miércoles, 2 de abril de 2014

UN AMOR PELIGROSO 2, CAPITULO 8

8
su cuerpo no se hallaba envuelto alrededor de mí, como si me estuviera
protegiendo del mundo, ya no, pero estaba cerca. Cualquiera que
sea el vínculo que habíamos construido en los tumultuosos meses que
hemos compartido, pasamos a un nuevo nivel de conciencia cuando se trataba
del otro.
—Puedo sentirte mirándome fijamente —le dije, manteniendo mis ojos
cerrados y curvándome más profundo en la almohada de Gaston. Olía como a él,
tal vez por eso mis sueños eran tan dulces.
Enroscó su mano sobre la mía, llevándola a su boca. —Lo siento, Rochi —
dijo, besándome los nudillos—. No quería despertarte. Vuelve a dormir. —Girando
mi mano, presionó otro beso en la parte carnosa inferior.
—¿Cómo se supone que una chica va a dormir cuando estás haciendo
eso? —Sonreí, abriendo los ojos.
Sus ojos estaban fijos en mí, metálicos en la luz de la mañana. Una esquina
de su boca curvada hacia arriba.
—Ella no lo haría —dijo, saltando sobre la cama, aterrizando
estratégicamente sobre mí.
—Bueno —le dije, deseando poder tener un minuto para cepillarme los
dientes y pasar un cepillo por mi cabello, pero con Gaston, estos momentos de
descuido llegaban rara vez, así que no iba a perder la oportunidad excusándome
mientras que todos sus motores estaban encendido—, el sueño está
sobrevalorado.
Su mano se deslizó a mi lado, desviándose dentro y fuera por encima de mi
caja torácica, antes de ponerse en la parte superior de mi pecho. —Sí, lo está —
susurró, besando el área debajo de mi oreja.
Este era un infierno de despertador.
—¿Has cerrado la puerta? —bromeé, situándome por debajo de él, por lo
que las partes importantes quedaron alineadas. Nadie en su sano juicio entraba
en el dormitorio de Gaston cuando la puerta estaba cerrada. No, si no
deseaban llevar una abolladura del tamaño de un puño en la frente.
Desafiando mi previa suposición, la puerta de Gaston explotó abierta al
siguiente segundo, rebotando en la pared.
—Ehh —dijo Holly, haciendo una cara y sosteniendo sus manos sobre sus
ojos—. Ustedes son como un par de malditos conejos.
Así que todo el mundo excepto Holly sabía que lo mejor era no lanzarse a la
habitación de Gaston sin ser invitado.
—¿No tuvieron los dos lo suficiente el uno del otro anoche? —hablaba en
voz baja, al menos para Holly, y a juzgar por la forma en que enroscaba sus dedos
en las sienes, había tenido una noche salvaje.
—No —respondió Gaston, levantándose fuera de mí.
—Buenos días, Holly —murmuré, sentándome en la cama—. Genial verte.
—No te quejes como un bebé. Lo tuviste para ti misma toda la noche y
ahora tengo que pedirlo prestado unas cuantas horas o bien voy a perder mi
vuelo.
—Sí —le dije, arrastrándome fuera de la cama—. Tengo un lío de tarea que
terminar también. —Pasando mis dedos por mi cabello, me hice una trenza
rápida, ya que parecía que no habría tiempo para una ducha—. Parece que
tienes dos chicas que necesitan tus servicios de chofer esta mañana.
—Vivo para servir —dijo, con una expresión curvada en su cara que
delataba lo que pensaba. O revivía.
Yo no era una chica de sonrojarse, ese código genético no se había
construido en mi sistema, pero me pareció sentir uno arrastrándose por mi cuello
con su continua mirada.
—Todo correcto, chico amante —dijo Holly, chasqueando los dedos. Ella
hizo una mueca, agarrando sus sienes de nuevo—. El aeropuerto. En algún
momento de hoy.
Corrí alrededor de la cama, agarrando los zapatos que Holly me había
prestado, y saqué mi bolso del estante de su armario. Tomando sus llaves de la
mesa de noche, Gaston tomó mi mano y me llevó hasta la puerta.
—Ya era hora —susurró Holly, hurgando en su bolso.
Gaston enganchó la maleta de Holly ubicada frente a la puerta y nos abrimos
paso por el pasillo, pasando por encima y alrededor de los cuerpos que
decoraban el piso.
—Parece que nos perdimos de alguna fiesta —le dije, mirando a una pareja
en estado comatoso, preguntándome cómo en todas las acrobacias lograron
llegar a esa posición.
—Yo no diría que nos perdimos —dijo Gaston, mirando hacia mí con una
sonrisa sugerente.
—Creo que este es con el que lo hice como una adicta al sexo en remisión
anoche —dijo Holly, inclinándose sobre uno de los compañeros de Gaston que
seguía sonriendo en sueños—. O tal vez fue ese —dijo, apuntando con el pie la
mano del chico de enfrente e inspeccionando su cara—. Sí, definitivamente es
éste. De los dos, sus labios están más hinchados. Hablando de eso —agitando su
bolso, sacó un tubo de lápiz labial—, mis labios tienen un grave dolor.
—Pensé que habías dicho que tenías prisa, Hol —llamó Gaston desde las
escaleras hacia ella, manteniendo mi mano en la suya. Al final de la escalera, una
pirámide de cuerpos bloqueaba el camino. Saltando sobre ella, Gaston se dio la
vuelta, agarró mi cintura y me levantó sobre la barricada humana. Esperando a
