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Gaston
añade maldad.
Malicia.
Manipulación.
Y locura, a todas las cualidades de Eugenia. De alguna forma,
convenció
a su jefe que no solo atraería más clientes a Seaside Taffy, sino
que
tener una verdadera estrella del rock cantando en la calle casi
seria
como una atracción turística.
Nicolas no fue de ninguna ayuda. Rogué. Imploré. Llamé a mi agente
y
le dije que subiría cien kilos, y que encontraría el rostro de su
máquina
de hacer dinero en una pila de envoltorios de caramelos, muerto
por
asfixia, o peor, por un coma de azúcar.
Pero todos rieron. Sí, rieron. Y me dijeron que era una buena
idea.
Yo no me estaba divirtiendo.
Y aun no me divierto.
No cuando estoy conduciendo hacia mi actual trabajo en un
Mercedes que cuesta más que el edificio donde se vende el
caramelo.
Ni cuando me bajo del auto, tomo mi cubeta, sí, hay una cubeta de
caramelos, y me ubico en la esquina de la calle.
He estado en esto por casi cinco días. Cinco días de puro infierno
con turistas empujándome y paparazis sonriendo mientras tomaban
fotos. El primer día no fue tan malo, nadie había sabido que era
yo,
gracias a la visera enorme. No estaba seguro de si eso era algo
por lo
que estar agradecido, considerando que los satélites podrían ver
el
rosa brillante en la visera, pero lo que sea.
El segundo fue el peor de todos. Las cámaras explotaban como
fuego, y estoy bastante seguro que una chica trato de meterse bajo
la camiseta un caramelo que yo había tocado. Ni siquiera quería
saber la razón detrás de eso.
La gente se reunía a mí alrededor. Esperaban que cantara el
jingle,
como siempre. Yo quería suicidarme. ¿Por qué no morí en el
accidente?
—Seaside Taffy —comencé, mi voz quebrada. No se había quebrado
desde que tenía doce. De nuevo, quise morir—. ¡Mucha diversión, en
tu barriga! Rico, rico, rico… —Juro que podía sentir a Camilo
riéndose a
veinte metros de distancia; nunca terminaba—. ¡Helados, caramelos,
dulces a montón! ¡No olvides pasar por nuestra tienda! —Hice una
reverencia dramática.
Esperé aplausos, o por lo menos alguna clase de exclamación de
que había dado, de hecho, el mejor espectáculo de mi vida.
¿Que obtuve? Un solo aplauso. Una persona. Me encogí, pensando
en el lastimoso aplauso. Es la clase de aplauso que cada artista
teme
oír. Maldiciendo, me giré. Era una niña. Lucía como de primer
grado.
—¿Quieres un caramelo?
Le tendí un pedazo de caramelo, y la mama lució horrorizada de
repente, como si estuviera planeando hacer un camino de
caramelos hasta mi auto y secuestrarla.
Se alejaron rápidamente, y quedé otra vez atascado con una
multitud de personas tratando de pasarme mientras sacudía mi
cubeta.
—¡Seaside Taffy! —grité más fuerte esta vez y tiré mis manos por
el
aire. —Podría también comprometerme, ya que este era mi infierno
por los siguientes meses—. ¡Seaside Taffy! —Agité mis brazos de
nuevo
y un pedazo de caramelo salió volando de mi mano, a la cabeza de
alguien.
Genial, añade agresión a mi historial.
Cuando la persona se giró, estuve un poco impresionado, porque
para ser honesto, pensé que había golpeado a algún chico punk.
No. Fue. El Caso.
—¿En serio? —La chica se apresuró hacia mí,
y me miró. Estaba usando un sombrero que decía El Mejor
Caramelo del Mundo y un suéter enorme, calzas, y botas.
—Se me resbaló. —Ofrecí pobremente. Ella estiró la mano hacia mi
cubeta. La alejé—. Nadie toca la cubeta.
Guau. Estaba tan avergonzado de mí mismo que quise saltar a la
cubeta y esconderme. ¿Realmente estaba siendo posesivo por la
cubeta? ¿Cómo un vagabundo por su carro?
La chica volvió a estirar su mano hacia la cubeta.
Exploté.
—¿Cuál es tu problema?
