martes, 13 de marzo de 2012

Inesperado Capítulo 8


Perdon por las demoras!!! Se que un cap largo no compensa todo el tiempo que estuve sin publicar pero algo es algo no? jaja





Capitulo 8:

Colgaste, y volviste a la cocina. Allí, ellos seguían charlando como si nada. Aunque dudabas que hubieran permanecido así, mientras hablabas por teléfono.
Te sentaste en donde estabas, y le informaste que saldrías a lo de Candela. Y bueno, tuviste que escuchar las mismas quejas que al mediodía.

-    ¡En serio voy a estar bien!, Eugenia, sabés como es Cande. No va a dejar que nada me pase, se los juro. – Buscaste la aprobación de ella con tu mirada.

-    Si en eso tiene razón Gas.

-    Aparte, de paso ustedes hacen sociales. – Ibas a inventar cualquier excusa con tal de ir. Provocaste la risa instantánea en ellos.

-    Te equivocas, nosotros ya nos llevamos muy bien – Euge miró con aprecio a tu novio.

-    Bueno, está bien. Pero te acompaño hasta allá, y me llamás cualquier cosa.

-    ¿Y vos pensás que voy a decir que no?. Me cambio, y nos vamos.

Fuiste hasta tu habitación. Buscaste un jean, y una remera suelta y te vestiste. A pesar de que aún no tenías panza, te sentías incomoda con la ropa ajustada. Cosas tuyas, claro.
Unas romanas color suela, fueron tu calzado. Optaste por un maquillaje no tan llamativo, y el pelo suelto, con tan solo una hebilla en uno de los costados. Tus bucles resaltaban con importancia.

-    Mucha producción para ir a lo de tu amiguita, eh. – Y si seguía así ibas a subirlo en el primer barco que vieras cerca.

-    Basta. – Lo fulminaste con la mirada, mientras buscabas tu cartera.

-    Digo la verdad.

-    O te callás, o me voy sola. – Y tanta sobreprotección te asfixiaba.

Y no escuchaste ni una palabra más, salir de su boca. Terminaste de meter algunas cosas en la cartera, saludaste a tu hermana, y salieron rumbo a lo de Candela.
En principio, también el camino fue silencioso. Ninguno de ustedes se decidía a hablar.

-    ¿Te sentís bien? – Estiró su mano para que la agarres.

-    Si.

-    ¿No volviste a sentir ningún dolor?

-    No.

-    ¿Estás enojada?

-    No.

No querías hablar, necesitabas un respiro. Un poco de diversión, como cualquier chica de tu edad. Y a eso ibas a lo de Cande. Por eso habías aceptado, y habías hecho hasta lo imposible para que te dejaran sin ningún enojo por detrás. Extrañabas pasar tiempo con ella, hacer cosas absurdas, y disfrutar de su compañía.
Recién te encontrabas en la primera etapa, pero ya te sentías bastante limitada para hacer cosas. Y aún más te molestaba, que tu novio y Eugenia, siempre lo hicieran notar. Vos todavía no querías asumirlo. Querías disfrutar un poco más. Antes de que la gente notara, a simple vista, que no eras una adolescente común y corriente.

-    Bueno, llegamos.

-    Si, chau. – Un beso corto, y fuiste a tocar el timbre.

-    Vení, un poquito. – Giraste con desgano

-    ¿Qué pasa ahora?, ¿Algo más te molesta? – Si, tu humor era de terror.

-    No, solo quería decirte que te amo, y darte un beso como la gente.

-    Yo también – Le sonreíste - Pero decile al Gastón cuida que afloje. Me está molestando mucho.

-    Le digo, le digo. ¿Ahora si me das un beso?

-    Todos los que quieras. – Y reíste a centímetros de él.

