un capuchino doble, una parada para descansar, y medio
tanque de gasolina más tarde, me dirigí hasta la calle de la
casa de Gaston. La calle ya se hallaba abarrotada de autos,
pero no permití que eso me detuviera. Sólo tenía una cosa en mente y
ya estaba cerca de ponerla en práctica, así que, paré en frente de la
casa, puse el coche en aparcar, y lo dejé en el medio de la calle. El
camión de Gaston se encontraba detrás del camino de entrada, lo cual
me decía que si el mío lograba ser remolcado, entonces tendría una
forma de regresar a casa.
Saltando a través del patio y por la escalera, entré. No olía tan
mal como pensé, luego de no haber venido durante semanas, pero
sabía que todo tenía que ver con la adrenalina despertando en mi
interior. Tenía un mensaje que entregar y no me iría de aquí hasta
hacerlo escuchar.
Corriendo a través de la habitación atestada de cuerpos, me
quité mi abrigo y lo dejé caer sobre el mueble más cercano. Me quité el
sombrero seguido de las manoplas. Reconocí algunas caras en la
multitud, pero la mayoría eran extraños cuyos ojos se posaron en mí,
probablemente preguntándose cuál era el motivo de la expresión
hirviente en mi rostro.
Abriéndome paso hasta el final de la sala donde se hallaba la
chimenea, vi a Gaston. Se encontraba sentado en el sofá, solo, con un
vaso lleno de cerveza en la mano, mirando fijamente a la chimenea
donde el fuego no quemaba. Su gorro gris había regresado,
posicionado hasta la frente.
El estómago me ardía, viéndolo así. Quería ir y envolver mis brazos
a su alrededor hasta asegurarme que debajo de la estatua sentada
frente a mí, se encontraba el hombre que amaba.
Pero eso tendría que esperar.
Había venido aquí en busca de alguien más.
Había conducido cinco horas para encontrar a esa perra Mery
y ponerla en su lugar—ayudándome con mi puño.
No tenía que adivinar quien se encontraba en el centro del
círculo de chicos a lo largo de la mesa del comedor. Un nuevo estallido
de adrenalina me atravesó mientras marchaba a través de la
habitación. Empujando mi camino a través del grupo de chicos, me
detuve delante de Mery.
Por un segundo pareció sorprendida de verme, luego sus ojos se
estrecharon mientras se cruzaba de brazos, luciendo enfadada de que
esté ocupando su espacio.
—¿Qué? —dijo, moviendo el cuello hacia un lado.
Sonreí. No debería haber venido a mí con palabras cuando yo ya
me encontraba más que hastiada de palabras. Mi brazo ya se
encontraba posicionado hacia atrás cuando sus ojos se abrieron,
dándose cuenta de que no estaba de humor para “hablar”.
Mi puño se disparó hasta su mejilla, lanzándola de regreso a la
multitud de chicos sorprendidos.
—¡Eso! —le dije, sacudiendo mi mano. Sus pómulos quedaron
marcados, pero maldita sea si no lo merecía—. ¡Perra! —añadí,
frunciéndole el ceño.
Enderezándose, se apartó de los chicos que la consentían.
Aquellos ojos se volvieron negros.
—Vas a pagar por eso —bulló, apretando los puños—. Esto va a
dejar un moretón.
Sin siquiera pensarlo dos veces, mi otro brazo salió disparado de
mi cuerpo, aterrizando en el otro lado de su cara. —¡Ahí! —grité,
sacudiendo esa mano también—. Ahí tienes otro, así combinan.
La piel de bronce de Mery brilló roja justo antes de que se
abalanzara sobre mí, sus dedos envolviéndose alrededor de mi cuello.
—¡Tú, puta sobrevalorada!
Dirigiéndome hacia la mesa, sus uñas se clavaron en mi cuello,
mientras me pateaba las piernas. Mi espalda se estrelló contra la mesa,
y el aire inmediatamente abandonó mis pulmones.
El impacto aflojó sus manos, así que me empujé a mí misma
debajo de la mesa, pero no antes de agarrar un puñado de su pelo y
tirarlo conmigo.