—¿Mi problema? —repitió, sus cejas levantándose. Demonios, tenía
lindos ojos.
Asentí. Desde el accidente no había escrito ni una maldita
canción,
así que, por el momento las palabras no eran lo mío, y estaba
chequeándola vergonzosamente.
—Mi problema… —Rio amargamente—. …es que el momento en el
que tú, rockero punk, llegaste a la ciudad, nuestro negocio ha
sufrido, ¡y ni siquiera te lo tomas en serio! —Puso sus manos
sobre sus
caderas y frunció el ceño—. ¡Y ahora trabajas en mi esquina!
—¡Guau! —Reí. No pude evitarlo—. Lo siento. ¿Tú esquina? ¿Qué?
¿Esto es Mujer Bonita o qué?
—¿Acabas de llamarme prostituta?
Sí. Sí, lo había hecho.
—No. Más bien como esas que las llaman. Las prostitutas no se
visten
como niñas de octavo ciegas.
—¡Puf! —Tiró mi cubeta, haciendo que el caramelo se esparciera por
el piso. Divertido, crucé mis brazos y observé el fuego arder en
sus
ojos. Realmente era una lástima que se vistiera tan horrible, y
que
estuviera usando ese horrible sombrero. Aunque supuse que mi
visera
no era mucho mejor, pero aun así… la hacía ver bien.
—Solo cuídate.
Alerta de matón. Casi esperé que la gente comenzara a bajar del
valle con palillos en la boca y diarios en sus manos para mirar el
espectáculo.
¿Cómo diablos terminé en un musical de Broadway?
Ya que me estaba comprometiendo con todo el acto de Seaside
Taffy, también podría comprometerme con esto.
—Anotado, Chica de la Tienda. Anotado. Ahora, vete. —¿Ves?
Podía ser territorial.
Sus ojos se agrandaron, y por un segundo estuve sorprendido por lo
bonita que era. Con un gruñido y una palabrota, se alejó por la
calle
a la tienda de caramelos de la competencia.
Saludé en su dirección y comencé el jingle de nuevo.
Esta vez realmente comprometido al hacer uno de los pasos de AD2
que sabía que podían llevarme directo a prisión si me movía
demasiado en la dirección equivocada.
Tres horas después, estaba volviendo a pensar en este trabajo del
negocio. Comenzó a llover poco después de mi baile. Sin duda la
gente creyó que fue por mi inhabilidad para dejar quietas mis
caderas con la estúpida cubeta. Genial, estaba haciendo un baile
de lluvia acaramelado.
Con un suspiro, reajusté mi visera y traté de proteger la cubeta.
Si mi
único trabajo era vender caramelo y hacer que la gente fuera a la
tienda, no quería ser el perdedor que había mojado el caramelo y
destruyó la tienda de caramelos más antigua.
Agradecidamente, Camilo debió haber sentido mi situación, o quizás
estaba cansado de mis mensajes cada dos segundos pidiéndole un
paraguas. Sabía que era patético, y de acuerdo, quizás un poco
ridículo, pero estaba más que empapado. Me hizo señas, y comencé
a caminar hacia él, pero señaló mi pecho.
Mis dientes castañearon mientras bajaba la mirada hacia mi
camiseta. Satisfactoriamente les estaba mostrando a todos mi arete
en el pezón a través de mi camiseta mojada.
Si la madre de antes volviera, estaría horrorizada. Y me enviarían
a
prisión. No por tener un arete en el pezón, sino porque este
pueblo
infernal estaba tan atrasado que probablemente asumiría que era
alguna clase de drogadicto.
Lo que era parcialmente verdad.
De todas formas, cualquier cosa sería mejor que esta lluvia
torrencial,
Ah, la prisión. Un castillo en el aire. Al menos, allí no hacia
frio.
—Estas mojando el caramelo —dijo una voz femenina detrás de mí.
Lentamente me giré. Era la chica de los ojos bonitos de antes.
Solo que ahora estaba usando un abrigo impermeable y botas de
lluvia.
—Lo notaste, ¿no? —Me burlé. No sabía por qué estaba tan molesto.
Quizás era la lluvia. Quizás eran las consecuencias de las drogas.
Pero estaba molesto de que la misma chica que me había atacado
verbalmente antes, no solo había vuelto, sino que también me diría
algo que yo ya sabía.
