Los dedos con
los que Gaston sujetaba el vaso se crisparon hasta blanquearle los nudillos. Se
quedó inmóvil, sin aire en los pulmones, sin sangre
en las arterias, sin corazón en el que latirle la rabia que le constreñía las entrañas.
No había pensado que sentarse allí le iba a despertar tantas emociones ni
que verla llegar le tensionaría hasta reventarle todos los músculos. De haberlo imaginado no habría entrado en el café ni siquiera para ocupar ese lugar junto a
la barra. Se habría
limitado a quedarse en los Jardines, al otro lado de la calle, vigilando desde
allí los movimientos que se sucedían junto al último ventanal.
Había permanecido unos minutos eternos ante
la puerta luchando contra su intención de cruzar esa línea, contra su voluntad de hacer algo de
lo que probablemente tuviera que arrepentirse. Pero se había engañado a sí mismo diciéndose que solo se trataba de comprobar si
realmente ella acudía cada sábado, que ni ella ni los recuerdos que guardaba ese
lugar podrían ya
atormentarle el corazón.
Y apenas hubo
entrado ya no estuvo seguro de nada.
—Provoca
curiosidad, ¿no es
cierto? —le
preguntó el
camarero al ver la fijeza con la que miraba a rocio, quien acababa de ocupar el
rincón al
fondo—. Las
primeras veces pensé que tenía alguna cita —insistió.
Gaston trató de despejarse frotándose los ojos. Consciente de que su
actitud llamaba la atención, se volvió hacia la barra. Sentía la boca seca y áspera, y tomó un pequeño trago de cerveza.
—Una
chica tan guapa no debería pasar ni una sola tarde de su vida con la única compañía de una taza de café —siguió diciendo el camarero con una sonrisa cómplice.
—¿Viene
mucho? —consultó Gaston, que seguía apretando el vaso como si pretendiera
exprimir el vidrio.
—Las
tardes de los sábados. —Alguien, desde el otro extremo, reclamó sus servicios y él aceleró su explicación mientras se alejaba—. Juraría que no ha faltado ni uno en los casi
tres años que
llevo trabajando aquí.
gaston se centró en la espuma fina y persistente de su
cerveza, para no conducir la mirada hasta la rinconera. Si jamás la había visto allí hasta la tarde en la que ella fingió la casualidad de un encuentro, no
hallaba explicación a que,
tras haberle engañado y
jodido la vida,
acudiera todas las condenadas tardes como si la costumbre la hubiera
establecido ella.
«¡Zorra
maldita que disfrutaba de una libertad que a él le había cercenado y aún no bastándole con eso le robaba también esa parte del pasado que nunca le
perteneció!»
El corazón comenzó a batirle en las sienes y la sangre a
recorrerle las venas hasta agolparse en su cabeza. No iba a contenerse. Si seguía un minuto más allí se levantaría del taburete y se acercaría a ella para decirle no sabía qué, pero nada que esa mujer quisiera
escuchar. No; no se contendría por sí mismo. Por eso sacó apresuradamente su cartera, dejó un billete junto a su cerveza inacabada
y se levantó sin
esperar el cambio.
Salió por la puerta del otro extremo del
local, dándole a
ella la espalda. Quiso así evitar el riesgo de verla de nuevo y dejarse vencer
por las ganas de encararla y arrojarle todo su desprecio.
—Hay
muchas formas de forzar puertas sin que se note que lo has hecho —comentó peter dejando una llave sobre la mesa—. Te voy a enseñar la que considero que es más rápida y sencilla.
—Podríamos llamarlo lección para un ladrón inepto —bromeó Gaston a la vez que la tomaba entre los
dedos.
—Ahora
que nombras lo de ladrón —peter se atusó la perilla, nervioso—, hay algo que... me gustaría que quedara claro. No por ti, que ya lo
sabes —sonrió con una mueca torpe—. Es por lali. Imagino que le contarás esto y... y no me gustaría que pensara que me dedico a entrar en
las casas. Tú sabes
que jamás he
hecho algo así.
—No te
preocupes por tonterías —garantizó Gaston, que continuó analizando la llave y preguntándose cómo se podía abrir algo con eso—. Ella sabe cómo eres. Tiene muy buena opinión de ti.
peter sonrió aliviado. Su mueca torpe se convirtió en una sonrisa casi boba.
—¿Y qué dice de mí? —Traqueteó en la madera con sus dedos inquietos.
