Cuando no pudo más, cuando la extenuación amenazó con derrumbarle sobre las hojas
empapadas de la acera, reunió un poco de vigor y retrocedió unos pasos. Aún la contempló un instante mientras se juraba que esa sí era la última vez. La última. Verla le avivaba los recuerdos y
le recrudecía el
dolor que siempre llevaba consigo. Ya estaba cansado de sufrir, pensó introduciendo las manos en los
bolsillos, para conducir su cansado espíritu hacia la estación.
Ya en el tren,
ocupó un
asiento al final del vagón, de cara a la pared para abstraerse de las miradas
curiosas. Juntó los
dedos y los aprisionó entre sus piernas. No podía dejar de temblar, pero no a causa de la
humedad que le traspasaba el cuerpo ni del frío que le hería las manos y le entumecía los pies. Aquellos temblores
incontrolados le brotaban de las llagas de su corazón.
A través del cristal de la ventanilla siguió, con mirada ausente, los movimientos de
una pareja que paseaba por el andén al abrigo de la lluvia. Sabía lo que sentían cuando se tomaban de las manos o se
miraban a los ojos; y sabía lo que sentirían después, cuando descubrieran que el amor es una
mentira embriagadora, intensa y breve. Lo sabía porque hacía mucho tiempo, casi en otra vida, él sintió lo mismo.
Justo en ese
instante, Rocio miraba las gotas que se estrellaban contra otro cristal: el del
taxi que la conducía a
casa. Gaston se hubiera sorprendido de haber podido verla. No era la persona
dichosa que sonreía
siempre. Era la mujer triste que cada tarde de sábado salía de ese bar tan cargada de añoranzas que hasta le costaba caminar. Era
la que, en ese momento en el que a él le lloraba sangre el corazón, seguía la dirección cambiante de las gotas de lluvia con la
sensación de que
eran lágrimas
con las que el cielo desahogaba su desconsuelo.
El humo del cigarro se estrellaba contra el cristal, La iluminación artificial que comenzaba a llenar la
calle se filtraba por la ventana para destacar de entre las sombras sus
extraviados ojos verdes. Estaba envuelto por la penumbra del salón en el que iba a pasar esa noche de
domingo. Necesitaba pensar. Llevaba años sin hacer otra cosa y a pesar de eso
tenía la urgente necesidad de continuar haciéndolo.
—¿Cómo la conociste?
La voz pausada
de peter emergió a su
espalda, desde la oscuridad. Gaston no se movió. Continuó mirando hacia el exterior como si no
hubiera escuchado la pregunta.
—Fue la
noche de un sábado —dijo de pronto—. En un bar de copas que frecuentábamos. —Sacudió el cigarro sobre el cenicero, que
sujetaba con su mano izquierda—. Yo hablaba con mis amigos y recuerdo que abrazaba
por la cintura a una chica con la que tenía planeado recibir el amanecer. —Guardó silencio un instante mientras volvía a verla con su larga melena rubia y su
expresión dulce,
apoyada al final de la barra—. Cuando la vi fue como... —Alzó los hombros y los dejó caer impotente al no encontrar la
palabra que buscaba—. ¿No te ha ocurrido nunca eso de... eso de ver a alguien
y pensar «Es ella,
la mujer con la que quiero compartir el resto de mi vida»?
—Sí. Una vez —confesó a media voz.
—Pues eso
me sucedió a mí en el instante en que la descubrí
—confesó también Gaston—. Ya no pude apartar mis ojos de ella.
Después de
contemplarla unos minutos, solté a la chica, dejé a mis amigos con la palabra en la boca y
fui a su encuentro. —Se aclaró la voz al notar un nudo en la garganta—. De cerca era aún más hermosa. Me deslumbraron sus asombrosos
ojos que me recordaron al titanio cuando le da la luz del sol. —Chasqueó los labios con un gesto de contrariedad—. Debí sospechar que su corazón era de la misma materia insensible,
pero, mirándola
como la miré, perdí la capacidad de razonar.
—Eso es
algo que si una mujer se propone puede conseguir sin demasiados problemas —opinó peter para hacerle sentir mejor.
