En algún punto entre la puerta principal y el dormitorio, las dudas aplacaron mi pasión. No es que pensara volverme atrás, pues deseaba a Rama con locura. Y, aunque lo aplazáramos, estaba convencida de que, a la larga, acabaríamos acostándonos. Pero mi mente no dejaba de dar vueltas a mis deficiencias en la cama y a cómo compensarlas. Intenté imaginar qué querría Ramiro, qué cosas le gustarían y, cuando llegamos a la habitación, mi cabeza estaba llena de diagramas que parecían las páginas de un manual de tácticas futbolísticas, con flechas que indicaban rutas de adelantamientos, estrategias de bloqueo, puestos defensivos y formaciones ofensivas.
Mientras contemplaba la mano de Rama en el pomo de la puerta y oía el chasquido de la cerradura, mi estómago dio un vuelco. Encendí la lámpara de la mesilla de noche, la cual desparramó una capa de luz amarillenta por el suelo.
Rama me observó y sus facciones se suavizaron.
—¡Eh...! —susurró mientras realizaba un gesto para que me acercara a él—. Puedes cambiar de opinión.
Yo sentí su brazo alrededor de mi cintura y me acurruqué junto a él.
—No, no voy a cambiar de opinión. —Apoyé la mejilla en el tejido suave de su jersey—. Pero...
—Pero ¿qué?
Su mano se deslizó de arriba abajo por mi espalda. Yo reflexioné durante unos segundos. Si confiaba en un hombre hasta el punto de acostarme con él, también debería de poder confiarle lo que quisiera.
—La cuestión es que... —declaré con dificultad. Aunque inhalaba hondo, sólo conseguía introducir en mis pulmones la mitad del aire que necesitaba. Rama continuó deslizando la mano de una forma lenta y tranquilizadora por mi espalda—. Hay algo que deberías saber.
—¿Sí?
—Bueno, verás... —Cerré los ojos y me obligué a contárselo—. La cuestión es que soy un desastre en la cama.
Su mano se detuvo. Rama apartó mi cabeza de su hombro y me observó con ojos burlones.
—No, no lo eres.
—Sí, sí, soy un desastre en la cama. —Admitirlo constituyó un alivio tan inmenso que las palabras se amontonaron en mi garganta mientras yo continuaba hablando—. No tengo experiencia. Resulta tan vergonzoso a mi edad. Sólo me he acostado con dos hombres y, con el último, el sexo era muy mediocre. Siempre. No tengo ninguna habilidad. No consigo concentrarme. Tardo muchísimo en ponerme en situación y, cuando lo consigo, no logro mantenerla durante mucho tiempo y tengo que fingir. Soy una fingidora, y ni siquiera soy buena fingiendo. Soy...
—Espera. Un momento. Valeria... —Rama me acercó más a él y ahogó mis palabras. Yo noté que el temblor de una risa recorría su cuerpo y me puse en tensión. Él me sujetó con más fuerza—. No —declaró con la voz ahogada debido a la risa—. No me río de ti, cariño, es sólo que... Te tomo en serio, de verdad.
—Pues no lo parece —declaré con fastidio.
—Cariño. —Rama apartó el cabello de mi rostro y me besó en la sien—. No hay nada mediocre en ti. El único problema que tienes es que has llevado la vida de una madre soltera y trabajadora desde que tenías..., ¿qué, dieciocho, diecinueve años? Yo ya sabía que no tenías experiencia porque, bueno, para ser sincero, lanzas todo tipo de señales contradictorias.
—¿Ah, sí?
—Sí. Por eso no me importa ir despacio. Prefiero ir despacio a que hagas algo para lo que no estás preparada.
—Ya estoy preparada —declaré con seriedad—. Sólo quiero asegurarme de que disminuyas tus expectativas.
Rama apartó la vista de mí y me dio la impresión de que intentaba contener otra oleada de risa.
—Está bien, ya las he disminuido.
—Lo dices por decir —repliqué con recelo.
Rama no contestó, pero sus ojos brillaron divertidos.
Nos observamos mutuamente y me pregunté si el paso siguiente tenía que darlo yo o él. Me acerqué a la cama con piernas temblorosas, me senté en el borde y me quité los zapatos. Flexioné los dedos de los pies con placer, pues ya no tenían que soportar el peso de mi cuerpo.
Rama me observó, contempló el movimiento de mis pies desnudos y sus ojos perdieron el brillo chispeante y adquirieron una textura nebulosa, casi somnolienta. Yo, animada, alargué los brazos hacia el dobladillo de mi vestido.
—Espera —murmuró Rama mientras se sentaba junto a mí—. Un par de reglas básicas.
