sábado, 3 de mayo de 2014

UN AMOR PELIGROSO 2 capitulo 14

14
la escuela estaba oficialmente cerrada por las vacaciones de
invierno. India se había ido ayer para una Navidad soleada y
arenosa en Barbados, junto con el resto de los residentes del
dormitorio, y ya que mi vuelo no era hasta el domingo por la mañana,
iba a tener un fin de semana tranquilo para mí sola. La perspectiva no
era atractiva en ningún nivel de la escala de placer.
Aparte de la nota, no había tenido ningún contacto con Gaston
desde que huí en el auto la mañana del sábado pasado. Y a pesar de
que había llorado en mi cama todas las noches, sintiendo sus brazos
fantasmas alrededor de mí, habían valido la pena esas ocho horas el
sábado por la noche. El placer de entonces valió la pena el dolor de
ahora.
Sentada en la silla giratoria, mirando la cafetera filtrando, yo sabía
que no podía pasar el rato en esta habitación vacía durante otras
veinticuatro horas. Corriendo a mi armario antes de que pudiera
cambiar de idea, me deslicé en unos pantalones, botas, y debatí que
usar en la parte superior. El debate había terminado cuando mi mano
apretó la sudadera naranja gigante doblada en el estante superior. Me
la puse y, después de reorganizarme el pelo y aplicar un poco de
maquillaje, me encontraba fuera de la puerta, con las llaves y el
monedero en mano.
Me dirigí al norte del aparcamiento, comprobando el indicador
de combustible para asegurarme de que tenía el depósito lleno. Iba a
ser un viaje largo.
Hoy era un gran partido de eliminatoria. Un día
antes de Nochebuena se esperaba que fuera el juego de la
temporada. No podía faltar. Me perdí el último par de partidos en casa
de Gaston y no podía faltar a otro.
Podríamos haber estado tomando un tiempo, pero todavía podía
desaparecer en la multitud de decenas de miles de personas y
disfrutarlo en el juego que había sido creado para él. Era una cosa
egoísta lo que estaba haciendo, pero teniendo en cuenta que me
encontraba sola un día antes de Navidad, hoy egoísta parecía más
aceptable.
Pasé el tiempo de conducción escuchando algunos de mis discos
favoritos, tratando de no pensar acerca de Gaston, en su defecto, y luego
darme a mí misma un temprano regalo de Navidad y escribirme un
pase libre para pensar en Gaston tanto como yo quería hoy.
Estaba a menos de media hora para empezar, lo que significaba
que tenía que aparcar a un kilómetro de distancia y caminar. Me
encantaban los partidos de fútbol, siempre lo habían hecho. Incluso
cuando era una niña, arrancaba la hierba en el banquillo durante los
partidos, me encantaba.
Me encantaba el rugido de la gente, me encantaba el choque
del casco golpeando otro casco, me encantaba la energía en el aire,
me encantaban los perros calientes. Me encantaba todo.
Pero sobre todo, me encantaba ver jugar a Gaston. Jugaba con el
corazón de un jugador que realmente amaba el juego. Él habría jugado
todos los días, incluso si no era a cambio de una beca universitaria o,
algún día pronto, a cambio de millones de dólares al año.
Gaston jugaba porque lo amaba.
Y me encantaba verlo jugar.
Haciendo mi camino hasta la taquilla, inmediatamente me
hubiera gustado haber elegido otra.
—Usted consigue estar más bonita cada vez que la veo, jovencita
—dijo el hombre mayor detrás de la mesa con una sonrisa. Su nombre
era Lou, y me recordaba a mi abuelo—. No la he visto los dos últimos
partidos. El Sr. Gaston no ha estropeado las cosas con usted, ¿no?
Le devolví la sonrisa educadamente.
—No señor, Gaston no ha hecho nada para estropear las cosas —le
dije, cruzando los brazos sobre el mostrador.
—Es bueno saberlo, señorita. No me gustaría tener que
enseñarle una lección sobre cómo un hombre tiene que tratar a una
mujer.
—No creo que alguno de nosotros quiera eso. —Sonreí y esperé a
que Lou terminara. Al hombre le encantaban las bromas de ida y vuelta
conmigo y por lo general me sentía feliz de seguirle el juego, pero ésta
vez era diferente. Dudé de que si él supiera cuanto había dañado a
Gaston, estaría bromeando cordialmente conmigo.