—Que eres
muy buena persona. Que tengo mucha suerte por haberte encontrado. ¡Cosas de esas!
—¿No cree
que soy un poco... —le costó dar con la palabra— vulgar? Lo digo porque seguramente está acostumbrada a tratar con otro tipo de
gente.
—¿Tú, vulgar? —Arrugó la frente, atónito—. ¡No fastidies! ¿Cómo vas a ser tú vulgar? De todos modos, lali está por encima de todas esas tonterías. Aunque la veas tan... —iba a describirla, pero al recordarla
sonrió y
escogió una
sola palabra—
perfecta, ella valora a las personas por lo que son. También por la inteligencia. Dice que tú la tienes, y mucha.
Peter se infló de satisfacción. Hasta entonces había creído que lali, la hermosa y distinguida
mujer, solo le veía como
al amigo de gaston. Un hombre demasiado simple como para perder tiempo analizándolo. Pensó que estaría bien saber qué opinaba también de su físico, pero le pareció una pregunta demasiado superficial. De
todos modos, eso no le preocupaba demasiado. Las mujeres que habían ido pasando por su vida se habían encargado de subirle el ego hasta
donde correspondía a su
cuerpo atlético y a
sus sagaces ojos castaños.
—Es una
mujer impresionante. —Se arrepintió de haberse mostrado tan franco y pasó con rapidez a otro asunto
Salieron juntos
al rellano y dejaron la puerta entornada. Peter se agachó, introdujo la llave en la ranura y le
mostró que era
imposible girarla.
--Si
encajas la llave correcta, los cilindros suben el tramo que cada uno necesita
para coincidir todos en la parte superior. Se alinean y te dejan abrir. —Se preparó moviendo los dedos con la teatralidad de
un mago peter lo utilizó para dar un golpe seco en la llave y esta se
introdujo hasta el fondo. Casi al mismo tiempo giró y el cerrojo se abrió con una suavidad asombrosa.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Gaston.
—Fácil. —Sacó la llave y se puso en pie. Si la giras
en ese momento el mecanismo se acciona como si hubieras metido la llave
correcta. No fuerzas nada, por lo tanto no dejas ningún rastro, que es lo que queremos.
No hubiera
hablado con esa tranquilidad sobre no dejar rastro si hubiera sabido lo poco
prudente que estaba siendo él, pensó Gaston. No aprobaría que la hubiera esperado en el interior
del Iruña ni
que, llevado por su rabia, llevara días acechándola cada anochecer, a la salida de la tienda, para
seguirla a distancia por las calles. No, no habría dicho eso de haber sabido cuánto le estaba costando mantenerse a
distancia y no ponerse ante ella para arrojarle esas palabras que le abrasaban
la mente y la boca.
—Justo lo
que necesito —dijo al
comprender que tenía superado
el primer obstáculo—. Tal y como lo explicas no parece difícil.
—Y no lo
es. Prueba.
Ocupados como
estaban, no repararon en los sonidos apagados que provenían del piso de enfrente ni en el ligero
roce que alguien provocó al abrir la mirilla.
Gaston se agachó junto a la cerradura. Introdujo la llave
y contuvo la respiración preparándose para el momento decisivo. Tenía la sensación de que si estaba lo bastante cerca
escucharía el
sonido de los cilindros y eso le indicaría cuándo estaban alineados. Y así fue. En un breve instante se sucedieron
el sonido del golpe con el encendedor, el que produjo la llave al encajar en el
fondo y otro más suave
que correspondía a los
cilindros elevándose.
Después, un
brevísimo
silencio y vuelta a caer.
—¡Lo
tengo! —exclamó, aunque ni siquiera lo había intentado—. Sé cuándo debo girar.
No hubo más pruebas ese día.
Pero disponían de tiempo. Gaston había aprendido a tener paciencia, aunque
esta amenazara con esfumarse cuando estaba cerca de Rocio. Pero, apartando esa
debilidad que le costaba controlar, seguía siendo un hombre reposado. Sabía que su plan funcionaría solo si medía cada paso que diera.
Sus marcadas
ojeras y su frecuente desatención no se debían a la inquietud o la prisa por ejecutar su venganza.
Esa la tenía bien
planeada y llegaría en el
momento preciso. El pensamiento que le hostigaba impidiéndole descansar, tanto de día como de noche, era otro bien distinto
que nunca pensó que
llegaría a
perturbarle.
adaptacion libro A.iribika
adaptacion libro A.iribika
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