Mery gritó, sonando como una leona estreñida. Lanzándose al
otro lado de la mesa hacia mí, me rasguñó el brazo con el cual
agarraba su pelo. Santo Freddie Kruger, esas uñas. Iban a dejar una
cicatriz.
Ahora, mientras Mery y yo rodábamos, luchábamos, y casi
desatábamos la pelea de gatas del siglo, una multitud se reunía en
torno a la mesa. Los chicos gritaban, lanzando sus puños en el aire, y
cantando—: ¡Pelea de gatas! ¡Pelea de gatas! ¡Pelea! ¡Gatas!
La longitud del puto vestido de Mery se había alzado sobre sus
nalgas, y el tanga que llevaba no dejaba nada a la imaginación. Yo por
lo menos había venido preparada para la batalla con un par de jeans,
pero en algún lugar a lo largo del camino, se las había arreglado para
dividir mi blusa hasta mi ombligo, por lo que mi sostén de encaje blanco
se exhibía para todos los ojos saltones y celulares listos para tomar una
foto.
Otro mechón de pelo voló, y con mis palmas golpeé la mesa y caí
encima de Mery, logrando sujetarla a la mesa con mis piernas. Ella se
retorcía debajo de mí, intentando liberarse. Esta chica podría tener
quince centímetros y diez kilos más que yo, incluso aunque sólo sea en
su sujetador, pero yo era una bailarina y podía estrangular a un
rinoceronte sólo con mis muslos internos si fuera necesario.
Levantando mi mano en el aire, le di una bofetada en la mejilla.
—¡Esto es por todas las otras chicas que has embrutecido! —grité
por encima de ella, doblando mi mano en un puño y golpeándola—. Y
eso fue por Gaston. —Su labio inferior se había partido y sangraba, con las
mejillas rojas de incontables cachetadas y golpes, y su cabello parecía
un huracán que acababa de llegar a la ciudad. Yo no podría lucir
mucho mejor.
—Y esto es por mí —le dije, tragando una bocanada de aire y
mostrándole mi dedo medio. Sonreí, manteniendo mi dedo sobre su
cara.
Gritando, se retorció con más fuerza, logrando liberar una pierna
con la que rápidamente me golpeó en la barbilla.
Volé de la mesa, aterrizando en el suelo a los pies de los
incontables espectadores. Mery saltó de la mesa, cayendo encima
de mí, y soltando un frenesí de golpes y gruñidos. Esto ya no podía ser
clasificado como una pelea de gatas. De hecho, estoy segura que una
vez que todo esto sea difundido en Internet, la WW-algo nos llamaría
para firmar contratos de lucha libre.
—¡Qué demonios! —gritó una voz por encima del coro de gritos.
Antes de que Mery pudiera darme otro puñetazo en la cara, fue
empujada lejos, aterrizando a pocos metros de distancia sobre su
trasero cubierto por hilo dental.
—Rochi —respiró en mi oído, sonando tan asustado como nunca lo
había oído—. Te tengo. —Dos fuertes brazos se envolvieron a mí
alrededor, levantándome suavemente contra su pecho—. ¿Qué
demonios hacías? ¿Estás bien? —preguntó, tragando cuando me miró a
la cara.
—¿Gané? —le pregunté, dejándolo que me acercara a él.
Al mirar hacia abajo a Mery, sus ojos se entrecerraron.
—Le pateaste el culo, nena —dijo, levantando una de las
esquinas de su boca hacia mí.
El dolor comenzó a golpearme después, extendiéndose desde mi
cabeza.
—Entonces estoy bien —le contesté.
Exhalando, Gaston sacudió la cabeza. —Vamos a salir de aquí,
asesina —dijo, dirigiéndome a través de la multitud, sin importarle contra
quién o cuántas personas arremetía.
—¡Te ves muy bonita! —le grité a Mery a medida que la
pasábamos—. Puta —le deseché en buena medida.
Limpiándose su labio sangrante, se burló de mí. —Incluso en mi
peor día, tu novio todavía se masturba con mi cara cuando no estás
cerca.
