viernes, 10 de enero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capitulo Doce

12
Gaston y el Chevelle tenían una ventaja de diez segundos antes de
que una línea de ruidosos coches de policía llegara al
estacionamiento después de él. Me quedé allí, congelada
como un gnomo de césped, mirando todo como si no fuera la realidad.
El hombre del que yo pensaba que me había enamorado derrapó
fuera de la zona de estacionamiento, golpeando los reductores de
velocidad con tanta fuerza que el Chevelle volaba, mientras un escuadrón
de coches de policía iba detrás, no podía ser verdad. Capté un breve
atisbo de él antes de que saliera del aparcamiento y su rostro se veía
extrañamente tranquilo. La única manera en que una persona pueda estar
tranquila en una situación como ésta es porque ha estado en muchas
otras antes, es como despertarte y ponerte tus pantalones una pierna a la
vez.
Un montón de oficiales entraron por la puerta por la que
acabábamos de salir y corrieron a la derecha por delante de mí, sin tener
ni idea de que yo había estado asociada con Gaston.
—Sospechoso de robo de vehículo se dirige al norte de la Avenida
Hemlock —dijo la voz en el otro extremo del radio transmisor cuando el
último oficial pasó junto a mí.
Robo. Robo de un auto.
Este último dato fue la gota que colmó el vaso. Me caí al suelo,
envolviendo mis brazos alrededor de mis piernas y cerré los ojos, rezando
para despertar.
—Así que aún no lo han hecho durante la noche —dijo una voz
chasqueando la lengua mientras un destello de tela metálica roja entró en
la vista—. Déjame adivinar —dijo Allie, despreciándome—, ¿en el armario
del conserje?
No necesitaba esta mierda ahora mismo.
—¿No? Entonces en el vestidor de las chicas, ¿no? Esa es una de las
favoritas de Gaston.
Yo era una chica dura, pero esta noche fue más que difícil. No tenía
lo que hacía falta para pasar por esta montaña de mierda.
—Está bien, así que fue en el sofá del despacho del director.
—¡Fuera de aquí! —le dije, en mis brazos cruzados.
—¿Cómo se siente? Ser dejada en la acera como el pedazo de
basura que eres —dijo, de rodillas junto a mí—. Por lo menos cuando
terminaba de follarme, tenía unos pocos minutos de caricias y una cama
cálida.
—Allie —gritó una voz desde atrás—. La fiesta en lo de Morrison está
recién empezando. No querrás llegar tarde.
—Bueno, si es Nicolas cabalgando en su caballo blanco. —
Se rió Allie. Nicolas llegó a mí alrededor, con la chaqueta colgando de un
hombro—. ¿Esperas anotar con las sobras de Gaston? Porque apostaría a
que está madura para un rollo de rebote en la cama ahora mismo.
—Maldita sea, Allie —dijo Nicolas, agarrando su codo y dirigiéndola
lejos, cojeando en su tobillo malo—. Es mucho más fácil estar a tu
alrededor cuando estás destrozada, en tu forma alegre es mejor
mantenerte lejos.
—No eres divertido —dijo ella, tratando de quitar su codo fuera de su
alcance.
—¡Conner! —le gritó Nicolas a un hombre que subía a una
camioneta cuya parte trasera desbordaba con estudiantes—. ¿Tienes sitio
para una más?
—¿Se ve como que lo tengo? —gritó de nuevo Conner,
acelerando su motor—. Hay sólo un sitio en un regazo.
—Eso es perfecto —respondió, entregándole a Allie a otro chico en
la camioneta que la montó sobre él. A ninguno de los dos parecía
importarle el acuerdo del regazo.
—¿Nos vemos en lo de Morrison? —llamó Conner por la ventana
mientras el circo humano salió del estacionamiento.
—Tal vez más tarde —dijo Nicolas, tocando la caja de la camioneta,
cuando pasó de largo.
Acercándose, se puso en cuclillas junto a mí, balanceando su
chaqueta sobre los hombros encorvados. —¿Rochi? ¿Estás bien?
Decidir con quién preferiría estar encerrada en un armario ahora
mismo, Nicolas o Allie, era como escoger el menor de dos males. —Estoy
fantástica —le respondí, con mi cabeza todavía acurrucada en mis
rodillas—. ¿Podrías darme algo de espacio, Nicolas?
—No —dijo, pasando rápidamente junto a mí—. Eso no va a suceder.
—Está bien, te lo pedí agradablemente una vez, pero no lo haré otra
vez —le dije, el calor goteando en mi torrente sanguíneo—. Vete. Lejos.