Leyendo a través de la pila de entradas, sacó dos. Gaston siempre
dejaba una para mí y una extra por si quería traer a un amigo.
—Me preguntaba si estas entradas se quedarían sin reclamar de
nuevo hoy —dijo, deslizándolas a través de la ventana—. Si no estuviera
seguro de que el Sr. Gaston saldría del campo para sacarme físicamente,
yo podría haber resbalado en uno de estos asientos.
—¿Por qué no los tomas hoy, Lou? —le dije, devolviéndoselas—.
Hoy sólo quiero una entrada de admisión general.
—¿Por qué quieres una entrada general cuándo tienes asientos
de primera fila, cariño? —Profundizó las líneas de expresión en su rostro.
—¿Por favor, Lou? —le pedí, mordiéndome el labio. No quería
explicarle lo que no podía explicarme a mí misma—. ¿Sólo una entrada
de admisión general?
Suspiró, tamborileando con los dedos sobre el mostrador.
—Está bien —dijo—, pero sólo porque no puedo decir que no a
una cara bonita.
Buscando una entrada general sobre las otras dos que Gaston
reservaba para mí cada juego, las deslizó por la ventana hacia mí.
—Está es de la casa, pero tienes que llevar estas dos contigo. El Sr.
Gaston tendría mi trabajo si supiera que estuviste aquí y no te las di.
—Gracias, Lou —le dije, tomando las entradas—. Tal vez uno de
estos juegos tú y yo podemos usar estos juntos.
Los ojos marrones Lou se suavizaron.
—Eso sería un verdadero honor, señorita.
Tomando las entradas sobre el mostrador, me di vuelta para
dirigirme hacia las puertas.
—Gracias de nuevo.
Él asintió, mirando sin saber qué decir.
Caminando a través del túnel, el rugido de la multitud se
amplificó. Me apresuré, sin querer
perdérmelo. Este era uno de mis momentos favoritos del juego. Cuando
Gaston llegaba corriendo a toda velocidad en el campo, conduciendo
un ejército de hombres, todos luciendo como si fueran tan invencibles
como ellos creían que eran, siempre me ponía la piel de gallina.
Gaston era el único en la yarda veinte cuando alcancé la vista del
campo. En ese momento, mirándolo, haciéndose cargo de sus
compañeros de equipo, sabía que había tomado la decisión correcta
al venir. El peso que había atado a mi espalda se desató al momento
en que mis ojos lo encontraron. Podía llenar mis pulmones de nuevo,
podía formar una sonrisa que no se sintiera obligada, podía sentir los
latidos de mi corazón como si no fuera más una tarea.
Me quedé mirándolo hasta que el equipo se había instalado en el
juego de pre-calentamiento antes de hacer mi camino a mi asiento. Vi
a una chica muy embarazada inspeccionar sus entradas con el que
supuse era su marido, vestido con un uniforme del Ejército, les eché un
vistazo otra vez. Mirando fijamente a las gradas, sus ojos se posaron
hacia atrás cuando di el primer paso hacia arriba.
Me detuve, viéndola dar un segundo paso. Si al estar
embarazada significaba que subiría un escalón cada cinco segundos,
no estaba segura de que disfrutaría mucho de ello.
—¿Quiere cambiar? —pregunté de repente. No podría verla
aspirar otro aliento mientras intentaba un paso más—. Son muy buenos
asientos.
El marido me miró, confundido, y luego estudió las entradas que
yo les ofrecía. Sus ojos se abrieron.
—No me malinterprete, señorita, porque yo vendería mi
primogénito por entradas como esas —le disparó a su esposa una
sonrisa maliciosa mientras ella le golpeó el brazo—, pero ¿ve esa fila,
muy en el fondo, a la derecha donde las narices de unos pocos
espectadores están sangrando? Esos son nuestros asientos.
Me gustaban estos dos ya.
—¿Cómo está la vista desde allí arriba?
—Es una mierda —me respondió, ayudando a su esposa a bajar
las dos escaleras que acababa de subir.
Empujando las entradas en su mano, sonreí.
—Bueno, la vista de estos asientos no es así —dije, retrocediendo.
Comencé a moverme porque el juego no iba a esperarme hasta
que me sentara.
—Hágame un favor y asegúrese de darle al número diecisiete un
mal rato. —Dándome la vuelta, seguí caminando, sonriendo todo el
camino a mi asiento.
