Capitulo 68
A pesar de lo bien que me
sentía junto a Gastón, me sentí aliviada cuando nos acompañó de
regreso a River Oaks. Necesitaba retirarme, pensar y dejar que todo
aquello se asentara.
Durante el camino, Aleli no dejó de hablar en
el asiento trasero; acerca de que quería volver a montar, que algún
día tendría su propio caballo y cuáles eran los mejores nombres
para un caballo.
—Nos has lanzado a
una nueva etapa —le dije a Gastón—. Hemos pasado de la Barbie a
los caballos.
Gastón sonrió y se
dirigió a Aleli:
—Cuando quieras
volver a montar pídele a tu hermana que me telefonee.
—¡Quiero ir
mañana!
—Mañana tienes
que ir al colegio —declaré.
Aleli frunció el ceño,
hasta que se dio cuenta de que, al día siguiente, podría contarles
a sus amigas que había montado en un poni.
Gastón aparcó frente a
la puerta principal y nos ayudó a bajar del vehículo.
Yo lancé una ojeada al
garaje y vi el coche de Ramiro. Él casi nunca acudía a la casa los
domingos por la tarde. Mi estómago realizó uno de esos brincos como
cuando subes a una montaña rusa y estás a punto de caer en picado
por la primera bajada.
—Ramiro está aquí
—declaré.
Gastón se mantuvo
inalterable.
—Claro.
Aleli cogió a Gastón de
la mano y lo condujo hasta la puerta mientras hablaba a mil por hora:
—... Esta es
nuestra casa y yo tengo una habitación en el piso de arriba con un
papel de rayas amarillas en las paredes y eso de ahí es una cámara
de vídeo para que podamos ver a las personas y decidir si las
dejamos entrar...
—Nada de todo esto
es nuestro, cariño —declaré con incomodidad—. La casa es de los
Ordoñez.
Aleli me ignoró, pulsó
el timbre e hizo una mueca delante de la cámara que hizo reír a
Gastón.
La puerta se abrió y allí
estaba Ramiro, vestido con unos tejanos y un polo blanco. Mi pulso se
aceleró cuando su mirada se posó primero en mí y, después, en mi
acompañante.
—¡Ramiro! —gritó
Aleli como si no lo hubiera visto en meses. A continuación, se lanzó
sobre él y le rodeó la cintura con los brazos—. Este es nuestro
viejo amigo Gastón. Nos ha llevado a montar acaballo y a mí me han
dado un poni negro que se llama Prince.
¡Y he montado como una vaquera
de verdad!
Ramiro le sonrió mientras
le rodeaba los estrechos hombros con el brazo de una forma
reconfortante.
Yo observé a Gastón y
percibí un brillo de especulación en su mirada. Sin duda no
esperaba el cariño que unía a Ramiro y a mi hermana. Gastón
extendió el brazo con una sonrisa franca.
—Gastón Dalmau.
—Ramiro Ordoñez.
Se estrecharon la mano con
firmeza y con un breve y casi imperceptible enfrentamiento que acabó
en tablas. Ramiro permaneció impasible, con Aleli todavía abrazada
a su cintura. Yo hundí las manos en mis bolsillos. La membrana que
unía mis dedos estaba empapada de sudor. Los dos hombres parecían
estar muy relajados, pero la atmósfera estaba cargada de
conflictividad.
Resultaba inquietante
verlos juntos. Gastón había ocupado un lugar tan preponderante en
mis recuerdos y durante tanto tiempo que me sorprendió darme cuenta
de que Ramiro era tan alto como él, aunque era más delgado. Eran
distintos en casi todo, en educación, entorno, experiencia...
Ramiro, quien se regía por unas reglas que él mismo había ayudado
a establecer, y Gastón, que ignoraba las reglas, como otros tejanos
duros, según su conveniencia. Ramiro, que siempre era el más
inteligente en cualquier reunión, y Gastón, que me había contado,
con una sonrisa burlona, que lo único que tenía que hacer era ser
más listo que el tío con el que iba a realizar un trato.
—Felicidades por
la puesta en marcha de la compañía —le dijo Ramiro a Gastón—.
Has conseguido unos logros impresionantes en poco tiempo. Según he
oído, has encontrado unos yacimientos muy productivos.
Gastón sonrió y se
encogió levemente de hombros.
—Hemos tenido
suerte.
—Se requiere algo
más que suerte.
Hablaron sobre geoquímica,
sobre la sustitución de partes del revestimiento de los pozos
petrolíferos y sobre la dificultad de calcular los intervalos
productivos sobre el terreno. Después, la conversación se desvió a
la compañía de tecnologías alternativas de Ramiro.
—Se cuenta que
estás trabajando en un nuevo biodiesel —declaró Gastón.
La expresión relajada de
Ramiro permaneció inalterable.
—Nada que valga la
pena comentar de momento.
—No es eso lo que
he oído. Se ha extendido el rumor de que has conseguido reducir las
emisiones de óxidos de nitrógeno, pero que el bio-fuel todavía
resulta excesivamente caro. —Gastón le sonrió—. El petróleo es
más barato.
—De momento.