—Tal vez no me escuchaste la primera vez. No.
¿Todo lo demás se había ido al infierno esta noche, por qué no
esperaría que Nicolas fuera con la corriente infernal?
—Si estás esperando las sobras, puedes dejar de esperar ahora —
comencé—. Si estás ofreciendo ser un hombro para llorar, no lloro. Si estás
esperando decirme “te lo dije" o convencerme de lo perdedor que es
Gaston, guarda tu respiración. Si…
—En realidad —interrumpió Nicolas—, sólo quería asegurarme de
que llegues a casa a salvo.
Silencio. Mortal.
—Nicolas, lo siento —le dije, sintiéndome como un ser humano
terrible—. Estoy muy enojada y la tomó contigo porque eres el único aquí
adelante con quien tomarla.
—Tengo tres hermanas mayores —dijo, empujándome—. Estoy
acostumbrado a esto.
Girando mi cabeza, lo miré. Sonreía abiertamente, mirándome como
si fuéramos buenos amigos. Necesitaba a un buen amigo.
—¿A tu cita no le importará si me llevas a casa? —le pregunté,
mirando alrededor por alguna mujer sola flotando en la distancia.
—Vine solo —dijo, haciendo saltar sus hombros.
—Oh —dije, sentándome. No sabía mucho de Nicolas
aparte de saber que no era el tipo de hombre que iba solo a los bailes por
necesidad—. ¿En serio?
—Realmente esperaba ir con esta chica —dijo, mirando por encima
de mí—, pero terminó yendo con otro tipo.
Exhalé, mirando hacia el espacio vacío en la parte posterior del
estacionamiento. —¿Algún otro tipo que la abandonó debido a que los
policías fueron tras él?
—Algo así —dijo, poniéndose de pie—. Vamos, deja que te lleve a
casa para que puedas poner fin a esta noche. —Extendió su mano para
que la tome, y sentí natural aceptarla. Como si no luchara con cada fuerza
de la naturaleza en este universo y el próximo, por mantener un asimiento
de ello.
Poniéndome de pie, me quité el polvo y alisé las arrugas de mi
vestido. —Estoy tan aliviada de que hayas llegado y te hayas hecho cargo
de la situación con Allie, que podría darte un beso ahora mismo —le dije,
antes de darme cuenta de lo que había dicho y a quien se lo había dicho.
Por supuesto que él no podría sólo reírse de ello o fingir que no lo
había oído todo. —Y felizmente obligaría.
Traté de reírme de su respuesta, pero el resultado fue muy malo.
Sonaba más como la histeria del permanentemente torpe.
Otros pocos segundos de risa digna y Nicolas inclinó la cabeza. —
Estoy aquí —dijo, agarrando mi mano y caminando conmigo a través del
estacionamiento.
Su mano era cálida y fuerte, pero un poco blanda para un chico.
Bajando la mirada a nuestras manos entrelazadas, la mía parecía encajar
perfectamente en la suya, pero se sentía mal.
Deslizándonos hasta un elegante coche blanco, abrió la puerta del
pasajero. Levanté mis cejas.
—Estoy pasado de moda —explicó—. No lo digas.
—Además, tienes tres hermanas mayores. —Me deslicé en el asiento,
mirándolo.
—Exactamente —dijo antes de cerrar la puerta—. ¿Hacia dónde me
dirijo? —preguntó mientras se arrastraba en el asiento del conductor y giró
la llave de nuevo.
—Vivo a través del lago—le dije, tratando de no
pensar en lo que había estado haciendo hace una hora, en esta misma
zona de aparcamiento. Traté de tragar el nudo asfixiante en mi garganta
mientras Nicolas salía fuera de la zona de estacionamiento, dejando tras
de sí unos pocos buenos y un montón de malos recuerdos.
***
—Tomaré un helado con chocolate caliente con chocolate extra y
dos cerezas en la parte superior. —Nicolas me miró a través del asiento,
levantando las cejas.
—Eso va a ser tres cincuenta y ocho en la primera ventana —crujió el
altavoz trasero.
—Realmente, no tengo hambre —le dije mientras Nicolas salió
adelante. No podía imaginar comer en estos momentos.
—No tienes que tener hambre para disfrutar de las propiedades
curativas de una montaña de helado y un río de chocolate —dijo,
sacando su billetera fuera del bolsillo trasero. Le entregó a la cajera uno de
cien y ella lo miró como si no hubiera delito mayor en el país de la comida
rápida.
