martes, 13 de mayo de 2014

UN AMOR PELIGROSO 2, capitulo 16

16
Gaston se encontraba a mi lado durmiendo el sueño de un
hombre feliz. Su sonrisa torcida todavía era un fantasma en su
cara mientras sus brazos me sujetaban como tornillos. Aún
después de abrazar la barandilla metálica por segunda vez, de temblar,
de apretar los dientes sofocando un grito, de dar vueltas en la cama de
un hospital, no había sido capaz de dormirme.
Gaston no tenía ningún problema. De hecho, los latidos de mi
corazón no se habían recuperado por completo cuando él se quedó
dormido. Así que había permanecido despierta por seis horas mirando al
hombre acurrucado a mi lado, más confundida de lo que nunca había
estado. ¿Cómo podíamos no ser buenos el uno para el otro después de
que una muy importante parte de nuestra relación acababa de probar
cuan correctos éramos juntos? ¿Y por qué, sin importar qué hiciéramos,
las cosas no querían funcionar para nosotros?
Mi vuelo salía en menos de dos horas. No tenía mi maleta
conmigo, y no había manera de que fuera capaz de conducir hasta mi
dormitorio para conseguirla y lograr estar de vuelta antes de que mi
avión aterrizara en el sur donde mi familia estaba
pasando la navidad con mis abuelos.
Afortunadamente, cuando reservé el boleto el mes pasado,
supuse que estaría en el juego de Gaston el sábado antes de partir y
planeé en quedarme esa noche en su casa antes de conducir al
aeropuerto. Mis planes no habían calculado exactamente una cama
de hospital, o estar apretando los dedos alrededor de las barandillas de
metal de la cama, pero si me iba ahora, al menos todavía podía
alcanzar mi vuelo. No podía despertarlo. No podía dejarle saber que me
iba, no dejaría que me fuera. O él compraría un boleto y vendría
conmigo.
Y una parte de mí tenía muchas ganas de que eso sucediera.
Pero mi parte confundida, la que se rascaba la cabeza en duda,
contemplando el paso a seguir, necesitaba un poco de tiempo y
espacio para solucionar esta nueva complicación en la que se estaba
convirtiendo el cuento de nunca acabar de mi historia con Gaston.
Más tiempo y espacio.
Suspiré, cambiando de posición en la cama, tratando de
sacudirme a mí misma de debajo de él, los “tiempo y espacio” de los
últimos meses no han hecho otra cosa más que confundirme y
complicar las cosas entre nosotros. Así que prometí que me obligaría a
mí misma a tomar una decisión para cuando el avión regresara de
vuelta después de año nuevo. Antes de que yo regresara
aquí, sería capaz de darle una firme y definitiva respuesta al
interrogante que representaban Gaston y rochi.
Arropándolo con la sábana, recogí mi ropa, metiendo mi cuello y
extremidades en todos los agujeros apropiados. Recogiendo mi bolsa
de encima de la mesa, me detuve al pie de la cama y sólo me quedé
contemplándolo. Parecía como si no fuera a ser capaz de parar. Él era
mío. Sabía eso con todo mi corazón.
Pero, ¿podía tenerlo?
Esa era la pregunta que no me iba a dejar descansar hasta que le
diera respuesta.
Ni siquiera atreviéndome a pasar mis dedos sobre la punta de sus
pies por miedo a despertarlo y que me convenciera de volver a la
cama, corrí hacía la puerta, cuidando de cerrarla sin hacer ruido.
Tomé las escaleras, esquivando los ascensores de la estación de
enfermeras porque no quería tener que dar explicaciones. No podía
explicar nada ahora mismo, más que estaba confundida como el
infierno.
Una vez estuve fuera del hospital, tenía una línea de taxis para
elegir. Deslizándome en el interior del más cercano, miré de vuelta al
hospital subiendo mi mirada al quinto piso.
—Al Aeropuerto, por favor —dije, entrecerrando mis ojos para
concentrarme mejor en la ventana a la que miraba. Una sombra se
movió repentinamente lejos de ella—. Y por favor, dese prisa —añadí,
con un nudo formándose en mi garganta.
El taxista obedeció mi solicitud de desafiar la velocidad. De
hecho, puso a los taxistas en vergüenza. Menos de
media hora después de haber dejado el hospital, estacionábamos
frente al Aeropuerto. Sin tener ningún otro equipaje más que mi bolsa, le
di al conductor su dinero más una buena propina por un trabajo bien
hecho.
Apresuré mi camino hacía el mostrador de boletos, queriendo
despegar de aquí para poder pensar. Mis pensamientos eran
sofocantes. No podía pensar claramente.
Con el boleto en mano, me puse en la fila para los controles de
seguridad. Al ser víspera de navidad, esperaba ver más personas con
cara de pocos amigos y niños gritando de los que en realidad había, y
antes de que tuviera tiempo para buscar mi celular en la bolsa para
llamar a mis padres y hacerles saber que iba en camino, una agente de
la Agencia de Seguridad de Transportes me apresuró a través del
detector de metales.
Lanzando mi bolso, teléfono y botas en la cinta transportadora,
atravesé el detector de metales. Dejé escapar un suspiro de alivio
cuando no sonó ningún pitido. La última vez que volé, olvidé quitarme
mi sólido y genuino collar de plata y tuve que soportar un intenso
“registro” de un muy ansioso y joven agente masculino. Yo había sido la
mejor parte de su día y él la peor del mío.
Recogiendo mis pertenencias al final de la cinta transportadora,
lo escuché.
Bueno, le oí.
—¡rochi!
Levanté la cabeza. No podía verlo todavía, pero podía oírle como
si estuviera de pie a mi lado. Los agentes y las personas a mí alrededor
dejaron lo que hacían para mirar también.
—¡rochi! —Ésta vez se escuchó más cerca y Gaston salió de la
esquina, a máxima velocidad corriendo, descalzo y con una bata de
hospital. Sus ojos se pegaron a mí como si estuvieran entrenados sólo
para eso—. ¡ rochi! —repitió, asaltando las puertas de seguridad. Los
agentes de AST iban despegándose de sus asientos, mirándose entre sí.
Él no detuvo su paso, empujando una, después dos filas
. No se detuvo hasta que un par de grandes agentes lo
abordaron. Mis manos cubrieron mi boca cuando los agentes lo
detuvieron, cada uno agarrando a Gaston de un brazo y tirándolos a su
espalda. Gaston no se resistió; o tal vez no podía, sólo me miró con esos
ojos oscuros, suplicándome que me quedara.
—¡No puedes irte, Rochi! —gritó, resistiéndose a los guardias que
intentaban sacarlo de la zona de seguridad.
—Sólo me iré por un tiempo —dije, segura de que él no podía
oírme ya que no pude sacar más que un susurro—. ¡Volveré, lo prometo!
—Con una respuesta que decidirá el destino de nuestra relación.
—No puedes dejarme —dijo, con la voz quebrada, su rostro con
una expresión similar mientras los guardias lo sacaban. Esta vez con
éxito—. No puedes dejarme —dijo una última vez, derrotado.
No sé qué era peor: Ver a Gaston derrotado y siendo arrastrado a la
salida o darme la vuelta rumbo a mi puerta de embarque.
Ambas cosas me carcomieron hasta que, para cuando mi vuelo
aterrizó, no estaba segura si quedaba algo de la antigua
rochi.

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