—No me
había ocurrido nunca. —Se pasó los dedos por la cabeza mientras se
insuflaba aire—. Me
enamoré de una
mentira. Fingió ser
quien no era y juré amor
eterno a alguien que nunca ha existido.
Inspiró de nuevo el pitillo, con la vista
clavada en el edificio rosáceo que quedaba enfrente. Le costaba hablar de ella.
Cada palabra que salía de su boca lo hacía después de haberle destrozado por dentro, desde
las entrañas hasta
el corazón.
—Charlamos
durante horas —consiguió decir al fin—. Te juro que parecía disfrutar de mi compañía tanto como yo de la suya. Pero, aparte
de su nombre, no me dio nada. Ni su dirección ni su teléfono ni una simple cita. Le indiqué que si ese era el modo con el que quería captar mi interés, no necesitaba hacerlo.
Se crispó al volver a escuchar su risa. Había surgido, clara y temblorosa, cuando él le juró que tenía toda su atención y hasta su vida si se la pedía. Se había quedado embobado oyéndola reír y había tratado de besarla en los labios. La
sintió
suspirar mientras se apartaba para evitar que la rozara y le pareció tan nerviosa y emocionada como lo estaba
él.
—Me soltó eso tan bonito de que el destino decidiría si volveríamos a vernos y desapareció —dijo con despecho.
—Debió haber añadido que el destino era ella —opinó peter inmóvil en la penumbra.
—Me manejó a su antojo desde la primera vez. Sabía dónde encontrarme: el bar de copas, el café de las tardes de los sábados. ¡Pero cómo pude ser tan necio! —exclamó con impotencia.
—Te
enamoraste. El amor nos vuelve ciegos y estúpidos. El problema es que te enamoraste
de una zorra. —Lo dijo
con la misma rabia con la que se levantó—. Lo que no entiendo es qué hacía ayer en el bar. ¿No tiene más sitios en los que tomarse un puto café?
—No hay
ninguna lógica
para eso —dijo con
pesar. Se volvió despacio,
dejó el cenicero sobre el radiador y aplastó en él la colilla.
—Sea lo
que sea, se acabó —sentenció peter según recogía de la mesa el botellín vacío—. Nos trae sin cuidado lo que esa tipa
haga con sus tardes. Ya tienes la información que necesitas; no precisas acercarte más a ella. Y si sigues estando seguro...
—¡Claro
que lo estoy! —exclamó con presteza.
—Entonces
hazlo ya, acaba cuanto antes. Sabes que estoy contigo para lo que sea —gaston asintió y él miró su reloj de muñeca—. ¿De verdad no quieres acompañarme para despejarte un poco? Lo pasaríamos bien.
—Hoy no
tengo la cabeza para fiestas. —La movió hacia los lados como si eso diera consistencia a su
disculpa—. He
estado pensando... creo que debería ver a agustin. Se lo debo a Manu; Era como un hermano
para él.
Siempre estaban juntos, siempre, excepto esa maldita tarde.
Al quedarse a
solas, gaston continuó con la luz apagada. No le hacía falta. La oscuridad seguía siendo su aliada cuando quería perderse en recuerdos y, desde la tarde
anterior, la necesidad de recordar le asediaba con más intensidad que nunca.
La llama del
mechero rasgó la
penumbra del salón,
iluminó por un
instante su rostro y prendió el cigarrillo. Después volvieron a dominar las sombras. Solo
la brasa candente del pitillo se avivaba cada pocos segundos, cuando él inspiraba en busca de esa nicotina que
pudiera adormecerle el cerebro. Mientras lo hacía, le asaltaron las imágenes de otra tarde de sábado, en esa mesa junto a la cristalera,
al lado de esa mujer.
Tiene prisa y aun
así retrasa el momento de irse. Hace rato que ha vuelto boca abajo la taza
vacía de Rocio. Ella le había mirado con curiosidad al verle girarla, pero él
no le dejó preguntar.
Le coge las manos
y le pide, como tantas otras veces, que se vean al día siguiente y al otro.