Una hora más tarde, Candela ya estaba al tanto de todo. Y obviamente, se sumó a la lista de Gastón y tu hermana. Pero ella te cuidaba con diversión. Te conocía demasiado, y sabía que había que tratarte con cuidado, porque ante demasiada protección explotabas en dos segundos.
Entre amigas te sentías un poco mejor. Hacía bastante tiempo que no disfrutaban de una reunión así. Ellas eran las encargadas de hacerte olvidar todo aquello, que alguna vez te hizo sentir mal. Sus risas, sus abrazos repentinos, o cada cosa sin sentido que se cruzaba en su mente te daban felicidad. Te hacía sentir en casa. Volvías a tus diecisiete años, tal y como eran antes, por un momento.

4 de Marzo del 2009


Una semana había transcurrido ya, desde la fiesta en la casa de Candela. Que por cierto había tenido el final menos pensado.

Cerca de las dos de la madrugada, unas ganas repentinas de vomitar habían invadido tu ser. Obviamente, corriste al baño. Tus amigas no entendían nada excepto Candela, que conocía todo sobre vos. Ellas creyeron que había sido producto del alcohol. Pero no. Esa idea no perduró mucho tiempo, porque claramente no habías bebido absolutamente nada. Como habías prometido.
Cuando regresaste, estaban todas sentadas en la mesa de madera del quincho de la casa. Voltearon, y no sabías que hacer. Si hablar, o callar.

-    ¿Estás mejor Rochi? – Mery, la rubia del grupo.
-    Si, ya pasó – Y sus caras te indicaron que no entendían absolutamente nada. - Creo que tengo que hablar, ¿No? – Frunciste tu ceño.
-    Y si amiga, nos estas preocupando – Lali, siempre la primera en hablar.
-    Igual tranquilas, no es nada del otro mundo. Bah… tampoco algo tan usual.
-    Rochi dejá las vueltas para otro día – Candela y su impaciencia.
-    Bueno, está bien. Estoy embarazada. – Ahora sus caras eran de sorpresas. Candela sonreía como loca.
-    Y de mellizos. –Ella se adelantó a tus palabras, y se paró a abrazarte
-    ¡Con razón estabas tan rara! – Daky, y sus conclusiones. – Felicitaciones Rochu.
-    Nos tenés en todas. Cualquiera que se meta con vos, se las ve con nosotras, que quede claro. – Lali, una luchadora nata.

Reíste, y cuándo querías acordar tenías un sexteto de amigas abrazándote. Y a pesar de que tu mejor amiga siempre iba a ser Candela, las cinco te eran incondicionales siempre.

Era de noche, y estabas preparando la cena porque tu hermana aún no había llegado de cursar. Suponías que iba a llegar exhausta, por lo que, decidiste usar los pocos dotes que Gastón había logrado enseñarte. Claro, preparar milanesas con puré era fácil.

-    ¡No conocía esta fase tuya, eh!, Me sorprendiste hermanita. - Una hora después, ambas degustaban la cena.

-    Y bueno, algo tenía que aprender de Gastón – Y una mueca con diversión salió de tu cara.

-    Rochi, falta poco para que empiecen las clases. Es hora de que vallas a buscar tus cosas. – Explicó con suavidad. Vos deseabas que no tocara el tema, pero fue en vano.

-    Yo ahí no quiero volver

-    Son unos minutos, tocás timbre, entrás, metés tus cosas en un bolso y te vas. ¿Tan complicado es?

-    Decirlo es fácil, tenés que escuchar sus voces de fondo mientras hago todo eso, no.

-    ¿Y de que tenés miedo?, Si de alguna u otra forma no les vas a hacer caso.

-    No quiero escuchar sus palabras. No quiero disculpas ahora, ni mucho menos otro reproche más.

-    ¿Solo eso?

-    Si, ¿Te parece poco? – Tu humor había dado un giro completo.

-    ¿O será que tenés miedo de darte cuenta que los extrañás? – Te preguntó con una pequeña sonrisa.

-    ¿A ellos?...No, definitivamente no. – Sentenciaste, y comiste tu último bocado.