Lou me había dado una entrada de admisión general sólida.
Sobre todo desde que había llegado tarde y no tenía una entrada
reservada. Había dos asientos vacíos al final de la fila, el mío era el
segundo. Sonriendo a la familia en la fila de delante de mí, el niño más
pequeño se giró en su asiento para mirarme. Él tenía un jersey naranja
con el número diecisiete.
—Me gusta tu camiseta —le dije—. Tengo una igual.
Sus ojos se abrieron valorizando. Era bueno saber que podría
impresionar a un niño de cinco años.
—¿Tú también quieres ser como Gaston cuándo crezcas?
Este muchacho con un puñado de pecas y el cabello desaliñado
me iba a hacer llorar. Por las malditas cien y un veces este mes pasado.
—Claro que sí —le dije mientras se dio la vuelta en su asiento.
—Yo también —dijo mientras su madre me lanzó una mirada de
disculpa. Le hice señas para que no se preocupara—. No debería estar
diciendo esto ya que eres una extraña y una chica, pero Gaston es un
superhéroe disfrazado —susurró, mirando de un lado a otro.
—¿Lo es? —le dije, mirando hacia abajo a él en el campo,
calentando el brazo en alto. Lanzando la pelota, miró hacia las gradas,
estudiando la primera fila—. ¿Qué, acaso el tipo de lycra naranja y
blanca le da su estatus de superhéroe?
El rostro del muchacho se arrugó, dándole vueltas a eso. Dos
segundos más tarde se aclaró.
—No —dijo con confianza—. Cualquiera puede salir y comprar un
poco de lycra naranja y blanca. Pero nadie más puede ser como Gaston
Dalmau.
Saqué un paquete de caramelos de mi bolso y le ofrecí uno. Era lo
menos que podría hacer por el fan número uno de Gaston.
—Ya que soy una chica y todo eso, y no estoy dentro del círculo
de superhéroes —dije, agarrando un caramelo para mí—, ¿con quién
está confabulado, con Superman o Wolverine?
—Danny, ¿estás molestando a ésta señorita? —llamó su mamá al
otro lado de la fila de lo que supuse eran sus hermanos mayores.
Él se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo, mirándome—. ¿Te estoy molestando?
—Está bien —le dije a su madre—. Me está haciendo compañía.
—De acuerdo —dijo ella, dándole a Danny la mirada de mamá—.
Mantén los modales, ¿sí?
—Sí, mamá —respondió, apoyándose sobre sus rodillas y sacando
la barbilla en la parte posterior del asiento—. ¿Tu papá y mamá no te lo
han explicado todavía? —preguntó, arrugando la nariz pecosa.
—¿Explicarme qué?
—Los superhéroes no son reales —dijo, viéndose un poco triste
para mí—. Ellos te lo hacen creer.
—Pero pensé que acabas de decir Gaston era uno —le dije,
masticando el final de mi caramelo.
El chico puso los ojos en blanco y suspiró.
—Los superhéroes de los Cómics no son reales. Gaston es un
superhéroe de la vida real.
—Oooooh —le dije, asintiendo con la cabeza—. Ahora lo
entiendo.
La cabeza de Danny se dio la vuelta cuando los equipos se
alinearon en el campo para el comienzo del partido.
—¿Así que calificas a Gaston cómo un superhéroe? —dije,
inclinándome hacia adelante y mirando el campo con él. El equipo
visitante comenzó cuando atacó el campo.
Danny me echó un vistazo, luciendo como si esta pregunta fuera
más insultante todavía.
—Es fuerte, es rápido —comenzó contando con los dedos—.
Puede lanzar una pelota de fútbol, como a dieciséis kilómetros. Va a
casarse con la chica más hermosa en el mundo y van a tener pequeños
bebés superhéroes. —Hizo una pausa, yo no estaba segura de si era
porque había terminado con su lista o recuperaba el aliento.
—¿Algo más?
—Y un día, va a ser presidente
—dijo, retorciéndose en su asiento cuando Gaston llevó a su línea ofensiva
en la posición en los sesenta.
—Así que todas esas cosas lo convierten en un superhéroe, ¿eh?
—le dije, sin dejar de mantener una conversación. En parte porque el
niño podría seguirme el ritmo en un par de mis temas favoritos: el fútbol y
Gaston. Y en segundo lugar, porque se sentía bien hablar. Con alguien.
Incluso si ese alguien era un pequeñito, pecoso, adorador de
superhéroes.
