viernes, 4 de mayo de 2012

Antes y despues de odiarte capitulo 4


Cuando no pudo más, cuando la extenuación amenazó con derrumbarle sobre las hojas empapadas de la acera, reunió un poco de vigor y retrocedió unos pasos. Aún la contempló un instante mientras se juraba que esa sí era la última vez. La última. Verla le avivaba los recuerdos y le recrudecía el dolor que siempre llevaba consigo. Ya estaba cansado de sufrir, pensó introduciendo las manos en los bolsillos, para conducir su cansado espíritu hacia la estación.

Ya en el tren, ocupó un asiento al final del vagón, de cara a la pared para abstraerse de las miradas curiosas. Juntó los dedos y los aprisionó entre sus piernas. No podía dejar de temblar, pero no a causa de la humedad que le traspasaba el cuerpo ni del frío que le hería las manos y le entumecía los pies. Aquellos temblores incontrolados le brotaban de las llagas de su corazón.

A través del cristal de la ventanilla siguió, con mirada ausente, los movimientos de una pareja que paseaba por el andén al abrigo de la lluvia. Sabía lo que sentían cuando se tomaban de las manos o se miraban a los ojos; y sabía lo que sentirían después, cuando descubrieran que el amor es una mentira embriagadora, intensa y breve. Lo sabía porque hacía mucho tiempo, casi en otra vida, él sintió lo mismo.

Justo en ese instante, Rocio miraba las gotas que se estrellaban contra otro cristal: el del taxi que la conducía a casa. Gaston se hubiera sorprendido de haber podido verla. No era la persona dichosa que sonreía siempre. Era la mujer triste que cada tarde de sábado salía de ese bar tan cargada de añoranzas que hasta le costaba caminar. Era la que, en ese momento en el que a él le lloraba sangre el corazón, seguía la dirección cambiante de las gotas de lluvia con la sensación de que eran lágrimas con las que el cielo desahogaba su desconsuelo.

El humo del cigarro se estrellaba contra el cristal, La iluminación artificial que comenzaba a llenar la calle se filtraba por la ventana para destacar de entre las sombras sus extraviados ojos verdes. Estaba envuelto por la penumbra del salón en el que iba a pasar esa noche de domingo. Necesitaba pensar. Llevaba años sin hacer otra cosa y a pesar de eso tenía la urgente necesidad de continuar haciéndolo.

—¿Cómo la conociste?

La voz pausada de peter emergió a su espalda, desde la oscuridad. Gaston no se movió. Continuó mirando hacia el exterior como si no hubiera escuchado la pregunta.

Fue la noche de un sábado dijo de pronto. En un bar de copas que frecuentábamos. Sacudió el cigarro sobre el cenicero, que sujetaba con su mano izquierda. Yo hablaba con mis amigos y recuerdo que abrazaba por la cintura a una chica con la que tenía planeado recibir el amanecer. Guardó silencio un instante mientras volvía a verla con su larga melena rubia y su expresión dulce, apoyada al final de la barra. Cuando la vi fue como... Alzó los hombros y los dejó caer impotente al no encontrar la palabra que buscaba. ¿No te ha ocurrido nunca eso de... eso de ver a alguien y pensar «Es ella, la mujer con la que quiero compartir el resto de mi vida»?

Sí. Una vez confesó a media voz.

Pues eso me sucedió a mí en el instante en que la descubrí —confesó también Gaston. Ya no pude apartar mis ojos de ella. Después de contemplarla unos minutos, solté a la chica, dejé a mis amigos con la palabra en la boca y fui a su encuentro. Se aclaró la voz al notar un nudo en la garganta. De cerca era aún más hermosa. Me deslumbraron sus asombrosos ojos que me recordaron al titanio cuando le da la luz del sol. Chasqueó los labios con un gesto de contrariedad. Debí sospechar que su corazón era de la misma materia insensible, pero, mirándola como la miré, perdí la capacidad de razonar.

Eso es algo que si una mujer se propone puede conseguir sin demasiados problemas opinó peter para hacerle sentir mejor.