Esta perra no tomaba bien una indirecta. Me retorcí en los brazos
de Gaston, intentado liberarme para poder terminar lo que había
empezado, pero me abrazó con más fuerza.
—¿Lista para la segunda ronda? —Bullí hacia ella, empujando
contra el pecho de Gaston.
—rochi—dijo él, moviéndose más rápido a través de la multitud,
probablemente con la esperanza de poner más espacio entre Mery
y yo—. Cálmate. Toma un respiro —me aconsejó, mirándome a los ojos.
Uno de ellos se sentía como que podría cerrarse por la hinchazón.
Tomando una cantidad formidable de esfuerzo, hice lo que me
pidió, tomé una respiración profunda y me visualicé a mí misma
fundiéndome en sus brazos.
—Y pensé que yo era el único con problemas de ira —dijo,
subiendo las escaleras—. Temo que luego de esta noche, me ganaste,
Rochi.
El dolor realmente empezaba a notarse ahora, combinando en
cada punta nerviosa.
—Ira por ósmosis —le contesté, moviendo la mandíbula. Sí, eso iba
a doler también.
Inmediatamente, lamenté las palabras. Su rostro decayó, aunque
intentó impedir que llegara a sus ojos.
No podía imaginar cómo rectificar todos los errores que le había
lanzado a Gaston —sólo parecía seguir añadiendo más al montón— así
que crucé mi mano sobre su corazón y dejé que me llevara a su
habitación.
Me llevó a su cama, apoyándome sobre un montón de
almohadas.
—Dios, Rochi —dijo, arrodillándose a mi lado y examinando mi
rostro. Realmente no quería saber, y estaba bastante segura como el
infierno que no me miraría en un espejo durante el próximo par de
semanas—. ¿Qué demonios pensabas?
Pasando mis dedos sobre mi cara, hice una mueca con casi cada
lugar que tocaba. —Pensé en darle a esa perra un poco de su propia
medicina —le dije—, haciendo de mi puño la medicación.
Suspiró, pasando la mano por el costado de mi cuello.
—No te preocupes —dijo cuando aparté mis manos para
encontrar manchas de sangre sobre mis dedos—. Te voy a curar. —
Levantándose, se lanzó al otro lado de la habitación—. Ya vuelvo —dijo,
desapareciendo detrás de la puerta.
Con Gaston fuera, el dolor realmente comenzó a desgastarme.
Había sentido dolor, y no era una enorme cobarde, pero esto se sentía
como si todos los nervios hubiesen decidido cultivar un corazón que latía
con fuerza.
Se había sentido tan bien en el momento —dando y recibiendo
una paliza con Mery— pero ahora empezaba a preguntarme por
qué lo había hecho. No lo lamentaba, simplemente me lo preguntaba.
Nunca había sido una persona violenta —tenía un mal genio, claro—
pero nunca dejaría que mis puños resolvieran un problema que tuviera
con alguien.
¿Por qué lo había hecho esta vez?
Todas las preguntas condujeron a una respuesta: Gaston.
Él no me había hecho perseguir a Mery, pero mi amor por él y
el dolor que me había causado Mery había sido el combustible de mi
fuego. Entonces me di cuenta que Gaston no era el problema. No era la
razón de que nuestra relación no sea nada, excepto explosiva. Era yo.
Era la persona en la que me convertí con Gaston a mi lado.
Mi enojo alcanzó su punto máximo en nuevos niveles, superando
el suyo, pero yo no tenía el auto-control para sofocar la ira antes de que
quemara a alguien.
No podía arreglarnos hasta arreglarme a mí misma. Y él no podría
arreglarme. Era una tarea que sólo me correspondía a mí.
Era una que no estaba segura de poder enfrentar.
Gaston regresó a la habitación antes de que yo pudiera conducir
esos pensamientos por un camino deprimente.
—¿Me extrañaste? —dijo, con un puñado de artículos metidos en
su pecho.
—Te extrañé —le contesté, descansando mi cabeza sobre la
almohada.
—Por suerte para ti, Rochi, elegiste empezar una pelea a mí
alrededor —dijo, dejando caer el contenido de sus brazos en la cama—
. Alguien que ha sido curado, atendido y cosido de casi cualquier tipo
de herida que algún hombre, o mujer —me sonrió—, pueda infligir al
cuerpo de alguien.