—Bueno, sí, eso y... —Se quedó mirando el campo cuando Gaston
sacó una de sus notorias simulaciones de mariscal de campo y controló
el balón hasta la zona de anotación antes de que el otro equipo
hubiera entendido qué demonios pasaba—. Eso —dijo Danny, saltando
en su asiento y agitando las manos hacia donde Gaston había anotado
seis puntos en el primer minuto de juego.
Una vez que los aplausos se apagaron en un rugido sordo, Danny
se dio la vuelta en su asiento, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Ahora me crees?
Habría sido imposible discutir.
—Te creo.
Y así es como la primera mitad del juego continuó. Danny y yo
bromearíamos entre gritos sobre nuestras cabezas cuando el equipo
local conseguía poner otro balón en la zona de anotación. No podría
haber imaginado un mejor regalo de Navidad para mí.
Al igual que todos los partidos que Gaston había jugado, jugó éste
como si su vida pendiera de un hilo. Era bueno porque tenía talento. Era
el mejor porque él creía que lo era y jugaba en consecuencia.
Y cada uno de nosotros en las gradas fuimos testigos de una
leyenda en ciernes. El nombre de Gaston no se disolvería en los libros de
registro de la universidad de fútbol, sino que sería inmortalizado por los
chicos jóvenes como Danny, quien contaría historias de Gaston alrededor
de la mesa para sus hijos.
Yo sabía que podría estar sensible respecto a esto, pero parecía
que Gaston no podía dejar de mirar hacia arriba en esa primera fila cada
vez que se sentaba en el banquillo. Probablemente sólo lo imaginaba,
esperando que me buscara, preguntándose quien se encontraba en mi
asiento, pero éste era mi regalo de Navidad y tenía carta blanca para
saltar a cualquier conclusión que quisiera.
En la primera mitad, nos adelantamos por dos touchdowns, una
hazaña increíble teniendo en cuenta, que los analistas dijeron que se
trataba de uno de los juegos más reñidos en la historia del fútbol
americano universitario, mientras Gaston dirigió el equipo fuera del
campo.
Danny se había quedado mayormente tranquilo una vez que el
juego había comenzado, aparte de lanzar alabanzas al fútbol, o más
específicamente a Gaston. Estaba por levantarme y entusiasmarlo,
cuando Danny se giró en su asiento, sus ojos subieron a unos asientos
sobre nosotros.
Sus ojos no podían haberse ampliado aún más. A continuación,
un montón de otros espectadores comenzaron a retorcerse en sus
asientos, dando codazos a sus acompañantes y agitando sus manos o
señalando hacia las gradas.
—Santa…
—¡Danny! —advirtió su mamá, disparándole una mirada—, los
modales.
Dándome la vuelta en mi asiento, eché un vistazo sobre mi
hombro y casi inmediatamente me sentí mareada. No habría creído
que Gaston bajando la escalera fuera real si todos a mí alrededor no lo
miraran como yo, con asombro.
—Hola, Rochi —dijo, deteniéndose al final de la fila.
—Hola —le contesté, dándole una sonrisa tímida. No esperaba
que él supiera que me encontraba aquí, yo no tenía la intención de que
alguna vez lo averiguara.
—¿Disfrutando el juego desde aquí? —preguntó, dejando caer su
casco y cayendo en el asiento vacío a mi lado.
—Sí —le contesté, sin mover mi brazo cuando el suyo se presionó
contra el mío—. Estás jugando un gran juego. Teniendo en cuenta a
todos diciendo que éste podría ser el primer juego que alguna vez has
perdido.
Podía sentir los ojos de Danny en nosotros, sin perderse nada. Él
realmente creía que Gaston era un superhéroe, y actuó en consecuencia.
—Bueno, una vez que supe que estabas aquí, yo podría haber
pateado al otro equipo —dijo, sonriendo inclinado hacia mí.
—Lou te lo dijo, ¿no? —supuse.
—No era necesario que Lou me lo dijera, Rochi —dijo, mirando
entre el campo y yo—. No necesito que alguien me diga cuando mi
chica está en las gradas. Podría reconocerte incluso si estuviera
jugando en el Superdome9 y tú estés sentada en la fila trasera.
Por supuesto que podría. ¿No podría yo haber hecho lo mismo
con él?
