miércoles, 25 de junio de 2014

Mi Nombre es Valery Cap 68





Capitulo 68

A pesar de lo bien que me sentía junto a Gastón, me sentí aliviada cuando nos acompañó de regreso a River Oaks. Necesitaba retirarme, pensar y dejar que todo aquello se asentara. 

Durante el camino, Aleli no dejó de hablar en el asiento trasero; acerca de que quería volver a montar, que algún día tendría su propio caballo y cuáles eran los mejores nombres para un caballo.

Nos has lanzado a una nueva etapa —le dije a Gastón—. Hemos pasado de la Barbie a los caballos.

Gastón sonrió y se dirigió a Aleli:

Cuando quieras volver a montar pídele a tu hermana que me telefonee.
¡Quiero ir mañana!
Mañana tienes que ir al colegio —declaré.

Aleli frunció el ceño, hasta que se dio cuenta de que, al día siguiente, podría contarles a sus amigas que había montado en un poni.

Gastón aparcó frente a la puerta principal y nos ayudó a bajar del vehículo.

Yo lancé una ojeada al garaje y vi el coche de Ramiro. Él casi nunca acudía a la casa los domingos por la tarde. Mi estómago realizó uno de esos brincos como cuando subes a una montaña rusa y estás a punto de caer en picado por la primera bajada.

Ramiro está aquí —declaré.

Gastón se mantuvo inalterable.

Claro.

Aleli cogió a Gastón de la mano y lo condujo hasta la puerta mientras hablaba a mil por hora:

... Esta es nuestra casa y yo tengo una habitación en el piso de arriba con un papel de rayas amarillas en las paredes y eso de ahí es una cámara de vídeo para que podamos ver a las personas y decidir si las dejamos entrar...
Nada de todo esto es nuestro, cariño —declaré con incomodidad—. La casa es de los Ordoñez.

Aleli me ignoró, pulsó el timbre e hizo una mueca delante de la cámara que hizo reír a Gastón.
La puerta se abrió y allí estaba Ramiro, vestido con unos tejanos y un polo blanco. Mi pulso se aceleró cuando su mirada se posó primero en mí y, después, en mi acompañante.

¡Ramiro! —gritó Aleli como si no lo hubiera visto en meses. A continuación, se lanzó sobre él y le rodeó la cintura con los brazos—. Este es nuestro viejo amigo Gastón. Nos ha llevado a montar acaballo y a mí me han dado un poni negro que se llama Prince. ¡Y he montado como una vaquera de verdad!

Ramiro le sonrió mientras le rodeaba los estrechos hombros con el brazo de una forma reconfortante.

Yo observé a Gastón y percibí un brillo de especulación en su mirada. Sin duda no esperaba el cariño que unía a Ramiro y a mi hermana. Gastón extendió el brazo con una sonrisa franca.

Gastón Dalmau.
Ramiro Ordoñez.

Se estrecharon la mano con firmeza y con un breve y casi imperceptible enfrentamiento que acabó en tablas. Ramiro permaneció impasible, con Aleli todavía abrazada a su cintura. Yo hundí las manos en mis bolsillos. La membrana que unía mis dedos estaba empapada de sudor. Los dos hombres parecían estar muy relajados, pero la atmósfera estaba cargada de conflictividad.

Resultaba inquietante verlos juntos. Gastón había ocupado un lugar tan preponderante en mis recuerdos y durante tanto tiempo que me sorprendió darme cuenta de que Ramiro era tan alto como él, aunque era más delgado. Eran distintos en casi todo, en educación, entorno, experiencia... Ramiro, quien se regía por unas reglas que él mismo había ayudado a establecer, y Gastón, que ignoraba las reglas, como otros tejanos duros, según su conveniencia. Ramiro, que siempre era el más inteligente en cualquier reunión, y Gastón, que me había contado, con una sonrisa burlona, que lo único que tenía que hacer era ser más listo que el tío con el que iba a realizar un trato.

Felicidades por la puesta en marcha de la compañía —le dijo Ramiro a Gastón—. Has conseguido unos logros impresionantes en poco tiempo. Según he oído, has encontrado unos yacimientos muy productivos.

Gastón sonrió y se encogió levemente de hombros.

Hemos tenido suerte.
Se requiere algo más que suerte.

Hablaron sobre geoquímica, sobre la sustitución de partes del revestimiento de los pozos petrolíferos y sobre la dificultad de calcular los intervalos productivos sobre el terreno. Después, la conversación se desvió a la compañía de tecnologías alternativas de Ramiro.

Se cuenta que estás trabajando en un nuevo biodiesel —declaró Gastón.

La expresión relajada de Ramiro permaneció inalterable.

Nada que valga la pena comentar de momento.
No es eso lo que he oído. Se ha extendido el rumor de que has conseguido reducir las emisiones de óxidos de nitrógeno, pero que el bio-fuel todavía resulta excesivamente caro. —Gastón le sonrió—. El petróleo es más barato.
De momento.