-    ¿Y entonces Rocío?, ¿Qué te puede pasar, si no sentís absolutamente nada por ellos? – Fue un golpe duro escuchar la última frase.

-    Yo no dije eso, solo que no los extraño. – Hablabas rápido – Y basta Euge, yo no voy a ir. Si querés ir por mí, y hacerme el favor, te lo agradecería. – Te levantaste de la mesa, y fuiste a tomar aire al patio.

Eugenia no te siguió, dejó que respiraras un poco. Y la charla siempre tenía el mismo final desde hace días: ningún acuerdo.
Allí afuera, buscaste una toalla y la desplegaste en el césped. Era una noche maravillosa. Ninguna nube opacaba las estrellas, ni mucho menos, la luna. Y en ellas te perdías, y con ello, en un sinfín de pensamientos. Los mismos que traían a tus padres, unos cuantos años atrás. Los que te mostraban estas noche, pero con ellos a tu lado, y tu hermana también rondando por ahí. La playa a pocas cuadras de su casa, y ustedes cuatro desparramados haciendo la misma acción. Nunca faltó los cuentos de tú mamá. Ella era toda una artista.
Y tus lágrimas traviesas, tampoco tardaron en llegar. Por que sí, en algún punto, los extrañabas. Por que si sentías cosas por tus padres, y tan solo era el orgullo lo que no te dejaba admitir que sentías un vacío. Que todos los días deseabas por despertar, y que ellos estuvieran a tu lado, acompañándote en este giro inesperado que la vida te dió.

-    Una noche como esta íbamos a la playa, ¿No? – Apareció de repente, te hizo asustar.

-    Si – La miraste por unos segundos, luego volviste tu mirada al cielo.

-    ¿Y si vamos?

-    Estás cansada, y…

-    Y yo quiero ir. – Sonreíste, y te levantaste. – Pará, pará

-    ¿Qué pasa?

-    Vení. – Estiró sus brazos, y te dejaste envolver por ellos. – Te quiero mucho, eh. – Revolvió tus pelos, y salieron camino a la playa.

Fueron tres cuadras las que tuvieron que recorrer, y ya estaban pisando la arena. Se sacaron las ojotas para caminar más cómodas, y antes de sentarte en algún lugar junto a Eugenia, fuiste a mojar tus pies al mar.

-    ¡Vení, Euge! No está tan fría. – Jugabas como una nena en medios de las olas.

-    ¡Estás loca!, debe estar congelada y vos ahí metida. – Te gritaba ya sentada.

-    No, ¿Sabías qué?, no estaba fría. – Le hablabas mientras te acercabas para ocupar tu lugar – Se ve que de grande, me estoy pareciendo a vos.

-    La verdad que sí. ¡Qué locura!

-    ¿Qué?, ¿No te gusta? – Fingías estar ofendida.

-    ¡Claro que sí!, solo lo digo por como se invirtieron los roles. Ahora vos sos la loca linda, y yo un intento de ser una persona normal.

-    Si eso es un intento – Revoleaste tus ojos, y te acostaste en la arena.

Euge rió, y te observó por unos minutos. Te percataste de eso, unos segundos después, cuándo ambas miradas se cruzaron. Al principio reíste, después pensaste que tenías algo, y luego comenzaste a preocuparte.

-    ¿Qué me mirás?

-    A vos.

-    ¡No me digas! – Como si no lo hubieras notado - ¿Tengo algo?

-    No, solo me pregunto cuando fue el día en que creciste tanto. – Está era la faceta en que querías morfar a tu hermana. Era tierna cuándo quería. – Antes nos llevábamos de lo peor, hoy nos reímos y compartimos casi todo el día juntas.

-    ¡Hay no empieces!, me vas a hacer llorar. – Te levantaste para abrazarla – Sos la mejor, eh. No lo dudes nunca. – Susurraste en su oído, luego de recordar, las mil peleas que habían pasado. Y ver como la vida hoy, las unía más que nunca.

