martes, 21 de enero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capitulo quince

15
Te vas a meter en problemas? —susurré a través del asiento.
Por qué susurraba en mi propio coche, no sé, pero algo sobre
el edificio oscuro y solitario frente al que nos detuvimos dictaba
que hablara en voz baja—. ¿No tienes algún tipo de toque de queda?
—¿Tú? —bromeó Gaston, inclinándose sobre la repisa y haciéndome
cosquillas.
—Sí, lo tengo —dije, sacudiéndome lejos—. Y ya me pasé la hora. Así
que estoy castigada, y realmente no me preocupa lo que significa estarlo.
Entonces estoy doblemente castigada ahora.
—Te encontrabas en el estudio de baile —dijo, aclarándose la
garganta—, perfeccionando tus movimientos. ¿Cómo pueden tus padres
castigarte por eso?
—Eres alguna clase de retorcido —dije, empujando su brazo antes
de mirar hacia atrás. Nada parecía amable ni
caliente ni propicio para educar chicos jóvenes en hombres. Se veía como
el tipo de lugar al que retarías a tus amigos a subir el día de Halloween y
tocar el timbre—. ¿Estás seguro de que no vas a meterte en problemas? —
Miré la hora en el panel de control, no era exactamente medianoche,
pero casi para que contara.
—No mientras use la ventana de atrás y no me pillen —dijo,
alcanzando la manija.
—¿Gaston? —dije, serpenteando los dedos sobre el volante, buscando
las palabras adecuadas.
—¿Sí? —Soltó la manija y se volvió hacia mí.
—Quiero realmente que todo esto funcione.
—Yo también —agregó.
—Sólo quiero ponerlo todo sobre la mesa ahora antes de que
vayamos más lejos. —Me sentía nerviosa, y cuando me ponía nerviosa, mi
voz se hacía más alta.
—¿Qué quieres saber? —preguntó, adivinando que no buscaba la
historia de su vida, pero si algo específico. Tenía razón.
Respirando profundamente, continué. —¿Hay alguien de tu pasado
que podría interponerse entre nosotros? —dije, mirando por encima de él—
. ¿Cualquier persona en tu vida de la que necesite saber?
Gaston inclinó la cabeza, perplejo. —¿Hablas de una chica?
—No específicamente, porque no sé si quiero saber de las chicas de
tu pasado, simplemente necesito saber si hay una con la que todavía
tengas algún tipo de vínculo. —Traté de borrar el nombre de Holly de mi
cerebro a lo largo de toda la semana, pero era chica, simplemente no
olvidábamos los nombres de las ex de nuestros chicos.
—Oye —dijo, bajando la cabeza hasta que su rostro nivelaba el
mío—. No, Rochi. Sólo tú. Y no dejes que nadie, sobre todo tu misma, te
convenza de lo contrario.
Todo dentro de mí suspiró con alivio. —Bien, gracias —dije,
desenredando mis dedos del volante.
—¿Hay algo más que quieras poner sobre la mesa?
Mirándole, humedecí mis labios. —Nada que no sea yo.
Sus ojos se abrieron con sorpresa antes de que pudiera recuperarse.
Riéndose, dijo—: Cuando quieras, Rochi. Dime el día y el lugar. Suministraré
la mesa.
—Asegúrate de desinfectarla primero —dije, después de que abriera
la puerta—. No quiero pillar nada de lo que se haya puesto antes que yo.
Deteniéndose con la mano en la puerta, de repente se dio la vuelta
y se lanzó de nuevo al coche. Tuvo su boca sobre la mía antes de que mi
corazón pudiera reaccionar, y luego, una vez que alcanzó velocidad de
vuelo, se apartó. —Solo tú, Rochi. Nadie más. Nunca lo ha habido.
—Eso suena como un práctico caso de memoria selectiva —dije,
deseando que regresara y terminara lo que había empezado.
—Trato de mantener sólo los buenos recuerdos —dijo, saliendo del
coche—. Si a eso le llamas memoria selectiva, estoy bien con eso.
—Yo también —contesté después de que se fuera, viéndolo
desaparecer en la oscuridad o en el reformatorio, no podía estar segura.