Yo conocía un poco la opinión personal de Ramiro sobre esta cuestión. Tanto él como Pedro opinaban que los días del petróleo barato estaban contados y que, cuando alcanzáramos la brecha entre la oferta y la demanda, el biofuel ayudaría a sortear la crisis económica. Muchas personas del mundo del petróleo y amigas de los Ordoñez sostenían que esa situación no se produciría hasta transcurridas muchas décadas y que todavía quedaba mucho petróleo. 

Además, bromeaban con Ramiro y le decían que esperaban que no estuviera planeando sacar al mercado algo que reemplazara al petróleo, de otro modo lo harían responsable de sus pérdidas financieras. Ramiro me había contado que bromeaban sólo a medias.

Después de uno o dos minutos de conversación insoportablemente contenida, Gastón me miró y murmuró:

Ya me voy. —Entonces saludó con la cabeza a Ramiro—. Encantado de conocerte.

Ramiro le devolvió el saludo y dirigió su atención a Aleli, quien intentaba contarle más cosas acerca de los caballos.

Te acompañaré al coche —le indiqué a Gastón profundamente aliviada por el hecho de que el encuentro hubiera terminado.

Mientras caminábamos, Gastón me rodeó los hombros con el brazo.

Quiero verte otra vez —declaró en voz baja.
Quizá dentro de unos días.
Te telefonearé mañana.
De acuerdo. —Gastón me besó en la frente y yo contemplé sus cálidos ojos azules—. Bueno —declaré—, habéis estado muy civilizados.

Gastón se echó a reír.

Le gustaría arrancarme la cabeza. —Gastón apoyó la mano en el marco de la puerta y se puso serio de repente—. No te veo con alguien como él. Es un frío hijo de puta.
Cuando lo conoces, no.

Gastón alargó un brazo, cogió un mechón de mi cabello y lo frotó entre sus dedos.

Creo que tú podrías derretir hasta un glaciar.

Gastón sonrió y se dirigió a su todoterreno.

Yo me sentía cansada y desconcertada y entré en la casa en busca de Aleli y Ramiro. Los encontré en la cocina, saqueando la nevera y la despensa.

¿Tienes hambre? —me preguntó Ramiro.
Mucha.

Ramiro sacó una fuente con ensalada de pasta y otra con fresas. Yo encontré una barra de pan y corté unas rodajas mientras Aleli sacaba tres platos del armario.

Sólo dos —indicó Ramiro—. Yo ya he comido.
De acuerdo. ¿Puedo comer una galleta?
Cuando hayas terminado de comer.

Mientras Aleli sacaba las servilletas, yo miré a Ramiro con el ceño fruncido.

¿No te vas a quedar?

Él negó con la cabeza.

Ya he averiguado lo que necesitaba saber.

Yo, consciente de la presencia de Aleli, reprimí mis preguntas. Ramiro le sirvió a Aleli un vaso de leche y dejó dos galletas en el borde de su plato.

Come las galletas al final, cariño —murmuró.

Ella lo abrazó y empezó a comer la ensalada de pasta.
Ramiro me sonrió de una forma impersonal.

Adiós, Valeria.
Espera... —Yo me dispuse a seguirlo, no sin antes avisar a Aleli de que regresaba enseguida. Me apresuré para alcanzar a Ramiro—. ¿Crees que conoces a Gastón Dalmau después de haber hablado con él sólo cinco minutos?
Sí.
¿Y qué impresión te ha dado?
No tiene sentido que te lo cuente, pues me acusarías de ser parcial.
¿Y acaso no lo eres?
Claro que soy parcial, pero da la casualidad de que también estoy en lo cierto.

Cuando llegamos a la puerta, le toqué el brazo para que se detuviera. Ramiro contempló el lugar en el que había apoyado los dedos y deslizó la mirada a mi rostro con lentitud.

Cuéntamelo —le pedí yo.

Ramiro respondió con toda naturalidad.

Creo que es terriblemente ambicioso, que trabaja duro y juega todavía más duro. Está ansioso por tener todos los signos visibles del éxito: coches, mujeres, casa y un palco en Reliant. Creo que renunciará a todos sus principios para ascender en la escala social. Conseguirá y perderá un par de fortunas y tendrá tres o cuatro esposas. Y te quiere a ti porque eres su última esperanza de convertir todo eso en realidad. Pero ni siquiera tú serás suficiente para él.

La dureza de su valoración me dejó atónita y me rodeé el pecho con los brazos.

Tú no lo conoces. Gastón no es así.
Ya lo veremos. —Su sonrisa no llegó a reflejarse en sus ojos—. Será mejor que regreses a la cocina, Aleli te está esperando.
Ramiro... Estás muy enfadado conmigo, ¿no? Yo...
No, Valeria. —Su expresión se suavizó un poco—. Intento aclararme. Igual que tú.


Continuara...



*Mafe*
@gastochi_a_mil

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