriba de mis codos, porque besar a Gaston Dalmau era en todo sentido
una de las cosas más ardientes, subiéndome hasta la temperatura de mi
cuerpo.
—¿Entonces esta fue tu primera vez?
—Voy a pedir que me aclares eso, antes de que no pueda mantener
mis manos alejadas de ti —dijo respondiéndome con ojos excitados.
—¿Esta fue la primera vez que estás con una chica en un estudio de
ballet… —comencé—… y te rechaza? —Sonreí, tomando un sorbo de
agua.
—Es la primera vez —dijo sujetándome entre sus brazos.
—Por lo menos tengo una de ellas —lo molesté, mientras envolvía mis
brazos sobre los suyos
Levantó mi barbilla con su mano y la inclinó hacia arriba. No habló
hasta que lo miré a los ojos. —Tú tienes todas mis primeras veces —dijo—.
Eso es todo lo que importa.
Le di un beso en la boca.
—Pero, Rochi, necesito que me prometas algo —dijo frunciendo el
rostro—. Sé que tengo una suerte de mierda pero si alguna vez llegó a
echar a perder las cosas de nuevo, por un malentendido o si sólo hago
algo estúpido para lo que fui creado y arruino todo —se detuvo,
exhalando—, quiero que me prometas que te alejaras de mí.
Abandóname como si fuera un mal hábito y no mires atrás porque Dios
sabe no puedo ser yo quien se vaya de tu vida, ya que soy incapaz de
hacerlo.
En realidad, si me estás escuchando, púdrete.
—No lo harás —dije queriendo y deseando que esas palabras fueran
ciertas.
—Lo sé, pero me sentiría mejor si lo prometieras —dijo acariciando
con su mano mi mejilla—. Más motivación para no echarlo a perder.
—Está bien —dije, arrepintiéndome por lo que iba a decir—. Lo

prometo.

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