me desperté con un sobresalto, pero duró poco. Estaba en
el asiento del pasajero en el auto de India, con el
cinturón de seguridad apretado a mí alrededor y la luz de
la mañana abriéndose paso dentro del coche. Miraba al techo porque
mi asiento estaba reclinado. Desabroché mi cinturón y me removí en el.
Gaston se encontraba reclinado en el asiento del conductor,
despierto y mirándome.
—¿Qué hora es? —pregunté, alejándome un poco más para
mirarlo directamente.
—Un poco después de las cinco, creo —dijo, las medias lunas bajo
sus ojos se oscurecieron. No estaba segura de cuánto tiempo Gaston
había pasado sin dormir, pero sabía que, fuera una noche o cuatro, no
era nada saludable.
Yo, nosotros siendo la verdadera barra de dinamita, era tan poco
saludable para él, como lo era él para mí.
Mi primera clase era a las nueve, así que no había manera de
evitar llegar tarde a menos que fuera a treinta kilómetros por encima del
límite de velocidad.
—Tengo que irme —dije, alcanzando la palanca para levantar el
asiento.
Gaston no se movió, sólo se quedó reclinado, enroscado en esa
posición, la mirada fija en el espacio donde yo había estado
durmiendo.
Finalmente suspiró. —Sí, lo sé.
Enderezando su asiento, salió del coche. Me esperó mientras yo
daba la vuelta, sujetó la puerta abierta y daba puntapiés al suelo. Otro
adiós que tenía que decir a Gaston, del tipo semipermanente, y no quería
hacerlo otra vez.
—Adiós —susurré, escurriéndome al pasarlo para meterme en el
auto, la palabra atascada en mi garganta con un sabor acre.
Sus brazos me rodearon repentinamente y me atrajo hacia sí,
sorprendiéndome. Se aferró a mí, negándose a dejarme, y se lo permití.
En el pasado, siempre se sentía como que era Gaston el que me sostenía
cuando nos hallábamos así de cerca, pero ahora se sentía como que
era yo quien lo sostenía a él.
Acariciando mi cuello con su nariz, su cuerpo se estremeció.
Empezaría a llorar de nuevo si no me dejaba ir.
Yo estaba a un suspiro contra mi cuello de derramar la primera
lágrima cuando sus brazos se alejaron, se sentía como si estuviera
rompiendo concreto para liberarlos.
—Adiós Rochi —susurró, presionando sus labios contra mi sien antes
de girar y marcharse hacia la casa.
No miró atrás ni una sola vez, pero lo observé hasta que
desapareció dentro. Arrastrándome en el auto, ajusté el asiento del
conductor, y justo antes de marcharme, eché un vistazo hacia la
ventana de la habitación de Gaston. Estaba allí, mirándome con los
mismos ojos con los que lo había observado mientras se alejaba de mí.
¿Por qué me hacía esto a mí misma? ¿Por qué no sólo apretaba el
acelerador, sin darle un segundo pensamiento a la ventana?
Por supuesto que sabía la respuesta. Lo amaba.
Pero a veces, como estaba aprendiendo, amar no era suficiente.
***
Unas pocas semanas pasaron. Unas pocas semanas nunca
habían pasado tan lentamente.
Gaston mantuvo su palabra, dándome el espacio que necesitaba,
tanto como para no enviarme un mensaje de “hola”. Porque soy quien
soy, parte de mí estaba agradecida porque él había respetado mi
pedido, pero la otra parte se sentía herida. Pero debido a que Gaston era
quién era, nada ni nadie le decía qué hacer, y una parte de mí sabía
que si él hubiera querido enviarme un mensaje de “hola”, lo habría
hecho.
El martes siguiente a nuestra separación indefinida, me desperté
con un nuevo juego de llantas de alta resistencia en el Mazda. No había
una nota ni nada que indicara quién había sido el hada nocturna de los
neumáticos, pero por supuesto que yo lo sabía. No sabía cómo lo había
hecho, pero el gesto, conociendo lo que costaban y el tiempo que le
había tomado ponerlas, me hizo derramar una nueva serie de lágrimas
esa mañana, después de haber tenido un día de descanso.
La semana siguiente desperté con una rosa apoyada en el
parabrisas. Una rosa roja.
Me había reducido a una de esas chicas emocionales poniendo
mis ojos en blanco, y dejando charcos de lágrimas dondequiera que
fuera. Me molestaba al máximo, pero seguí con eso.
Seguir sin Gaston se sentía como ir por la vida sin una brújula, así que
si mi cuerpo necesitaba algunas lágrimas para lidiar con eso, yo podía
manejarlo. Así que traté de perderme en la pista de baile. Me lancé a la
danza, que siempre había sido mi terapia, y que por primera vez, se
quedó corta en el departamento de sanación. No importaba cuanto o
cuán duro bailaba, el dolor no enmudecía. Incluso nunca se embotó.