que Holly vacilantemente se abriese paso hacia abajo, la levantó por encima
también.
El camión de Gaston se hallaba estacionado sin bloqueo, así que nos libramos
de eso. Viniendo por el costado de la casa, ropa y madera astillada adornaban
el patio lateral. Me detuve en seco, evaluando las habilidades de decoración de
Gaston.
—Alguien tuvo una visita de los monos de la ira anoche —dijo Holly,
deteniéndose junto a mí.
Mirando hacia Gaston, me miró por el rabillo de sus ojos. —Ellos ciertamente lo
hicieron.
—La rabia es una cosa terrible —añadió, cruzando el césped, pero no antes
de agarrar una camiseta oscura que estaba sobre un arbusto.
Sonreí a su espalda.
Para cuando Holly y yo arrastramos nuestros cansados y lentos traseros, al
camión de Gaston, él ya tenía la maleta de Holly en la cama y las dos puertas
estaban abiertas para nosotras. Quitándose la camiseta blanca que seguía
luciendo sobre su cabeza, la arrojó en la cama también. No es de extrañar que
nunca tuviera nada de ropa limpia. Levantó la camiseta negra por encima de su
cabeza, se detuvo y me miró, con sus cejas unidas.
—Todo está bien —le dije, rodando mis ojos. El hecho de que me
comportara como una lunática celosa anoche no significaba que quería
recordarlo. Eran sus ropas, independientemente de quien las había lavado y
doblado.
—Sólo comprobando —dijo con una débil sonrisa antes de tirarla por
encima de su cabeza.
Holly y yo nos quedamos fuera de la camioneta, viendo el espectáculo.
Metiendo la camisa en sus pantalones vaqueros, Gaston se detuvo, mirando hacia
nosotros con confusión.
—¿Qué? —preguntó, metiendo la parte de atrás y dándome una sonrisa
diabólica.
Aparté mi mirada, tratando de parecer poco impresionada cuando subí a
la cabina. —Oh, vaya “qué” a ti.
Holly rió entre dientes. —Tú sabes, Gaston, entre más viejo te haces, más feo te
pones —dijo, guiñándome un ojo mientras se arrastraba a mi lado.
—Sí, sí —dijo, subiendo al asiento del conductor y arrancó el camión—. Y
entre más vieja te haces, más mala te vuelves.
Agarrando mi muslo, me deslizó más cerca, hasta que ocupamos un
espacio destinado para una persona. No me dejó ir mientras conducía.
—¿Por qué parece que el jueves nunca va a llegar aquí? —gemí, cuando la
camioneta de Gaston se detuvo afuera de mi dormitorio
—Debido a que se siente de esa manera —respondió, rozando mi cabello
sobre mi hombro.
Gemí fuerte. Holly había logrado llegar a tiempo y, aunque había querido
que el viaje desde el aeropuerto fuera lento, por supuesto que no lo fue.
El adiós que Gaston y yo estamos obligados a hacer todos los domingos nunca era
más fácil. Íbamos a escuelas a casi cinco horas de distancia, por lo que la
posibilidad de colarse en una visita de lunes a viernes por la tarde se encontraba
fuera de cuestión. Cuando nos despedíamos, era un adiós por unos eternos cinco
días.
A excepción de esta semana. Sería sólo por tres días debido a las
vacaciones de Acción de Gracias. Era realmente un momento para estar
agradecidos.
—¿Así que estás de acuerdo en celebrar con mi papá y mi mamá el
jueves? —le pregunté de nuevo, sólo para asegurarme. Gaston ha sido civilizado,
mientras lo han sido, pero había una tensión entre las dos familias que dudaba
que incluso se aflojara con el tiempo. El padre de Gaston asesinando a mi hermano
porque mi padre lo había despedido, era el tipo de drama que los creadores de
televisivos ni siquiera podían imaginar. Era la clase de cosas que la gente no
"supera" después de unas pocas cenas familiares.
—Rochi —dijo, acariciando mi rostro—, eres mi familia. Donde tú vayas, yo
voy. —Parpadeó, mirando a través del parabrisas—. No hay nadie más que tú.
No me gusta hacer hincapié en la falta de familia de Gaston, porque hacía
que mi corazón doliera como lo hacía ahora. Gaston realmente no tenía familia. Sin
padres, sin hermanos, sin abuelos, tías o tíos. Y no debido a una elección. Toda la
familia de Gaston, uno por uno, lo abandonó.
Yo sabía, que en el fondo de su ira y posesividad sobre mí, eso era lo que
más temía de mi parte: que un día le diera la espalda y caminara tan lejos como
pudiera llegar.
El dolor en mi corazón se profundizo.
—Bien —dije, tratando de actuar como si no estuviera dolida—, porque
somos un equipo y los equipos no dejan a sus miembros ir a unas vacaciones en
familia solos.
—Muy bien, equipo —dijo, girándose en su asiento, evadiéndose tanto
como yo. Tomando una mirada a mi dormitorio que se asomaba en frente de
nosotros, suspiró.
—¿Hasta el jueves?
Tomé donde dejó salir su suspiro. —Hasta el jueves.
Inclinándose, sus ojos se dirigieron hacia mi boca. —Mejor que sea uno
bueno entonces.
Yo no podía dejar de sonreír, a pesar de sentirme como una mierda. Mojé

mis labios, me incliné más cerca, haciéndolo uno bueno.

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