No me había ocurrido nunca. Se pasó los dedos por la cabeza mientras se insuflaba aire. Me enamoré de una mentira. Fingió ser quien no era y juré amor eterno a alguien que nunca ha existido.

Inspiró de nuevo el pitillo, con la vista clavada en el edificio rosáceo que quedaba enfrente. Le costaba hablar de ella. Cada palabra que salía de su boca lo hacía después de haberle destrozado por dentro, desde las entrañas hasta el corazón.

Charlamos durante horas consiguió decir al fin. Te juro que parecía disfrutar de mi compañía tanto como yo de la suya. Pero, aparte de su nombre, no me dio nada. Ni su dirección ni su teléfono ni una simple cita. Le indiqué que si ese era el modo con el que quería captar mi interés, no necesitaba hacerlo.

Se crispó al volver a escuchar su risa. Había surgido, clara y temblorosa, cuando él le juró que tenía toda su atención y hasta su vida si se la pedía. Se había quedado embobado oyéndola reír y había tratado de besarla en los labios. La sintió suspirar mientras se apartaba para evitar que la rozara y le pareció tan nerviosa y emocionada como lo estaba él.

Me soltó eso tan bonito de que el destino decidiría si volveríamos a vernos y desapareció dijo con despecho.

Debió haber añadido que el destino era ella opinó peter inmóvil en la penumbra.

Me manejó a su antojo desde la primera vez. Sabía dónde encontrarme: el bar de copas, el café de las tardes de los sábados. ¡Pero cómo pude ser tan necio! exclamó con impotencia.

Te enamoraste. El amor nos vuelve ciegos y estúpidos. El problema es que te enamoraste de una zorra. Lo dijo con la misma rabia con la que se levantó—. Lo que no entiendo es qué hacía ayer en el bar. ¿No tiene más sitios en los que tomarse un puto café?

No hay ninguna lógica para eso dijo con pesar. Se volvió despacio, dejó el cenicero sobre el radiador y aplastó en él la colilla.

Sea lo que sea, se acabó sentenció peter según recogía de la mesa el botellín vacío. Nos trae sin cuidado lo que esa tipa haga con sus tardes. Ya tienes la información que necesitas; no precisas acercarte más a ella. Y si sigues estando seguro...

—¡Claro que lo estoy! exclamó con presteza.

Entonces hazlo ya, acaba cuanto antes. Sabes que estoy contigo para lo que sea gaston asintió y él miró su reloj de muñeca. ¿De verdad no quieres acompañarme para despejarte un poco? Lo pasaríamos bien.

Hoy no tengo la cabeza para fiestas. La movió hacia los lados como si eso diera consistencia a su disculpa. He estado pensando... creo que debería ver a agustin. Se lo debo a Manu; Era como un hermano para él. Siempre estaban juntos, siempre, excepto esa maldita tarde.

Al quedarse a solas, gaston continuó con la luz apagada. No le hacía falta. La oscuridad seguía siendo su aliada cuando quería perderse en recuerdos y, desde la tarde anterior, la necesidad de recordar le asediaba con más intensidad que nunca.

La llama del mechero rasgó la penumbra del salón, iluminó por un instante su rostro y prendió el cigarrillo. Después volvieron a dominar las sombras. Solo la brasa candente del pitillo se avivaba cada pocos segundos, cuando él inspiraba en busca de esa nicotina que pudiera adormecerle el cerebro. Mientras lo hacía, le asaltaron las imágenes de otra tarde de sábado, en esa mesa junto a la cristalera, al lado de esa mujer.

Tiene prisa y aun así retrasa el momento de irse. Hace rato que ha vuelto boca abajo la taza vacía de Rocio. Ella le había mirado con curiosidad al verle girarla, pero él no le dejó preguntar.

Le coge las manos y le pide, como tantas otras veces, que se vean al día siguiente y al otro. Pero también ella insiste en su actitud de siempre y le recuerda que el pacto es que se vean los sábados. Así, sin más razones. Son sus normas y él las acata o no vuelve a verla. Y las acata, ¡por supuesto que las acata! Cómo no hacerlo, si ya la vida se le ha dividido en dos partes bien diferenciadas: la del tiempo que es feliz junto a ella y la de los días interminables en los que únicamente sueña con volverla a ver.

