Capitulo 36
Rocio estaba escandalizada, nunca había escuchado a su amigo hablarle con tal tono de frialdad. Era desconcertante. Pero a la vez no pudo evitar excitarse, Había un trasfondo sexual que se hacía evidente por la forma en que la miraba. Su boca se seco de repente y las mieles de sus ojos se abrieron con más intensidad como si viesen el mundo por primera vez.
Él notó la reacción de su cuerpo y sonrió satisfecho. Caminó lentamente hacía ella haciéndola retroceder hasta no poder seguir por la aparición de un muro tras ella. Ahogó un gemido de frustración y miró el desnudo torso musculoso que se dirigía hacía ella.
No entendía qué le ocurría a su amigo. Un momento antes parecía estar enfadado y ahora se la comía con la mirada. El temblor y el estruendoso estremecimiento que la invadían no la dejaba pensar ¿Qué quería de ella?
Gaston dejó de negarle a su cuerpo lo que tanto deseaba ¡A ella! La tendría costase lo que costase. Si para eso tenía que contentarla un poco siendo su amigo, lo haría. Pero no soportaba ni un minuto más sin hacerla suya.
Rochi vio la decisión en sus ojos y por un momento pudo pensar con claridad. Le dio un alto, colocando su mano entre ellos, impidiendo que se acercara más. Se repuso un poco y buscó en su interior cualquier rastro de autocontrol.
- ¿Qué crees que haces? -preguntó dividida entre la ira, el desconcierto y la excitación.
- Me acerco a ti -respondió muy sonriente mientras acariciaba la mano que le sujetaba el pecho desnudo. Rocio notó una descarga, pero se recompuso rápidamente.
- ¿No creerás que será tan fácil? No puedes ser mi mejor amigo, después tratarme como si no fuese nada para ti y ahora intentar acostarte conmigo -replicó Rochi decidida por dirigirse hacía la ira.
-Te recuerdo que eso ya lo he hecho -replicó Gaston mientras la sujetaba por la cintura apretándolo contra él.
- ¡Solo fue sexo! -exclamó ella alarmada por la cercanía.
- No he dicho lo contrario -repuso él en tono suave y seductor- Y como ni la amistad ni el amor están involucrados en esto ¿qué más da que no nos soportemos en estos momentos? -se acercó para rozar sus labios.
- ¡Eres odioso! ¿Cómo puedes decir tal cosa? Has sido como parte de mi familia. Hemos sido... -intentó protestar pero la cálida boca de él se lo impidió con un arrebatador beso, que enturbió sus pensamientos.
- No me importa que me odies -afirmó Gaston sobre sus labios haciéndola reaccionar tras el leve alumbramiento del paraíso- Debo decir que tú tampoco eres una de mis personas favoritas en estos momentos. No me malinterpretes, no te odio. En realidad no tengo nada en contra de que seas como eres. Pero tampoco tengo nada a favor. Pasar horas contigo hablando o jugando al básquet ya no me parece nada interesante. Pero... -se interrumpió para sonreírla con una mezcla de desprecio y deseo, mientras analizaba cada curva de su cuerpo- creo que ambos hemos encontrado una manera de divertirnos juntos mucho mejor -concluyó con una mirada déspota y sensual.
- ¿No creerás que me puedes insultar y después pedirme que nos acostemos? -preguntó Rocio sorprendida esperando haberse equivocado.
- No te he insultado en ningún momento -aclaró él serenamente.
- Lo has hecho, con tu tono al hablarme, tu forma de mirarme -explicó ella furiosa.
- A eso se le llama deseo y no eres ajena a él. No te hagas la inocente. Trabajas seduciendo a cuanto hombre se te aparece -espetó Gaston manteniendo la fachada de tranquilidad.
- No pienso soportar tus desvaríos -dijo Rocio mientras caminaba hacía la puerta.
Si no tenía suficiente con la actitud indiferente que le había regalado esas semanas, ahora encima se ensañaba con ella. Se sentía culpable por haber provocado el desplome de su amistad. Pero su baja autoestima no estaba tan degradada como para permitir que él la insultase en sus narices.
¡La quería utilizar como objeto sexual! Pero ¿qué se creía que era? No entendía la dinámica de esa nuez que tenía por cerebro. Y en esos momentos, no tenía ningún interés en adivinarla.
Durante años se había sentido como alguien cruel, egoísta y superficial, por el simple hecho de buscar la felicidad. Solo él la hacía sentirse un ser especial. Alguien que merecía la pena. Pero ahora también él pensaba así de ella. Sus piernas flaquearon un instante. Ya no le quedaba ni un oasis al que acudir cuando su mundo se derrumbaba. Quiso hincarse de rodillas en el suelo y llorar como una niña pequeña. Pero no se dejaría ganar. No permitiría que la viese así. Era lo que él quería y no se daría por vencida tan fácilmente.