Fui tonta al pensar que podría entrar en este juego y salir antes de
que él supiera que me encontraba aquí. Él sabía que yo estaba aquí
antes de que yo incluso supiera que iba a venir. Esa era la maldición y la
bendición de mi relación con Gaston, entre muchas otras.
—¿No se supone que tienes que estar en el vestuario, recibiendo
una charla de tu entrenador? ¿Tal vez un segundo plan de acción? —
Yo sabía que Gaston hacía lo que quería, pero sentía la necesidad de
recordarle, ya que no podría haber estado retorciéndome en el asiento
más que todo el mundo a nuestro alrededor que nos miraba con interés
sin parpadear, tomando sorbos de refrescos y sacudiendo palomitas de
maíz en sus bocas.
—El plan siempre es el mismo —respondió, con los ojos vagando
sobre mi cara, probablemente inspeccionando las heridas de la batalla
de hace una semana. El enrojecimiento se había reducido, pero los
moretones todavía seguían bastantes visibles—. Patearles el culo.
—Creo que tienes que bajar —le dije, sabiendo que algunos
miembros del equipo visitante personalmente podrían relacionarse con
eso.
—¿Qué estás haciendo aquí, Rochi? —preguntó, estudiándome.
—Verte jugar —le respondí, sabiendo que no era una respuesta
que él aceptaría.
—Sí —dijo, haciendo una mueca—. Eso no va a funcionar para mí.
Por supuesto que no.
—Sabes por qué —añadí con un susurro.
—Necesito que me lo digas —dijo, tragando saliva—. He pasado
muchos días sin escucharlo.
Con un suspiro, cerré los ojos.
—Te amo —le dije, sabiendo que era la verdad y que no cambió
nada—. Y te extrañé.
—Sí —dijo—, yo también.
En ese momento, la multitud, no sólo los que nos rodeaban, dieron
un jadeo colectivo antes de desatar una alegría que estalló a través de
los soportes.
—¡Son ustedes! —gritó Danny, apuntando a la pantalla grande a
través de nosotros.
—Mierda —dijimos Gaston y yo al unísono.
Yo iba a tener la cabeza del hombre de la cámara, ya que, en
esa pantalla —así como en las otras tres alrededor del estadio— había
un primer plano de Gaston y yo en tiempo real, titulado por un rojo y
burbujeante “Bésame” y rodeado de corazones flotantes.
El estadio comenzó a corear—: ¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! —Mientras que
mi cara se puso casi tan roja como los malditos corazones flotando
alrededor de nuestras caras en la pantalla. Gaston no estaba rojo,
aunque, ni siquiera lucía incómodo. Se hallaba en algún lugar entre una
sonrisa y una mueca de satisfacción.
Si no lo hubiera sabido mejor, habría creído que él había armado
todo el asunto.
Mirando por encima de él, lo encontré mirándome.
Su mueca se convirtió en una completa sonrisa arrogante y
caliente como el infierno.
—Ven aquí —dijo, enredando los dedos por mi pelo.
No tuve que hacer mucho para “llegar hasta aquí”, ya que él
cerró el espacio entre nosotros hasta que sus labios descansaron en los
míos. La multitud se volvió loca, ya que su héroe no sólo me besaba. Él
me consumía.
Su otra mano se levantó a mi cuello, sus dedos se cerraron en mi
piel, sus labios instaron los míos, presionándolos para responder.
No estaba segura de si era la sensación de los ojos de miles de
aficionados sobre nosotros, o la cantidad de tiempo que había pasado
desde que Gaston y yo nos habíamos besado así, o si los sentimientos que
me inundaban —ahogándome en su intensidad— me aterrorizaban.
Porque esos sentimientos comprobaban que Gaston era mi único y
verdadero, que la realidad había entrado en ese camino y había jodido
todo.
Finalmente, se dio por vencido. Sus labios dejaron de tratar de
conseguir la sumisión de los míos. Sus dedos se inclinaron contra mí,
sintiendo de repente el frío.
La multitud todavía zumbaba, ignorando el hecho de que dos
corazones se rompieron después de ese beso.
—Realmente te he perdido —susurró, sus palabras aún frías en mi
piel—. Te has ido para siempre ésta vez, ¿verdad, Rochi?
Me quedé mirando a esos ojos, no era
capaz de imaginar nada peor que yo haciéndole daño.
—Nunca me perderás, Gaston —le dije, olvidándome de la multitud.
