Capitulo 65
—Valeria, no haré
nada que pueda hacerte daño.
Yo asentí levemente sin embargo, él me había
hecho daño en el pasado, pensé. Comprendía las razones por las que
se había ido de Welcome. Comprendía por qué creyó, en su momento,
que no tenía elección. Y no lo culpaba. El problema radicaba en que
yo había continuado con mi vida y, después de años de lucha y de
una gran soledad, al final había conectado con otro hombre.
Mi príncipe encantado por fin había
aparecido, pensé con desconsuelo, y llegaba demasiado tarde.
«No necesariamente»,
insistía mi mente. Gastón y yo todavía podíamos estar juntos. Los
viejos obstáculos habían desaparecido y los nuevos...
Siempre hay una
alternativa, pero saberlo resulta de lo más incómodo.
Me dirigí hacia la luz y
abrí el pequeño bolso que colgaba de mi brazo. No sabía si podría
arreglar mi maquillaje. La fricción de la piel, la boca y los dedos
de Gastón había eliminado la fina capa de colorete. Me empolvé la
cara, utilicé la yema del dedo anular para limpiar las manchas de
delineador de ojos del párpado inferior y me apliqué brillo de
labios. La diminuta pegatina que había colocado cerca del borde
exterior de mi ojo había desaparecido. Quizá los demás no lo
notarían. Todo el mundo estaba bailando, bebiendo o comiendo y lo
más probable era que, a aquellas alturas, yo no fuera la única a la
que se le hubiera estropeado el maquillaje.
Cuando llegué al jardín
posterior de la casa, vi la oscura figura de Ramiro, alta y precisa
como la hoja de un cuchillo. Se acercó a mí con pasos relajados y
me cogió por el brazo, que estaba helado.
—¡Eh! —declaró—.
Te estaba buscando.-Yo esbocé una sonrisa
forzada y breve.
—Necesitaba un
poco de aire fresco. Lo siento. ¿Hace mucho que me esperabas?
Las facciones de Ramiro
eran sombrías.
—Jack me dijo que
te vio salir con alguien.
—Sí, me encontré
con un viejo amigo. Alguien de Welcome, ¿te lo puedes creer? —Creí
que había hablado con gran despreocupación, pero, como siempre,
Ramiro se mostró muy receptivo y me volvió de cara a la luz.
—Querida, sé qué
aspecto tienes cuando alguien te ha besado...
Yo me quedé sin habla.
Los diminutos músculos de mi cara temblaron de culpabilidad y los
ojos se me humedecieron con lágrimas de súplica.
Ramiro me observó sin
demostrar ninguna emoción. Sacó el móvil del bolsillo interior de
la chaqueta y le dijo al chófer de la limusina que nos recogiera en
la entrada.
—¿Nos vamos?
—pregunté a pesar de la áspera bola que atenazaba mi garganta.
—Sí.
Ramiro
realizó otra llamada.
—Jack. Sí, soy
yo. Valeria tiene dolor de cabeza. Demasiado champán. Nos vamos a
casa, ¿Puedes despedirnos de...? De acuerdo, gracias. Y échale un
ojo a papá. —Jack hizo un comentario y Ramiro rió un poco—.
Estadísticas. Más tarde.
Plegó el móvil y volvió
a guardarlo en su chaqueta.
—¿Pedro está
bien? —pregunté yo.
—Sí, pero Vivian
está enfadada porque muchas mujeres andan detrás de él.
Aquello casi me hizo
sonreír. Uno de mis tacones se hundió en un bache del suelo y, sin
pensarlo, me agarré a Ramiro. Él enseguida me sujetó y me rodeó
la espalda con el brazo mientras seguíamos caminando. Aunque estaba
furioso, Ramiro no permitiría que me cayera.
Ramiro habló con el
chófer con toda tranquilidad.
—Phil, dé vueltas
durante un rato. Ya le indicaré cuándo podemos volver a la ciudad.
—Sí, señor.
Ramiro pulsó unos
botones. La mampara de separación se cerró y el minibar se abrió.
No podría decir si Ramiro estaba enfadado o no. Se lo veía
relajado, con una calma que casi daba miedo y que empezaba a
parecerme peor que los gritos.
—. ¿Quien es él?