Al día siguiente, cerca de las diez de la mañana, tu hermana te pasó a buscar para ir a la ginecóloga. En el camino, también recogieron a Candela, y Gastón. Hoy iban todos juntos, porque era la primera vez que ibas a ver a tus bebés. Todos estaban ansiosos, y a decir verdad, te ponían más nerviosa a vos.
Llegaron, y se instalaron en la sala a esperar el turno. Gastón, estaba sentado a tu lado, y llevaban sus manos entrelazadas. Mientras tanto, Candela y tu hermana charlaban con énfasis observando algunas revistas que habían encontrado sobre la mesa.
Rocío Igarzabal, y tus tres acompañantes entraron detrás de vos. Comenzaron charlando un poco, y te interrogó sobre tus dolores. Los cuales por suerte, no habían vuelto.
Luego, realizó el mismo control que la visita anterior, y para finalizar llegó lo tan ansiado.

-    Bueno, estos dos son sus bebés. Son muy chiquitos todavía, con el pasar de los meses los vamos a ver mejor. – Te causaba emoción verlos. Gastón estaba aferrado a tu mano, y observaba la pantalla con una gran sonrisa.

-    ¿Esos son mis sobris? – Y precisamente, no fue tu hermana la que preguntó.

-    Si, Cande – Enseguida contestó Eugenia.

-    Y esos sonidos que escuchan, son los látidos del corazón. – Estabas admirada.

-    ¡Qué rápidos! – Gastón, y sus apreciaciones

-    Si, eso ocurre porque se está desarrollando. Es normal.

-    ¡Son muy lindos! – Apreciaste, con un hilo de voz.

Recibiste grandes sonrisas por parte de las mujeres, y un beso de tu novio. Te sentías feliz.
Por último, te dio unas recomendaciones, y algunos cuidados que tendrías que tener.
Y mentalmente los imaginabas con agenda y lapicera en mano anotando cada una de sus palabras.- Sí, no reíste porque ibas a quedar como una desubicada pero ganas no te faltaron.-

-    Bien, vos y yo a la pileta. – Gastón, y sus ideas.

-    ¡No puede venir conmigo a caminar también! – Candela, y sus infinitos celos.

-    Bueno vayan cortando que hay Rocío para todos. – Y tu cara tomó color, luego de esa acotación.

-    ¡Hay ella, se hace la importante! – Empeoró con el de tu hermana – Y encima, después se hace la vergonzosa. – Le sacaste la lengua, y seguiste caminando de la mano con tu novio.

Una vez en el auto debatían a donde iba a ir cada uno, ya que Euge tenía que volver al trabajo. Había pedido unas horas para poder acompañarte.

-    Los llevamos si quieren – Les dijiste mientras abrías la puerta del auto.

-    No está bien, no queremos molestar. ¿Pero vos no querés venir a comer con nosotros? – Cande llevaba la palabra.

-    No puedo, tengo un asunto con Euge. Más tarde nos vemos, ¿Quieren?

-    Dale, llámanos y arreglamos. – Gastón que se acercó para darte un un beso – Te amo Igarzábal
-    Yo más Dalmau. – Y esa locura de llamarse por los apellidos.

-    Claro, Candela como siempre, no existe. – Se cruzó de brazos.

-    ¡Celosa! – Exclamaron a dúo.

-    ¡Si sabés que te quiero! – Reíste mientras dejabas un beso en su mejilla. – Nos vemos después

Te acomodaste en el asiento, y Eugenia te observaba. No sabía a que asunto te referías. Buscaba respuestas.

-    Vamos a casa.

-    Bueno, pensé que era algo más importante. – Encendió el auto, pero todavía no había entendido.

-    No, no. A nuestra casa – Resaltaste el posesivo. Ahora sí, comprendió.

1 comentario:

  1. Me ha encantado escribe mas seguido y puedes seguir escribiendo UNV también

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