Se convertía en una vista familiar. Una luz encendida en la ventana
por la noche, la silueta de mi madre detrás de ella. Estaba en profunda
mierda o en la más profunda futura mierda por llegar tan tarde desde que
era la segunda noche de mi condena a tierra en la larga semana. Agarré
mi bolso, bajé del Mazda y marché por las escaleras, ni siquiera
disimulando mis pasos. No estaba segura de qué esperar cuando entrara
por esa puerta, adivinar a mamá era un poco como lanzar una moneda al
aire. Por la mañana, podía llegar a ser fría, esquiva, y actuar como si yo
fuera la perdición de la humanidad, y por la tarde podía estar haciendo
galletas y preguntando si había aprendido algo interesante en la clase de
ese día.
Durante años fui capaz de predecirla, siempre sabiendo qué esperar,
por lo que en consecuencia adaptaba mi vida alrededor de eso. Ahora,
ya no. Para una adolescente que, como raza, prospera en la manipulación
de las rutinas y pautas de sus padres para que pueda salir con total
libertad, debí quedar devastada más allá de la reparación. Pero no lo
hice. Ver las piezas de mamá, la de mi infancia, volver a juntarse, me hizo
sentir como que tal vez había esperanza para nuestra familia después de
todo. Quizás podríamos volver a lo que fuimos, sin olvidar nunca, pero
seguir adelante.
Era un deseo ingenuo, pero me aferré a él.
Al abrir la puerta, me detuve, esperando que mamá diera vueltas a
mí alrededor, no sabiendo si reiría o me regañaría. No hizo nada. Su
atención se centró en su portátil y nada más.
—Hola, mamá —saludé, dejando caer mi bolso en una silla
cercana—. Me voy a la cama.
—¿Rochi? —dijo, sonando confundida. Girando en la silla de su
escritorio, me miró y luego al reloj de pared detrás de mí. Sus ojos se
abrieron—. ¿Acabas de llegar?
Genial. Se acababa de convertir en mi papá. No tenía ni idea de
qué narices pasaba en su casa, pero fue lo suficientemente cordial como
para no levantar la voz.
—Sí —dije, cogiendo una manzana del mostrador—. Fui al estudio a
practicar una nueva rutina. Se me fue la hora. Lo siento. —Me sentía lo
suficientemente avergonzada como para bajar la cabeza. Mentir no era
algo que quisiera anunciar como habilidad superior en mi currículum algún
día.
—Oh, ya veo —dijo, colocando las gafas en su frente—. Está bien,
sólo llama la próxima vez que vayas a llegar tan tarde, ¿de acuerdo?
—Sí, claro. —Tomé un par de galletas porque, por primera vez en una
semana, tenía hambre—. Buenas noches, mamá —dije, subiendo por las
escaleras.
—Rochi, espera —dijo, agarrando algo de su escritorio y cruzando la
habitación—. Esto vino hoy. —Sonreía, sonreía. Mi madre había sonreído
antes, pero no podía recordar en qué época.
Al mirar la carpeta de papel manila que sostenía, entendí por qué.
Mis rodillas se doblaron a la derecha antes de que me derrumbara en la
escalera.
—universidad —dijo, sujetándola contra mí con ambas manos como si
fuera una ofrenda.
Había esperado esto durante el último año.
Aquí estaba, en las manos de mi
madre, decidiendo por mí lo que el futuro me depararía.
Saber que un sobre tenía la última palabra en dejarme vivir el sueño
que siempre había querido era agobiante.
—Esto es bastante grueso —dijo mamá, extendiéndola más cerca—.
Mis habilidades psíquicas me dicen que esto es un paquete de bienvenida.
Así que rómpelo y celebremos.
Danza. Sueños. Futuro. Todo se encontraba allí, o no, en un
sobre. Pero no me sentía preparada para ello.
—Gracias, mamá —dije, cogiendo el paquete y subiendo las
escaleras.
—¿No lo vas a abrir? —preguntó, mirándome como si me hubiera
cogido un desagradable caso de locura.
—Ahora no —dije, bostezando—. Estoy agotada y probablemente
me dormiría antes de leer el primer párrafo. Lo comprobaré mañana.
—¿Rochi? —Su voz era tensa y preocupada.
—Está bien, mamá —dije, mirándola desde el escalón superior—. Te
lo juro. Simplemente estoy cansada. Te prometo que serás la primera en
saberlo una vez abra este bebé. —Agité el paquete hacia ella.
—Vale —dijo, añadiendo su mirada haz-lo-que-quieras—. A veces no
puedo entenderte.
—Eso hace a dos de nosotras —murmuré, corriendo todo el camino
a mi habitación.
