sábado, 29 de marzo de 2014

UN AMOR PELIGROSO 2, CAPITULO 7

7
El único tiempo que perdí antes de ir tras él fue mientras tardaba en
ponerme la ropa interior de vuelta a donde pertenecía. Hice una
búsqueda preliminar desde el pasillo hasta la planta principal. Por
suerte para mí, Gaston era una torre que se hallaba en la misma habitación la
mayor parte del tiempo, pero también lo estaban muchos de sus compañeros de
equipo, así que hice mi camino hacia las escaleras, subí unas cuantas, saltando
por encima de una pareja haciendo algo muy parecido a lo que Gaston y yo
habíamos hecho detrás de una puerta cerrada. Mirando hacia la sala llena, no lo
vi. El hecho de que no estuviera a la vista hizo que mi estómago se revolviera
mientras mi imaginación jugaba conmigo, preguntándome con quién podía estar
abrazándose y dónde podrían estar encerrados.
Lanzándome por las escaleras, corrí por el pasillo, no siendo capaz de llegar
a su habitación lo suficientemente rápido. Me comportaba de una manera
irrazonable, lo sabía, pero no podía evitarlo. La loca había echado raíces y no
podía morir.
No llamé antes de entrar en su habitación, no muy segura de querer ver lo
que descubriría adentro. Suspiré de alivio cuando la encontré a oscuras y vacía.
Justo cuando estaba a punto de salir y buscar en el siguiente sitio, noté a una
figura de cuclillas en el suelo junto a su cama.
Sus codos apoyados sobre sus piernas dobladas, la cabeza colgando entre
ellas. Parecía roto. ¿Qué había hecho?
Cerré la puerta detrás de mí y crucé la habitación.
—¿Gaston?
—Vete, Rochi —dijo tan bajito que fue casi un susurro.
Nunca me dijo esas palabras antes, y las había escuchado dos veces en
menos de cinco minutos.
—No —dije, acercándome al lado de la cama en el que estaba apoyado.
—Vete —repitió, pasándose los dedos por la nuca.
Me arranqué los zapatos y me deslicé a su lado en el suelo.
—No —repetí—. Estás enojado conmigo y yo lo estoy contigo. Discutámoslo.
—Sí, estoy enojado contigo —dijo en el suelo—. Pero tengo una buena
razón para estarlo. ¿Por qué diablos lo estás tú?
Abrí la boca para responder.
—Y mejor que tu respuesta no tenga un “Mery” en ella.
No me gustaba la forma en que su nombre sonaba viniendo de él.
—Maldita sea, mi respuesta tenía su nombre en ella.
Gaston negó, todavía rehusándose a mirarme.
—Así que estás cabreada conmigo por Mery —dijo, sin ocultar su
sarcasmo—. Una chica a la que no he tocado ni mirado de una forma íntima.
Genial, eso hace que la mierda cobre sentido, Rochi.
Mi temperamento quemaba, pude sentirlo encendiéndose.
—No te hagas el tonto —dije—. Como si no fueras consciente de que ella te
dejaría tocarla de cualquier forma íntima que malditamente quisieras.
Gaston resopló. —Sí, bueno, sólo para que lo sepas, no hay muchas mujeres
aquí que no me dejarían hacerles lo que sea que jodidamente quiera. No hay
escasez de Merys en el mundo, Rochi. —Se detuvo, tomando un par de
respiraciones mientras yo trataba de no calcular mentalmente el número de
mujeres a las que les gustaría acostar a Gaston cada noche de la semana—. ¿Pero
sabes lo que me hace decir que no cada vez? ¿Sabes lo que me hace inmune a
cada mujer y a cualquier estratagema que aplique sobre mí? —No esperó mi
respuesta.
—Tú, Rochi —dijo, su voz cansada—. Puede que no haya escasez de
Merys por ahí, pero sólo hay una tú. Y esa es la persona a la que quiero
entregarme.
Decía todas las cosas correctas y, en verdad, no me había dado una sola
razón para dudar de él desde que aclaramos toda la pequeña situación entre
Gaston y Holly, pero no estaba preparada para ser apaciguada. No después de
toda la mierda que Mery me había disparado durante todo el día.
—Le dejas que lave tu ropa, Gaston —comencé, deseando que una pinza
mágica apareciese así podría ponerla sobre mi boca—. Limpia tu habitación. La
llevas a una maldita habitación de tu brazo con cientos de personas mirando. —
Mi voz huía conmigo, llenando el oscuro cuarto con su inseguridad—. Pasea los
dedos sobre tu limpia, ajustada ropa interior. ¡Maldita sea, Gaston!