Yo asentí con la cabeza mientras contemplaba cómo la tela de sus pantalones se extendía sobre sus muslos y notaba que sus pies llegaban al suelo y los míos se balanceaban en el aire. Una de sus manos me cogió por la barbilla y giró mi cara hacia él.
—En primer lugar, nada de fingir. Tienes que ser sincera conmigo.
Yo me arrepentí de haber mencionado mis fingimientos. Siempre he odiado ser el tipo de persona que habla demasiado cuando está nerviosa.
—De acuerdo, pero, para que lo sepas, en general tardo mucho en...
—No me importa si tardas toda la noche. Esto no es una audición.
—¿Y si no consigo...?
Por primera vez, me di cuenta de que resulta mucho más difícil hablar de sexo que practicarlo.
—Trabajaremos en ello —contestó él—. Créeme, no tengo ningún problema en ayudarte a practicar.
Yo le toqué el muslo, el cual era duro como el cemento.
—¿Cuál es la otra regla?
—Yo me encargo de todo.
Yo parpadeé mientras me preguntaba qué quería decir. Rama apoyó la mano en mi nuca y realizó una ligera presión que envió un estremecimiento erótico por mi médula espinal.
—Sólo por esta noche —continuó él sin alterarse—, confía en mí y déjame decidir cuándo, dónde y durante cuánto tiempo. Tú no tienes que hacer nada, sólo relajarte. Déjate ir. Deja que yo cuide de ti. —Rama colocó los labios junto a mi oreja y susurró—: ¿Puedes hacer esto por mí, cariño?
Los dedos de mis pies se doblaron. Nunca nadie me había pedido algo así y no estaba segura de poder hacerlo, pero asentí. Mi estómago brincaba, y Rama deslizó la boca por mi mejilla hasta la comisura de mis labios. Me besó, con un beso lento y profundo, hasta que me sentí débil y me tumbé sobre sus piernas. Rama se quitó los zapatos y se echó en la cama conmigo, los dos todavía vestidos. Rama apoyó uno de sus muslos sobre la falda de mi vestido rojo y me inmovilizó. Su boca poseyó la mía con besos largos, mordiscos y mordisquitos, hasta que el calor se condensó entre mi piel y el tejido de lana de mi vestido. Yo deslicé los dedos por su espeso cabello, el cual resultaba fresco al tacto en la superficie y cálido cerca del cuero cabelludo e intenté apretar su boca contra la mía.
Rama se resistió a mi ardiente deseo y se separó de mí. Con un movimiento ágil, se sentó a horcajadas sobre mis caderas. Yo inhalé de una forma temblorosa mientras sentía la íntima presión de su trasero y su duro miembro. Rama se quitó el jersey negro con habilidad y lo echó a un lado. Su torso era más corpulento de lo que yo había imaginado, liso y con los músculos abdominales marcados, y su pecho estaba ligeramente cubierto de vello oscuro. Yo quería sentir su torso contra mis pechos desnudos. Quería besarlo, explorarlo... No por su propio placer, sino por el mío. Era tan excitante, tan sumamente masculino...
Rama se inclinó sobre mí y volvió a besarme. Yo me derretía, desesperada por librarme de mi vestido, el cual había empezado a picarme y a pegarse contra mi piel como una tosca camisa medieval. Estiré los brazos hacia el dobladillo inferior del vestido y tiré de él hacia arriba.
Rama separó su boca de la mía con brusquedad y me cogió por la muñeca. Yo lo miré confusa.
—Valeria —declaró en tono de censura y con ojos maliciosos—. Sólo dos reglas. Y ya has quebrantado una.
Yo tardé unos instantes en comprender lo que quería decir y, tras realizar un esfuerzo, solté el vestido. Intenté permanecer inmóvil, pero mis caderas se levantaban contra su cuerpo en un vaivén suplicante. Rama, el muy sádico, volvió a bajarme el vestido hasta las rodillas y se pasó una eternidad acariciándome a través del tejido de lana. Yo me apretaba contra él cada vez con más fuerza mientras jadeaba al sentir su cuerpo excitada.
La pasión aumentó hasta que Rama por fin me subió el vestido. Mi piel estaba tan encendida y sensible que las ráfagas de aire del ventilador del techo me hicieron estremecer. Rama desabrochó el cierre frontal de mi sujetador y liberó mis pechos de las copas. El roce estimulante de sus dedos era tan exquisito que apenas podía soportarlo.
—Valeria... Eres hermosa..., tan hermosa...
