martes, 20 de mayo de 2014

Corazones latiendo, capitulo 26

26
Gaston
sostuve su cuerpo tembloroso durante unos minutos. Tantas
veces abrí mi boca para contarle la verdad. Decirle todo
acerca de Pablo. Sería tan fácil lanzarme en picada y explicarle
que estaba abrazando al príncipe, que él no estaba muerto en el
suelo. Pablo no era quien ella pensaba que era, pero de nuevo, no
era mi lugar.
A decir verdad, no había sido capaz de verla durante estos últimos
largos días. No quería hacerlo.
Dolía jodidamente demasiado mirar sus ojos inocentes y
esperanzados y mantener el grado de suciedad de lo que Pablo hizo
lejos de ella. No es que Holly fuera inocente, sino que como un
hombre, sabía que el tipo de viaje de poder que Pablo debe haber
sentido. Mierda, hasta el año pasado había vivido esa vida.
Añadiendo todo el espectáculo a la mezcla era suficiente
para ponerme en un estado catatónico del estrés. Juro que miré mi
pared durante diez minutos enteros sin hacer nada más que respirar y
tratar de calmarme. El estrés estaba atrapándome. Tenía las
envolturas de los caramelos para probarlo.
Pero cuando ella me envió un mensaje hoy, carajo, no pude decir
que no.
Todo se sentía mejor en sus brazos. Lo que era una locura. Nos
conocíamos desde hace poco más de un mes, y estaba dispuesto a
hacer cualquier cosa por ella. Sabía que ese tipo de sentimientos
eran posibles. La gente siempre habla sobre el amor a primera vista.
Nunca había creído en él. Nicolas lo hacía, sin embargo, y así lo hacía
Eugenia. Pero yo, nunca.
Y ahora, con Rochi en mis brazos, mierda, quería gritar por todo el
paseo marítimo que estaba enamorado de esta chica.
—¡Mierda! —Rochi se retiró de mi abrazo. Oh no. Su rostro se veía
pálido—. ¿Tu cumpleaños?
Suspiré con alivio.
—Sobre eso...
—¡Gaston! —Ella me dio un manotazo en el hombro—. ¿Es muy
pronto? ¡Dijiste que Eugenia te dio esa camiseta por tu cumpleaños!
—Este fin de semana. Viernes. Nicolas y Eugenia me harán una gran fiesta.
Quiero que vengas. —Me tragué la sequedad en la garganta—.
¿Serás mi cita? —Mis manos comenzaron a sudar. Carajo, uno
pensaría que nunca invite a una chica antes.
Los ojos de Rochi se iluminaron y luego frunció el ceño.
— ¿No tenemos el grupo el viernes?
—Después del grupo. Pensé que podríamos encontrarnos en tu casa
para el grupo y entonces te podría conducir a mí casa para la fiesta.
—¿Y cuándo ibas a contarme acerca de todo esto?
—Hoy. —Bien, así que estaba mintiendo. Quería decirle que ayer,
pero todavía no había tenido las pelotas para llamarla y verla cara a
cara después que todo se fuera abajo con Holly.
—Aviso corto, Gaston. ¿Cómo voy a tener tiempo para comprar
algo de ropa?
—Solo tienes que ir a Victoria Secret. —Me encogí de hombros—.
Estoy seguro de que pueden ayudarte.
—¿Así que es una fiesta desnuda, entonces? —Su pequeña mano
apretó contra mi pecho y luego corrió hacia abajo hasta que
enganchó el dedo en la cinturilla de mis jeans tirando de mí más
cerca contra ella. Santo infierno, un hombre podría morir feliz de esta
manera.
—Fiestas desnudas son la única manera de ir... —¿Qué demonios
estaba haciendo ella? Su mano se movió a mi estómago y empezó a
frotar por encima de mis calzoncillos. Sus uñas ligeramente arañando,
y, sinceramente, pensé que iba a caer por el borde del paseo
marítimo. Me tambaleé hacia ella y cerré los ojos.
—No sé si me gusta que hayas estado en fiestas desnudas.
Ella ronroneó, su pequeña mano malvada todavía volviéndome
loco.
—Yo no... —Carajo, ¿qué iba a decir?—. Quiero decir, yo...
Santo. Infierno. Su pulgar frotó sobre el hueso de mi cadera, y tiré
hacia ella como instinto.
—Gaston... —Sus labios encontraron los míos. Estaba tan caliente por
ella que quería tirarla sobre el reborde y arrancarle la ropa de una en
una, viendo como el viento corría por su piel cremosa y...
—... helado.
—¿Helado? —repetí lentamente saliendo de mi ensoñación.
¿Qué pasa con el helado? Espera, ¿adónde fue su mano? ¿Por qué
estaba tan jodidamente encendido?
—Vamos a tomar un helado, y me puedes decir todo acerca de tu
fiesta. —Ella guiñó un ojo y se puso delante de mí. Si esperaba que
caminara ahora tenía que pensarlo de nuevo. Hace un momento ni
siquiera sabía cuál era mi nombre. Miré. Ella inclinó la cabeza y
guiñó. Sabía exactamente lo que estaba haciendo esa pequeña...
oh, pero qué manera de hacerlo.
—Necesito un minuto.
—¿Oh? —Inclinó la cabeza inocentemente.
Sentí que mis fosas ardían.
—Uno, dos, tres...
—Espera, ¿por qué estás contando? —Ella retrocedió lentamente.
—Cuatro, cinco, seis...
—Gaston... —Se rio y luego resopló.
Estiré los brazos por encima de mi cabeza y bostecé.
—Siete, ocho, nueve...
Sus ojos se abrieron.
—Diez. —Me abalancé sobre su pequeño cuerpo y la pillé justo
cuando estaba girándose para correr. Pateó y gritó, pero era como
una pequeña hormiga luchando contra un oso. Sin esfuerzo la llevé
hacia el océano.
—¡Suéltame!
—¡Nop! Necesito refrescarme... —Me reí cuando empezó a gritarme y
golpear sus puños diminutos sobre mi espalda.
——¡Gaston Dalmau!
—Grita de nuevo, cariño, solo me hace necesitar más el agua
helada.
Ella se retorció contra mí.
—De acuerdo. —Bufé y golpeé su trasero—. Eso ayudará.
—¡Gaston!
—Rochi —grité y luego entré al océano con ella en mis brazos.
Cuando el agua llegó a mis rodillas estaba suficientemente enfriado.
Y entonces sus ojos se encontraron con los míos y otro tipo de calor se
propagó a través de mi cuerpo. Uno que no quería refrescarse. Uno
que quería recordar por el resto de mi vida. La deje en el suelo sobre
sus pies. Las olas se estrellaban contra nuestras piernas, pero no sentía
frío.
—Me gustas más allá de gustar —susurré mientras alejaba el cabello
batido contra su mejilla por el viento.
Cerró los ojos y suspiró contra mi mano mientras acunaba su mejilla.
—Me gusta más allá de gustar también, que es lo que lo hace tan
difícil.
Mi estómago cayó. Y lo siguiente que supe es que me empujó,
haciendo que mi balance tambaleara ligeramente, lo que habría
estado bien si una ola no hubiera escogido ese preciso momento
para estrellarse al lado de nosotros.
Bien, ahora estaba frío.
—Uno —grité mientras saltaba fuera del agua congelada.
Ella chilló.
—Oh no, Gaston Dalmau está contando de nuevo.
—¡Dos! —Ella se unió a burlarse de mí. Echó la cabeza hacia atrás y
soltó una carcajada.
Esta vez ni siquiera llegué a tres. La abordé contra la arena mientras
el agua helada caía sobre nosotros.

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