—Y yo aquí bajo la creencia de que el helado te engorda —le dije,
tratando de fingir que mi corazón se hallaba en lo que Nicolas hacía para
animarme. Nada, ni siquiera un pase VIP a Disneyland, podía saltar por
encima de ese obstáculo.
—Tonterías —dijo, entregándome un helado tamaño gigante—. El
helado hace que cualquier situación, especialmente de este tipo, al
menos, sea el cincuenta por ciento mejor. —El cajero le entregó una
cuchara que él clavó en la montaña de crema batida, esperándome. Los
autos se alinearon detrás de nosotros, pero obviamente no se movería
hasta que yo diera un mordisco.
Hice rodar mis ojos y hundí la cuchara. Era sólo una cucharada de
crema batida, con un toque dulce de azúcar, pero Nicolas tenía razón. Me
sentí mejor, no mejor como para levantarte en tu asiento y alzar las manos
al cielo, pero lo suficiente para contar.
—¿Mejor? —preguntó.
Asentí con la cabeza lentamente. —Mejor.
—Bueno, mi misión aquí ha terminado. —Con eso, Nicolas puso el
coche en marcha y salió rápido del autoservicio como si estuviéramos
viajando por Rodeo Drive.
Tomando una cucharada de helado, eché un vistazo hacia él. Lo
notó.
—¿Qué tienes en mente, Igarzabal? —preguntó, tratando de sonar
como si estuviera hablando con uno de sus compañeros, pero no me
miraba como a uno de sus amigos.
—No quieres saber —le respondí con la boca llena de helado.
—Claro que sí.
Di otro mordisco, así podría pensar en algo diplomático para decir.
Síp, nada venía a la mente.
—Lo que quiero decir con que no quieres saber es que no quiero
decirte. —¿Por qué tengo que ser tan francamente honesta?
—Oh —dijo, girando—. Cambiemos de tema,
entonces.
Guardó silencio durante un kilómetro más o menos, sin presionar.
Cualquier otro estudiante del instituto habría exigido cada detalle del
drama del evento de esta noche. Otro punto para Nicolas. Había
marcado muchos esta noche, y empecé a darme cuenta de que había
sido rápida para juzgarlo, como todo el mundo lo había hecho conmigo.
No era el atleta cliché de preparatoria. Quiero decir, realmente hacía
deportes y llevaba una gran cantidad de polos de marca, pero también
era atento y amable y ayudó a una chica cuando nadie más lo haría.
Nicolas se encontraba en peligro de ser etiquetado como
un chico bueno en mi libro.
Nos detuvimos en la entrada de mi casa un minuto más tarde y me
sorprendí al encontrar que había terminado casi la mitad de la tina de
helado. Estaría bailando el culo mañana por la mañana. Literalmente.
—Gracias por el paseo, Nicolas —le dije, dándome vuelta en mi
asiento—. Estoy segura de que hay alrededor de mil otras cosas que
preferirías estar haciendo en la noche de regreso a casa, pero significa
mucho para mí.
—En este momento —dijo, desabrochando su cinturón de seguridad
e inclinándose hacia mí—, no hay ningún otro lugar donde prefiera estar.
Me obligué a no rodar los ojos en esa línea. Un punto hacia adelante
y un punto hacia atrás señor.
—Buenas noches —le dije, agarrando el mango.
—Espera, Rochi. —La mano de Nicolas tomó la mía—. He estado
yendo y viniendo todo el viaje aquí sobre si es conveniente o no decirte
nada, pero no sería un amigo muy bueno si no lo hago. —Tomó la cubeta
de helado derritiéndose y lo puso en el asiento trasero—. Sé que te gusta
Gaston, y tal vez eso es en tiempo pasado después de esta noche.
Ese hoyo en mi estómago volvió, el helado estaba condenado.
—Nicolas —comencé, con ganas de pararlo porque no me sentía
segura de querer saber todo lo que era Gaston, porque entonces no podría
tener ninguna excusa para quedarme con él.
—No es el hombre adecuado para ti, Rochi —comenzó, pero algo en
la mirada que le di o la ira empezando a irradiar fuera de mí lo detuvo.
—Yo voy a decidir quién es y quién no es el adecuado para mí,
Nicolas —le dije, dándole otro empujón a la puerta.
No me soltó la mano. —No, espera, no te vayas así, Rochi —dijo,
tomando una respiración profunda—. Tienes razón. No tengo que decirte
qué hacer o de quien tienes que mantenerte alejada.