—Yo lo tenía todo planeado —dije mientras él rociaba con
alcohol algunas almohadillas de algodón—. ¿De verdad piensas que
fue una calentura del momento y que debería haber sabido pelear
mejor?
—Oh, no, Rochi. Parecía como si supieras exactamente lo que
estabas haciendo.
Secando mi mejilla con el algodón, se estremeció antes que yo.
Ardió, pero no peor que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—Te estás volviendo un peor mentiroso con cada día que pasa —
le dije, haciendo una mueca cuando pasó la almohadilla por encima
de mi ceja. Debí de haberme ganado un corte pequeño y agradable
allí.
Él sonrió hacia mi ceja. —Verdad por ósmosis.
Empecé a sonreír con él, pero me dolía la cara demasiado, así
que me conformé con una mirada pequeña. La ignoró, sin dejar de
trabajar en mi cara meticulosamente.
No debería haberlo hecho, pero lo miré trabajar sobre mí, sus ojos
se estrecharon al enfocarse, la punta de su lengua entre sus dientes,
mientras que atendía a cada rasguño, contusión, y corte. Nunca había
experimentado manos tan suaves como las suyas.
—¿Todavía me veo como una momia? —le pregunté un poco
más tarde, cuando se echó hacia atrás e investigó mi cara después de
deslizar otro vendaje sobre el lugar.
—Nah —dijo, cerrando la pomada de primeros auxilios—. Te ves
como la chica mala más bonita que alguna vez haya visto.
—Grandes elogios viniendo del rey de los tipos duros —le dije,
sonriendo a pesar del dolor que me causó mover la boca.
Juntando las envolturas vacías y almohadillas de algodón
manchadas de sangre, las vertió en el cubo de basura. —¿Te importaría
decirme de qué fue todo eso?
—Ya te lo dije —exclamé—. Darle a Mery un pedazo de
Mery.
—Sí —dijo, arrastrando las palabras—. Pero has querido pegarle a
Mery desde la noche en que el idiota de Peter la mencionó. ¿Por qué
elegiste hacerlo esta noche? —Agitando una botella de calmantes
para el dolor en su mano, me entregó tres. Las tragué sin líquido.
—Porque “el idiota de Peter” me hizo una pequeña visita hoy que
provocó mi necesidad de pelear con Mery.
Gaston estudió mis manos cruzadas sobre el regazo. —¿Te dijo lo
que le dijo Emilia?
—Sí.
—¿Entonces fui yo o Peter el que te convenció de que te había
contado la verdad? —Las arrugas alrededor de sus ojos se
profundizaron.
—Tú, Gaston —le respondí—. Te prometí que iba a confiar en ti. No
quería creerlo, pero confiaba en ti. Peter sólo fue el que arrojó una luz
sobre la verdad.
Su mandíbula se apretó. —Así que cuando entraste en tu coche y
condujiste hasta aquí, ¿viniste para ver a Mery? ¿O a mí?
No podía mentirle, pero no podía verbalizar la verdad. Mi falta de
respuesta respondió a su pregunta.
Sus ojos se cerraron mientras su cabeza caía sobre sus manos.
—Gaston —comencé—, no importa a quien vine a ver, no he venido
aquí para hacerte daño. —Deslizándome por la cama, deseé que los
calmantes para el dolor funcionaran más rápido—. Lo último que quiero
hacer es dañarte. Y eso es todo lo que parezco ser capaz de hacer
últimamente.
La única solución para no hacerle daño nunca más era
marcharme.
—Gracias por curarme —le dije, arrastrándome al final de la
cama—. Realmente sabes lo que haces cuando se trata de luchar
contra las heridas. Qué suerte la mía. —Le di una sonrisa por encima de
mi hombro mientras me levanté. Me tambaleé en el lugar cuando todos
mis músculos gritaron para que me quedara acostada. Apretando los
dientes, me dirigí hacia la puerta.
—¿De verdad odias tanto tenerme cerca que sales disparada
lejos de mí cuando apenas puedes levantarte?