En mis relatos acerca de
mi infancia, cuando le conté a Ramiro mis recuerdos sobre mi madre,
mis amigas y todo lo relacionado con Welcome, nunca nombré a Gastón.
Le había hablado de él a Pedro, pero todavía no había conseguido
mencionárselo a Ramiro.
Intenté mantener la voz
firme y le hablé de Gastón: que lo conocía desde que tenía
catorce años, que, mi madre y mi hermana aparte, él había sido la
persona más importante para mí en el mundo, que lo había amado.
Me resultó muy extraño
hablarle a Ramiro de Gastón, y mi pasado y mi presente chocaron.
Entonces me di cuenta de lo diferente que era la Valeria Gutierrez
del campamento de casas prefabricadas de la mujer en la que me había
convertido. Tenía que reflexionar acerca de esta cuestión. Tenía
que reflexionar acerca de muchas cosas.
—¿Te acostaste
con él? —me preguntó Ramiro.
—Quería hacerlo
—reconocí yo—, y lo habría hecho, pero él no quiso. Me explicó
que, si nos acostábamos, le resultaría imposible dejarme. Y tenía
ambiciones.
—Ambiciones que no
te incluían.
—Los dos éramos
demasiado jóvenes y no teníamos nada. A la larga, creo que fue
mejor así. Gastón no podría haber logrado sus objetivos
arrastrándome a mí como a una piedra de molino colgada del cuello.
Y yo no podía dejar a Aleli.
No sé qué leyó Ramiro
en mis expresiones, en mis gestos o en los breves silencios entre mis
palabras, lo único que sé es que, mientras hablaba, sentí que algo
se resquebrajaba, mi aplomo inflexible se rompió como una capa de
hielo sobre el agua en movimiento y Ramiro la pisoteó sin piedad.
—De modo que lo
amabas, él te abandonó y ahora quiere otra oportunidad.
—Él no ha dicho
eso.
—No es necesario
que lo diga, pero resulta obvio que tú sí que quieres otra
oportunidad —declaró Ramiro con rotundidad.
Yo me sentía agotada e
irritable. Mi cabeza parecía un tiovivo.
—No sé si es eso
lo que quiero.
Los pequeños rayos de luz
del minibar se reflejaron con crudeza en sus facciones.
—¿Todavía estás
enamorada de él?
—No lo sé.
Los ojos se me
humedecieron.
—No llores
—declaró Ramiro perdiendo la calma—. Yo haría casi cualquier
cosa por ti. Creo que hasta mataría por ti, pero no voy a consolarte
mientras lloras en mis brazos por otro hombre.
Yo pellizqué los bordes
de mis ojos con la punta de los dedos y me tragué las lágrimas, que
abrasaron mi garganta como si fueran ácido puro.
—Volverás a verlo
—comentó Ramiro al cabo de un rato.
Yo asentí con la cabeza.
—Tenemos..., tengo
que aclarar las cosas.
—¿Follarás con
él?
Aquella cruda palabra, que
Ramiro utilizó a propósito, fue como una bofetada en mi rostro.
—No tengo planeado
hacerlo, no —respondí con frialdad.
—No te he
preguntado si tienes planeado acostarte con él, sino si vas a
hacerlo.
Yo empecé a enfadarme
también.
—¡No! No me
acuesto con alguien con tanta facilidad. Tú ya lo sabes.
—Sí, lo sé. Y
también sé que no eres el tipo de mujer que acude a una fiesta con
un tío y termina besuqueándose con otro, pero lo has hecho.
Yo me ruboricé de
vergüenza.
—No pretendía
hacerlo. Verlo constituyó una gran impresión para mí.
Simplemente..., sucedió.
Ramiro dio un respingo.
—En lo que a
excusas se refiere, cariño, ésa es la peor.
—Lo sé, y lo
siento. No sé qué otra cosa puedo decir. La verdad es que amé a
Gastón mucho tiempo antes de conocerte a ti, y tú y yo acabamos de
empezar una relación. Quiero ser justa contigo, pero, al mismo
tiempo, tengo que averiguar si lo que sentía por Gastón todavía
existe, lo que significa que tengo que mantener en espera nuestra
relación hasta que lo averigüe.