Pero también ella insiste en su actitud de siempre y le recuerda que el pacto
es que se vean los sábados. Así, sin más razones. Son sus normas y él las acata
o no vuelve a verla. Y las acata, ¡por supuesto que las acata! Cómo no hacerlo,
si ya la vida se le ha dividido en dos partes bien diferenciadas: la del tiempo
que es feliz junto a ella y la de los días interminables en los que únicamente
sueña con volverla a ver.
Mientras hablan,
él vuelve a su posición la taza y observa el interior en busca de formas. Se
toma tiempo a pesar de no tenerlo. Siente sobre sí la mirada curiosa y
divertida de Rocio y eso le provoca un agradable cosquilleo en el pecho. Cuando
no puede esperar más se pone en pie, mira los expectantes ojos color titanio y
el hormigueo se hace tan intenso que por un instante se queda sin aliento.
—Tápate bien al
salir —aconseja tras coger aire con prisa—. La noche está fría. Sobre todo
cubre bien esa preciosa garganta.
—Pero... ¿cómo
sabes que...? —comienza a preguntar ella.
—Y toma té con
miel y unas gotas de limón antes de acostarte —continúa diciendo mientras se
pone la cazadora—. Mi abuela aseguraba que es un buen remedio.
Gaston le roza
con su índice la punta de la nariz. Hubiera preferido despedirse con un beso,
pero aún no tiene permiso para hacerlo. Ella se ha apartado en todas las
ocasiones en las que él se ha acercado demasiado a sus labios.
—¿Pero cómo has
sabido...? —insiste ella con suavidad—. Yo no te he dicho...
—Cuídate tan bien
como yo te cuidaría si me dejaras hacerlo —pide, con la más tierna de las
sonrisas, a la vez que comienza a alejarse.
El sonido del
timbre le devolvió de un
golpe al presente, pero no acudió a abrir. Necesitaba tiempo para recuperarse. Apoyó la frente en la pared del salón, junto a la ventana, y se frotó el ardor que sentía en los ojos.Peter tenía razón. Debía terminar cuanto antes con aquella
historia y enterrarla definitivamente. Solo así dejaría de hacerse daño de una vez para siempre.Sintió alivio al abrir la puerta y encontrarse
con la mirada amorosa y retraída de lali. La luz que llegaba del salón le bastó para percibir la tortura en la que
estaban sumidos los amados ojos verdes. Tuvo miedo de que el motivo no fuera únicamente Manu o su crudo sentimiento de
culpa. Tuvo miedo de que aún pensara en aquella mujer a la que ella odió desde el primer instante que la tuvo
enfrente. Quería creer
que él no la
recordaba ni siquiera para maldecirla.
Gaston la
estrechó contra
su cuerpo y hundió el
rostro en su cabello negro.
—Ya no estás solo Nunca estás solo, porque yo constantemente pienso
en ti. Y te quiero.
Él tenía dos soledades que le estaban matando.
La física y
la que llevaba incrustada en el corazón. Entendía que lali no podría librarle de las dos, pero el simple
hecho de escuchárselo
decir le concedía un
poco de paz.
—Gracias
por estar a mi lado a pesar de que... a pesar de que yo casi siempre esté lejos —musitó sin apartarse.
—Te amo. —lali casi suspiró esas dos palabras mágicas que explicaban toda su devoción.
No esperaba que gaston
se las repitiera. Sabía que no lo haría mientras no las sintiera y que
correspondería a su
amor rodeándola de
cariño y
ofreciéndole
sinceridad. De momento, eso le bastaba.
Pero tampoco había esperado, y ocurrió, que él reaccionara a su declaración arrancándole el abrigo.
No sabía si esa era la reacción lógica a un segundo encuentro en el que se
sentía más seguro o el modo en el que buscaba
evadirse del dolor y los recuerdos. Pero poco importaba, pensó mientras se abandonaba a él y a todo cuanto quisiera hacerle esa
noche. Poco o nada importaba cuando hasta sus deseos más secretos comenzaban a cumplirse.
ayyy no me gusta k este con lali me gusta la amistad nada mas no kiero k pase nada con lali cuando va aver algo gastochi
ResponderEliminarNo me gusta esta novela... es mas lo que sufro que otra cosa.. necesito reencuentro.. y qe gas se de cuenta de que la ama... y de que ella lo ama a el... Punto
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