Lo echaba todo sobre él. Todo lo que había reprimido hoy, cuando habría
sido más constructivo encontrar una pista de baile y desahogarme ahí.
Su cabeza se retorció en mi camino y si era por la oscuridad de la
habitación o por el actual color de sus ojos, parecían negros.
—¿No has escuchado lo que acabo de decirte? —dijo, sus dientes
apretados—. ¿Te has perdido cuando he profesado que todo lo que quiero es a
ti? ¿Incluso cuando estás actuando como una jodida novia loca? —Estrechando
sus ojos en mí, se levantó.
—Sí, escuché eso —contesté, saltando a su lado—. Así que soy tu chica. Soy
la única chica a la que quieres hacer gemir en el baño. Sí, lo entiendo. —Mis
palabras le hacían daño y observé como cada una añadía una profunda arruga
en su cara—. Pero dejas que ella te cuide como si fuese tu mujer. —Agarrando un
puñado de la recientemente hecha cama de Gaston, arranqué las sábanas—. Tal
vez no la quieras íntimamente, pero dejas que se adentre en tu vida íntima.
Gaston me miró fijamente, sus ojos entrecerrados como si no reconociera a la
persona de pie frente a él.
—Bien —dijo, arrancando las sábanas arrugadas de mi mano y quitándolas
de la cama. Enrollándolas en una bola, las arrojó al otro lado de la habitación.
—¿Contenta? —preguntó retóricamente mientras caminaba por la
habitación hacia su cómoda. Abriendo el primer cajón y sacándolo de su sitio,
llevándolo hasta la ventana. Gaston abrió la ventana, sosteniendo el cajón en el
exterior y lo giró, vaciando su contenido. Sus limpios, doblados bóxeres cayeron
como paracaídas hasta el suelo y el cajón los siguió.
—¿Contenta ahora? —preguntó de nuevo, alzándome las cejas mientras
seguía congelada junto a la cama. Lanzándose al otro lado de la habitación,
arrancó el segundo cajón de la cómoda. Regresando a la ventana de nuevo,
derramó sus camisas fuera. El cajón se astilló cuando golpeó el suelo.
—¿Todavía no? —Esta vez no me miró, simplemente corrió por la
habitación, sacó el último cajón y, cuando llegó a la ventana, lo arrojó todo junto.
El sonido de ello rompiéndose hizo eco en la habitación.
Girándose, me miró. Su pecho subía y bajaba duramente, sus ojos
parpadeaban—estaba perdido.
—¿Qué más, Rochi? ¿Qué más quieres que reviente hasta la mierda? —gritó,
esperándome—. ¿Huh? Seguro que hay algo más que pueda romper para
demostrarte mi amor por ti. ¿Qué es? —Estaba en frenesí, más al borde de lo que
jamás le había visto. Todo por mi culpa. Me encantó saber que tenía poder sobre
él, pero no este tipo de poder.
—Gaston —susurré, apenas siendo capaz de hacer sonido—. Para.
—¿Parar? ¿Por qué? —gritó, extendiendo sus brazos y dando vueltas por la
habitación—. Estoy demostrándote mi amor por ti. Así que vamos, Rochi. ¿Qué
más puedo arruinar para que seas feliz?
—Nada —susurré, mordiéndome el labio.
—¿Qué fue eso?
—Nada —repetí, mirándole—. Esto no es lo que quise decir, Gaston. ¿Por qué
te vuelves tan loco cada vez que te lo pregunto?
La piel entre sus cejas se arrugó. —¿Por qué lo haces?
Esa fue una pregunta para la que no tenía respuesta. La tomé
interiormente, observando a lo que mis celos e inseguridad le habían reducido.
Supuestamente iba a ser la persona que le traería consuelo y le apoyaría, pero
esta noche, había hecho todo lo contrario. Una lágrima escapó de mi ojo antes
de que supiera que estaba formada.
Los ojos de Gaston se estrecharon en ella, observándola caer por el lado de
mi cara. Una de la suya se tensó.
—Dime qué hacer, Rochi. Dime qué quieres de mí. Porque lo haré. Haré
cualquier cosa —dijo, poniendo sus brazos detrás de su cuello y mirándome como
si tuviera miedo de que desapareciese—. ¿Quieres que le diga a Mery que se
vaya a la mierda y que no vuelva ni a mirarla? Sin problemas. ¿No quieres que
hable jamás con ninguna otra chica por el resto de mi vida? Lo haré. —Cruzando
la habitación, se detuvo frente a mí, agarrando mis brazos—. Haré lo que sea.
Sólo dime que hacer. —Me sostuvo, mirándome mientras esperaba mi respuesta.
No tenía ninguna.
—Eres todo lo que tengo, Rochi. Haré cualquier cosa para no perderte —
dijo, su cicatriz pellizcando su mejilla—. Simplemente dime lo que estoy haciendo
mal y lo arreglaré.
Este hombre había sufrido ya bastante. ¿Por qué le hacía caminar a través
de más mierda?
—No estás haciendo nada mal, Gaston —dije, tragando. El es mi soñado
novio y tenía todas las características para serlo de por vida—. Soy yo. Estoy
haciéndolo todo mal esta noche. —Presioné mis manos en los lados de su cara,
tratando de alejar las arrugas en ella—. Vi a Mery toda loca por ti y dejé que
mis inseguridades me convirtieran en otra persona. Confío en ti. No confío en ella.
Suspiró. —¿Confías en mí?
Mi garganta se apretó porque tuviese que preguntarlo. —Sí, Gaston. Confío
en ti.
—¿Me quieres?
—Siempre —contesté, acariciando sus mejillas.
—Entonces que le den a Mery—dijo.
Arqueé una ceja.
—Alguien que no esté loco por su chica puede tirársela —aclaró,
sonriéndome—. No dejes que nadie se interponga entre nosotros, Rochi. Esta cosa
que tenemos será reto suficiente sin los gustos de Mery complicándola.
—Lo sé —dije, mirando hacia otro lado—. A veces se siente como si
estuviera esperando tocar fondo por debajo de nosotros. ¿Sabes? —Me sentía
culpable por admitirlo, pero era realista, y las parejas como Gaston y yo teníamos
más probabilidades en contra que a favor.
—Lo sé, nena —dijo—. Lo sé. Cuando lo hagamos, sin embargo, tendremos
que agarrarnos a una cuerda y esperar.
Asentí, preguntándome si este era el tipo de vida que nos esperaba a partir
de ahora. Abrazados por momentos de pasión, interrumpidos por problemas de
comunicación, seguidos por emborronamientos del maquillaje. No sería una mala
forma de pasar la vida.
—Vamos entonces —dijo, pasando sus manos por las mías—. Ven a la cama
conmigo. —Tendiéndome sobre la cama sin mantas, se quitó los zapatos, me
tomó entre sus brazos, y se desplomó sobre el colchón.
Rodándome hacia mi lado, se presionó contra mi espalda, envolviéndome
entre sus brazos y piernas. —Discutir contigo es agotador —dijo cerca de mi oído,
medio bostezando—. No volvamos a hacerlo.
—Está bien —mentí. Era una buena idea, pero una de la que Gaston y yo no
nos daríamos cuenta si durábamos. La gente como nosotros no pasaba a través
de la vida sin una gritona pelea de vez en cuando; esa era la realidad. Pero la
realidad era mucho más fácil de enfrentar con Gaston abrazándome como lo
hacía ahora.
Estuvimos tumbados así por un rato, en silencio y quietos, disfrutando de la
calidez del otro. Una brisa cruzó por la ventana, acariciando mi rostro. Sonreí.
—Espero que tengas más ropa interior escondida en algún lugar —dije,
codeándole las costillas, reproduciendo a Gaston lanzando sus cajones por la
ventana.
—Eso sería un: negativo —dijo con voz soñolienta—. No tenía ropa interior
limpia esta mañana.
—Espera —dije, de repente muy despierta—. ¿Eso significa…?
—Síp —contestó, acomodándose más profundamente en mi cuello, ya
medio dormido. Le daría un pase libre esta noche. Ganó un gran partido, me hizo
sentir cosas que una chica no debería difundir sobre la encimera del baño de un
chico, se mantuvo firme en una discusión conmigo, y logró decir exactamente lo
correcto para calmarme. Tenía derecho a estar agotado.
Sonriendo, me acurruqué más en él. —Eso podría haber hecho las cosas
mucho más interesantes en el baño.
Sentí su sonrisa curvándose contra mi cuello antes de seguirle hacia el

sueño.

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