***
El paquete me persiguió desde mi escritorio todo el largo fin de
semana. Mamá no insistió en el tema y no pude encontrar las narices para
abrir el maldito sobre. Ni siquiera le mencioné nada a Gaston cuando llamó a
primera hora del sábado. Quería que estuviéramos juntos esa noche otra
vez, a lo mejor cena y película, o tal vez empezar justo donde lo habíamos
dejado en el estudio, pero al parecer, con excepción de las funciones
relacionadas con la escuela, los fines de semana en el reformatorio eran
sinónimo de trabajo.
Así que en medio de la lucha interna en mi dormitorio, tomé unos
paseos y apreté los dientes y bailé sobre el dolor que infringí la noche del
viernes. El lunes por la mañana no pude llegar lo suficientemente rápido.
Aparqué el Mazda y me sentía toda lista a través de los detectores
de metal diez minutos antes de que la clase comenzara. Las salas se
encontraban vacías salvo para unos pocos estudiantes de hora cero y los
cansados maestros. Sabía que no debería buscar a Gaston antes de la clase,
pero no me impidió venir a su casillero para asegurarme. Mi ceño se
formaba frente a su casillero vacío cuando una fuerte mano agarró la mía
y empezó a guiarme por el pasillo. No me era necesario identificar el gris
térmico o la usada gorrita tejida para saber qué mano sostenía la mía.
Gaston no dijo nada, ni siquiera me miró, sólo me llevaba a través del
pasillo, empujándonos a un cuarto oscuro en el extremo de la sala.
—Buenos días a ti también… —Pero mis palabras fueron
interrumpidas cuando me empujó contra la pared, sus manos y su boca
aterrizando en mí como si hubiera estado muerto de hambre todo el fin de
semana.
Le devolví el beso, enrollando mis brazos alrededor de su cuello. Y
luego, porque no lo tenía suficientemente cerca, usé mi fuerza y flexibilidad
de bailarina para buen uso y salté, rodeando mis piernas alrededor de sus
caderas. Gimió, apretándome con más fuerza contra la pared, su boca
moviéndose en y sobre la mía con tal furia que no podía respirar. No me
importaba. De hecho, morir porque Gaston Dalmau me había dejado sin
aliento sonaba como algo que añadir a la lista de objetivos en la vida.
Justo cuando me sentía segura de que este era el momento y el
lugar en el que llegaríamos hasta el final, su boca se desaceleró al mismo
tiempo que me bajaba al suelo. Ahora no era el momento para la
desaceleración, no cuando todo se aceleraba en mí, a punto de estallar si
no seguía adelante.
Gemí cuando presionó un beso final en mi boca.
—Buenos días —dijo, sonriendo como un idiota.
Gemí de nuevo cuando retrocedió.
—También te extrañé.
Traté de congelarle con la mirada, pero al parecer era una
imposibilidad física cuando la persona que acababa de robarte el aliento
sonreía frente a ti. —Eres malo.
—Lo sé —dijo, cepillando mi cabello hacia atrás—. Pero esta imagen
ha estado persiguiéndome durante el fin de semana. Lo necesitaba.
—¿Has soñado con esto todo el fin de semana? —Mi estómago
seguía haciendo flip-flops.
—Era en todo lo que pensaba.
Hizo doble flip-flop. —¿Cumplió con tus expectativas?
—Las superó —dijo, inclinándose—. Pero en mis sueños llevabas esa
falda tan corta de uniforme y nada debajo. —Sentí curvarse su sonrisa
mientras besaba mi cuello.
—Mañana será otro día —jadeé, apretando las piernas juntas en
agonía—. Sigue soñando a lo grande.
—Lo haré —murmuró al oído antes de hundir sus dientes en mi lóbulo.
—No te tragues el pendiente —dije, mi respiración entrecortándose
de nuevo—. He oído que la plata esterlina realmente puede alterar el
estómago.
—No hay pendiente —dijo, perforando otro bocado dulce en mi
oído.
Gemí de nuevo, pero esta vez no era del tipo frustrado. —Entonces
debe haberse caído mientras me tenías inmovilizada contra la pared —
dije, mirándole mientras me agachaba al suelo, pasando mis manos a lo
largo de la alfombra.
—¿Estás segura de que tenías uno? —preguntó, escudriñando el
suelo sobre mí—. No recuerdo haber visto uno.