Mientras hablan, él vuelve a su posición la taza y observa el interior en busca de formas. Se toma tiempo a pesar de no tenerlo. Siente sobre sí la mirada curiosa y divertida de Rocio y eso le provoca un agradable cosquilleo en el pecho. Cuando no puede esperar más se pone en pie, mira los expectantes ojos color titanio y el hormigueo se hace tan intenso que por un instante se queda sin aliento.

—Tápate bien al salir —aconseja tras coger aire con prisa—. La noche está fría. Sobre todo cubre bien esa preciosa garganta.

—Pero... ¿cómo sabes que...? —comienza a preguntar ella.

—Y toma té con miel y unas gotas de limón antes de acostarte —continúa diciendo mientras se pone la cazadora—. Mi abuela aseguraba que es un buen remedio.

Gaston le roza con su índice la punta de la nariz. Hubiera preferido despedirse con un beso, pero aún no tiene permiso para hacerlo. Ella se ha apartado en todas las ocasiones en las que él se ha acercado demasiado a sus labios.

—¿Pero cómo has sabido...? —insiste ella con suavidad—. Yo no te he dicho...

—Cuídate tan bien como yo te cuidaría si me dejaras hacerlo —pide, con la más tierna de las sonrisas, a la vez que comienza a alejarse.

El sonido del timbre le devolvió de un golpe al presente, pero no acudió a abrir. Necesitaba tiempo para recuperarse. Apoyó la frente en la pared del salón, junto a la ventana, y se frotó el ardor que sentía en los ojos.Peter tenía razón. Debía terminar cuanto antes con aquella historia y enterrarla definitivamente. Solo así dejaría de hacerse daño de una vez para siempre.Sintió alivio al abrir la puerta y encontrarse con la mirada amorosa y retraída de lali. La luz que llegaba del salón le bastó para percibir la tortura en la que estaban sumidos los amados ojos verdes. Tuvo miedo de que el motivo no fuera únicamente Manu o su crudo sentimiento de culpa. Tuvo miedo de que aún pensara en aquella mujer a la que ella odió desde el primer instante que la tuvo enfrente. Quería creer que él no la recordaba ni siquiera para maldecirla.

Gaston la estrechó contra su cuerpo y hundió el rostro en su cabello negro.

Ya no estás solo Nunca estás solo, porque yo constantemente pienso en ti. Y te quiero.

Él tenía dos soledades que le estaban matando. La física y la que llevaba incrustada en el corazón. Entendía que lali no podría librarle de las dos, pero el simple hecho de escuchárselo decir le concedía un poco de paz.

Gracias por estar a mi lado a pesar de que... a pesar de que yo casi siempre esté lejos musitó sin apartarse.

Te amo. lali casi suspiró esas dos palabras mágicas que explicaban toda su devoción.

No esperaba que gaston se las repitiera. Sabía que no lo haría mientras no las sintiera y que correspondería a su amor rodeándola de cariño y ofreciéndole sinceridad. De momento, eso le bastaba.

Pero tampoco había esperado, y ocurrió, que él reaccionara a su declaración arrancándole el abrigo.

No sabía si esa era la reacción lógica a un segundo encuentro en el que se sentía más seguro o el modo en el que buscaba evadirse del dolor y los recuerdos. Pero poco importaba, pensó mientras se abandonaba a él y a todo cuanto quisiera hacerle esa noche. Poco o nada importaba cuando hasta sus deseos más secretos comenzaban a cumplirse.

2 comentarios:

  1. ayyy no me gusta k este con lali me gusta la amistad nada mas no kiero k pase nada con lali cuando va aver algo gastochi

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  2. No me gusta esta novela... es mas lo que sufro que otra cosa.. necesito reencuentro.. y qe gas se de cuenta de que la ama... y de que ella lo ama a el... Punto

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