Yo conocía un poco la
opinión personal de Ramiro sobre esta cuestión. Tanto él como
Pedro opinaban que los días del petróleo barato estaban contados y
que, cuando alcanzáramos la brecha entre la oferta y la demanda, el
biofuel ayudaría a sortear la crisis económica. Muchas personas del
mundo del petróleo y amigas de los Ordoñez sostenían que esa
situación no se produciría hasta transcurridas muchas décadas y
que todavía quedaba mucho petróleo.
Además, bromeaban con Ramiro y
le decían que esperaban que no estuviera planeando sacar al mercado
algo que reemplazara al petróleo, de otro modo lo harían
responsable de sus pérdidas financieras. Ramiro me había contado
que bromeaban sólo a medias.
Después de uno o dos
minutos de conversación insoportablemente contenida, Gastón me miró
y murmuró:
—Ya me voy.
—Entonces saludó con la cabeza a Ramiro—. Encantado de
conocerte.
Ramiro le devolvió el
saludo y dirigió su atención a Aleli, quien intentaba contarle más
cosas acerca de los caballos.
—Te acompañaré
al coche —le indiqué a Gastón profundamente aliviada por el hecho
de que el encuentro hubiera terminado.
Mientras caminábamos,
Gastón me rodeó los hombros con el brazo.
—Quiero verte otra
vez —declaró en voz baja.
—Quizá dentro de
unos días.
—Te telefonearé
mañana.
—De acuerdo.
—Gastón me besó en la frente y yo contemplé sus cálidos ojos
azules—. Bueno —declaré—, habéis estado muy civilizados.
Gastón se echó a reír.
—Le gustaría
arrancarme la cabeza. —Gastón apoyó la mano en el marco de la
puerta y se puso serio de repente—. No te veo con alguien como él.
Es un frío hijo de puta.
—Cuando lo
conoces, no.
Gastón alargó un brazo,
cogió un mechón de mi cabello y lo frotó entre sus dedos.
—Creo que tú
podrías derretir hasta un glaciar.
Gastón sonrió y se
dirigió a su todoterreno.
Yo me sentía cansada y
desconcertada y entré en la casa en busca de Aleli y Ramiro. Los
encontré en la cocina, saqueando la nevera y la despensa.
—¿Tienes hambre?
—me preguntó Ramiro.
—Mucha.
Ramiro sacó una fuente
con ensalada de pasta y otra con fresas. Yo encontré una barra de
pan y corté unas rodajas mientras Aleli sacaba tres platos del
armario.
—Sólo dos —indicó
Ramiro—. Yo ya he comido.
—De acuerdo.
¿Puedo comer una galleta?
—Cuando hayas
terminado de comer.
Mientras Aleli sacaba las
servilletas, yo miré a Ramiro con el ceño fruncido.
—¿No te vas a
quedar?
Él negó con la cabeza.
—Ya he averiguado
lo que necesitaba saber.
Yo, consciente de la
presencia de Aleli, reprimí mis preguntas. Ramiro le sirvió a Aleli
un vaso de leche y dejó dos galletas en el borde de su plato.
—Come las galletas
al final, cariño —murmuró.
Ella lo abrazó y empezó
a comer la ensalada de pasta.
Ramiro me sonrió de una
forma impersonal.
—Adiós, Valeria.
—Espera... —Yo
me dispuse a seguirlo, no sin antes avisar a Aleli de que regresaba
enseguida. Me apresuré para alcanzar a Ramiro—. ¿Crees que
conoces a Gastón Dalmau después de haber hablado con él sólo
cinco minutos?
—Sí.
—¿Y qué
impresión te ha dado?
—No tiene sentido
que te lo cuente, pues me acusarías de ser parcial.
—¿Y acaso no lo
eres?
—Claro que soy
parcial, pero da la casualidad de que también estoy en lo cierto.
Cuando llegamos a la
puerta, le toqué el brazo para que se detuviera. Ramiro contempló
el lugar en el que había apoyado los dedos y deslizó la mirada a mi
rostro con lentitud.
—Cuéntamelo —le
pedí yo.
Ramiro respondió con toda
naturalidad.
—Creo que es
terriblemente ambicioso, que trabaja duro y juega todavía más duro.
Está ansioso por tener todos los signos visibles del éxito: coches,
mujeres, casa y un palco en Reliant. Creo que renunciará a todos sus
principios para ascender en la escala social. Conseguirá y perderá
un par de fortunas y tendrá tres o cuatro esposas. Y te quiere a ti
porque eres su última esperanza de convertir todo eso en realidad.
Pero ni siquiera tú serás suficiente para él.
La dureza de su valoración
me dejó atónita y me rodeé el pecho con los brazos.
—Tú no lo
conoces. Gastón no es así.
—Ya lo veremos.
—Su sonrisa no llegó a reflejarse en sus ojos—. Será mejor que
regreses a la cocina, Aleli te está esperando.
—Ramiro... Estás
muy enfadado conmigo, ¿no? Yo...
—No, Valeria. —Su
expresión se suavizó un poco—. Intento aclararme. Igual que tú.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

ay quiero más capitulos!! sigo del lado de gaston ♥
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