Yo percibí sus susurros entrecortados en mi garganta, en mi pecho..., mientras él murmuraba lo mucho que me quería, cuánto lo excitaba y lo dulce que era mi piel. Sus labios se arrastraron con suavidad por la curva mullida de mi pecho, se abrieron sobre el pezón y lo introdujeron en la ardiente humedad de su boca. Rama deslizó los dedos por debajo del borde superior de mis bragas de algodón y mis caderas se arquearon en el aire. Mi entrepierna ardía de deseo, pero Rama parecía no comprender dónde necesitaba yo que me tocara y acarició toda la zona sin llegar nunca a donde yo quería. Yo levanté las caderas hacia él en una súplica rítmica y silenciosa: «Quiero... Quiero... Quiero...» Pero él seguía sin responder a mi súplica, hasta que me di cuenta de que lo hacía a propósito.
Abrí los ojos de golpe y entreabrí los labios, pero Rama me miró con una expresión desafiante y divertida, como si me retara a quejarme y, de algún modo, conseguí mantener la boca cerrada.
—Buena chica —murmuró él mientras me quitaba las bragas.
Rama me apretó con firmeza contra el colchón y yo permanecí inmóvil en la postura en la que él me había colocado. El cuerpo me pesaba, como si las sensaciones que experimentaba hubieran adquirido la densidad del agua salada. Yo me sentía rebosante pero impotente. Rama se deslizó por encima de mí y a mi alrededor hasta que la estimulación y el calor que me provocaba y su roce seductor me enloquecieron.
Rama se deslizó hacia abajo. Yo ni siquiera pude levantar la cabeza, pues la sentía muy pesada. Su boca vagó entre mis piernas en una búsqueda ciega y sin concierto. Yo me estremecí al sentir cómo su lengua me lamía y me exploraba haciendo que me derritiera, y mis labios vaginales, empapados, se abrieran. Rama me sujetó por las caderas y me mantuvo inmóvil mientras continuaba con sus besos apasionados y la lenta exploración de su boca. Mis músculos se contrajeron al notar cómo las sensaciones crecían en mi interior. Estaba a punto de tener un orgasmo, casi lloraba de placer cuando Rama se separó de mí.
Yo le supliqué, temblando, que no parara, pero él me contestó que todavía no y se tumbó encima de mí. Rama deslizó dos dedos en mi interior y los mantuvo allí mientras me besaba en la boca. La pasión hacía que, a la luz de la lámpara, sus facciones parecieran severas. Mi carne se puso en tensión debido al suave empujón de sus dedos. Yo me arqueé para que no los sacara, pues necesitaba que cualquier parte de su cuerpo estuviera en el interior de cualquier parte del mío. Pronuncié su nombre una y otra vez, pero no encontré la manera de decirle que habría hecho cualquier cosa por él, que él era todo lo que yo quería y que significaba tanto para mí que creía que no lo podría soportar.
Rama alargó el brazo hacia la mesilla de noche y hurgó en su cartera. Yo le arrebaté la bolsita de plástico, pero estaba tan desesperada por ayudarle que lo único que conseguí fue entorpecer su objetivo. Oí que Rama soltaba una risa ahogada, pero yo no le veía la gracia a nada de todo aquello. Estaba enfebrecida y me había excitado hasta la locura.
Percibí la temperatura de su cuerpo, que estaba más fresco y era más duro y más pesado que el mío, y noté que su temperatura aumentaba hasta emparejarse con la de mi ardiente interior. Rama respondió a todos los sonidos y estremecimientos de mi cuerpo. Sus labios robaron los secretos de mi carne y sus manos hurgaron con delicadeza en todos mis recovecos hasta que no quedó ninguna parte de mí sin reclamar. Rama me separó las piernas, me penetró con un empujón profundo y acalló mis jadeos con su boca mientras susurraba «Así, cariño, tranquila, tranquila...» Yo lo acogí por completo mientras me embargaba un placer dulce y denso y, con cada empujón de su miembro duro, húmedo y suave como la seda, él me acercaba más y más al climax. «¡Oh, ahí! ¡Sí, sí, por favor!» Yo necesitaba que empujara más deprisa, pero su disciplina era total y él me penetró con más intensidad pero sin alterar la terrible lentitud de su ritmo. Rama hundió el rostro en la curva de mi cuello y el roce de su barba me resultó tan agradable que gemí como si estuviera sufriendo.
De una forma instintiva, deslicé las manos por su espalda hasta su trasero y mis dedos se clavaron en aquel músculo tenso. Rama, sin interrumpir su ritmo regular, cogió mis muñecas, primero una y después la otra, las subió por encima de mi cabeza, y las sujetó contra el colchón mientras cubría mi boca con la suya.