Condenadamente correcto, mi voz interior respondió.
—Pero hazme un favor. La próxima vez, si hay una próxima vez, que
veas a Dalmau —Nicolas hizo una pausa, mirando como si estuviera librando
una batalla que se encontraba a punto de perder—, pregúntale sobre
Holly.
Aquella sensación punzante me ponía los pelos de punta. —¿Quién
es Holly?
—Esa es una historia sobre la que tiene que contarte Gaston, no yo.
¿Y se suponía que las mujeres eran criaturas exasperantes? Ya era
hora de otro censo. —¿Entonces por qué la mencionaste?
—Porque tienes derecho de saber en lo que te estás metiendo.
Sabía que tenía el derecho, pero no estaba segura de querer
reclamarlo. No había nada más que decir. —Buenas noches otra vez —le
dije, saliendo del coche. Me dejó ir—. Gracias de nuevo por el viaje.
Me sonrió. —Gracias por dejarme darte un paseo —dijo—. ¿Nos
vemos el lunes?
Me deslicé en mi suéter. —A menos que la costa oeste caiga en el
océano.
—Entonces, con todas las catástrofes naturales, personales y
económicas a un lado, ¿nos vemos el lunes? —Su sonrisa infantil me hacía
sonreír, era imposible de resistir.
—Sólo saca el infierno fuera de aquí, —dije, cubriendo mi
sonrisa cuando cerré la puerta.
Dando un saludo, Nicolas dio la vuelta al camino de entrada y agitó
la mano mientras se iba.
Vi a su auto irse hasta que sus luces traseras fueron devoradas por la
noche, tratando de decidir lo que sentía por Nicolas. Por su buena
apariencia, sería el candidato perfecto para el premio al joven del año,
pero hay algo más, algo que todavía no podía identificar, que hacía que
el pelo de mi nuca se erizara cada vez que me encontraba a su alrededor.
No era nada más que un instinto, pero era algo que no podía ignorar.
Preguntándome por qué seguía de pie en medio camino de la
entrada contemplando algo sobre Nicolas en la medianoche,
sacudí mi cabeza para aclararla y me di la vuelta para entrar.
Una luz aún se encontraba encendida en la sala de estar. Un
encogimiento era total cuando abrí la puerta principal. Por supuesto que
era mamá, encorvada sobre su escritorio en su computadora portátil.
Sus hombros se levantaron cuando la puerta se cerró detrás de mí.
—Hola, mamá —le dije, porque mientras más rápido esto
comenzara, más rápido podría terminar.
Girando en su silla, se quitó las gafas y me miró. Realmente me miró,
como si no me hubiera visto en años y tratará de memorizar cada línea y
plano de la Rochi de diecisiete años de edad.
—¿Fue un chico diferente quien te dejó del que te ha llevado? —No
había rabia, ni hielo en su voz, sólo preguntó.
Asentí, deslizándome de mis tacones y pateándolos a un lado.
—¿Y la razón de esto es...?
No tenía una respuesta. No sólo para ella, ni siquiera para mí, pero
me esperaba.
—Creo que todavía ni siquiera sé por qué —le contesté, mirando
hacia las escaleras. No quería nada más que lanzarme en un pijama y
ahogar esta noche completa con algún sueño.
Mamá se mordió el labio, enfrentándose a algún debate. —¿Te
lastimó? —escupió, mirándome casi tan asustada de la pregunta como de
mi respuesta.
Una vez más, hay una respuesta fácil para esto, pero yo sabía lo que
quería decir exactamente. —Por supuesto que no —le contesté, en
dirección a las escaleras.
—Rochi —dijo, parándose.
—Mamá, sé que estoy en graves problemas —le dije, apoyando mi
mano en la barandilla—. Sé que estoy castigada hasta el día en que
cumpla los dieciocho por mentirte y escaparme esta noche, pero en este
momento sólo quiero ir a la cama y olvidar que esta noche alguna vez
ocurrió. ¿De acuerdo? —Por tercera vez esta noche, me sentía a punto de
llorar. Eso era inaceptable.
—Está bien —dijo, sentándose de nuevo—, pero quería decir lo que
dije, Rochi. Puedes hablar conmigo si lo necesitas.
—Sí, está bien. Gracias —le dije, arrastrando los pies por las escaleras.
—Y ¿Rochi? —gritó detrás de mí—. Tenías razón, estás castigada, pero
sólo hasta el final de la semana.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi madre y yo

acabábamos de tener una conversación constructiva.

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