Pablo y yo bailamos el último fin de semana en el recital de
invierno y la gente aún hablaba de ello. Me negué a mirar hacia el
asiento del centro de la primera fila, mientras bailábamos, porque sabía
que si lo encontraba vacío u ocupado por alguien más, no sería capaz
de continuar durante el resto de la función.
Tenía razón. Mientras Pablo y yo saludábamos, me resbalé y mis
ojos se dirigieron hacia ese asiento que había sido ocupado todo el año
pasado por un rostro sonriente. No esta noche. Un hombre de mediana
edad y rostro pétreo estaba sentado en el sitio de Gaston.
Tuve que cortar las reverencias y breves aplausos porque no iba a
llorar sobre el escenario. Todavía tenía un poco de sentido del decoro
cuando se trataba de dónde y a quién le dejaría verme llorar.
En resumen, era un desastre.
El viernes por la tarde, una semana antes de que la escuela nos
dejara salir para las vacaciones de invierno, me apresuraba hacia mi
dormitorio, esperando que, mientras más rápido caminara más caliente
estaría contra las no tan heladas temperaturas. Era un pensamiento
agradable.
—No creo que puedas lucir más molesta con el clima ni aunque lo
intentaras —exclamó una voz familiar mientras caminaba por el
sendero.
Alzando la cabeza me encontré con Peter, apoyado en el último
escalón frente a la puerta, enfundado en un enorme abrigo negro y
dándome esa sonrisa marca Peter.
—Hace mucho que no te veía —le dije, permitiéndome sonreír. Se
sentía bien tener un pedazo de Gaston cerca.
Peter arqueó una negra ceja. —¿No era esa la forma en que lo
que querías?
Envolviendo la bufanda alrededor de mi cuello una vuelta más,
caminé hacia él. —Maldita sea si lo sé.
—Mujeres —dijo, meneando la cabeza—. Ustedes juegan este
difícil juego de fingir saber lo que quieren, pero tan pronto como se lo
damos, quieren lo contrario.
Le sonreí con satisfacción mientras subía la escalera y pasaba mi
tarjeta magnética. No era necesario mantener una conversación en el
frío cuando había una habitación caliente a un pase de tarjeta
magnética de distancia.
—Eres bastante observador para un consumado jugador —dije,
manteniendo la puerta abierta.
Levantándose, Peter entró y lo seguí. Se desplomó en la primera
silla que se encontró en el área común.
—Este es un alojamiento muy agradable —elogió, evaluando la
habitación.
Ocupando el asiento más próximo me quité los guantes.
—¿Por qué estás aquí Peter? —pregunté, aún no lo había
mencionado, y sólo éramos amigos por asociación con Gaston. No
teníamos el tipo de relación que justificara el que condujera cinco horas
para visitarme.
Su rostro cayó. Mi estómago le siguió.
—Oh, Dios mío —suspiré—. ¿Gaston está bien? —Mi mente, por
supuesto, comenzó a disparar una lista de cosas que podrían haberle
sucedido.
—¿Qué crees? —me preguntó, mirándome.
—No juegues conmigo Peter —le advertí, mi corazón comenzando
a desacelerar cuando me di cuenta de a dónde quería llegar Peter.
Gaston estaba sano y salvo físicamente. Su corazón y su alma, por otro
lado, eran un caos sangriento, justo a la par conmigo.
—En términos de la reacción de tu cara, sí, está bien. No hay
huesos rotos, ni extremidades colgando, no se detectaron tumores
expandiéndose con rapidez.
Esperé a que mi pulso se normalizara.
—Entonces ¿qué pasa?
Mirando al piso, Peter se inclinó hacia adelante, apoyando los
codos en sus rodillas. Su pie golpeaba el piso como un pistón acelerado.
—Escuché lo que pasó con Mery —comenzó, lo que me hizo
estremecer. Había pasado tres semanas sin escuchar ese nombre y
tratando de no pensar en ello. Oírlo ahora me golpeaba contra la
pared—. Escuché la historia de Gaston, me contó la tuya, y el Señor sabe
que tuve que escuchar a Mery, fanfarroneando sobre haberse
acostado con el mariscal de campo que tiene novia.
Deseaba no haberlo invitado a entrar.
—De todos modos no pensé mucho en ello hasta que el drama se
calmó un poco. Le creí a Gaston porque es mi muchacho, pero incluso
tengo que admitir que tenía dudas sobre el testimonio de “de ninguna
manera en el infierno me acosté o me acostaría con Mery” —dijo,
sus ojos se movieron por la estancia—. Quiero decir, es Mery.
Mery..
—Lo entiendo Peter —le interrumpí, no estaba de humor para que
tuviera una erección mientras fantaseaba con ella frente a mí—. ¿Cuál
es tu punto?
Sacudiendo la cabeza, me miró. —Hace un par de noches estaba
con mi Hermana Espiritual siendo —su rostro se arrugó—, servido y puede
que haya estado un poquito achispada y se fue de lengua un poco
más de lo que a Mery le hubiera gustado.
