domingo, 26 de febrero de 2012

Amigos Desconocidos Cap 57


Capítulo 57


Desde la noche antes de comenzar esa visita, Gaston se sentía el hombre más miserable del planeta. Había visto el dolor en los ojos de Rocio y se había dado cuenta de que todo lo que hacía era engañarse para poder tener una excusa para tenerla cerca. Si se decía que ella no tenía sentimientos no tenía que preocuparse por herirlos. Pero ella los tenía y él le había hecho daño.

Se había repetido durante el trayecto en avión, una y otra vez que hablaría con ella, que se disculparía y haría lo que fuese necesario para enmendar su error. Pero entonces llegó su madre y después, Juan Pedro. Y los celos nublaron su juicio -una vez más-, siendo incapaz de hacer otra cosa que no fuese herirla aún más.

Habían jugado a un juego peligroso de celos, pero sabía que ella no temía por él. Solo lo quería como un amigo, por lo que no importaba que otras lo deseasen.

¡Y él se aprovechó de su amistad para atarla a él! se reprochó avergonzado.

Sabía que ella lo quería y haría cualquier cosa para no perderlo. Habían sido muchos años juntos. Pero él se había pasado exigiendo y era justo que ella quisiese alejarse de él para siempre. No tenía derecho a pedirle que fuese su amante. Hacía días que se reprochaba por ello. Cada noche se quedaba despierto observándola y ordenándose que al día siguiente le diría que ya no hacía falta que se sacrificase más por él. Nunca la abandonaría. Pero después la abrazaba y su olor y la sensación de la suave piel femenina contra la suya, le decía que no podría vivir un solo día sin eso. Frustrado lo había pagado con ella, siendo grosero y tratándola mal. Pero no podía alejarla de él. Cuando vio todo ese dolor en sus ojos esa misma noche supo que no podía continuar con lo que estaba haciendo. Y huyó.

Caminó durante más de dos horas. Intentó encontrar la manera de seguir junto a ella y no tratarla como a un objeto sexual. Pero no había ninguna. No podían ser amigos, porque deseaba besar cada centímetro de su cuerpo cada vez que la miraba, y no soportaría verla con otro. Ella no era solo un cuerpo bonito, era mucho más.

Pero no había manera de tenerla en su cama sin tratarla como un objeto. Y ella no se merecía ese trato, por mucho que él se hubiese intentado convencer.

Había acabado aceptando que la única solución era alejarse el uno del otro y seguir con sus vidas. Decidió volver a la casa y contarle su decisión. Pero al ver a Peter en su asiento, junto a Rocio, todo su autocontrol y decisión se había evaporado. Suspiró irritado con el recuerdo, se frotó los ojos y se sentó en las escaleras de piedra del jardín.

Allí había decidido pedirle disculpas por ser un cretino y aprovecharse de ella. Pero ella, siempre más inteligente que él, se le había adelantado, haciendo que terminase su peculiar relación. No supo qué decir. Pensó que si pedía disculpas ella iba a pensar que era una manera de querer seducirla para que cambiase de opinión. Y si seguía allí frente a ella, tan hermosa como estaba, seguramente lo intentaría. Así que se marchó. Se encerró en su cuarto y entonces lo dominó el pánico ¡La iba a perder para siempre!

En estado de shock se había dejado caer en el suelo. No la volvería a ver, ni a tocar. Otros la besarían, se embriagarían con su perfume, se perderían en la inmensidad de su mirada, se extasiarían con su risa. No volvería a disfrutar de esa pequeña seductora nunca más. El corazón se le encogió tanto que creyó haberlo perdido por completo. No podía perderla. Aún no estaba preparado.

Bajó a la realidad al ver como ella entraba en el baño y recogía sus cosas. Estaba haciendo la maleta ¿Cuanto tiempo llevaría allí? Había estado tan absorto intentando encontrarle sentido al caos que había en su interior que no la había visto. Pero ella estaba por marcharse y no había encontrado ninguna solución.

Así que se limitó a decir que simplemente no podía irse. Soltó la primera excusa que se le vino a la cabeza. Y sin pensar dijo la verdad ¡No podía abandonarlo! La quería junto a él. No se creía capaz de respirar si no era así.