Ramiro no estaba
acostumbrado a que lo mantuvieran en espera. Esta situación no
encajaba con él. De hecho, lo sacó de sus casillas. Ramiro alargó
los brazos y tiró de mí hacia él mientras yo daba un brinco.
—Hemos hecho el
amor, Valeria, y no hay marcha atrás para eso. Él no puede aparecer
de repente y arruinar nuestra relación tan fácilmente.
—Sólo hemos hecho
el amor una vez —protesté yo.
Él arqueó una ceja en
actitud sarcástica.
—De acuerdo,
varias veces —reconocí yo—, pero sólo una noche.
—Ya es suficiente.
Ahora eres mía y te quiero más de lo que él te quiso o te querrá
nunca. Recuérdalo mientras te aclaras. Mientras él te cuenta lo que
tú quieres oír, sea lo que sea, recuerda que... —Ramiro se
interrumpió de repente. Respiraba con dificultad y sus ojos ardían
de tal manera que se podría haber encendido un fuego con ellos—.
Recuerda esto —terminó con voz gutural y me apretó contra él.
Sus brazos estaban
demasiado tensos y su boca demasiado dura. Nunca me había besado de
aquella forma antes, con ansiedad inflamada por los celos. La
situación lo había empujado más allá de sus límites. Ramiro me
tumbó con ímpetu sobre la tapicería de piel de la limusina y,
mientras se echaba encima de mí sin separar sus labios de los míos,
noté que su aliento ardía.
Yo me retorcí. No sabía
si quería apartarlo o acercarlo más a mí. Con cada sacudida mía,
Ramiro se hundía más y más entre mis muslos exigiendo que lo
aceptara, que lo tomara. La dureza de su cuerpo me hizo recordar las
cosas que me había hecho en la cama, el placer embriagador que me
había hecho sentir, y todos los pensamientos y las emociones que
experimentaba se empaparon de deseo. Lo quería con todas mis fuerzas
y me dejé ir ciegamente. Me puse a temblar de pies a cabeza y me
contorsioné contra la presión de su carne, que aumentaba de dureza
y de grosor debajo de la fina lana de su pantalón. Exhalé un gemido
grave y deslicé las manos hasta sus caderas.
Los siguientes minutos
fueron como un sueño enfebrecido en el que forcejeamos con frenesí.
La fina tela de mis bragas se enredó en la hebilla de una de mis
sandalias y se resistió a los esfuerzos de Ramiro por liberarla,
hasta que, al final, Ramiro rasgó la tela con sus manos. Me subió
el vestido hasta la cintura y mi piel quedó aplastada contra la piel
fría del asiento. Una de mis piernas colgaba, extendida y
licenciosa, hasta el suelo y no me importaba, pues la necesidad latía
en todas las células de mi ser.
Sus dedos agarraron el
borde superior de mi vestido y tiraron hacia abajo hasta que mis
pechos, con una delicada sacudida, quedaron libres. Yo gemí al
sentir el calor de su boca en mi pecho, el borde de sus dientes, los
lametazos de su lengua. Ramiro deslizó una mano entre nuestros
cuerpos y tiró de los botones de su pantalón. Yo abrí mucho los
ojos al sentir su miembro, listo y caliente, exigiendo entrar. Mi
vista se nubló cuando mi cuerpo cedió al contacto húmedo, a la
impactante invasión de lo duro en lo blando. Mi cabeza se relajó en
la sólida firmeza de su brazo y su boca recorrió con gula mi cuello
expuesto. Ramiro empezó a empujar en mi interior con un ritmo fuerte
que me sacudió y me hizo jadear.
El coche se detuvo frente
a un semáforo en rojo y todo permaneció inmóvil, salvo los
empujones y la fricción interior. A continuación, el coche tomó un
desvío y avanzó con una velocidad cada vez mayor, como si
hubiéramos entrado en la autopista. Yo acepté a Ramiro una y otra
vez, mientras intentaba acercarlo a mí tanto como me era posible.
Clavé las uñas en su ropa. Necesitaba su piel, pero no podía
alcanzarla. Necesitaba... Necesitaba... Sus labios volvieron a los
míos e introdujo la lengua en mi boca. Ramiro me llenaba por todas
partes, penetrándome más y más hasta que los espasmos, suaves y
dulces, irradiaron de mi cuerpo al de él. Me estremecí e interrumpí
el beso mientras inhalaba grandes bocanadas de aire. Ramiro contuvo
el aliento y lo soltó en un siseo, como la leña verde en una
hoguera.