Sus palabras me detuvieron, pero fue su voz la que me quebró.
Esa voz profunda y cálida en la que una chica podría perderse
acababa de ser drenada de toda su alma.
—No te odio, Gaston —le dije, mirando hacia la puerta—. Te amo.
Ese es el problema. Te amo malditamente tanto que no es saludable. —
Cogí un sollozo que estaba a punto de estallar en mi pecho—. Es por
eso que necesitaba tiempo y espacio. Es por eso que no puedo
quedarme aquí contigo un minuto más.
—Has tenido tiempo, Rochi. Te he dado tu espacio —dijo, la cama
gimiendo mientras se levantaba—. He envejecido cincuenta años en
tres semanas porque hice mi parte y me quedé lejos de ti. Pero ahora
estás aquí. Y a lo mejor no estás aquí por mí, pero de cualquier manera,
no podías estar lejos.
Hizo una pausa, y aunque no vi el agotamiento en su cara,
porque no podía darme la vuelta y enfrentarlo, podía imaginármelo.
—¿Necesitas más tiempo? Bien. Puedo darte eso. Podría hacer
cualquier cosa por ti, Rochi. Pero, por favor, por el amor de Dios, dame
un poco de esperanza.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla, sangrando en una de mis
vendas.
—Dame la menor brizna de esperanza de que todavía hay un
lugar para ti y para mí al otro lado de esto.
No podía mentirle. No podía hacerle daño. Por qué estos dos
deseos no podrían caber mano a mano, y esa era una de las razones
por las que había concluido que la vida no era justa.
—No voy a mentirte, Gaston —susurré, eligiendo no mentirle, por lo
que esta confesión, me hizo dañarlo.
Ahora sí que no podía estar en este cuarto por más tiempo.
Corriendo hacia la puerta, sintiendo que mis piernas iban a ceder bajo
mis pies con cada paso, me tragué las lágrimas.
—No te vayas —susurró.
Su solicitud funcionó en mí como si hubiera sido una demanda.
Oí el gemido del suelo mientras caminaba sobre él, poco a poco
viniendo detrás de mí.
—Quédate —pidió, deteniéndose detrás de mí. Podía sentir el
calor irradiando de su pecho, se encontraba tan cerca.
—No puedo —le dije, centrándome en el pomo brillante de la
puerta. Era tanto la puerta a mi escape como el camino a mi infierno
personal.
—Lo sé —dijo, y las tablas del suelo gimieron mientras daba un
paso más hacia mí. Su pecho rozó mi espalda, pero no me tocó en
ningún otro lugar—. No te quedes porque tú quieras. Quédate porque
yo quiero.
Maldita sea. Mi corazón no podría romperse otra vez antes de que
fuera imposible encajar de nuevo junto.
—Vamos —declaró, su corazón estalló en mi espalda—, piensa en
esto como un regalo de Navidad.
Cerré los ojos.
—Sé que no tengo derecho a uno, pero quiero uno. Lo necesito.
—Gaston tenía el orgullo suficiente como para no rogar, pero fue lo más
cercano que había oído—. Quédate.
Y esa fue mi perdición. El chico que hacía que madres cruzaran la
calle con sus hijos cuando lo veían caminando por la acera, el chico
que no tenía a nadie más, el chico al que amaba, rogándome para
que me quedara con él.
—Está bien —le dije, estirando mi mano hacia la suya.
Sus dedos se entrelazaron con los míos, masajeándolos como si
fueran capaces de darle fuerza. Girándome, levantó la mano a mi cara
y no hizo nada más que mirarme a los ojos.
Dejando escapar el aire que él había estado manteniendo
cautivo, me hundió en sus brazos, y Gaston me abrazó. Me abrazó
como si fuera todo lo que quisiera y todo lo que nunca podría tener. Me
abrazó sin la expectativa de un abrazo que conduce a otra cosa.
Fue el momento más íntimo que habíamos compartido.
Completamente vestidos, alineados verticalmente, bocas separadas, y
me ahogaba en la intimidad.