En la frontera de mi conciencia, destelló un único pensamiento: algo, en su demanda de rendición total, no estaba bien, pero, por otro lado, constituía un alivio indescriptible, de modo que me rendí y mi mente quedó a oscuras y en silencio. Cuando me dejé ir, las oleadas de placer empezaron, cada una más implacable que la anterior. Mis caderas casi levantaban a Rama en el aire. Él respondió a mis arqueos con penetraciones más potentes que me empujaban contra el colchón, mientras la voluptuosa tensión de mi carne incitaba su propio orgasmo. Yo me corrí, me corrí, me corrí... Parecía imposible que alguien pudiera sobrevivir a aquello.
En general, cuando el sexo ha terminado, la separación se produce en todos los sentidos. Los hombres se dan la vuelta y se duermen, y las mujeres corren al lavabo para refrescarse y eliminar las pruebas. Sin embargo, Rama se quedó abrazado a mí durante largo rato mientras jugueteaba con mi cabello, susurraba en mi oído y me besaba en la cara y en los pechos. También me limpió con una toalla húmeda. Yo debería de estar agotada, sin embargo, me sentía llena de vida y la energía circulaba a toda velocidad por mi cuerpo. Me quedé en la cama tanto como pude y, al final, me levanté de un salto y me puse la bata.
—Así que eres una de ésas —comentó Rama con expresión divertida mientras yo recogía y doblaba nuestra ropa.
—¿Una de qué?
Me detuve para admirar la vista de su largo cuerpo apenas cubierto por la sábana blanca y de sus músculos, que se hincharon bajo su piel cuando se apoyó en un codo. Me encantaban el desorden que mis manos habían provocado en su pelo y la curva relajada de su boca.
—Una de esas mujeres que se ponen a cien después de practicar el sexo.
—Hasta ahora, a mí el sexo nunca me había producido este efecto —declaré mientras dejaba la ropa doblada encima de una silla. Una autoevaluación rápida me hizo reconocer con timidez—: Aunque ahora mismo me siento como si pudiera correr cien kilómetros.
Rama sonrió.
—Tengo unas cuantas ideas sobre cómo cansarte. Por desgracia, como no sabía lo que ocurriría esta noche, sólo llevaba un condón para una urgencia.
Me senté en el borde de la cama.
—¿Yo era una urgencia?
Él tiró de mí y se tumbó, de forma que yo quedé encima de él.
—Desde el primer momento en que te vi.
Sonreí y lo besé.
—Sí que tienes más condones —le expliqué—. Encontré algunos en el lavabo cuando me trasladé aquí. No pensaba devolvértelos, pues me habría resultado muy violento, de modo que los dejé donde estaban. Hemos estado compartiendo un cajón.
—¿Hemos estado compartiendo un cajón y yo no lo sabía?
—Ahora puedes recuperar tus condones —le ofrecí con generosidad.
Sus ojos chispearon.
—Te lo agradezco.
Conforme fue avanzando la noche, decidimos que yo no sólo no era un desastre en la cama, sino que era un fenómeno. Un prodigio, en opinión de Rama.
Bebimos vino, nos duchamos juntos y regresamos a la cama. Y nos besamos con ansia, como si no nos hubiéramos besado ya cientos de veces. Por la mañana, había hecho cosas con Ramiro Ordoñes que eran ilegales al menos en nueve estados. Por lo visto, no había nada que no le gustara, nada que no estuviera dispuesto a hacer. Se mostró malvadamente paciente y tan meticuloso que al día siguiente me sentía como si me hubieran desmontado y vuelto a montar de una forma distinta.
Saciada y exhausta, dormí acurrucada a su lado y me desperté cuando la débil luz del amanecer entró por la ventana. Oí que Rama bostezaba y su cuerpo se puso en tensión mientras se desperezaba. Todo parecía demasiado maravilloso para ser real: la sólida figura masculina junto a mí, las punzadas y dolores sutiles que me recordaban los placeres nocturnos, la mano que se apoyaba con suavidad en mi cadera desnuda... Y tuve miedo de que aquel amante que me había poseído y explorado con tanta dulzura se desvaneciera y lo reemplazara el hombre distante y de ojos fríos que era antes.
—No te vayas —susurré, y con mi mano cubrí la suya y la apreté con fuerza contra mi piel.
Noté la sonrisa de Rama en la curva cálida y somnolienta de mi cuello.
—No me voy a ninguna parte —respondió, y me apretó contra él.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

Que ternuraaaaaasss!!! Por fin vale encontró a alguien. Jaja :)
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