—Creo que te has olvidado de cuatro sentidos esta mañana y sólo
has puesto en uso el del tacto. —Alcé la vista hacia él, sentándome sobre
las rodillas para abarcar más de la alfombra. La clase comenzaría en
cualquier momento y acordonaría la sala entera antes de abandonar mi
pendiente de plata favorito.
Acercándose, continuó explorando el suelo conmigo. —Esto es lo
que pasa por ser mi sentido favorito, por un desliz.
—¿Bromeas? —dije sarcásticamente, lista para sacudir todas las
plantas e inspeccionar la alfombra centímetro a centímetro.
—¡Oww! —aullé, cayendo de nuevo sobre mis rodillas, esperando
que un pedazo de cabello no hubiese sido arrancado.
—Rochi, espera. No te muevas —dijo Gaston, manteniendo mi cabeza
en su lugar—. Tu cabello se ha enganchado en algo.
Traté de empujar en la dirección opuesta, pero se encontraba bien
pillado. —Está atrapado en tu hebilla —dije, maldiciendo al destino por
permitir que el cabello así de corto quedase atrapado en tan pequeña
pieza de metal.
—Deja de moverte —dijo, sosteniéndome—. Empeoras las cosas.
Me aparté de nuevo, haciendo una mueca de dolor. —Deja de
decirme qué hacer y empieza a desenredarlo entonces.
Se echó a reír, tratando de detenerse, pero no podía parar.
—Estás disfrutándolo, ¿no? —dije, mirándole a través de la maraña
de pelo.
—Me gustaría poder decir que no, pero estaría mintiendo —dijo en
medio de su risa.
—Eres tan desagradable —dije, agarrando sus caderas y
preparándome para la extracción de pelo.
Justo cuando apreté los dientes, a punto de azotar la cabeza hacia
atrás, la puerta se abrió, las intermitentes luces de arriba después.
—Tío —dijo una voz, deteniéndose en el umbral.
Otro chico asomó la cabeza sobre el hombro del primero. Levantó
un teléfono celular y apuntó a donde me encontraba arrodillada delante
de Gaston, con las manos en las caderas, sus manos en mi cabeza, y un flash
se disparó. —Esto irá a Internet.
***
Cuando todo se hallaba dicho, hecho y desenredado, Gaston y mi
imagen iban acumulando likes, consiguiendo unos diez mil visitantes antes
de que sonara el timbre del comedor. Dos estudiantes de segundo año
tenían sus teléfonos rotos por la mitad y nunca se atreverían a caminar de
nuevo solos por un pasillo en el que estuviera Gaston, pero por lo demás
logró lo impensable y mantuvo su infernal genio enjaulado. Salvo unos
teléfonos y una pared inocente, la ira de Gaston fue controlada. Me sentía
tan sorprendida e impresionada de que no explotara en un ataque masivo
que logré mantenerme bastante zen, así
como la parte occidental del país, manteniendo un ojo en nuestra sesión
de fotos. De hecho, ni siquiera sentía la necesidad de defendernos o de
explicar lo que había ocurrido en realidad antes de que terminara de
rodillas, con las manos en sus caderas, y con la cara en la bragueta
porque, bueno... nadie en su sano juicio podría creer la verdad.
Así que tuve que soportar otra oleada de miradas y susurros, a chicas
mirándome como si tuviese una luz roja diciendo “descarada” generada
por el diablo para diezmar el mundo, y chicos mirándome con los ojos
dilatados y sonrisas intencionadas, como si me imaginaran de rodillas
delante de ellos. Las chicas que tenía, simplemente me dejaron de lado
porque pensaban que si lo había hecho una vez, ¿qué me detendría de
tirarme a sus novios en el laboratorio de biología? Tenía esa especie de
desdén porque era chica. Sin embargo, los chicos no eran más que perros,
la boca se les hacia agua por cualquiera o lo que quiera que consiguieran.
A un par de esos repetidos ofensivos los cortaba al pasar.
—¡Oye! —Gaston se deslizó en la línea junto a mí, gritándole al
chico que me miraba de manera familiar frente a unas pocas personas—.
Vuelve tus ojos a menos que quieras perderlos.
—Dalmau, eres un afortunado
hijo de puta.
Un impulso que era casi imposible de resistir se levantó,
ordenándome que tirara mi tazón de gelatina roja coronada por una
cucharada de crema batida directamente a la cara
. Punto blanco.