A medida que sus brazos comenzaron a desenrollarse de mí,
agarré una de sus manos y lo conduje a la cama. Acostándome, di
unas palmaditas en el espacio junto a mí. Avanzó lentamente hacia allí,
el colchón haciéndome rodar mientras se acomodaba a mi lado.
Enrollando mis brazos alrededor de él, metí la barbilla sobre su cabeza,
sabiendo que por la mañana, tendría que dejarlo ir. Pero no ahora. No
esta noche.
Deseaba que mañana nunca llegara.
—Te amo —susurró, sonando como si el sueño lo fuera a
encontrar en la siguiente respiración.
Tragué saliva, empujando hacia abajo el creciente dolor en la
garganta. —Te amo, Gaston.
* * *
No había dormido tan bien en semanas. Tres semanas para ser
exacta. Por supuesto que sabía qué, o quién, era responsable de las
ocho horas sólidas de sueño. Gaston seguía durmiendo en la misma
posición en la que se había quedado dormido anoche, a excepción de
las líneas que se habían suavizado en su rostro.
Casi le di un beso en los labios entreabiertos antes de detenerme
a mí misma.
Deslizando mi brazo de debajo de él, rodé a un lado de la cama.
Mi cuerpo se sentía rígido, como si tuviera que lubricar las articulaciones
para conseguir que se movieran correctamente. Echando un vistazo a
Gaston para asegurarme de que no se había despertado, me puse mis
botas y me levanté.
Esta hazaña dolía más que anoche, haciéndome desear que aún
tuviese la botella de calmantes en la guantera. Dándome a mí misma
una cuenta de tres, me permití darle una mirada. Así era como elegiría
recordarlo cuando mi corazón doliera con cada latido después de que
lo dejara. En paz, satisfecha al salir de su vida.
Dándome la vuelta, me moví a través de la habitación tan
silenciosamente como una persona rígida podría. La puerta chirrió al
abrirse, y mi adrenalina se disparó cuando miré de nuevo a Gaston,
segura que se levantaría en cualquier momento.
Pero seguía durmiendo, disfrutando de unos minutos u horas de
paz antes de que se despertara y descubriera que había escapado de
él sin un adiós, pero tal vez eso es lo que anoche había significado. Un
adiós.
Nuestro adiós.
Una vez que bajé al pasillo, las escaleras presentaron un desafío,
ya que cada escalón me hizo sentir como si los músculos de mis piernas
fueran a reventarse a través de la piel. Unos pocos rezagados de la
fiesta decoraban los sofás y alfombras, pero una vez que los pasé, me
encontraba fuera de la casa.
El Mazda no había sido remolcado, más allá de todos los milagros
de los policías de tránsito en todas partes, así que me deslicé en el
asiento del conductor, di vuelta a la llave y pisé el acelerador en el
siguiente instante. Ahora que yo había sucumbido ante lo inevitable, no
podría salir de aquí lo suficientemente rápido.
Ya había avanzado un par de millas por el camino, cuando paré
en la primera luz roja, y un pedazo de papel doblado descansando
sobre mi salpicadero llamó mi atención. Mantenía mi coche limpio,
demasiado limpio, así que sabía que no podría haber sido algún boceto
aleatorio o notas de clase. Tomándolo, lo desdoblé, inmediatamente
reconociendo la escritura a mano.
Sólo quería que supieras que estaría persiguiéndote ahora mismo,
desnudo si fuera necesario. Pero porque estoy respetando tu necesidad
de espacio y tiempo, voy a forzarme a mí mismo a mentir, aquí en la
cama, y fingir que estoy dormido.
No tenía firma, pero no lo necesitaba. Saber que Gaston se había
despertado en algún momento de la noche, consciente de que lo
dejaría sin una despedida formal, había garabateado una nota y
metido dentro de mi coche, me hizo maldecir el día en que dejé que la
duda entrara en mi vida. El momento, en algún lugar a lo largo del
camino, en el que había dejado que la duda se instalará entre Gaston y
yo, construyendo un muro tan alto que no habría manera en que
pudiera ver para escalarlo.
Sostuve la nota en la mano durante todo el camino a casa.

no!!! que vuelvan!!! seguii
ResponderEliminar