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Gaston
Carajo, esa chica era difícil de leer y encima era hostil. En un
momento pensé que estábamos coqueteando, al siguiente
parecía que ella prefería cortar mis bolas que decir otra palabra.
Nunca afirmé ser la persona más inteligente cuando del sexo
opuesto se trataba, pero parecía como si estuviera dentro de mí, y
entonces como si hubiera apretado un botón, se volvía indiferente.
Me encogí de hombros y fui a la oficina de la señora Murray. Era
un
lugar familiar para mí durante el último año, especialmente desde
que ella había sido la responsable de darme la capacidad de pasar
a través de mi programa de doce pasos sin saltar de cabeza al
océano.
—Gaston, llegas temprano —dijo la señora Murray sarcásticamente.
Bueno, está bien. Rara vez llego temprano a algún lugar. Mierda,
apuesto que llegué tarde a mi propio nacimiento. Pero en mi
defensa, toda esta cosa del trabajo me tiene corriendo en un horario
diferente. Empecé a levantarme a las siete, como el almuerzo al
mediodía como la mayoría de la gente en este mundo, me voy a la
cama a una hora decente para no caer dormido cuando tenga que
volver a trabajar. Está claro que fue una buena idea, teniendo en
cuenta todo el drama que tuvo lugar hoy en la tienda.
Solo llevaba unos pocos días en mi nuevo horario, y ya me sentía
un
poco suicida, como que en cualquier minuto el aburrimiento
finalmente llegaría a mí, y me despertaría encontrándome realmente
loco. Ya sabes, el tipo de locura donde al chico se le cae la baba
de
la boca y piensa que los gatos hablan con él.
—Toma asiento. —Me señaló la señora Murray el sofá habitual. Me
reí
y me senté en el suelo, como era mi costumbre. Algo sobre sentarme
en el sofá me ponía incómodo. Quiero decir, estoy seguro que era
un
cómodo sofá, era de cuero, después de todo, pero eso hacía que
toda la situación pareciera demasiado real.
Si me sentaba en el sofá, significaba que en realidad estaba en
terapia.
Si me sentaba en el suelo, podía convencerme de que estaba en
casa de Eugenia solo pasando el rato. La mayor parte del tiempo
iba a la
cocina a mitad de la sesión, agarraba un poco de palomitas y
refresco, luego volvía y me desahogaba.
Siempre era así.
Por suerte para mí, a la señora Murray no le importaba, siempre y
cuando me alejara de los problemas y realmente participara en
nuestras sesiones.
Apoyé la espalda contra el sofá y suspiré, pasando la mano por mi
cabello todavía húmedo.
—¿Cómo ha estado el trabajo? —preguntó la señora Murray una vez
que se sentó y tomó su bloc de notas.
—Bueno, veamos. —Hice crujir mis nudillos y me reí—. Canto un
jingle
sobre caramelos en una esquina como una puta barata, y hoy casi
remolcan mi auto. —Terminé con una pequeña sonrisa y esperé
mientras ella escribía unas cosas.
—¿Todo va bien, entonces?
—No he sido arrestado todavía por intoxicación pública o por
vender
drogas a los niños pequeños, entonces, seguro. Todo va bien.
—Dos sesiones sarcásticas seguidas. ¿Cómo conseguí ser tan
afortunada? —murmuró la señora Murray detrás de su bloc de notas.
No creo que estuviera destinado a que lo escuchara.
—¿Qué fue eso? —Ahuequé mi oído—. No se estaba quejando sobre
su cliente favorito, ¿verdad?
La señora Murray rodó los ojos. Me reí de su expresión. Ella me
conocía mucho mejor que incluso Nicolas en estos días. Se lo
contaba
todo.
Ayudaba que su hija fuera mi mejor amiga, a pesar que hacía que
Nicolas quisiera golpearme la mayoría del tiempo.
—Por lo tanto, este trabajo en Seaside Taffy... ¿sientes que te
está
manteniendo lejos de los problemas?
Me incliné hacia delante.
—Esa es una pregunta tonta.
—¿Perdón? —Enarcó las cejas.
—Mire —me aclaré la garganta—. Preguntar si me mantiene fuera de
problemas es como preguntarle a un niño si la escuela le impide
unirse a una pandilla. O si unirse al equipo de fútbol americano
impide tomar drogas y tener relaciones sexuales antes del
matrimonio. Mantenerse lejos de los problemas no tiene nada que
ver con mantener sus manos ocupadas.
Me aclaré la garganta.
La señora Murray garabateó unas cuantas cosas.
—Ahora estoy intrigada, Gaston. ¿Qué tiene eso que ver?
Me encogí de hombros.
—Llámeme raro, pero no creo que regalar condones haga que los
chicos no tengan relaciones sexuales. Tampoco creo que los padres
que permiten que sus hijos beban en casa estén alejando sus hijos
del
consumo de alcohol. Y manteniéndome ocupado no me impide
hacer cosas estúpidas.
—Entonces, ¿qué lo hace?
Sonreí.
—Todo se reduce a mi autocontrol y mi deseo de ser una mejor
persona. Ocupar mi tiempo con un montón de trabajo pesado solo
me irrita. Si voy a hacer algo estúpido, o si cualquier niño va a
hacer
algo estúpido, esperarán hasta tener tiempo para hacerlo. Como
después de la práctica de fútbol, o después de su trabajo. De
todos
modos, para responder a su pregunta anterior, el trabajo me da
ganas de matarme, y lo digo de la manera más sarcástica posible.
Suspiré e hice estallar mis nudillos de nuevo.
—La mitad del tiempo, quiero drogarme, la otra mitad me gustaría
estar borracho, lo que deja como una hora en mi día cuando no
estoy pensando en esas cosas, y durante esa hora todo lo que
puedo pensar es el hecho de que la única mujer que he amado de
verdad, murió, y que podría haberla salvado.
Los ojos de la señora Murray se agrandaron.
No había querido decir tanto.
Le eché la culpa al hecho de que mi cabeza estaba
constantemente clara. Yo estaba siendo cada vez más y más
honesto acerca de mis emociones. No podía entender si eso
significaba que me estaba haciendo débil o que siempre he sido ese
chico, simplemente no lo sé.
El silencio era ensordecedor. Me aclaré la garganta.
—Solo voy a ir a hacer unas palomitas ¿si eso está bien?
La Sra. Murray asintió.
Me levanté y salí corriendo de la pequeña oficina a la cocina. En
cuestión de segundos sentía como si pudiera respirar de nuevo,
pero
eso no cambiaba el hecho de que había admitido, no solo a mi
psiquiatra, sino a mí, lo completamente jodido que estoy.
A los pocos minutos tuve palomitas y un refresco. Miré hacia atrás
a
la puerta de la oficina y respiré hondo, rogando a Dios que no
fuera
a hacerme hablar más acerca de mis sentimientos.
Estaba tranquilo cuando entré. La Sra. Murray se sentó con las
piernas
cruzadas, esperando por mí. Me dejé caer en el suelo y arrojé un
poco de palomitas en mi boca.
—Tenemos alrededor de quince minutos restantes de nuestra sesión,
Gaston.
Ella siempre hacía esto, sobre todo porque la primera vez que
tuvimos una sesión pregunté cuánto tiempo teníamos, como cada
cinco minutos. Ahora solo me decía, así no la interrumpía.
—Está bien. —Tomé un sorbo del refresco azucarado. No era para
nada como la cerveza. Esto hizo que mi estómago casi se enfermara,
pero desde que dejé todas mis adicciones, necesitaba algo de
beber que no fuera malo para mí, no es que el jarabe de maíz con
alto contenido de fructosa fuera bueno, pero aun así.
Mi obsesión por Starbucks también se había disparado en el último
año. Era la única manera de mantener a raya los antojos. Bebía
refrescos durante la tarde y la noche, y por las mañanas tenía al
menos tres tazas de café. Añadí crema Kahlua no alcohólica con el
fin de conseguir mi dosis.
Mantener mis dedos ocupados, cuando lo único que quería era un
cigarrillo, también resultó un problema. A los diecinueve años, no
era
como si fuera ilegal, pero fumar iba de la mano con el alcohol
para
mí. Si tuviese uno, querría el otro, así que tuve que cortar todo
de mi
vida.
Eugenia había sugerido regaliz. Ayudó algunas veces. La mayoría
del
tiempo solo me sentía como si quisiera golpearme la cabeza contra
una pared.
—Gaston, ¿me has oído?
—¿Eh? —Mi cabeza se levantó. Busqué más palomitas de maíz, pero
el plato estaba vacío. Realmente necesitaba empezar a correr o
hacer algo, así no explotaría por todo el estrés de comer.
La Sra. Murray dejó la libreta.
—Creo que hemos hecho un gran progreso hoy, Gaston. —Se aclaró
la garganta—. También creo que tienes razón.
—¿Perdón? —farfullé.
—Lo que dijiste sobre las personas haciendo elecciones. Creo que
diste en el clavo. No solo eso, sino que es una cosa muy sabia
para
que la digas a una edad tan joven.
—Tengo diecinueve años —gruñí.
Su sonrisa era paternalista. El tipo de sonrisa que da a un niño
cuando
levanta su mano y dice: ¡Tengo cinco años ahora! Cerré los ojos y
apoyé la cabeza en el sofá de cuero frío.
—Sí, los tienes —acordó—. Creo que serías un buen líder de grupo
también, Gaston.
¿Estaba drogada?
—Este, sabe que estoy en una especie de grupo, ¿no? De la misma
forma que, mi hermano y yo estamos en un grupo, y yo soy el
cantante. —La miraba como si hubiera perdido la cabeza.
—Entiendo eso. —Ella me guiñó un ojo—. Me refiero a ser líder en
una
terapia de grupo.
Me eché a reír. No pude evitarlo.
—Creo que estoy un poco jodido de la cabeza como para dirigir a
alguien en estos momentos.
—Es por eso que eres perfecto. —Se puso de pie y se sacudió las
manos en su falda—. El resto del grupo se relacionará contigo, y
creo
que ya estás listo para el siguiente paso. —Ella suspiró y me miró
directamente a los ojos—. Gaston, ¿puedo ser honesta contigo?
—¿No lo es siempre?
Ella me hizo levantar. Yo estaba elevándome sobre ella cuando se
quitó las gafas y se las limpió en su camisa.
—No creo que sigamos haciendo progresos hasta que empieces a
curar, y no creo que vayas a comenzar a sanar a menos que lidies
con el dolor que has pasado. Creo que tienes que estar alrededor
de
la gente que entiende el dolor. Tal vez así puedas trabajar con
las
cosas. Además, eres un líder natural, lo que hace que seas el
hombre
más poderoso en la habitación o el más peligroso.
—¿Por qué el más peligroso? —Enarqué mis cejas y metí las manos en
mis bolsillos.
La Sra. Murray regresó las gafas a su cara.
—Porque, puedes llevar a la gente hacia el éxito, o hundirlos
contigo.
—¿Algo así como Nicolas me hundió con las drogas y el alcohol?
Ella asintió e hizo una mueca.
—Sí. Aunque cuando me recuerdas ese tipo de cosas, haces que mi
lado de madre quiera comprobarlos a él y a Eugenia.
—Eugenia está bien. —Rodé los ojos.
—De acuerdo. —Acarició mi brazo y me llevó a la puerta—. Solo
piensa en ello, ¿de acuerdo? —Empujó un pequeño papel, de color
amarillo en mi mano. ¿Eso significaba que tenía que leerlo?
Lo metí en mi bolsillo.
—Está bien. Eh, ¿Eugenia está en casa?
La Sra. Murray inclinó su cabeza.
—¿Ella no te lo dijo?
—¿Decirme qué?
—Uno de los shows fue cancelado, así que Eugenia voló temprano
para
estar con Nicolas.
—Oh. —Una punzada de decepción se atascó en mi pecho, irritando
el infierno fuera de mí.
—¿Gaston?
—¿Sí? —Me di la vuelta.
—Necesitas buscar algunos amigos.
¿Buscar? Ella lo hizo sonar como el juego de encontrar a Waldo.
Mierda. En este punto incluso me conformaría con Waldo, pero no
había casi nada de gente normal en esta pequeña ciudad. La
mayor parte de ellos tienen fiestas de todos modos.
¿Cómo incluso una persona puede hacer amigos sin salir a una
fiesta? Me reí y me encogí de hombros a ella.
—La historia de mi vida. Le haré saber cómo va la búsqueda la
próxima vez que esté fuera de casa, cantando mi canción de
caramelos.
—Está bien. —Sonrió cálidamente, y salí de la casa.
El aire caliente del verano azoto el cabello contra mi frente.
Saqué mi
celular y le envié un texto de grupo a Eugenia y Nicolas.
Me metí en mi auto. En cuestión de segundos el teléfono sonó.
Miré, y
había una foto de Nicolas y Eugenia haciendo caras tristes, y debajo
de la
imagen decía:
T ammos. Sja d ser un bb. Tal vez si
comiers elado cn sabor a alcohol,
djaras d sr una niña. Broma. mantnt
limpio!
—De acuerdo. —Me froté los ojos y encendí el motor, entonces
recordé que vivía al lado. ¿Qué diablos? Tal vez estaba perdiendo
la
cabeza. El último lugar donde quería estar era solo en casa. Camilo
se
podría molestar, teniendo en cuenta que es algo así como mi
niñera,
pero aún así. Yo quería ir. Fuera.
Puse el auto en marcha y me dirigí hacia el centro de la ciudad.

me encanta la nove!! ya quiero gastochi!!! seguilaa
ResponderEliminarahii seguilaa porfaaa!!
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