—No soy estúpido —dije, sacudiendo mi cabeza mientras aun
trataba de proteger la cubeta con mi cuerpo.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó, cruzando sus brazos.
—¿Realmente te quedarás bajo la lluvia para desafiar mi
inteligencia?
—Depende. —Sus labios giraron hacia arriba con el fantasma de una
sonrisa.
Está bien, te seguiré la corriente.
—¿De qué, cariño?
—¿Te quedarás bajo la lluvia o te moverás dos metros hacia el
pedazo de techo que sobresale del edificio?
Mierda. Levante la mirada. Allí había un pedazo de techo
sobresaliendo que podría haberme protegido de la lluvia por las
últimas dos horas.
Me encogí de hombros, fingiendo ignorancia.
—Me gusta la lluvia.
Ella se mordió el labio y miro alrededor. La gente caminaba bajo
sus
paraguas, todos trataban de entrar en las tiendas hasta que la
lluvia
parara. Temblé en respuesta y esperé que dijera algo.
—Tú eliges donde estar.
Si solo supiera que no tenía ninguna opción.
—Sí, supongo que sí. —En serio, no estaba yendo a ningún lugar con
esta chica.
Todos los genes de coqueteo aparentemente murieron en el
accidente, mientras que yo seguí vivo y como un perdedor. ¡Qué
gran futuro tenia!
Caminé bajo el techo sobresaliente y amablemente la atraje hacia
mí. Podía ver gotas cayendo por mi despeinado cabello rubio y
hacia mi nariz.
—¿Cuál es tu nombre?
Ella se encogió de hombros.
—Eso no es importante.
De acuerdo, táctica diferente.
—¿Por qué el repentino acto de buena samaritana?
Ella rio.
—Ah, así que él ha leído la biblia.
—Una o dos veces. —Sonreí seductoramente.
—Entonces deberías arreglar tu historia.
—¿Perdón? —Tuve el repentino sentimiento de que estaba fuera de
mi liga. Atrapado, sin salida.
—No venía a rescatarte.
—Entonces, ¿solo ibas a pasar?
Ella tiró su cabeza hacia atrás y rio, haciendo que la capucha de
su
chaqueta cayera. Su cabello dorado cayó en cascada
sobre su espalda.
Mi boca se abrió. Realmente era una chica hermosa.
—De hecho… —Puso un brazo sobre mi brazo—. Estaba pensando en
derrotarte y luego pasar.
—Y, ¿de qué serviría? —Sonreí. No pude evitarlo.
—Me sentiría mejor.
—¿Y me derrotarían en este lado de la carretera? ¿Es mi destino
morir
en carreteras o algo así?
—¿Eh? —Sus cejas se juntaron.
—No miras mucha televisión, ¿no?
Se encogió de hombros.
—No tenemos televisión.
—¿Internet? —Mi mente realmente explotaría. ¿Cómo podía vivir?
—No.
—¿Teléfono? —Estaba jadeando.
—¿En la casa?
Me incliné, mis cejas se levantaron como diciendo Duh.
Y, de nuevo, sus dientes mantuvieron captivo a su labio inferior
mientras pensaba.
—Creo que solíamos tener uno. Pero ahora solo tenemos celulares.
—¡Gracias a Dios! —grité un poco demasiado fuerte.
Ella sacudió su cabeza como si yo fuera la persona más rara en el
planeta.
—Yo, estee… —Cambié la cubeta hacia mi otro brazo y rasqué mi
cabeza—. Lo que quise decir es… —Canaliza la Biblia—. Deberías
estar agradecida, o bendecida, o algo, de que tengas, estee,
¿tecnología? —Sí, Gaston, estará comiendo de tu pegajosa mano
muy pronto.
—Seguro. —Rio y alejó la mirada—. Bueno, supongo que te veré
pronto.
Mientras se alejaba, se detuvo y se giró.
—Por cierto, realmente tenía una razón para venir aquí… ya sabes,
además de causar daño físico.
—Oh ¿sí? —Sonreí astutamente y guiñé un ojo, esperando lo
inevitable.
—Sí. —Asintió y señaló detrás de mí—. Tu auto está a punto de ser
remolcado. Está estacionado en el lugar para discapacitados.

Me gusta demasiado :)
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