Borracha de endorfinas, me
sentí tan fláccida como una funda de almohada vacía mientras
Ramiro me incorporaba en el asiento. Sostuvo mi cabeza con su brazo y
soltó una maldición. Yo nunca lo había visto tan alterado, sus
pupilas negras casi habían ocultado los iris grises de sus ojos.
—He sido brusco
contigo —declaró con voz entrecortada—. ¡Maldita sea! Lo
siento. Yo...
—Está bien
—susurré mientras los últimos temblores de placer todavía
recorrían mi cuerpo.
—No, no está
bien. Yo...
Lo hice callar con un
beso. Él permitió que deslizara la boca sobre la de él, pero no
respondió a mi beso, sólo me sostuvo y después volvió a cubrir mi
pecho con la parte superior de mi vestido, bajó la falda sobre mis
piernas y me tapó de nuevo con la chaqueta de su esmoquin.
No hablamos más durante
el resto del viaje. Yo todavía me sentía sobrecargada de
sensaciones y apenas fui consciente de que Ramiro pulsaba un
interruptor y hablaba con el conductor. Sin dejar de sostenerme con
un brazo, se sirvió otra copa y la bebió despacio. Sus facciones no
reflejaban nada, pero yo percibí la tremenda tensión de su cuerpo.
Sostenida con firmeza por
el brazo de Ramiro y arrullada por el movimiento del coche y el calor
que despedía su cuerpo, me adormecí un poco. Me desperté
bruscamente cuando el coche se detuvo y la puerta se abrió y
parpadeé varías veces cuando Ramiro me sacudió levemente y me
ayudó a bajar del vehículo.
Yo era muy consciente de
que iba muy desarreglada y de que las razones eran obvias y lancé
una mirada rápida y avergonzada a Phil, el conductor. Él no nos
miró de una forma deliberada y se mantuvo impertérrito.
Estábamos en 1800 Main.
Ramiro me contempló con fijeza, como si esperara que yo me negara a
pasar la noche en su piso. Yo intenté sopesar las consecuencias de
quedarme o irme, pero mi mente estaba demasiado confusa. Entre el
maremágnum de mis pensamientos, sólo destacaba uno: decidiera lo
que decidiera respecto a Gastón, Ramiro no se retiraría con
cortesía.
Arropada con la chaqueta
de Ramiro, crucé el vestíbulo y entré en el ascensor con él. La
rápida subida de éste y la altura de mis tacones hicieron que me
tambaleara. Ramiro me sostuvo y me besó hasta que me quedé sin
aliento y se me enrojeció la cara. Cuando Ramiro tiró de mí para
que saliera del ascensor, di un traspié y él me cogió en brazos
con soltura y me llevó hasta su piso.
Nos dirigimos directamente
al silencio expectante del dormitorio y Ramiro me desnudó en la
oscuridad. Después de la precipitada copulación en el coche, la
necesidad había dejado paso a la ternura. Ramiro se deslizó encima
de mí como una sombra mientras buscaba mis zonas más blandas, mis
nervios más sensibles. Cuanto más me acariciaba, más ardía yo de
deseo. Mientras respiraba de una forma profunda, lo agarré ansiosa
por beber de sus fuertes músculos, de su elástica carne y de la
sedosa textura de su cabello. Él consiguió con paciencia que me
abriera y me relajara, y su boca y sus dedos ahondaron en mi carne
con delicadeza hasta que extendí mis extremidades y mi cuerpo se
arqueó en una súplica temblorosa para recibirlo. Gemí con cada
penetración, una y otra vez, hasta que él traspasó todas las
fronteras y lo sentí en mi interior, sumergido, poseyéndome y
siendo poseído.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

locooo... despues de todo eso.. ramiro sigue siendo muy tierno.. le pide perodn y todo! jaja.. y por un lado tambien Gaston estuvo mal.. la dejo sola. que dificil desicion! jaja
ResponderEliminarSigo queriendo a gaston, él la quiso y la quiere sin necesidad de todas estas escenas prohibidas (? ah jajajajaja soy gasteria y espero no sufrir con un mal final de ellos.
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