Esa era una oración que no podía y no quería imaginar, así que
miré a Peter y esperé.
—Mi Hermana Espiritual es Emilia —explicó, lo que
realmente no me decía nada—. Ella y Mery son como mejores
amigas. Al menos tanto como pueden serlo esas chicas. Es más como
“eres mi enemiga favorita, así que te clavaré el cuchillo por la espalda
despacito cuando te des vuelta”. Ese tipo de cosas.
Nada de eso tenía que ver con Gaston y conmigo.
—¿Y? —Traté de no sonar irritada.
—Entonces Emilia dijo que al menos ella no había tenido que
organizar todo un cuento sobre acostarse con su jugador de fútbol.
Mis latidos se aceleraron de nuevo.
—La presioné indiferentemente por más detalles, y
aparentemente Mery le contó todo lo que pasó. Acerca de Gaston
entrando en la casa como un bólido después de su pelea contigo,
encerrándose en su habitación con una botella de tequila. Y así. No me
odies —dijo, mirándome como si estuviera un poco asustado de mí. Me
superaba por unos sesenta y ocho kilos y parecía que quería alejarse de
mí—, pero puede que yo le haya mencionado a Mery algo sobre su
pelea esa noche. Gaston se sinceró conmigo sobre lo que había pasado,
no mucho, no quería hablar mucho, pero no creí que fuera la gran cosa
decírselo a ella cuando llegó tarde esa noche.
Todas las piezas encajaban ahora, y darme cuenta de lo que
había sucedido me estaba causando toda clase de sentimientos.
—Emilia me dijo que Mery adivinó que eventualmente tú
aparecerías, así que acampó en la habitación de Gaston, desnudándolo
mientras el dormitaba en un estupor de tequila, colgando con una bata
de baño en frente a la ventana hasta que llegaste —Peter suspiró,
recostándose en la silla y mirando al techo—, y ya sabes el resto.
Las palabras me fallaron. Mi corazón latía tan fuerte que hacía
eco a través de mí. Había tantas cosas que necesitaba decir y que
tenía que hacer. Gaston había tenido razón.
No había dormido con ella. Me había dicho que no importaba lo
borracho que estuviera, nunca desearía a alguien más que a mí, o al
menos en ese momento. ¿Quién sabe lo que había cambiado en él
durante esas semanas de separación?
Tenía un montón de preguntas aclaratorias para Peter, y alrededor
de un millón de cosas que quería decir, pero sólo dos palabras estaban
en la punta de mi lengua.
—Esa. Perra.
Peter asintió.
—No son precisamente noticias de última hora. —
Levantándose rápidamente, bajó la mirada hacia mí—. Sé que no es
asunto mío, y que cargaré con un montón de mierda por parte de las
porristas si averiguan que delaté a una de ellas, pero no me importa. Me
agrada Gaston. Me agradas tú. Él te ama —dijo, metiendo sus manos en
los bolsillos—. Mereces saber la verdad.
Había tenido la verdad por semanas, y me había rehusado a
dejar que eche raíces.
—Siento lanzar todo esto sobre ti. Sé que querías tu espacio y
tiempo y todo eso, pero no podía no decirte.
—¿Gaston sabe que estás aquí? —le pregunté, pensando mi
próximo movimiento.
—No —dijo, dándome una tímida sonrisa—. Y probablemente me
patearía el trasero si lo supiera.
Asentí.
Palmeó mi pierna antes de dirigirse a la puerta. —Tengo que
regresar. Estamos preparando una gran fiesta hoy por la noche y
alguien tiene que montar los barriles de cerveza.
—¿Peter? —lo llamé.
Deteniéndose, se volteó.
—Gracias.
—¿Qué puedo decir? —dijo, pasando una mano por su cabello
oscuro—. Puede que nunca encuentre algo tan especial como lo que
tienen ustedes, pero seguro como el infierno que no voy a dejar que lo
tiren por la borda sin luchar.
¿Eso era lo que todo el mundo pensaba que había hecho? ¿Tirar
lejos mi relación con Gaston? Eso distaba mucho de como yo lo
describiría. Si algo, lo llevaba conmigo dondequiera que iba.
—Te hablo más tarde —ondeó la mano antes de abrir la
puerta y saltar por las escaleras.
Decidí que ese “más tarde” no iba a estar muy lejos.
Guiándome por mi instinto, dejándole dictar algo que era
imprudente y todos los matices de irresponsable, salté de mi asiento y fui
rebotando por la escalera frontal del dormitorio mientras la camioneta
de Peter se alejaba del estacionamiento.
Subí a mi auto y salí del estacionamiento con el rostro de una sola
persona en mente mientras me dirigía hacia el norte.

aaaa no me la dejes ahi!! seguilaa que vuelvaan y subi de vecinos porfaa
ResponderEliminarSeguilaa que se arreglen..
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