Olvidándome de todo excepto de todas las razones por las que
deberíamos estar juntos y cada razón por la que no.
—Pero no puedo tenerte como quiero —dijo, pasando su dedo
por mi mejilla.
—No lo sé.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, Rochi? —preguntó,
elevando su voz—. ¿Quieres tiempo? ¿Quieres espacio? Bien. Te lo doy.
Pero luego sigues regresando a mi vida cada vez que tú lo decides. Sin
advertencia. Sin disculpas. Sin permanencia. Te apareces en mi puerta y
te vas por la puerta trasera, sin ni siquiera un adiós —continuó, sin
apartarme los ojos de encima—. No puedes ir y venir. Una montaña rusa
puede matarte. ¿Sabes lo que no puedo aguantar? Tú entrando y
saliendo de mi vida antes de que incluso sepa que estuviste allí en el
primer lugar. Me miras como lo haces ahora y entonces eres capaz de
darme la espalda y alejarte cinco minutos después. —Su mano se cerró
sobre mi mejilla antes de que la bajara—. Eso es lo que me va a matar.
No puedo vivir preguntándome si sigues siendo mía para reclamar.
Era como si supiera las palabras exactas que podrían
emocionarme al mismo tiempo que me excitaban.
—Lo siento —le dije—. Sólo quería verte jugar una vez más antes
de irme para las vacaciones de invierno. Nunca pensé que sabrías que
había venido.
Resopló, encrespándose el labio con incredulidad.
Esa respuesta física inclinó las fuertes y excitantes emociones al
abrasador péndulo.
—Bien. ¿Así que el que yo salte dentro y fuera de tu vida te va a
matar? Considera oficialmente como si hubiera acabado con todo eso.
—¿Vas a sacar aquella mierda de la chica defensiva e insegura y
tener una conversación de adultos? —dijo, los músculos de su cuello
moviéndose debajo de la piel, una señal segura de que él se encendía
también.
—Felizmente —le respondí, apretando los dientes—. Tan pronto
como tú hagas la cosa de: “No puedo manejar la presión” que los
chicos hacen y se levantan y se van.
Hizo una pausa, con su cara cayéndose un segundo antes de que
se encendiera de nuevo.
—¿Quieres que me vaya?
—No puedo imaginar nada que me haga más feliz en esta
temporada de fiestas.
—Bien —dijo, levantándose—. Voy a irme. Pero ya que parece
que no puedes estar lejos de mí durante más de unas pocas horas, nos
vemos pronto, estoy seguro.
—Si por pronto quieres decir nunca, entonces eso suena bien para
mí —le contesté, con ganas de saltar en mi asiento para que pudiera
quedar a su altura—. ¿Dónde hay que firmar?
—¿Sabes, Rochi? —dijo, regresando por las escaleras—. Tienes una
manera de mierda de mostrar tu amor por alguien.
Me estremecí. Eso dolió más que todas las palabras que yo podía
recordar que me hirieran. Mordiéndome el labio, lo fulminé con la
mirada.
—Lo mismo digo. —Y esa era una mentira arriesgada para decir
cara a cara. Gaston, tal vez más que nadie que jamás haya conocido,
era capaz de expresar su amor de la manera en que el amor debía ser
expresado.
Negando con la cabeza hacia mí, su rostro sangraba de toda
emoción antes de que me diera la espalda y se fuera corriendo por las
escaleras. Los fans que no tenían ni idea tendieron sus manos mientras
corría, pero era como si él no viera nada a su alrededor.
—Guau —dijo una voz aturdida, silbando una fila debajo de mí—.
¿Tú eres la chica con la que Gaston Dalmau se va a casar y hacer bebés
superhéroes?
Si Danny no había oído la acalorada discusión entre Gaston y yo, tal
vez eso significaba que todos los sentados dentro de un radio de diez
que me miraban como si yo fuera una paria, tampoco.
—Creo que sola me destroné de ese título —le contesté,
sintiéndome aturdida. O, al menos, más insensible.
—Eres como Lois Lane en la vida real —continuó, saltando en su
asiento—. Sólo que rubia. Y más joven. Y más bonita también.
Ni siquiera podía hacer que una sonrisa tímida se sintiera real.
Me miró boquiabierto como si fuera casi tan genial como libros de
historietas.
—Santa…
—¡Danny! —gritó su madre, dándome una sonrisa simpática.
Hasta aquí llegó el que nadie esté escuchando.

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