Gaston se puso delante de mí, apretándome detrás de él con su
antebrazo. —Si te refieres al hecho de que mi novia es una inteligente,
elegante, dulce, justa chica, tienes razón —dijo—.
Pero si te refieres a algo mucho menos honorable, entonces podrías querer
hacer algunos ajustes a las aplicaciones de la universidad porque no creo
vayan a quererte si no puedes correr con el balón.
este saludó a Gaston y se dio la vuelta, mientras una ronda de risas
atravesó el trío de amigos en la fila del almuerzo.
—Malditos hijos de puta —murmuró Gaston, mirándoles a la nuca—.
Oigo a cualquiera hablando o posando sus ojos sobre ti otra vez y les
mostraré cómo se hacen las cosas en el nivel inferior de la cadena.
Abriéndome paso en torno a él, le encaré. —¿Eso suena como
alguien que está comprometido a permanecer en el lado bueno de la ley?
—pregunté, arrastrando un trozo de pizza en mi bandeja—. ¿Suena como
alguien que le prometió a su…?
—Novia. —Llenó el espacio en blanco, serpenteando sus brazos
alrededor de mí.
—¿…a su novia que no haría nada para ensuciar esto? Porque ir a la
cárcel por intento de homicidio podría ser considerado como motivo para
arruinar las cosas.
—Mujer —suspiró, apoyando su mejilla contra la mía—, estás
reventando mis bolas. En todas las formas.
—¿Cuál era la promesa que ibas a hacerme sobre no tocar a
Ese idiota y su grupo de mestizos? —dije, mirando a la señora del almuerzo
que ni siquiera trataba de ocultar la sentencia en sus ojos. Alguien más
había visto nuestra foto.
—Bien —cedió, guiándome hacia el patio. O bien leía mi mente o
sentía lo mismo que yo: ¿cansado de las miradas y de esquivar enfermas
preguntas?—. No voy a tocar a los idiotas28. —Agarrando el asa de
la puerta, la abrió para mí—. Pero no puedo prometer que no pague a
alguien para que les pegue —añadió mientras pasaba.
Le di en el estómago.
—Encontré tu pendiente —dijo, sacándolo de su bolsillo.
—¿Dónde? —pregunté, tomándolo y deslizándolo en su lugar.
—Dentro de mis bóxers.
—¿Cómo diablos terminaron ahí? —pregunté, evitando la suave
imagen de sus boxers.
—No lo sé —dijo, mientras caminaba por el patio casi vacío—. Pero
diremos que estuve a punto de ser perforado. Ahí abajo.
Me reí, dándole al pendiente que faltaba una palmadita. Había
tenido una mañana mejor que yo. Nadie levantó la mirada hacia nosotros
mientras caminábamos por el césped y nos acomodábamos en una mesa
vacía. Era un día frío, de esos en los que habrías querido traer un jersey,
pero mientras Gaston me rodeaba con su brazo, me encontré deseando que
nunca tuviese que traer un jersey cualquier otro día.
—Novia, ¿eh? —dije, poniendo la pizza delante de él.
—Novia —afirmó—. Sin cuestionamientos.
Le sonreí a mi bandeja. —¿En qué número me sitúas?
Suspiró. —En el uno. Y única. Te lo dije antes, Rochi. Eres mi primera y,
si Dios quiere que no joda esto, la última.
Fue una buena cosa que no le hubiera hincado el diente a la
manzana que tenía porque me hubiera ahogado. Debería haberme

asustado más allá de la reparación, mi novio que había estado en la
cárcel tantas veces como las citas que habíamos tenido, lanzando un
para siempre en una conversación normal, pero no lo hizo. No decía
matrimonio mañana y bebé al siguiente, simplemente algún día, tal vez. Y
algún día, quizás sonaba demasiado atractivo para mí en formas en las
que una chica de diecisiete años que sueña con un futuro brillante no
debería.
—¿Con cuántas has estado, Gaston? —dije, preguntado posiblemente
la peor pregunta que una chica debería hacerle a un tipo como Gaston.
Esperaba que un número inferior a cincuenta.
Bajó la rebanada de pizza antes de tomar un bocado. —Las
suficientes como para saber que algo especial se acerca.
—Y si cuantificaras lo suficiente, ese número sería... —Dejé caer mi
manzana también. Con esta clase de conversación dando vueltas sobre
nosotros, la disminución de apetito era un efecto secundario esperado.