La rabia la hacía verse más bella, pensó Gaston risueño. No entendía por qué hacía tanto teatro. Si él la deseaba y ella a él ¿donde estaba el problema? Oh sí, ella seguía fingiendo querer recuperar su amistad. Pero eso era imposible. No volvería a verla como otra cosa que no fuese como un pecado de mujer. Lo derretía cuando se contoneaba frente a él.
Sonrió divertido al ver que se acercaba a la puerta. Parecía que ni siquiera era tan inteligente como le había hecho creer ¡Estaba cerrada con llave! Y estaba bastante seguro de que ella no tendría una copia. Seguramente se habría alterado al ver que él no cedía a sus manipulaciones y ni siquiera recordaba que estaban encerrados.
- Le recuerdo a la señorita que su "amigo" nos encerró con llave -informó Gaston burlón.
- Pues yo te recuerdo que la inteligente de los dos siempre he sido yo. Así que no te esmeres en intentar ser ingenioso -espetó mientras se agachaba frente a la cerradura.
La afirmación le había irritado pero no tanto como la respuesta que había dado su cuerpo al verla agacharse. Su dulce trasero se enmarcó a tal grado de ser lo único en lo que podía fijar la vista ¡Cruel y despiadada! Estaba seguro que lo hacía aposta para torturarlo. Fingía inocencia y estar ofendida, cuando todo era una tapadera para sacarlo aún más de sus casillas ¡Perversa!
Se juró no caer en sus trampas y fingió no percatarse de sus bellos encantos, mientras le dirigía una gélida mirada, que ella no percibió al estar de espaldas.
- ¿Qué crees que haces? -preguntó Gaston en tono grosero, al ver como se quitaba la única orquilla que sujetaba un mechón de su cabello.
- ¿Es que no recuerdas cómo abría la puerta donde escondía tu padre tus regalos de Navidad? -le recordó ella sin prestarle mucha atención. Concentrándose en su tarea de abrir la puerta con la orquilla.
Claro que lo recordaba. Por culpa de ella nunca había creído en Papá Noel, ni en ningún otro ser mágico o ficticio. Ella siempre era la voz de la razón, desde muy pequeños. La había admirado tanto por ello... Pensaba que tenía las respuestas a todas las preguntas. Con los años su opinión no había cambiado mucho ¡Que equivocado había estado!
Era difícil compararla con la pequeña traviesa que abría a escondidas el lugar secreto en el que sus padres guardaban sus regalos pensando que él nunca accedería a ellos. Siempre se había maravillado de la destreza con la que lo hacía. Recordaba que él siempre acababa castigado porque no podía evitar jugar con todos sus juguetes en cuanto los veía, y para cuando su padre iba a recogerlos la mayoría ya estaban en evidente uso. Rochi le reñía por ser tan poco discreto, pero él nunca había sido capaz de aguantar las ganas de tener aquello que deseaba. Ni incluso entonces, cuando lo que deseaba era a ella.Verla tan desprotegida de ropa lo hacía palpitar.
Su autocontrol se había evaporado junto a su deseo de fingir indiferencia. Decidió tomarla allí en ese mismo instante, pero cuando fue hacía ella ya le había ganado la batalla al cerrojo y había abierto la puerta de par en par. La habría cerrado y besado con pasión antes de unirse de la forma más apasionada que hubiesen conocido, pero al otro lado de la puerta se encontró con el gigante rubio cruzado de brazos y mirándolo con rabia. Estaba seguro de que no había escuchado nada. Y supo que si lo miraba así era por celos. Seguramente él la deseaba tanto como todos los demás ¡Una victima más! Pero no se compadeció de él. Lo odio por interrumpir sus planes.
- Decir que ha sido un placer hablar contigo es una ironía que es posible que no captes. Así que seré clara para que me entiendas ¡Vete al cuerno Gaston Dalmau! -dijo Rocio furiosa saliendo de allí haciendo retumbar la habitación con un portazo.
Era buena haciéndose la ofendida, pero él seguía sin verle el sentido a que siguiese con su papel. Podrían divertirse juntos. Es lo que ambos querían. Ella quería toda su atención y él se la daría, mientras no hablase y estuviese desnuda, tendría absolutamente toda su atención.
Caminó con intención de salir de allí y seguir con la fiesta. Convencido de que ella solo sería una silueta más entre la multitud. Tomó el pomo, relajado, ya que no sentía el más mínimo ápice de culpabilidad. Pero la puerta no se abrió.
¡Mal´dita mujer! ¡Lo había dejado encerrado!
Fin Capi...
*Mafe*

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