Se levantó con brusquedad de la escalera de piedra y caminó por los jardines. Se había inventado otra estratagema más para mantenerla atada a él. Y encima se lo había pedido en nombre de su antigua amistad ¡Era rastrero! Se detestaba a sí mismo. Pero tenía que hacer algo para no perderla. Era algo temporal. Pero aún no estaba preparado para alejarse de ella para siempre.

Continuó caminando hasta encontrarse con la luz del despacho de Nicolas. Él y su madre se besaban apasionadamente en el interior. Podía verlos con claridad, en la distancia, por los grandes ventanales. Los dejó atrás en su camino. 

¡Otra victima más en la lista de su madre!, pensó con pesar. Ella era una mujer sin corazón, incapaz de enamorarse. Por su culpa había juzgado así a Rocio. Pero ellas no eran iguales. Rocio era sincera con sus sentimientos. Si odiaba a alguien lo decía y si le gustaba también. Su madre, sin embargo, podía decir estar locamente enamorada de uno y no solo no ser cierto, sino que lo traicionaba de la forma más vil. Había tratado a su padre como un perrito faldera, siempre dispuesto para acatar sus órdenes. Y él había sido testigo del desprecio que obtenía a cambio. No entendía cómo su padre la había aguantado por tanto tiempo.

Lo peor de todo aquello era que había pagado todo su enojo con Rochi, en vez de hacerlo con la verdadera responsable. Suspiró con tristeza y se encaminó hacía su habitación. No estaba seguro de lo que haría esos días pero a pesar de que lo último que deseaba era quedarse en ese lugar, era su única excusa para tenerla cerca.

Al llegar a la habitación, la encontró a oscuras. Caminó a ciegas hasta la cama, hasta que sus ojos se acostumbraron a la escasa luz. Ella estaba acurrucada a un lado de la cama y le había dejado libre el resto, para que se acostase él al llegar.

Rodeó la cama hasta quedar junto a ella. Se arrodilló para quedar frente a su preciosa cara y la contempló. Su melena dorada caía por su hombro y se extendía por la almohada. Estaba hecha un ovillo, con las manos apretadas bajo su rostro. Le acarició la mejilla y rió al ver como ella movía su naricita, como una pequeña brujita que intenta hacer magia con su pequeña nariz.

Se puso de pie y se obligó a alejarse de ella. No podía dormir en la misma cama que ella. No podría controlarse y acabaría como todas las noches, apretándola contra él para sentirla parte de sí mismo.

- Duerme, cariño -dijo antes de alejarse de ella.

Lo mejor sería una buena ducha fría. Eso aclararía todas sus dudas y amortiguaría su deseo. Le había rogado hacerle el amor un millón de veces desde que había llegado. Y aunque realmente lo deseaba, en realidad lo más insoportable era la idea de tenerla lejos de su abrazo. Necesitaba el contacto de su piel. No tenía claro como sobreviviría sin ese contacto. 

Mientras se duchaba recapacitó en el hecho de no tenerla nunca más, y sintió que su corazón hecho pedazos se perdía por el desagüe. 

Al llegar al cuarto aún entre sombras, volvió a esperar a que su vista se acostumbrase. A medida que se acercaba a la cama, sentía que sería un infierno mucho peor de lo que él pudiese imaginar.

El paraíso era estar dentro de ella, y él nunca más lo volvería a sentir. 

Caminó de nuevo junto a ella, envuelto en una pequeña, mullida y blanca toalla. Y se deleitó con la preciosa imagen que le dejaba ver la suave luz de la Luna que entraba por el ventanal.
- Te necesito tanto... -le susurró mientras le acariciaba los rizos dorados.

Se acercó suavemente hacía ella, como si tuviese todo el tiempo del mundo y quisiese aprovechar cada centímetro de la aproximación. Rozó suavemente los rosados y carnosos labios femeninos con los suyos y deposito un casto y tierno beso. Un simple beso que le hizo estremecerse. Haciendo que la ducha fría no hubiese servido para nada. Ella era la única persona capaz de tener tal poder sobre él. Su pequeña y traviesa ninfa. 

Se colocó algo de ropa para dormir y se acostó en el pequeño sofá de la gran habitación. No se sentía con el suficiente autocontrol para dormir en la misma cama. La miró. Solo estaban a un escaso metro y le pareció que estaba en otro planeta. Un lugar inalcanzable. La había perdido. Y solo tenía unos días para hacerse a la idea antes de perderla por completo.

Fin Capi...

*Mafe*

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