—Rochi, no quiero hablar de mi pasado. No quiero discutir a fondo
una y otra vez las veces que he jodido las cosas —dijo, sus manos
apretándose en puños—. Sé que las chicas tienen cierta fascinación
enfermiza por conocer el nombre, la hora y cómo nos tiramos a las chicas
antes que ustedes, pero no te lo voy a decir. Son muchas, probablemente
incluso más de las que piensas —mi estómago se contrajo—, pero no quise
a ninguna y ninguna me quiso tampoco.
—Suena romántico —murmuré, empujando mi bandeja a distancia.
—Tú eres la que quería saber —dijo, colocándose a horcajadas sobre
el banco para mirarme—. Escucha, con un tipo como yo, no hagas
preguntas que no quieras saber, Rochi, porque haré mi maldito mejor
intento para ser honesto contigo. No hurgues en mi pasado a menos que
quieras que salga por otro lado que no te gustaría.
Me enteré de eso hace un tiempo, ¿pero cómo se puede tener una
relación con alguien a quien no conoces a nivel de pasado, presente y
futuro? —Así que si no te gustaban y no se preocupaba por ti, ¿por qué...
—Cada término rebotando en mi mente era peor que el anterior—… lo
hiciste?"
—¿Quieres saberlo? —preguntó, desafiándome con los ojos—. ¿De
verdad quieres saber este tipo de cosas?
Asentí una vez porque era una niña estúpida.
El gesto de Gaston se hizo eco del mío. —Para mí, fue un escape. Una
manera de olvidar que mi vida era un abismo de mierda por un rato. Y
para las chicas —dijo, levantando sus hombros—, una forma de joder a sus
psicóticos padres alcaldes cuando descubrieran que sus preciosas hijas se
habían liado con el chico malo por excelencia. Eso, o que simplemente se
interesaron en mí y querían saber cómo era en la cama. —Puse fin
rápidamente a la sonrisa que se elevaba por un lado cuando mi codo
conectó con su estómago.
—No es gracioso —regañé, frunciendo el ceño a la mesa de picnic,
ya que era imposible fruncirle a él.
—Lo siento, lo siento. —Se rió, frotándome los brazos—. A veces la
única forma de poder recordar mi apestosa vida de mierda es a través del
humor —dijo, alzando mi cara—. Pero restando el humor, la verdad es que
no me preocupé por ellas, y no se preocuparon por mí. —Me miró
fijamente a los ojos, y por cómo lo hacía se notaba que era sincero.
—Está bien —dije, aliviada de que este tema estuviera oficialmente
fuera de los libros ahora.
—Y si te ayuda saberlo, el sexo fue frustrante e insatisfactorio.
—No sirve de nada, pero gracias por la nota de pie —dije,
arrebatándole mi manzana.
—Sabes, parece que hacemos bien eso
de hablar de temas que están mejor guardados en las tumbas de
los que fueron enterrados —dijo, masticando un bocado de la pizza—. ¿Por
qué no podemos tener simplemente una normal, rutinaria conversación?
Procesé esto mientras masticaba mi manzana. —Tienes razón —dije—
. Cómo puedes ser mi novio si no conozco tus puntos de vista políticos, o lo
que opinas sobre el tiempo, o lo que pensabas de la última película que
viste en el cine.
—Buen punto —dijo riendo, bebiéndose una lata entera de gaseosa
en cinco segundos—. A la mierda, la mierda de todos los días. Y los temas
de descomposición de cadáveres. Sigue besándome, o cualquier otra
cosa que pueda tener en mente —dijo, meneando las cejas
sugestivamente—, hasta que haya acumulado la suficiente locura en mi
cabeza como para no poder hablar correctamente.
—Eso suena como una relación satisfactoria —dije, girando y
extendiéndome sobre el banco para mirarlo. Tenía razón en una cosa; se
acabó toda esta charla a la hora del almuerzo.
La pizza se le escapó de las manos y cayó al suelo. —Te lo
demostraré —dijo, mirando mi boca.
Se encontraba casi tan cerca de tocar la mía como para poder
saborearlo cuando una mochila golpeó en la mesa frente a nosotros.
—Hola, Rochi.
—Señor, ayúdame.
Las frases de Gaston y Nicolas se solaparon mientras se miraban entre
sí.
