2
Por qué no me dices a dónde vamos? —le pregunté, presionándome
con tanta fuerza contra Gaston en el asiento de su vieja camioneta
que
cada centímetro de mi empujaba cada pulgada de él.
Sonrió en el oscuro camino por el que nos encontrábamos. Donde
quiera
que fuéramos, yo dudaba que hubiera comodidades modernas como el
agua
caliente y la recepción de teléfono celular.
—Porque estoy disfrutando de tus intentos de empujarme lejos
—contestó
él, mirando por encima de mí. Sus ojos destilaron alegría
perversa.
Mi corazón cambió de saltar a detenerse.
Justo antes de que se reiniciara, como si estuviera tratando de
tomar vuelo.
—¿Es así?
Hizo un ruido de acuerdo, mojando sus labios.
Contra todo instinto que había sido derrocado por el deseo, me
saqué el
cinturón y me deslicé por el asiento hasta que estuve presionada
de nuevo contra
la ventana del lado del pasajero. —¿Sigues disfrutando?
Me miró, su cara llena de contemplación, justo antes de que
llegara al otro
lado de la silla para mí. —¿Dónde crees que vas? —preguntó,
deslizando mi
espalda en el asiento, pero no se detuvo ahí. Agarrando mi muslo
derecho, lo
levantó, moviendo mis caderas hasta que tuvo éxito girándome a la
derecha,
sobre su regazo. El camión no se detuvo, aceleró, haciendo a mi
cuerpo vibrar
encima de Gaston.
—Creo que no voy a ninguna parte —susurré, entrelazando mis dedos
detrás de su cuello, sintiendo la presión del volante contra mi
espalda, sintiendo la
firmeza de su cuerpo en todas partes.
Manteniendo un ojo en la carretera y el otro en el volante, le dio
al resto de
su cuerpo atención a mí. —Maldita sea, no lo harás —dijo, su boca
curvada en
una sonrisa que desapareció cuando mi boca cubrió la suya.
No fue exactamente un gemido, fue más profundo que eso, pero el
sonido
que salió de su pecho cuando mis labios se separaron de él y mi
lengua se deslizó
en su boca fue todo Gaston. No le prestaba mucha atención al
camión, pero pensé
que podría haber detectado otro aumento de velocidad.
Gaston me devolvió el beso, igualando todos los movimientos de mi
lengua y
labios con uno de los suyos. Su mano libre se deslizó bajo mi
suéter, alisando el
plano de mi espalda. Su mano era cálida, ligeramente áspera de
días pasados
trabajando en el garaje y en el campo de futbol, y eran capaces.
El camión golpeó un bache particularmente desagradable, golpeando
mis
piernas con fuerza contra las suyas. Calor propagándose en el área
entre mis
piernas, y esta vez fui yo la que hizo un ruido que aún no había
sido nombrado. La
realidad de nosotros conduciendo por una oscura, carretera de
grava de treinta
a cuarenta kilómetros por hora no se registró conmigo cuando mis
manos dejaron
su cuello para tirar del dobladillo de mi suéter. Si él no iba a
hacerlo, yo lo haría.
Lanzando el suéter por encima de mi cabeza, lo tiré al otro lado
del asiento.
—Rochi —dijo Gaston, su voz esforzándose para hacerme saber que
hacía
algo muy bien—. Estoy tratando de conducir aquí.
Él ponía un freno aquí muchas veces antes, metafóricamente
hablando, no
lo dejaría esta vez. Estaba plantando mi pie debajo de ese freno
antes de que él
pudiera golpear hacia abajo.
Moviendo mi boca justo en las afueras de su oreja, le susurré—: Yo
también.
—Justo antes de tomar el lóbulo de su oreja en mi boca,
succionándolo
suavemente.
Otro sonido se deslizó por su garganta, tan fuerte que hizo vibrar
mi pecho.
—El infierno con esto —dijo, no había vacilación o incertidumbre
en su voz. Era tan
firme y decidida como su cuerpo zumbando debajo del mío.
Con un simple movimiento de sus dedos, mi sostén chasqueó libre de
mi
espalda, deslizándose por mis brazos hasta que aterrizó en el
suelo al lado del pie
de Gaston. Su boca cubrió la mía de nuevo, caliente e inflexible.
Yo no podía
respirar. No quería, si significaba no poder besar a Gaston como
me besaba ahora
mismo. Como me podía hacer sentir su pasión, su amor, y su
posesión en un beso
era inexplicable. Pero pudo. El cuerpo de Gaston expresaba sus
sentimientos, la
mayoría de veces, mejor que sus palabras.
—¿Un poco de ayuda? —sopló en el espacio de nuestras bocas. Su
mano
agarro la mía y la llevó hasta el botón superior de su camisa—. A
menos que
quieras que esto termine en el hospital, tengo que mantener una
mano en el
volante. —Sus palabras eran tensas, como si supiera como serían
las mías si yo
pudiera hablar en estos momentos—. Quiero sentirte contra mí,
Rochi —dijo,
cuando mis dedos olvidaron en lo que se suponía que trabajaban.
Incluso con ambas manos torpemente sobre él, me tomó un largo beso
para desprender el primer botón. Era agraciada en todos lados
menos en la
intimidad con Gaston. Aquí, me convertía en una torpe, lío de
nervios y
extremidades. Decidiendo que iba a estar al otro lado de la línea
de estado antes
de que terminara el trabajo, dejé de besarlo para concentrarme.
Concentrarme
un poco más.
La forma en que me miraba me hizo casi inútil. Las emociones que
podía
transmitir con sus ojos me confundieron, no importaba lo que yo
trataba de hacer
en ese momento.
—¿Estás seguro de que esto es seguro? —pregunte, forzándome a
tomar
una respiración controlada. Tuve que poner en mis pulmones tanto
oxigeno como
era posible antes de eso—. No es que realmente me importe, pero
estoy segura
de que estamos rompiendo casi todas las leyes de tránsito puestas
en
movimiento, y te hice hacer una especie de promesa para mantenerte
por el
buen camino. —Dos botones más libres, algunos más para irse.
Sonreí, eran las pequeñas cosas que me hacían feliz.
La sonrisa de Gaston se igualó a la mía cuando nuestros ojos se
encontraron
por un instante. —Por supuesto que estás segura, Rochi —prometió,
un ojo
volviendo a ponerse en la carretera—. Nunca te pondría en peligro.
Nunca
dejaría que nada te suceda —dijo, como si fuera un mantra—. Lo
sabes. ¿Cierto?
—Dale a Gaston una simple pregunta y mira como la tuerce en algo
que no es.
—Por supuesto que sí —dije, mirándolo antes de concentrarme en el
siguiente botón. No dejaba que la dirección en la conversación me
detuviera—.
Sólo quería asegurarme. A horcajadas entre un conductor mientras
se intentan
desnudarse el uno al otro a cuarenta kilómetros por hora es la
primera vez para
mí. Solo quería obtener el sello de seguridad de aprobación antes
de proceder.
—Espero que sea la primera vez —dijo, las graves líneas de su cara
desvaneciéndose—. Y consideré tu seguridad con sello estampado
. Puedo controlar un vehículo mejor de lo que puedo
controlarme a mí mismo.
—Cariño —dije, liberando el último botón derecho antes de tirar la
camisa
libre de sus pantalones—, tus palabras nunca fallan para hacerme
querer
desmayarme y retorcerme al mismo tiempo. —Sacando la camiseta de
su
cuerpo, deslicé mi pecho contra el suyo. Las partes blandas de mi
cuerpo
forjadas contra sus partes duras. La más ligera capa de sudor
cubría su pecho,
intercambiando con el brillo de la mía. Otro aumento de velocidad.
—No quiero decepcionarte, Rochi —dijo, su mano libre apretándose
alrededor de mi espalda, ajustando mi cuerpo contra el suyo como
una llave
deslizándose en una cerradura.
Esto fue lo más lejos que habíamos llegado desde la primavera
pasada,
justo antes de que nos graduáramos y descubriéramos nuestras
familias y el
pasado trágico tejido por ambas. Mi cuerpo olvidó como respirar,
tuve que
recordarme a mí misma como hacerlo.
—Nunca lo haces —le susurre a través de una sonrisa mientras mis
manos se
movían bajo los planos cortes de su estómago, instalándose en la
costura de sus
vaqueros.
Ahora este botón, mis dedos lo lograron tirar libre en el espacio
de una
inhalación de sorpresa.
—Rochi. —Hubo advertencia en su voz, pero también bienvenida.
Decidí escuchar la última.
Pellizcando la cremallera entre mi pulgar y mi dedo, la deslicé
hacia abajo,
dividiéndome entre el deseo de saborear el momento y esperando
para dejar
que me devore por completo. Listo con la cremallera, doblé el
material de sus
jeans hacia abajo y me deslicé sobre él, moviéndome por su cuerpo
hasta que
pude sentir su calor entre mis piernas.
Él gruñó, moviéndose por debajo de mí, haciéndome jadear en voz
alta.
—Maldita sea —murmuró mientras ambos brazos se apretaban alrededor
de la herida antes de que golpeara los frenos. Sus brazos me
sostenían más firme
de lo que cualquier cinturón de seguridad podría hacer.
—Pensé que podías manejarlo —dije sin aliento, sonriendo con la
mirada.
Su pecho subía y bajaba con fuerza contra el mío, encontró mi
sonrisa con
una suya. —Me equivoqué.
Y luego su boca cubrió la mía, sus manos moldeando mi cara. Su
cuerpo
presionando el mío, inclinando mi espalda sobre el volante.
—¿Si? —modulé contra su boca inflexible. Era una pregunta
formulada que
no necesitaba ninguna explicación. Era una que yo había estado
preguntando
hace tiempo. Una que él nunca había acordado hasta esta noche.
Sentí su sonrisa contra mi boca mientras su lengua burlaba la mía
por otro
momento. Tomando mi cara tan firmemente como se podría y aun así
sería
considerado suavemente, su boca abandonó la mía, sus ojos tomando
su lugar.
—Infierno, sí —respondió, su sonrisa una dicotomía de paz y
conflictos.
Todos los músculos en mi cuerpo se tensaron con anticipación. Esto
era
todo. Finalmente. El hombre que se había acostado con más mujeres
de las que
quería saber finalmente se permitía dormir con su novia.
—¿Estás segura? —preguntó, mirando como si él fuera a reventar
algo si
respondía negativamente.
—He estado tan segura que he tomado la píldora la semana después
de
que volviéramos juntos —dije, deslizándome arriba y abajo sobre su
regazo. El
gimió otra vez, su cabeza cayendo hacia atrás contra el asiento—.
¿Estás seguro?
—pregunte, moviéndome un poco más rápido para influir en su
respuesta.
—Rochi, he estado tan seguro que fui a hacerme pruebas y he estado
teniendo esta goma en mi bolsillo desde el día que volvimos juntos —dijo, con una
sonrisa del tipo que me torturaba.
Moldeando mis manos alrededor de su rostro, trazando la cicatriz
que corría
a lo largo de su mejilla con mi pulgar. Este hombre era todo lo
que quería —en
todas las maneras que una mujer podía querer a un hombre— y por
fin, podía
tenerlo en la última forma que no lo tenía.
—Te amo, Gaston —dije. Porque eso era todo lo que quedaba por
decir.
Las líneas de su frente subsanándose.
—Y eso me hace el bastardo
más
afortunado en el mundo.
Le sonreí. —Ven aquí —le dije, sosteniendo su rostro mientras
bajaba mi
boca a la suya.
—Quiero saber cómo el bastardo más afortunado del mundo hace el
amor.
—Sí señora —dijo, antes de colocar sus labios sobre los míos.
Sus manos acababan de encontrar el botón de mis jeans cuando un
conjunto de deslumbrantes luces explotó en la cabina.
Gemí, cubriendo mis ojos con mi antebrazo cuando el conductor
encendió
las luces del camión.
—Mierda —maldijo Gaston, mirando por encima de su hombro.
La puerta del camión explotó abierta, seguido de algunos hombres
aullando y gritando.
—¿Esperando compañía? —suspiré, cubriéndome con mi otro brazo
mientras hacía mi camino fuera de su regazo. Fue doloroso,
separarme de lo-quepodría-
haber-sido.
—No exactamente —respondió, doblándose a sí mismo por encima de mi
regazo y agarrando mi suéter. Elevándolo sobre mi cabeza, me lo
puso, tomando
cada brazo por mí mientras metía cada brazo dentro. El suéter
marcando lo que
había pasado hace cinco minutos.
Gaston acababa de levantar su cremallera cuando alguien se
abalanzó
contra la puerta del lado del conductor.
—¡Dalmau, hombre! —gritó uno de los compañeros de Gaston a través
del
cristal, evaluándonos—. ¿Conseguiste a esta hermosura? —Mirándome,
el
compañero de Gaston movió las cejas—. Eres un bastardo con suerte.
Buscando mi camino, Gaston me sonrió.
—Te lo dije.
***
Un fuego crepitaba en mis pies, las estrellas parpadearon por
encima de mí,
los brazos de Gaston me abrazaron fuertemente contra él, y el
sonido de un equipo
de futbol de la universidad entera vomitando su camino a través de
“Hey Gaston”
haciéndome de serenata.
—No puedo creer que esta gran noche que pensé que habías planeado
para nosotros involucrara a más de cincuenta jugadores de futbol
—le dije,
inclinando mi cabeza hacia atrás contra el pecho de Gaston para
que pudiera ver
mi expresión.
—Lo siento, cariño —dijo, besando las líneas de mi frente—. Pensé
que
tendríamos un par de horas para nosotros antes de que estos
animales vinieran.
¿Un par de horas? Me habría conformado con, oh, unos quince
minutos.
Un coro de eructos llegó a un final concluyente, el silencio
temporal sólo se
vio interrumpido por un coro de flatulencias. Gemí, cerrando mis
ojos y
apretándome la nariz.
—Hombre, esto es estúpido, Dalmau. —Peter, el receptor abierto
número uno
de Gaston, su voz inconfundible gritó al lado de la fogata—. Si yo
tratara de ganar
una chica de nuevo, no hay manera de que pusiera todo el esfuerzo
para
sobornar a su compañera de cuarto para llevarla a una fiesta para
que pudiera
darle una serenata de DJ con algunas tontas y viejas canciones
acerca de
profesarle mi amor eterno.
Abrí mis ojos para ofrecerle una mirada a través del fuego a Peter.
Me
encantaba el chico, su carácter infeccioso hacía imposible no
hacerlo, la
mayoría de los días. Este no era uno de esos días.
—Yo acabaría de subir a ella y estaría como “Oye, bebé. ¿Cómo va
todo?”
Ya sabes, ¿algo realmente suave como eso? —Peter me sonrió como el
demonio.
—Peter —habló Gaston, doblando su barbilla sobre mi hombro—,
¿Cuándo fue
la última vez que tuviste a alguna de tus antiguas novias para
tomar tu
lamentable culo de nuevo?
La cara de Peter se arrugó en contemplación.
Encogiéndose de hombros, respondió—: Nunca.
—Exacto —dijo Gaston, levantando su dedo medio a él.
Mis brazos estaban metidos y apretados en la manta en la que
Gaston me
había envuelto antes, así que cuando bajó su dedo, le di un
codazo. —Uno más
por mí.
Peter recibió el dedo medio de Gaston nuevamente, esta vez
cortesía de rochi
igarzabal
—Vamos, Lucy —dijo Peter mientras el resto de los jugadores se
mecían en la
risa, algunos pocos bañándolo en malvaviscos—. Tú sabes que pienso
que eres la
mierda. Sólo estoy celoso porque estás cerca de ser cinco veces
demasiado
buena para Dalmau y quiero entrar en esos cinco-veces-demasiado-bueno-para-mí
para beneficiarme, también.
—Tal vez si pararas de dejar caer la pelota y empezaras a
conseguir entrar
en la zona de anotación, podrías conseguir encontrar una chica que
quiera
hacer más que correr sus manos por tus veinte pulgadas de bíceps
—dije,
inclinando mi cabeza.
Gaston ahogó su risa en la manta. El resto del equipo, no tanto.
Elevando sus cejas hacia mí, Peter deslizó la manga de su camiseta
hacia
arriba, besando su grotescamente grande bíceps, y luego lo repitió
en el otro.
—Deja de odiarme, rochi. Gaston va a agarrarnos si no dejas de ser
tan obvia
—dijo, agachando su cabeza cuando la botella de bebida deportiva
de Gaston
pasó junto a él—. Y no hay necesidad de preocuparse de la zona de
anotación
mañana, nena. Haré a la zona de anotación mi perra.
—No voy a aguantar la respiración —contesté, incapaz de contener
mi
sonrisa cuando Peter continuo con su teatro. En un momento
determinado, fue
como ver a un hombre de circo de tres pistas. Y, toda broma a un
lado, Peter era
un infierno de receptor abierto. Juntos, él y Gaston habían estado
estableciendo
récords que probablemente nunca podrían ser competidos.
—Esto es lo que no entiendo —dijo Peter, empujando al tipo al lado
de él. El
pateador número uno del equipo. Creo que su nombre era Augusto. O
tal vez era Agustin.
Bueno, K algo—. En el departamento de apariencia, Dalmau es un
siete, tal
vez un ocho —dijo, entrecerrando los ojos mientras inspeccionaba a
Gaston. augusto o
Agustin valoraba a Gaston, frotándose la barbilla.
—Entonces eres un dos negativo, Peter —murmuré, realmente
maldiciendo
mi suerte por haberme quedado atrapada bromeando con un par de
compañeros de Gaston mientras que el resto hablaba y realizaba
todo lo masculino
que nunca debe ser conocido por las mujeres.
—Su personalidad es tan “no me importa” —continuó Peter, empujando
al
pateador cuyo nombre comenzaba con A—. ¿Por qué en todas las cosas
injustas
y poco razonables él siempre consigue que las buenas hagan cola
frente a su
puerta?
Gaston se inclinó hacia delante. —Te puedo dar una explicación en
ocho
pasos.
Peter y el pateador miraron a Gaston, y luego el uno al otro,
justo antes de que
echen sus cabezas hacia atrás y estallen en carcajadas.
Gaston se unió a ellos justo a la mitad.
Pero lo que dijo Peter necesitaba una pequeña aclaración. —¿Qué
buenas
hacen cola frente a la puerta de Gaston? —pregunté, tratando de
mantener
serena mi voz.
La risa se Peter desapareció, sus ojos oscuros se alejaron tan
pronto como
aterrizaron en mí. El cuerpo de Gaston se puso lo suficiente tenso
a mí alrededor
como para dar señales de que algo estaba fuera de lugar.
—Tú —dijo Peter, empujando sus manos hacia mí—. Tú eres una de las
“buenas” haciendo cola
frente a su puerta
No, no me lo creo. Yo había visto a Peter cerca de las lágrimas la
noche de
su último año de escuela secundaria cuando su trofeo VIP se rompió
a la mitad
cuando un chico lo usó como bate de béisbol en una de las
legendarias fiestas
en su casa, e incluso entonces su sonrisa estaba casi presente. No
había ni rastro
de ella ahora, lo que significaba que Peter trabajaba para cubrir
algo.
—Tú —repitió otra vez, cuando yo seguía reteniéndolo preso con mi
mirada.
—Y Mery —agregó otro de los compañeros de equipo de Gaston que
se encontraba detrás de nosotros, sonando como si se conformaría
con hacer el
amor sólo con el nombre.
Ahora mi cuerpo se tensó, ya no estaba colocada alrededor de
Gaston. Me
giré en mi asiento entre sus piernas, encontrándome con sus ojos.
Nada en ellos me dijo algo. Esa era, quizás, la peor manera en la
que
podían estar.
—¿Quién es Mery? —le pregunté, mi voz es la mezcla perfecta de
ansiedad y enfado.
Las manos de Gaston se colocaron en torno a mi cara, mirándome
fijamente
a los ojos. Era difícil respirar cuando me miraba así. —Nadie —respondió, sin alejar
sus manos o dejar de mirarme a mí.
—¿Nadie? —gritó el chico desde atrás, tomando asiento junto a
nosotros—.
Tu definición de “nadie” debe ser chicas por las que un hombre se
amputaría la
mitad de su miembro para estar con ellas. Para estar con una —continúo el
jugador cuyo nombre no recordaba, pero sabía que calentaba mucho
el
banquillo. Iba a seguir permaneciendo en el banquillo si no se
metía la adoración
por Mery donde el sol no brillara.
—Vicco —advirtió Gaston, finalmente dejando mi cara, pero sólo
para
envolverme entre sus brazos—. Cierra el pico.
—Tu chica fue la que preguntó —contestó levantando las manos—.
Estaba
respondiendo a una pregunta.
—Bueno, deja de exagerar —dijo Gaston, aumentando su tono de voz,
pero
yo podía sentir que temblaba. Estaba a punto de desbordarse—. De
hecho, ¿Por
qué no dejas de hablar por el resto de la noche?
Vicco asintió encogiéndose de hombros, tomando un trago de su
cerveza. Si
no fuera por el límite de cerveza del equipo durante las dos noches
antes de un
partido, podría descartar la adoración de Vicco por “Mery” como
las
divagaciones de un borracho. Vicco estaba sobrio cuando llegaron,
lo que
significaba que Mery estaba tan caliente como insinuaba.
Girándome para así poder apoyar la espalda en el lado donde estaba
la
pierna doblada de Gaston, encontré su mirada de nuevo. Llevaba su
viejo gorro gris
esta noche, pero sólo porque hacía frío. Ya no se escondía tras
él.
—¿A ella le gustas? —Un gran punto por hacer la pregunta con la
menor
emoción posible.
Se encogió de hombros. —Tal vez un poco —respondió, sus ojos nunca
dejando los míos.
—¿Un poco? —gritó Peter a través de la hoguera donde sólo había
unas
pocas personas los cuales nos sonreían—. Gracias a el la población
masculina ha podido disfrutar aún más del gran busto de Mery en la
pantalla. Pensé que estaban a punto de salirse de ese pequeño
vestido con el
que ella apareció ayer. —Peter silbó entre dientes, sus ojos se
nublaron con
ensoñación—. Esa cosa magnifica está al acecho. Y tiene su vista
puesta en tu
chico, amor —dijo mirándome con un poco de lastima. Como si yo
hubiese
perdido el juego de Gaston por defecto. Por defecto en mi
apariencia.
—Dilo de nuevo Peter —advirtió Gaston con la mandíbula apretada—,
y lo
único que voy a estar lanzando a tu cabeza de alfiler va a ser mi
bota.
—¿Qué? —dijo Peter—. ¿Por estar diciendo la verdad sobre Mery
jadeando de calor para ti?
—No, imbécil —dijo Gaston, notas de ira se deslizaban entre sus
dientes—. Por
llamar “amor” a mi chica. Ella es mía. Sólo yo la llamo así. No un
insignificante
pajero con una boca muy grande.
No se había ido. El territorial Rottweiler que Gaston era cuando
llegó a mí.
Normalmente, me molestaba cuando él hablaba de mí como si yo fuera
algo
que pudiera ser de propiedad, pero ahora, después de oír hablar de
la diosa y sus
tetas, yo estaba bien con que él estuviera siendo territorial
conmigo como él
quería.
—Mi error —dijo Peter, levantándose y sacudiéndose el pantalón—.
Dado
que me parece que no puedo mantener mi boca cerrada, será mejor
que me
vaya a la cama antes de comerme un sándwich de nudillos en mi
cara. —Me
sonrió, pero sus ojos no se encontraron con los míos. En ellos
había un poco de
lastima hacia mí. Como si yo hubiera tenido ya mi tiempo y ahora
éste llegaba a
su fin. Iba a ser derrocada por Mery—. Lleven sus feos y peludos
culos a la
cama —gritó Peter a los rezagados que todavía miraban con los ojos
entrecerrados en el fuego—. Tenemos unos cuantos culos que patear
mañana.
Un coro de gruñidos y seguidos de chillidos ya que la mayoría de
los chicos
se levantaron y siguieron a Peter a sus respectivas tiendas o se
lanzaron a través de
las puertas traseras de sus camionetas. Esta noche no fue como me
había
imaginado que sería.
Gaston y yo nos sentamos acurrucados en silencio durante un
minuto, los dos
mirando como el fuego se consumía, esperando a que el otro dijera
algo primero.
—¿Te gusta ella? —susurré antes de que realmente lo hubiera
pensado.
El suspiro de Gaston fue largo e irritado. Era la primera vez que
yo recordara
que estuviera tranquila de que él estuviera irritado conmigo. Me
giré así que
quedé frente a él, pero todavía me encontraba entre sus piernas,
él me niveló a
mí con sus ojos oscuros.
—No —respondió—. No en la forma en que tu mente loca está
pensando.
Él solo había previsto la forma en que la palabra loca llegaría a
mi mente.
—¿Y qué hay de la otra forma?
Vi las últimas sombras de las llamas del fuego que se consumían en
el lado
de la mejilla de Gaston. —Ella está bien —respondió, levantando
las cejas y
esperando. Porque sabía lo suficiente sobre mí para saber lo que
venía.
—¿Ella está bien? —repetí, con mi voz en aumento—. ¿Está bien como
que
me gustaría follar con ella en dos segundos en el piso si fuera
soltero, o está bien
ya que ella es sólo una chica?
Gaston me había advertido meses atrás de no hacer preguntas si no
quería
respuestas honestas. Al instante me gustaría poder hacer mi
pregunta de nuevo.
—Rochi —dijo Gaston, desplegando la manta ceñida a mí alrededor,
agarrando mis manos cuando las dejó libres—, Eres mi chica. La chica. —Para
unirse a las otras emociones de su rostro, un rastro de dolor
también se reflejó en
él—. Cuando veo a Mery, o a cualquier otra chica, eso es todo lo
que veo.
Otra chica que no es mi chica. No las miro a ellas,
Rochi. Te miro a ti —continuó,
con el ceño fruncido—. Sólo te he mirado a ti.
La preocupación que apretaba mi estómago comenzaba a desaparecer.
—¿Podrías por favor, por el amor de Dios, parar tu acto de chica
paranoica?
Con Gaston, cuando él estaba así, lo mejor que podías hacer era
cesar y
desistir. Yo lo sabía, pero nunca fue un consejo que seguí y no me
gustaría
empezar ahora.
—¿Algo así como cuando tú te comportaste como un chico paranoico
con
Pablo y yo hace un rato? —Si mis palabras no señalaron con
hipocresía sus
palabras, mi mirada ciertamente lo hizo.
Las palabras de Gaston no salieron de su boca. Manteniéndola
cerrada, con
líneas en su frente mientras recostaba su espalda en un tronco.
Sus ojos
arrugados, con los ojos entrecerrados y sus dientes en el lado
derecho de su
mejilla. Esta era una de las nuevas expresiones de Gaston que se
había convertido
cada vez más familiar últimamente. Era su mirada de contemplación,
y que él
había trabajado mucho en sustituir cuando su reacción inmediata
era la ira.
Esperé dándole todo el tiempo y el espacio que necesitaba.
—Rochi —dijo al fin con voz suave—, ¿Qué quieres que haga? —Hizo
una
pausa, esperando mi respuesta, pero no estaba segura de lo que
hacía, así que
no hubo respuesta.
—Por favor, dime algo —continuó—. Dime lo que quieres que te diga,
y lo
haré, cuando se trata de Mery o de cualquier otra chica que se
meta en el
camino, y lo voy a hacer. ¿Quieres que les dispare una bola de
saliva entre sus
ojos? Que así sea. ¿Quieres que les saque el dedo en cualquier
momento en el
cual se paren en mi camino? Ya lo tienes. ¿Quieres que me saque
los ojos así no
podré ver otra de sus sonrisas sugerentes de nuevo? —Se arrastró,
la mitad de su
cara aplastándonos juntos—. Bueno, eso sería un asco, pero me
gustaría hacerlo.
Para ti. —Acunando mi rostro entre sus manos de nuevo, se inclinó
hacia adelante
para que sus ojos miren a los míos desde medio metro de
distancia—. Dime, nena.
¿Qué quieres que haga?
Yo no lo podía expresar con palabras porque cuando se lo pregunté
a
quemarropa, ni siquiera sabía lo que quería hacer ni que decir
cuando se trataba
de otras mujeres agitando sus tetas en el camino de Gaston.
Hombres como Gaston
no podían caminar por un cementerio sin ser golpeados
sucesivamente.
Entonces, ¿Qué quiero que haga cuándo llegue a la fuente
interminable de
chicas listas y dispuestas a tirarse en su cama en la primera
oportunidad que
tengan? ¿Quería que él fuera mezquino con ellas? Bueno, sí, algo
así, pero mi
parte salvadora del mundo se dio cuenta que esa no era la respuesta.
Entonces,
¿cuál era?
Esa pregunta tendría que seguir sin respuesta porque no tenía otra
cosa en
mi mente.
Enlacé mis dedos con los suyos en donde calentaba mi rostro, me
acerqué
más hasta que no había el espacio de medio metro que nos mantenía
separados. —Quiero que me lleves a la cama.
Estaba segura de que nunca había visto las arrugas de la cara de
Gaston
desaparecer tan rápido. —Ahora eso, no sólo puedo hacerlo
—respondió,
agarrándome entre sus brazos antes de levantarse—, puedo hacerlo
con una
sonrisa.
Podría haberme reído si me lo hubiese permitido, pero un nombre
todavía
colgaba entre nosotros. No estaba preparada o en condiciones de
presionar el
botón de borrado en Mery tratando de poner sus garras en mi
hombre.
—Espera hasta que eches un vistazo a la instalación que he hecho
para
nosotros —dijo Gaston con voz suave mientras me cargaba a través
de todo el
campamento improvisado hacia su camioneta oxidada. Era tan oxidada
que no
se podía decir si había sido originalmente de color negro o gris o
algún color entre
ambos. Había conseguido el camión por casi nada a algún viejo
campesino y
había utilizado parte de sus ahorros que consiguió trabajando en
el garaje para
comprar las piezas que necesitaba. El interior del coche se
hallaba en muy buen
estado, pero a juzgar por el exterior, el camión parecía que
necesitaba ser
desechado.
Me encantaba que a Gaston no le importara lo que los demás
pensaban
pero sí lo que yo pensaba. Amé cuando dijo que lo que contaba era
el interior.
Yo sabía que había hablado de autos, de la camioneta
específicamente,
cuando lo había dicho, pero todavía consiguió ablandar mis
rodillas.
Pasando a través de algunos de sus nuevos compañeros de equipo,
equipando sus camionetas. Gaston se detuvo en la parte posterior
de la suya. Bajó
la compuerta trasera con una mano, que chirrió al abrirse. —Su
habitación para
esta noche, señorita —dijo con voz cantarina, señalando el colchón
de
aire y el montón de mantas y almohadas que recubrían la parte
trasera de la
camioneta. Incluso había puesto una chocolatina en mi almohada, al
lado de
una rosa blanca.
En la escuela secundaria había aprendido lo que los colores de las
rosas
querían decir, y como podías descifrar las intenciones del
individuo, basándote en
la que te había dado. Rosa quería decir que estaba enamorado de
ti, amarillo
quería decir que quería que fuésemos amigos, no podía contar el
número de
rosas amarillas abandonadas que había visto decorando el interior
de los cubos
de basura en la escuela secundaria, los pasillos de color rojo
significaban que
estaba enamorado y el blanco representaba pureza.
Es decir que sus intenciones eran puras.
Lo que significaba que no quería hacer todas las cosas que una
chica
imaginaba hacer en la parte trasera de una camioneta por la noche.
Malditas rosas blancas, todas a la mierda.
Pero incluso en mi momento de odio a las rosas blancas, creo que
también
me encantó. Tan pronto como pensé que tenía a Gaston descubierto,
él
había ido y dejado una rosa blanca sobre mi almohada. En la cama
que íbamos
a compartir un par de horas después de que él hubiese accedido a
tener
relaciones sexuales conmigo en la cabina de su camioneta, pegada a
su volante.
—Puedes ser bastante romántico cuando te lo propones —le dije
mirándolo.
—No se lo digas a nadie —dijo, sentado conmigo en la puerta
trasera. Se
quejó por lo bajo de mí—. Sería arruinar mi reputación de
cojonudo. Además,
creo que las chicas se están poniendo en fila ahora… —Dio a
entender y me dio
una sonrisa de niño.
Le di un empujón en su pecho, esta reacción hizo que se riera.
Así que decidí hacer algo que no esperaba. Agarré con mis puños su
chaqueta térmica y lo atraje hacia mí.
—Ven aquí —dije en voz baja, bajando mis ojos a su boca—. Déjame
poner
a las chicas en su lugar.
Sus labios se habían separado sólo con su inhalación de sorpresa
cuando mi
boca los cubrió, trabajando en ellos para separarlos. Sus manos se
apoderaron de
la carne por debajo de mis caderas, deslizándome hasta el borde de
la puerta
del maletero, así que me moví a la derecha en su contra. En este
punto de vista,
nos quedamos ajustados perfectamente. El darme cuenta de esto me
hizo darle
un beso más, uniendo mis manos al juego de ser capaz de explorar
rápido o lo
suficientemente firme.
Podía oír el latido acelerado del corazón de Gaston, Podía sentir
como cada
parte de él me quería. Pude ver la incertidumbre eclipsar sus ojos
cuando mis
piernas terminaron apretadas alrededor de su torso, frotándome en
él. Podía
sentir el conflicto tratando de apoderarse de su descuido, y yo
quería pararlo en
seco.
Agarrando el borde de su camiseta, se la rompí en su espalda al
tratar de
sacarla por encima de su cabeza.
Sólo para ser detenida antes de que yo la hubiese subido por su
pecho.
—¿Sí? —le pregunté de nuevo, esta vez sabiendo la respuesta.
No se detuvo. —No —dijo con firmeza—. No así.
Gemí en voz tan alta que podría haber despertado a un par de
chicos que
se encontraban más cerca de nosotros. —¿No así como qué? ¿Caliente,
apasionado, una noche ardiente aparte del sexo?
Gaston sonrió tan ampliamente que la cicatriz de su mejilla se
arrugó.
Agarrando el portón trasero, trabajó en la regulación de su
respiración.
—Eso suena bien —dijo, con la respiración casi normal. La mía no
sería
normal hasta por lo menos otros diez minutos—. Pero realmente no
soy de la clase
de persona que motiva a su chica a tener relaciones sexuales a
causa de los
celos por otra chica. Al menos no en nuestra primera vez —dijo,
dándome un
beso en la sien—. Después de eso, con mucho gusto me entretendré y
soportaré
cualquiera o todos los episodios de sexo duro, celoso o enfadado
que quieras
echar en mi camino.
Lo empujé de nuevo, resolviendo lo de esta noche en un giro casto.
Pateé
las botas, me deslicé de nuevo en el colchón de aire, colocando
las mantas a mí
alrededor.
Sin dejar de sonreírme, Gaston se quitó sus botas y saltó dentro.
El colchón de
aire me pareció bien para recuperarme. Se colocó detrás de mí, con
un brazo
enrollado debajo de mí y el otro extendido por encima de mí,
sosteniendo una
rosa blanca.
Gaston se rió en la parte de atrás de mi cuello.
Tomé la rosa y la tiré fuera de la camioneta.

Jajajaja pobre Rochi ni sobria ni borracha le resulta :/...Gas es más tierno, lástima que no se dé cuenta que hace rato cambió
ResponderEliminar