—Dalmau —dijo Nicolas, tendiendo la mano. Se quedó allí por un rato
hasta que Nicolas la metió de nuevo en el bolsillo—. ¿Cómo te va?
—Hasta ahora, fantásticamente.
Le pateé su pierna con la mía en señal de advertencia. Hasta ahora,
Nicolas jugaba limpio.
—Por supuesto —dijo Nicolas, mirando del uno al otro—. Siento
interrumpirlos. Sólo quería decir algo y luego los dejo.
—Genial —dijo Gaston, rodeándome con sus brazos. Tan posesivo—.
Dilo.
Nicolas sonrió. —No quería que tuvieras una idea equivocada de mí
si escuchaste que llevé a Rochi de vuelta a casa tras el baile. Vi una amiga
que necesitaba ayuda y la socorrí. Sé que es tu chica, Gaston.
—¿Significa eso que dejarás de observarla cada vez que la veas en
el pasillo? —preguntó Gaston, mirando a Nicolas.
—Lo intentaré —dijo, estirando el cuello—. Es una chica hermosa,
Dalmau. Eres un hombre afortunado.
—No me digas lo que tengo como si no lo supiera —dijo Gaston, sus
brazos se tensaron.
—Gaston —le advertí.
—Vaya, tranquilo, chico grande —dijo Nicolas, levantando las manos
y retrocediendo—. No fue mi intención ofenderte, sólo quería explicarte mi
parte e ir a almorzar. —Mirándome, su sonrisa creció—. Nos vemos en el
quinto periodo, Rochi.
Le saludé mientras se volvía y empujaba la puerta.
—No creía que pudiese odiar más a ese gilipollas, pero debí
imaginarme que una polla de su tamaño no tiene límite de odio. —Gaston
miró a la puerta por donde Nicolas había desaparecido.
—¿Alguien ha mencionado que podrías tener problemas de ira? —
dije, mirándolo. Por la mirada de odio en sus ojos, cualquiera pensaría que
nunca había odiado a nadie más.
El rostro de Gaston se suavizó un poco. —Sólo unas pocas docenas de
veces al año desde la pubertad.
Poniendo mis dedos entre los suyos, di otro mordisco a la manzana.
—¿Qué te ha hecho Nicolas para que te moleste tanto cuando
le ves? —dije, masticando el trozo de manzana—. Porque, además de
tener un ego demasiado inflado y una sonrisa tan blanca que no se
registra en la paleta de colores, no parece ser tan malo para mí.
Gaston me encaró, sus ojos oscureciéndose. —Nicolas
es lo que sucede cuando Dios gira la cabeza durante un
segundo. Un tipo así no merece una segunda oportunidad, ni misericordia,
ni comprensión, en especial de una chica como tú, Rochi, porque lo
retorcerá en algo con lo que pueda manipularte. —Sus manos se
aferraban a mis brazos, apretándome—. Quiero que te alejes de él, Rochi.
No le hables, ni le mires o reconozcas de algún modo. ¿Me entiendes?
Porque puede negarlo cuanto quiera y pretender que nos anima, pero te
quiere tan malamente que es probable que ahora mismo esté en el
vestuario de chicos masturbándose.
—Ew, Gaston —dije, haciendo una mueca—. Grosero.
—Sólo mantente alejada de él, Rochi —dijo—. Conozco esa polla
desde hace diez años y puedo decir cuando trama algo. Y está tramando
algo.
La campana del almuerzo sonó. Los dos gemimos, lanzando nuestros
almuerzos medio comidos a la basura. —Tengo tres clases con el chico,
¿cómo se supone que lo evitaré? —pregunté, mientras Gaston agarraba
nuestras mochilas y se las echaba a la espalda.
—Quiero que le des una patada en las bolas cada vez que le veas —
dijo, y sin rastro de burla en su voz—, y después de unas cuantas de esas,
permanecerá lejos de ti.
—Ahora, ¿por qué no se me habrá ocurrido eso? —dije,
golpeándome la frente con la mano.
—Porque eres dulce e inocente y no tienes ni idea sobre cosas
siniestras como capullos desesperados —dijo, abriendo la puerta del patio
para mí—. Déjame el trabajo sucio a mí, Rochi. Tú sigue siendo así.
—¿Y golpear bolas no es considerado un trabajo sucio en tu mundo?
—Si estamos hablando de patear las pelotas de Nicolas—

dijo, sonriendo para sí mismo—, es pura diversión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario